¿Su majestad: la bicicleta? O Sal de ahí chivita, chivita.
Hay una problemática del tránsito en Montevideo que es difícil de resolver dado el aumento del parque automotor en los últimos años. La proliferación de motos y bicicletas complica aún más la circulación. Y si bien los últimos índices de siniestralidad muestran un descenso, aún pareciera quedar mucho por hacer. La semana pasada ocurrió un sonado incidente en la rambla entre una manifestación de ciclistas y un automovilista, que volvió a poner en el tapete el tema de la difícil convivencia entre las diferentes modalidades de transporte. ¿Cómo se resuelve esta situación? ¿Solucionan algo las bici sendas o son un estorbo adicional para el tránsito y los transeúntes? ¿Las utilizan los ciclistas? ¿Controlan las intendencias a las bicicletas? ¿Por qué está vemos bicicletas sin luces circulando en la noche? ¿Es más difícil y menos rentable fiscalizarlas? ¿Respetan los ciclistas las normas de tránsito? ¿Hay una suerte de culto progresista a la bicicleta?
Es lo que somos por José Luis Perera
Me resisto a analizar el episodio de las bicicletas en términos de quien tuvo razón (ninguno la tiene).
Nuestra sociedad se parece cada día más a una selva (donde reina la ley del más fuerte). El tránsito es solo una muestra muy visible de esto. La ley de la selva, la ley del más fuerte (o la ley del revólver, ahora que algunos quieren volver a la ley de duelo para resolver problemas de honor), son lo contrario a una sociedad, la que debería estar organizada en torno a principios, valores e ideales, como pueden ser la solidaridad, la justicia, la razón, etc.
La forma de ser de una sociedad se va conformando en torno a una multiplicidad de factores de la vida cotidiana: el maltrato en el transporte, las veredas en mal estado, la despersonalización de la atención telefónica con contestadoras y musiquitas, la explotación laboral, la radio a todo volumen en el ómnibus, el pungueo diario en las calles, el abuso de los precios, la prepotencia en el tránsito, etc.
El tránsito en nuestro país es una muestra clara de lo que es nuestra sociedad. Allí se ve claramente la falta de respeto por las normas, el individualismo, la falta de solidaridad, la prepotencia, la viveza criolla, la violencia a flor de piel y hasta cierto instinto asesino. Las bicicletas son un vehículo más en la calle, y tienen que circular cumpliendo normas debidamente establecidas. Sin embargo, los ciclistas reconocen que casi ninguno las respeta, aunque prefieren diluir su responsabilidad apuntando a la prepotencia (indudable) de los automovilistas. Como si la cuestión se redujera a una pelea por la supervivencia en la selva del tránsito capitalino.
Así somos los uruguayos. Festejamos nuestra viveza y nuestra impunidad. Nos regocijamos de evitar un gol con la mano, y nos enojamos si no dejan impune a nuestro crack que mordió al rival. Porque nos hemos acostumbrado a la impunidad y a la viveza. Somos ese jugador y somos el político que se compra cosas para sí con la tarjeta corporativa. Somos el que quiere arreglar las diferencias a los tiros, como barrabravas en el estadio. Y somos también el que se afana la guita de los demás, a través de un cambio o sin él. Somos el ministro de defensa promoviendo que la población se arme para defenderse, el productor rural que fumiga sobre la gente, el milico que prepotea en la comisaría, el que se saltea la cola, el que te pasa por la derecha, el que circula por la izquierda tan campante, el que te basurea en las redes sociales, te putea y después te elimina, los que linchan a un niño por el robo de un celular, y todo eso junto.
El aumento del parque automotor es una mínima parte del problema; el problema es el aumento de la grosería, de la prepotencia, del individualismo, del “hago la mía” y los demás que se arreglen.
No somos lo que parecemos. Ni tan democráticos, ni tan derechos ni tan humanos, ni tan solidarios, ni tan igualitarios. Somos frustrados y temorosos, egoístas y discriminadores aunque no lo admitamos. Somos eso que nos devuelve el espejo de la prensa a diario; lo que hacen y dicen “los otros”.No solo la equidad depende en gran medida de la educación; la convivencia civilizada también.
