El balotaje de Georgia ha perdido un poco de atracción al ser conocidos los resultados de Nevada y Arizona que permiten al Partido Demócrata mantener el control del Senado. Con esta segunda ronda, el senador por el estado puede -inclusive- otorgarle al oficialismo el asiento número 51, con lo que no sería imprescindible el desempate de Kamala Harris. La resolución del senador en pugna creo que será para el demócrata, pastor Raphael Warnock (49,4), que ampliará -entiendo- su ventaja inicial de casi de 2% que obtuvo sobre el republicano Herschel Walker (48,5), quien ahora está esperanzado en el voto de los “libertarianos”. Mediante este acto comicial se cierra el tiempo electoral de medio término en el país, con un balotaje que creo -el lunes, al cerrar la nota- ganarán los demócratas -como en 2020 en este mismo estado- más ligados a la Casa Blanca y al ala conservadora de ese partido.
El triunfo electoral demócrata, sin embargo, no llega a borrar el entorpecimiento que generan dictámenes e interpretaciones normativas de una mayoritariamente conservadora Corte Suprema de Justicia -cuyos integrantes fueron nombrados en mandatos de presidentes republicanos- y que entre otras resoluciones que impactan socialmente devuelven a los estados la discusión acerca del aborto, aprovechada por ciertos gobernadores para recortar o penalizar su práctica y restringir derechos de la mujer sobre su cuerpo. Aunque el presidente no tiene responsabilidades en este acto, estos pesan y erosionan sus apoyos.
Asimismo, la invasión militar y la guerra de Rusia con Ucrania encontró un Joseph Biden un tanto desacomodado, entendiendo que si bien había comenzado a mejorar el lenguaje con sus socios (con paciencia, poco ruido, haciendo las paces) y empezaba a fortalecer su dirección de la OTAN -al eliminar de palabra las exigencias estadunidenses de aumentar los aportes- se enfocaba y pretendía avanzar en su objetivo principal de relaciones duras (una especie de Guerra Fría II) contra China.
La opinión de quienes lo llaman «blando» (el “halconismo”, la oposición y algunos observadores) contrasta con la visión de quienes piensan que ha ido demasiado lejos al comprometer miles de millones de dólares en armamento y otras ayudas al régimen de Volodímir Zelenski, adicionales a los apoyos de la primera hora; la suma es equivalente a más de 7% del presupuesto de defensa de EE.UU., lo que hace pensar que esas cantidades únicamente pueden surgir de dos lados: recortes en el gasto federal y más deuda pública.
Por supuesto, los partidos políticos y los estadunidenses en general, condenan ampliamente a Rusia, al Kremlin y en particular a Vladímir Putin por la incursión, ataques y anexiones -desde 2014 en Crimea- con la guerra actual, pero internamente marcan una diferencia -una frontera, una valla- entre aquel senador Biden que apoyó al presidente 43, George W. Bush, y su Ley Patriótica (octubre de 2001) -tras los hechos de las Torres Gemelas- y el gobernante Biden y sus ayudas a Ucrania pensando en cosechar favores políticos indulgentes con su mandato y electorales -desde ahora- para 2024, en caso de ser entonces el candidato demócrata.
Al referirme al espacio Índico-Pacífico, recordemos que Biden creó el acuerdo ANKUS (Australia, Reino Unido y EE.UU.) en 2021 con el que consolida su presencia en la región. En 2022 estuvo detrás del viaje de la veterana representante demócrata Nancy Pelosi a Taiwán, violando todos los sobreentendidos entre EE.UU. y China Popular.
Pekín, obligado por la situación, exhibió el contundente músculo militar de su numeroso arsenal y pobló las fronteras taiwanesas con un escalofriante despliegue de saturación de medios aéreos y navales que hicieron temer una eventual invasión a la isla reclamada como propia por la autoridad de China continental.
Previo a la reunión del G-20 en la isla indonesia de Bali, conversaron por más de tres horas Biden y Xi Jinping: reencausaron las relaciones sino-estadunidenses y hasta hubo una condena común a la resolución de la guerra en Ucrania mediante el uso de armas nucleares. Sin embargo, Biden debió escuchar muy callado que el presidente Xi reiteraba las pretensiones chinas sobre la que consideran “isla rebelde” de Taiwán (asociada a Washington) y la recomendación a EE.UU. a que encuentre “la dirección correcta” al incursionar en el sudeste asiático. Como corolario, las palabras de Xi se incorporaron a las “filtraciones” habidas: “El mundo está ante una encrucijada mientras espera que ambos países (China y EE.UU.) puedan gestionar adecuadamente su relación”. En buen romance, acordaron una paz de relaciones diplomáticas -con la reanudación de las conversaciones discretas y de alto nivel- sin olvidar estos imperios que son competidores en áreas comerciales y de un tiempo para acá, además, en los campos financiero, militar y cosmonáutico.
Con la visión y orden de Biden, se bajó volumen al combate contra China; abandonaron la idea de Trump de disgregar al competidor europeo: empobrecieron la UE: abrieron espacios económicos a Venezuela -para que ofrezca petróleo al mercado-; siguiendo esa égida de pensamiento (que supone tener éxito (presionando al objetivo de antes, Moscú-Vladímir Putin, tomando como pretexto Ucrania, espera no tropezar (políticamente) una vez más.
En cuanto a la relación con los países de Latinoamérica y el Caribe, en particular con el subcontinente sur, habrá que recordar el fracaso de Bush en 2005 al intentar imponer la idea de un ALCA, sujeto a los dominios de EE.UU., contraponiéndose al triunfante proyecto del ALBA que encabezaban Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner.
Si su Departamento de Estado no quiere meter la pata y salir como Bush en Mar del Plata 2005, tendrá que estudiar y variar mucho en forma y contenido: no encontrarán a revolucionarios que deseen acabar con el capitalismo, pero tampoco tendrán quienes firmen lo que les pongan por delante: son gobiernos distintos a los de ayer y, seguramente, a los del fin de la década.
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