El mito griego señala al dios Zeus como un hacedor -junto con otras deidades- de la bella Pandora, que con el obsequio de una caja cerrada -de la que desconocía el contenido- viajó del Olimpo al llano. Ya entre los mortales y casada, abrió la caja y se esparcieron los males. Como símil de “meter la pata sin querer” -considerando que se trata de un mal menor pero que causa gran estropicio, se comenta, coloquialmente, “abrió la caja de Pandora”. No sé si esto último lo sopesaron los del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés) que destaparon casi 12 millones de registros de 14 despachos de financistas extraterritoriales que demuestran donde es que los ricos ocultan sus tesoros del público y de los estados de origen.
Entre esos millones de expedientes-depósitos en paraísos fiscales, los hay productos legales, de acuerdo con las reglas del capital (que de todas formas la gente considera inmorales y antiéticos); otros, consecuencia de ilegalidades como robo o fraude -a particulares o naciones- y unos pocos, por cantidades comparativamente menores en cuantía, son colocaciones de personas públicas que no saben en qué utilizarlos o donde ponerlos fuera de sus países y -igual a los demás- lejos de cualquier investigación o inquisitivas miradas. Dirán que “el mundo es como es” y si quedan herencias, disfrutarán de esos dineros y propiedades 4 o 5 generaciones: “tú criticas porque no tienes nada”, me dirían. En todos estos casos, se trata de lo que unos pensadores (Marx, Engels y sus seguidores) denominarían sustracción del producto de los trabajadores, pero todos -sin excepción- son acumulados de dineros que no quedaron en sus tierras de origen para producir y generar empleo. Es algo parecido a cajas de caudales que, en muchos casos, contribuyen a beneficiar más a países desarrollados.
Se pueden argumentar muchas cosas sobre esos dineros (seguridad; soy un inversor internacional en busca de oportunidades; diversifico mi capital; se trata de ahorros para la vejez, para cuando esté inactivo; por si intempestivamente ya no tengo acceso al erario de la nación; etcétera), pero legal o ilegal, por lo menos deben considerarse acciones moralmente condenables y éticamente de las que hacen andar agachados, buscando coartadas, disfraces.
Estos depósitos indican que los Panamá Papers -revelados años atrás- comparativamente parezcan menores, sin serlo, pero el tiempo, la poca profundización en su investigación y la desaceleración que parte de los medios masivos de comunicación hicieron, redundaron en que la opinión pública los dejara por el camino hasta que surgió el escándalo actual de los Papeles de Pandora. Estas carpetas revelan, por ejemplo, que el rey de Jordania, Abdalá II, tiene 100 millones de dólares en propiedades de Malibú, Washington y Londres: pues bien, ¿esto quiere decir que estos bienes encubiertos son los únicos que logró acomodar en paraísos fiscales?
Una amplia investigación no puede dejar por el camino la concatenación de los papeles de Panamá, los de Pandora, y el seguimiento de investigaciones en las bancas suizas, Andorra, Mónaco, Liechtenstein, Hungría, Surcorea, algunos bancos de EEUU o en “territorios ultramarinos” de la Gran Bretaña: quien esconde no pone todos los huevos en la misma canasta. Por supuesto que el husmear periodístico a los bancos ofrecerá escasos resultados, pero hará a muchos -incluidos los Rothschild y los que sin contar con banca de piso operan desde las periferias- poner “las barbas en remojo”. Es muy probable que deban revisarse hasta las donaciones a museos y centros religiosos.
Asimismo, resulta poco imaginable que con las docenas de agencias de espionaje (dichas de “inteligencia”) de EEUU –más aportes de sus embajadas y asociados de servicios estatales, sumados a los informantes- no conocieran estos lugares, a los concurrentes, sus colocaciones y encubrimientos. Podemos agregar a esta red de espionaje de estadunidenses y otros, interferencias telefónicas satelitales, redes sociales amañadas, sistemas de cómputo y sus vulneradores de privacidades, sus hackers, servicios manipulados de los cables: con esos innumerables recolectores de datos estoy seguro que sabían desde hace mucho de estos sitios y otros paraísos por descubrir.
En el caso de nuestro continente, los Papeles de Pandora llegan cuando la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) indica que de México a Argentina por efecto del Covid, los pobres pasaron de ser 185.5 millones en 2019 a 230.9 millones en 2020, entre sus 650 millones de habitantes. Las filtraciones de los papeles involucran a presidentes de Chile, Sebastián Piñera; de Ecuador, Guillermo Lasso, y de República Dominicana, Luis Abinader, junto con la vicepresidenta y canciller colombiana, Marta Lucía Ramírez.
Una nota del diario El Universal de México, implica a los expresidentes Ernesto “el Toro” Pérez Balladares, Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela, de Panamá; César Gaviria y Andrés Pastrana, de Colombia; Pedro Pablo Kuczynski, de Perú; Porfirio Lobo, de Honduras; y Horacio Cartes, de Paraguay. Asimismo, al actual ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, y la publicación menciona los entornos de los ex presidentes argentinos Carlos Menem, Néstor Kirchner y Mauricio Macri, sin olvidar enumerar al peruano-español premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa.
En México, la revista Proceso asegura que “políticos cercanos al presidente Andrés Manuel López Obrador y al expresidente Enrique Peña Nieto, multimillonarios de la lista de Forbes, contratistas del gobierno, juniors y herederos, servidores públicos”, fueron descubiertos mediante la investigación por 150 medios de 117 países en este paraíso económico. Con millones de papeles por revisar, quizá pasarán años antes de otro “gran descubrimiento” que nos revele e ilustre acerca de qué esconden algunos ricos con los frutos de sus posesiones: vaya a saber el público cómo, de qué forma y de quiénes los obtuvieron.
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