Ni tan tan ni muy muy por Raúl Viñas
El de las bicicletas es uno más de los “problemas” del tránsito montevideano y en menor medida de los centros urbanos del interior.
La regulación del uso de bicicletas en la vía pública se encuentra parcialmente en la Ley 19.061 y también por normas departamentales de cada intendencia, lo que para Montevideo se pueden consultar en la web de la IMM. (1)
Así es fácil verificar que no se necesita licencia, permiso ni certificación de aptitud alguna para conducir una bicicleta en la vía pública. Alcanza para ello, al menos en Montevideo, con ser mayor de 14 años, e incluso los menores de esa edad pueden conducirlas por las “vías especiales destinadas al transito de ciclistas”
Sobre esas vías especiales conviene considerar que las hay de tres tipos:
-“Bici sendas” que se ubican en veredas o parques como es el caso parcial de la rambla montevideana o del Bulevar Artigas
-“Ciclo vías” que son carriles exclusivos para las bicicletas en calles y avenidas generalmente a un lado de la misma y separados por algún obstáculo de los carriles de automóviles a para impedir que se estaciones vehículos en ellos y dar una cierta protección al ciclista
-“Ciclo calles” en los que la prioridad es de las bicicletas estando la velocidad de los automotores limitada a 30Km/h y que tienen “lomos de burro” en las bocacalles, como es el caso de la calle San Salvador.
Respecto al equipamiento requerido a las bicicletas, la regulación habla de reflectivos delanteros y traseros así como luces, blanca delantera y roja trasera para circular en condiciones de “insuficiente visibilidad”, frenos en las dos ruedas y casco protector para el ciclista. Las normas incluyen además contar con un “timbre” o “dispositivo acústico”.
Nada dice la ley nacional o el reglamento de Montevideo del chaleco o bandas reflectivas para el ciclista, una de las medidas que en mi experiencia como ciclista y automovilista es de mayor efectividad para ver y ser visto en el tránsito.
Una rápida mirada en la circulación vehicular en cualquier punto del país, nos permite verificar que muchos ciclistas no cumplen con las normas establecidas de equipamiento por un lado y por el otro que las vías especiales disponibles para bicicletas solo cubren una pequeña porción del territorio.
En el caso de Montevideo, por ejemplo, trasladarse en bicicleta desde la zona del Prado al centro implica tener que compartir la vía con el transporte motorizado, incluyendo transporte pesado y colectivo.
La presencia de carriles exclusivos para el transporte colectivo “SOLO BUS” complica las cosas porque en teoría esos carriles no pueden ser usados por las bicicletas, que debieran transitar fuera de ese carril por el medio de la calle siendo rebasados habitualmente por un lado por los transportes colectivos y por el otro por los demás vehículos con los que comparte el carril en una posición muy peligrosa.
Por otra parte el ciclista en muchas ocasiones disfruta de un cierto sentido de invulnerabilidad ante las posibles medidas punitivas a sus errores u omisiones en equipamiento y en el tránsito, porque la carencia de registros y la impopularidad e incluso el gran costo político que podría tener la antipática medida de retirar de la circulación los birodados que no cumplen con las normas evita que se tomen medidas cuando por ejemplo pasan una luz en rojo, lo que incluso yo confieso que hago algunas veces cuando esta libre la calle transversal.
Realmente, escribir sobre esto me ha hecho reflexionar sobre esas actitudes y le voy a poner un timbre a mi bicicleta.
