Cuando terminó la película, solo hubo silencio. Las miradas estaban abstraídas en la pantalla en negro. Todos pensaban. Nadie se atrevía a hablar. El silencio se hizo cómplice, fue la seña común.
Cinco minutos después, apareció un aplauso, luego otro, y así llegaron todos los aplausos, todas las expresiones de gratitud. La sala se llenó de un ruido solemne. Era un gesto de reconocimiento, no de alegría. No había nada que festejar.
La película permitió un rato de reencuentro con nuestra historia. Duro reencuentro. Duro recuerdo.
Quizá el mayor acierto del director y creador de Simón haya sido salir de los lugares comunes y del reparto de culpas. Dinamitar la asignación de responsabilidades e invitarnos a pensar sobre el papel de todos, no el de unos. Nada de aquellos, hablemos mejor de nosotros. Dejar en la papelera la pelea de los buenos y los malos para interpelar el rol de la sociedad entera en el crudo, crudísimo, drama nacional.
Simón es una metáfora de eso que hemos sido millones de venezolanos. La valentía, la pasión, la incertidumbre, el miedo, el terror, la revancha, el odio, la derrota, la culpa y el perdón.
Desde las vicisitudes de un grupo de estudiantes de la generación del año 2014 que protestó fervientemente contra la opresión chavista, y sufrió, como miles, la persecución, la cárcel, la tortura, el exilio y la muerte, la película dibuja lo que ha sido el derrotero de un país herido, sometido y prisionero. Un país que no encuentra la fórmula para escapar del secuestro.
Esta película merece llegar a todos los rincones de la diáspora como impulso motivador. A lugares recónditos, dentro y fuera de Venezuela. A dónde nadie recuerda el tema. Ayuda a rememorar esa herida abierta e invita a mirar nuevamente hacia el país. ¿Qué está ocurriendo allá? ¿En qué puedo ayudar? ¿Cuál es mi lugar en todo esto? ¿Qué hay más allá de la pérdida?
Diego Vicentini, director y escritor de Simón, tiene el mérito de haber resumido en 99 minutos el dolor silencioso que vivimos millones de venezolanos. Es un cineasta venezolano de 29 años, generacionalmente afín a esos jóvenes que se levantaron contra un sistema autoritario y mafioso. Entre 2014 y 2017 hubo más de 250 muertos en las protestas contra el Estado chavista. Muchos de esos casos quedaron fotografiados o filmados, otros se mostraron en vivo y directo a través de las redes sociales. Pero ellos no obtuvieron justicia, solo omisión y burla.
Simón. Imposible ser ajeno a este repaso rápido sobre la caída de Venezuela y lo que han vivido quienes luchan por una alternativa democrática. Algunos, víctimas, otros, victimarios. Pero todos sometidos a una lógica perversa.
Simón se estrenó en Uruguay el 5 de octubre en Lifecinema. Disponible sólo por cuatro días en su sala de Tres Cruces Shopping en Montevideo. Cientos de venezolanos acudieron al llamado de la tribu. Cientos en una butaca con algunas sonrisas aleatorias ante los chistes caraqueńos de “Chucho”, uno de los personajes carismáticos del filme que nos recuerda eso que también fuimos: una sociedad alegre. Todos miraron atónitos parte de la historia que vivimos, porque todos en Venezuela tenemos un familiar, amigo o allegado que ha sido amenazado por el régimen, bien por las protestas, bien por el chantaje, bien por la escasez, y bien por la ausencia, especialmente de derechos.
Cuando la película terminó, el silencio de la sala nos recordó la pérdida, el desarraigo, el duelo. Tal vez lo que más nos enseña esta historia es la urgencia de terminar con la distribución equitativa de la culpa y asumir que todos llevamos a cuestas un relato que generalmente tiene un punto común, el país perdido.
Ver esta película fuera de Venezuela es una experiencia especialmente compleja, o especialmente dolorosa, porque nos retrotrae a la despedida de un lugar del que no queríamos irnos.
Recordamos encontrarnos en las calles. Algunos en la oposición, otros a favor del sistema que después los sometió, y otros en la indiferencia que los golpeó cual búmeran. Sin embargo, lo que es imposible evitar, es la sensación de que todos, sin importar el lugar en el que estuvieran, tienen una responsabilidad con ese pedazo de tierra que hace tiempo va a la deriva. Nuestra tierra.
Fuera de las fronteras, a la gente que mira al costado, que duda o que se hace la distraída mientras en Latinoamérica hay pueblos oprimidos bajo el signo de una ideología inexistente y de una realidad criminal, vean Simón. Todos debemos darnos la mano para condenar lo condenable. Estará disponible para alquilar entre el 22 y el 29 de octubre a través de www.simonmovie.com
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