Así en el tránsito como en la vida por Florencia Cornú
Los problemas que se presentan en el tránsito no son otra cosa que una extensión de la intolerancia y falta de empatía que tenemos para relacionarnos en casi todos los ámbitos. En el tránsito, como en casi todos los órdenes de la convivencia, cuando dejamos de cuidarnos, cuando dejamos de considerar al otro, perdemos todos. La ley de la selva, con reglas que se adaptan exclusivamente a nuestra conveniencia o a nuestra circunstancial potencia, es la negación de cualquier posibilidad de tener una sociedad sana. Tanto si ocupo toda la calle porque puedo, al amparo de la masa, como si te avasallo porque mis piernas están protegidas por un chasis, cuando el otro solo es visto como un estorbo o una amenaza, tenemos un problema que es mucho más grave que el caótico tránsito montevideano. No hay ciclovía ni mejora en el sistema de transporte que sustituya la imperiosa reflexión sobre los valores de la convivencia, sobre la forma en que interactuamos. Hace unas noches, por ejemplo, estaba parada, fuera de un bar, conversando con tres amigos, sin darnos cuenta de que, ya en la madrugada, podíamos estar estorbando el paso a los peatones. Una persona que venía caminando muy rápido, al llegar a nosotros, nos gritó: ¡Vereda! No nos pidió permiso. Simplemente nos gritó. Sin cuestionarnos, acatamos la orden de movernos, pero parece fácil imaginar cómo reaccionaría este peatón en el contexto del tránsito. O cómo hubiera reaccionado un grupo menos distendido y con más ganas de tener razón.
Dada la heterogeneidad del grupo, resulta difícil argumentar respecto a Masa Crítica, pero la actitud desplegada por algunos de sus miembros no les ha hecho un gran favor. Se puede entender que el objetivo fuera visibilizar un problema o celebrar una forma de vida. También puede aceptarse que, en la tensión natural que se produce en el ejercicio de la libertad de cada uno, se den situaciones en las que todos tenemos que ceder espacios de comodidad. Pero, ante todo, debemos mirarnos y reflexionar: los automovilistas, que reclamamos la protección de un aparentemente sacrosanto derecho a transitar fluidamente, pero dos por tres paramos en doble fila obstruyendo el paso a otros; los peatones que nos quejamos de los conductores, pero que tantas veces cruzamos graciosamente por donde nos queda más corto haciendo finito con los vehículos; los ciclistas que, en aras de visibilizar una situación, deciden manifestarse siguiendo unas reglas propias que contradicen las normas que regulan el mismo tránsito en el que reclaman ser aceptados y protegidos. Porque las normas no son simplemente una imposición autoritaria, son una herramienta para facilitar la convivencia, para generar condiciones en la que las conductas de los otros nos resulten predecibles. Tener razón no nos exime de evitar por todos los medios dañar al otro. Todos somos o podemos ser, intercambiablemente, peatones, ciclistas, automovilistas y todos deberíamos reflexionar sobre el deber fundamental de cuidarnos los unos a los otros.
Soy ciclista de manada por Roberto Elissalde
Hijo único de padres que vivían juntos, tuve mi bicicleta un poco tarde. Y de segunda o tercera mano. Ella era así: los frenos de varilla (los mejores, según mi padre, un peligro, según mi experiencia), sin guardabarros, ni luz, ni timbre, pintada de azul a pincel y con gomas Funsa negras.
Sin embargo, fue la primera cosa que sentí como mía en exclusividad (además de la cama). Después de las caídas iniciales, empecé a dominar el arte de las típicas acrobacias suburbanas: andar por caminos de tierra, recoger latas o piedras del piso en marcha, hacer zigzag o jugar al cuadrado contra otras diez bicicletas. Este juego tenía por objeto andar en los límites de un paño de la calle, entre los cordones y la línea de alquitrán, sin apoyar el pie en el piso y sin salirse de los límites. Para eso era necesario mantenerse en movimiento y evitar los encierros de los otros jugadores, los empujones y los choques que intentaban sacar de la troya a los más descuidados. El desenlace, entre los dos últimos ciclistas, podía durar varios minutos, pero siempre se aprendían técnicas para hacer equilibrio, para esquivar ataques y para aprovechar el contrapié del otro.
Poco a poco, la bicicleta empezó a convertirse en instrumento de conocimiento, llevándome hasta la playa, a la heladería, a la clase de inglés. La pesada cadena de eslabones de acero daba toda la seguridad necesaria.
Cuando me fui de mi casa, a los 19 años, me llevé el colchón, un atado grande con toda mi ropa y la bicicleta. Llevé con igual cariño, respeto y deseo a más de una estudiante universitaria sentada en “el fierrito”. Fui a trabajar y a bailar con ella. La dejé atada afuera de hospitales, ministerios y otras oficinas públicas. Me quedé a vivir con la que tenía su propia bicicleta blanca.
A los 34 años me regalaron una “de carrera”, con semitubos, cambios y frenos precisos. Recorría diariamente la calle Joanicó a la ida y 8 de octubre a la vuelta, compitiendo por el espacio, respetando y haciéndome respetar por taxis y ómnibus de Copsa. Aprendí lo que se podía y lo que no se podía hacer. Llevaba a mi hija al jardín y la traía parada, sobre el mismo fierrito.
Los años y la vida, me arrastraron al suburbio nuevamente. Ya no eran siete sino 14 los kilómetros hasta el trabajo. Y las décadas se habían acumulado. Cuando me robaron la bicicleta, ya había comprado un auto y tenía un estacionamiento frente a mi trabajo. Sin querer, me quedé con unos kilos que no eran míos. Ya no había ni fútbol, ni pádel, ni paleta con que combatirlos (nunca disfruté del deporte sin juego o sin fin visible, como el transporte).
Un día compré una bicicleta en el centro. Me costó una tarde llegar al suburbio. Sudor, cansancio y dolores que duraron una semana. No era genial, pero después de cinco años de peatón, me sentí orgulloso. El orgullo duró poco: me di cuenta que era aburrido pedalear solo. Cuando mi hijo tuvo apenas edad, empecé a llevarlo por calles sin vereda, por caminos de tierra, a mañanas de conversación y aprendizaje. Pronto quise expandir mi felicidad a toda mi familia. Compré nuevas bicicletas usadas, con la esperanza de un viaje de a cuatro (la bicicleta blanca duerme en un galpón, con las articulaciones reumáticas).
La Intendencia de Montevideo está –por fin– decidida a promover el uso de las bicicletas. Las ciclovías y bicisendas avanzan, aunque todavía están muy lejos de mis arrabales. Pero no pierdo las esperanzas de recorrer las avenidas de mi barrio, con mi gente, pedaleando, mirando árboles y casas lindas. Ansío más ese viaje inaugural que tener un auto cero kilómetro.
La bicicleta y la revolución de la movilidad urbana por Pablo Anzalone
El crecimiento del parque automotriz es una bomba de tiempo en el desarrollo de las ciudades. Su impacto es cada vez mayor en la contaminación ambiental, en la agresividad y violencia en la calle, en los accidentes de tránsito y su saldo de muertes y lesiones y en la movilidad urbana congestionada. Por si fuera poco este modelo de transporte incrementa nuestro sedentarismo con las consecuencias constatadas en materia de salud y en especial como factor determinante de las Enfermedades Cronicas No Transmisibles, principal causa de muerte en Uruguay.
En nuestro país la mejora en los ingresos de la población se tradujo en una cantidad cada vez mayor de autos individuales. Como éste es un fenómeno mundial podemos ver en otras ciudades nuestro futuro próximo si no hay un cambio de paradigma. Y no es una imagen agradable. Al mismo tiempo otras urbes han percibido la gravedad del problema y están implementando estrategias para reducirlo. Más fuertes que en nuestro país. Hamburgo por ejemplo tiene un plan estratégico para eliminar los autos de la ciudad en el 2030 (http://www.upv.es/contenidos/CAMUNISO/noticia_945756c.html)
¿Es la bicicleta la solución a todos estos gravísimos problemas? Seguramente se pueda afirmar que es imprescindible un sistema de movilidad multimodal, que combine distintos medios de transporte colectivo, las bicicletas y las caminatas. Pero si no se sustituye el actual reinado absoluto del automóvil hacia una movilidad más equilibrada, no habrá cambios significativos.
Hay componentes ambientales en esta definición estratégica a tomar como ciudad, como comunidad. Pero también hay costo-efectividad en el transporte. Y un uso poco democrático del espacio público. Así como consideraciones en relación con los accidentes y la violencia en el transporte. El episodio de atropello de un ciclista de la Masa Crítica es solo una muestra de una violencia cotidiana en el tránsito montevideano.
En todos esos parámetros el actual sistema de movilidad basado la hegemonía total del auto es peor para la ciudad y sus habitantes. Y además sus perjuicios tienden a agravarse.
Recomiendo dos artículos muy elocuentes de Andres Dean sobre este tema:
https://ladiaria.com.uy/articulo/2013/9/autos-para-todos/
https://ladiaria.com.uy/articulo/2016/8/supermanzanas/
Cuando Harvey y otros hablan de derecho a la ciudad, cuando Francisco Tonucci analiza la ciudad y los niños, lo que ponen de manifiesto es que las estructuras ciudadanas reproducen desigualdades de poder, que privilegian a unos y postergan a otros. Aunque se presenten como resultados naturales del crecimiento. Ciudades y Gobiernos Locales Unidos pone el énfasis en el carácter insostenible de las desigualdades urbanas y hace propuestas para hacer efectivo el derecho a la ciudad en https://www.uclg-cisdp.org/es/el-derecho-la-ciudad/H%C3%A1bitat-III/nueva-agenda-urbana.
Y la movilidad es una de las estructuras de mayor peso. Construir una movilidad menos contaminante, mas saludable, menos violenta, más accesible a todos los sectores sociales, es una alternativa viable. Recomiendo los artículos de Adriana Cabrera que desarrollan estos temas en varios artículos: https://adrianacabreraesteve.com/tag/movilidad-urbana/
El avance lento de las ciclovías y del uso de bicicletas como medio de transporte en Montevideo, el surgimiento de organizaciones de ciclistas y de movilizaciones como la Masa Crítica, son parte de estas luchas, con mayor o menor receptividad de los gobiernos, pero con más eco en la población. Esto también es parte de la nueva agenda de derechos.
El ombligo por Andrea Bertino
“La empatía es la capacidad cognitiva de percibir, en un contexto común, lo que otro individuo puede sentir. También es descrita como un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra. La empatía consiste en ser capaz de ponerse en la situación de los demás.”
Uno va por la rambla. Por la izquierda. Sin casco ni chaleco reflector. No deja pasar. Sabe que no debe hacer lo que está haciendo pero lo hace igual. El otro también va por la rambla y por la izquierda, pero es un auto. Y quiere pasar. Y no puede. Y toca bocina. Y sigue sin poder. Y atropella. Sabe que no debe hacer lo que está haciendo pero lo hace igual. Y se va. Esto fue un breve relato del evento viralizado por las redes sociales pero tristemente común.
¿Por qué fue famoso? Mitad, porque lo difundió la masa crítica. Grupo social de bicicleteros amantes de la paz, la armonía, la libertad y el pseudo hipismo. Que fomentan el respeto social y el cuidado del medio ambiente pero no les lleves la contra porque la violencia virtual que pueden ejercer es lapidante. Y no les critiques su manera de circular. El anti capitalismo con bicicletas de 15 mil pesos. Y la otra mitad, porque atrás del volante del auto estaba un tipo sacado. Que no quiso esperar y no tuvo mejor idea que atropellar. Se salió de su eje de norma social adoctrinante y se fue. Vivimos en la cultura de hacer lo que queremos, cuando queremos y como queremos. Y no porque seamos libres. Sino porque somos unos atrevidos.
El individualismo consiste en el pensamiento y la acción independientes, sin pensar en los otros y manteniéndose ajeno a las normas generales. Y eso fue lo que hicieron todos los participantes de este evento. Los peatones y las bicis se creen los dueños de la calle. Las motos también. Y los autos. Los taxis y los ómnibus más aún. Y los camiones, ni pensarlo. Yo yoyo. Yo primero. Yo paso. Yo cruzo. Yo paso. Y si no, yo empujo.
Esto no es la masa crítica o el discapacitado emocional que iba en el auto. Somos todos. No hay Intendencia, inspector o multa que pueda sancionar la falta de empatía. La falta de tino. El exceso de individualismo. No somos los culpables de estar así de ombliguitos, nos llevaron a esto. Montaron un teatro en donde se nos fomentó durante décadas el vivir para uno, el éxito personal. El yo. Eso les sirve. Estamos todos enojados con todos. Y mientras, nos hacen creer cualquier idiotez. Que los conductores son casi que asesinos en potencia o que los ciclistas son todos suicidas. Y no, no es nada de eso. Simplemente es que estamos todos enojados con todos.
La convivencia sobre ruedas por Julio Dos Reis
La bicicleta de por si es un invento casi perfecto, pocas máquinas aprovechan la fuerza humana de una manera tan productiva y eficaz, uno mismo es el motor y se termina convirtiendo en una prolongación del propio cuerpo. No en vano es el vehículo más popular del planeta.
Todos conocemos las ventajas del uso de la bicicleta, es ágil, económica, no contaminante, y su uso a nivel individual y social, se encuentra recomendando por la Organización Mundial de la Salud; la cuestión es si estamos listos para convivir con ellas en un tránsito no tan preparado y saturado como es el montevideano.
El primer paso sería la educación vial, para todos, una formación que evitara esa guerra no declarada que vemos día a día en el tránsito, que se hiciera un alto al fuego y nos demos cuenta de que la calle es de todos. No estamos jugando a quien conquista al otro, sino cómo convivimos en paz sin jorobarnos.
En una ciudad que no está en condiciones para ser una “bici-ciudad”, hay que apelar a la inteligencia y pericia de los ingenieros para gradualmente aprovechar todas las opciones para convertir la bicicleta en una opción real y segura. Estuve averiguando y hay lugares que se han dedicado a ello, pero de una forma discontinua, no hay alternativas para una fluidez extensa, es decir, para transitar sin tener que usar la calle o la vereda exponiendo a los peatones a algún peligro potencial.
Que crearan bici sendas que se extendieran a través de la ciudad, en forma de eje, para que se pudiera mover con seguridad a través de largas distancias, sería una buena idea, e impulsaría más aún el uso de este medio de transporte. Dichas bici sendas requieren una máxima atención, sobre todo en los cruces, esto implica que el ciclista deba llevar todos los dispositivos reglamentarios para notarse y distinguirse adecuadamente, y a la vez el conductor deba poner atención para generar el reflejo de percibirlos, un cuidado mutuo para que todo y todos vayan sobre ruedas.
Inteligente sería también tomar modelos de grandes ciudades en los cuales se integró la bicicleta como una herramienta útil en todos los sentidos, Copenhague es un ejemplo digno de analizar, también llamado “el paraíso de las bicicletas”, Berlín en donde el 13% de los recorridos se realizan en bici rodados, Montreal con cientos de kilómetros de carriles especiales, Sevilla, Tokio, Bogotá, etc. Ejemplos a seguir sobran y provechoso es estudiarlos para sacar ideas y prever inconvenientes.
Solo espero esto no sea una moda pasajera y que los colectivos como Masa Crítica se conviertan en centros de entretenimiento y sobre todo de educación, el ciclista urbano debe tener la responsabilidad de entender que no todos respetan las normas vehiculares, siempre hay que tener un plus en la precaución.
La IMM ha realizado obras para promover el uso de la bicicleta, pero creo que aún hay mucho por hacer, he buscado en Google y es llamativamente pequeña la extensión por donde se puede transitar tranquila y libremente en bici rodados, confío en que la afición del Intendente consiga a corto plazo ampliar dichos proyectos, que espero existan.
Debe mantenerse un proceso que progresivamente vaya integrando la bicicleta a la visión de futuro de la ciudad, todo con el fin de mejorar la calidad de vida de las personas, ojalá ocurra.
Respeto y responsabilidad es la clave para la convivencia, en este y todos los sentidos.
Son una masa por Fernando Pioli
La sustitución del transporte convencional sustentado en el consumo de combustible fósil por medios menos agresivos con el ambiente y más solidarios con la salud pública es una causa justa. A esto parecen adherirse agrupaciones de personas que deciden reunirse y manifestarse en favor de medios de movilidad como la bicicleta, patines, longboards y demás medios de transporte de tracción a sangre humana. Porque tampoco es una causa justa promover la tracción a sangre animal.
El asunto es nuestras ciudades se ven afectadas por un parque automotor creciente, movido por una energía contaminante en cuanto a sus emisiones químicas y sonoras. Además conlleva un peligro creciente en tanto la falta de cultura de los conductores ha convertido la accidentalidad en un problema que ha sido tildado de epidémico. Finalmente, y para cerrar el círculo, fomenta el sedentarismo que causa patologías de una amplia variedad y cuya certidumbre científica es hoy casi incuestionable.
Las agrupaciones del estilo de Masa Crítica están inspiradas en una causa noble y que debe ser defendida y respetada. Los mecanismos para defender esta causa, el accionar de este tipo de agrupaciones es el que termina llevando a varias dudas. Es decir, su fin está ampliamente justificado, las dudas recaen sobre los medios empleados.
Persiste en nuestra sociedad actual algunos procederes que parecen anclados en el tiempo, como si el proceso civilizatorio se hubiese estancado y no fuésemos conscientes de la presencia de métodos y procederes menos agresivos e invasivos. Persiste esa idea descontextualizada de que las conquistas se logran exclusivamente por métodos de fuerza. Este es el punto en el que me parece que es necesario poder dar un salto y dejar de pensar que hacer las cosas de pesado es la única forma. Obvio que muchas veces el espacio hay que conquistarlo mediante la presión, cuando no hay otro mecanismo. Pero hacer las cosas de pesado, así, sin más, se ha convertido en un auténtico vicio que cada vez logra resultados menos efectivos, aunque ocupa titulares de prensa y minutos de informativos.
La actitud de muchas organizaciones que consiste en asumir que tienen razón antes de mostrar razones es bastante oscura y peligrosa.
Si se observa con perspectiva histórica es fácil comprender cómo algunas de las peores aberraciones humanas muchas veces se llevaron a cabo en nombre de causas justas. Cuando Napoleón Bonaparte escribe al final de un ejemplar de El Príncipe de Maquiavelo “El fin no justifica los medios” seguramente no tenía sospechas de las posibles aplicaciones de esa frase, pero dejar en claro que defender una causa justa no te habilita a actuar como si sólo uno tuviese razón es una. A veces hay que dejar de comportarse como si se formase parte de un rebaño, de una masa. Esto lo digo porque es bastante difícil formar parte de una masa que al mismo tiempo sea crítica, quizá hasta directamente imposible.
Parados en los pedales por Gonzalo Maciel
A partir del reciente incidente en el que un ciclista miembro de la “Masa Crítica” fue agredido por un conductor con su automóvil, surgieron distintas posturas -generalmente opuestas- frente al hecho. Mientras la discusión oscila entre los que creen que el automovilista hizo lo correcto y quienes piensan que es un potencial asesino, nos debiera preocupar la falta de respeto a las normas de tránsito y algo que es aún más grave: el no respeto del otro.
Así como el automovilista incumplió las normas de tránsito, y además reaccionó de manera violenta e inadecuada, los ciclistas estaban circulando acaparando toda la calle. Si la “Masa Crítica” pretende promover y concientizar sobre el uso de la bicicleta como medio de transporte debe hacerlo de forma responsable, sin olvidar que los ciclistas deben seguir las normas de seguridad y las reglas del tránsito como cualquiera, sin entorpecer la circulación de otros vehículos.
Nuevamente el debate se da entre los derechos de unos y de otros. Si bien muchas veces los vehículos no respetan las bicisendas, o la distancia mínima que deben mantener ante los ciclistas; esto no puede motivar un enfrentamiento entre hinchadas. El tránsito, como la democracia, es un espacio donde convergen derechos y obligaciones,y cada grupo reivindica lo primero pero suele olvidar lo segundo. Los problemas aparecen cuando uno quiere imponerse ante otro, y la convivencia se vuelve insoportable.
Dadas las circunstancias, debemos reflexionar sobre el rumbo que toma nuestra sociedad en apariencia moderna e inclusiva, pero cada vez más intolerante. Las acciones generan reacciones que se vuelven más violentas y desmedidas. Pareciera que no existe la conciencia de nuestros propios actos o lo que es peor: que las consecuencias no parecen importantes cuando nuestras actitudes son motivadas por el impulso egoísta del ciudadano, un ser lleno de derechos pero sin mucha percepción de sus límites.
La dinámica de funcionamiento de los grupos suele ser más compleja de lo que parece. Es sabido que el ser humano -y más particularmente el uruguayo- suele sentirse empoderado cuando se encuentra rodeado de una barrita que comparte sus pasiones. La “Masa Crítica” no es mala o peligrosa por sí misma, sino que depende y dependerá del comportamiento de sus integrantes, quienes deberán elegir por qué causas vale la pena dar pedal, y por qué cosas es mejor apretar el freno.
La bici: una necesidad frente al negociado del transporte por Lucía Siola
Desde diversas áreas se menciona que el problema de las dificultades del tránsito son producto del aumento del parque automotor que satura las calles y avenidas de la capital de país. Lo cierto es que, frente a este crecimiento automotor, no ha habido suficiente inversión por parte del gobierno nacional y municipal en infraestructura vial. Algunas de las obras que se han puesto en práctica constituyeron gastos millonarios – corredor Garzón – y no significaron una mejora en la circulación, mientras que en rutas nacionales campea el deterioro, la falta de mantenimiento mínimo, y las doble vías que llevan a choques de frente y siniestros evitables, el caso de la ruta 9 es paradigmático en este sentido.
Pero ¿cuál es la causa de la proliferación de autos, camionetas, motos e incluso ahora bicicletas? Una explicación podemos encontrarla en el nefasto y caro servicio de transporte público. Las familias trabajadoras han optado por la compra de un vehículo para ahorrar tiempo y trasladarse con mayor comodidad. Pues el transporte público no sólo es caro en referencia a las cortas distancias que recorre, sino que además es lento, y su frecuencia hacia algunos barrios de Montevideo es muy baja, con esperas que llegan a los 30 minutos entre servicio y servicio. Los servicios nocturnos son otro problema, pues pasan horas enteras sin que haya un solo ómnibus. al ser una ciudad pequeña, tiene la posibilidad de conectar diversos puntos de la capital rápidamente. Sin embargo, sucede lo contrario, el transporte público es malo y está organizado de forma en que las frecuencias varían en función de los barrios, así barrios como Pocitos y Punta Carreta tienen más cantidad de ómnibus y frecuencia, mientras que Peñarol, Mendoza o Casabó tienen dos o tres líneas con bajísima frecuencia, lo que hace que para llegar desde un barrio periférico al centro los trabajadores pierdan más de una hora y media. Sumado a esto, el costo del boleto que sobrepasa el dólar (a pesar de la millonaria suma de subsidios estatales que se llevan las empresas del transporte, fundamentalmente CUTCSA), constituye un gasto fenomenal para las familias obreras, en relación al promedio salarial que es muy bajo.
No es casualidad entonces, que mucha gente, – y sobre todo los jóvenes – se hayan volcado a utilizar la bicicleta, pues se trata de un medio de transporte más barato, y más rápido. Además de que su uso hace bien a la salud. Sin embargo, salir en bicicleta puede ser todo un problema porque no hay en las calles la infraestructura adecuada para hacerlo en condiciones de seguridad.
La solución de fondo al problema, radica en la estatización del transporte público, para hacerlo más barato y eficiente y dejar de lucrar con un servicio fundamental para la población trabajadora. Avanzar en un plan de obra pública bajo control de los trabajadores para mejorar la infraestructura vial, incluyendo ciclovías y bicisendas. Para que andar en bicicleta sea verdaderamente una elección, y no la única opción de movilización frente al derrumbe del transporte público.
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