Como si se tratara de un momento de esperanza para los pueblos, algunos triunfos electorales alcanzados por fuerzas no tradicionales -más la redacción de un proyecto de Constitución en Chile- hacen suponer cambios político-sociales porque se los califica de “izquierda”. Auguran -según los observadores- una segunda ola progresista en América Latina. Lo anterior intenta cierto grado de retoma y prosecución de una primera ola de los iniciales diez o quince años del siglo XXI.
Para una concatenación más exacta en sus acciones, rememorando a líderes de aquel momento, se dice: “Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa se parecen a los neopopulistas por haber irrumpido con una postura en contra del dominio de la ‘partidocracia’, pero se diferencian de ellos en que sus políticas económicas nacionalistas y redistributivas son opuestas al neoliberalismo. Se parecen más bien a los populistas clásicos”. Esas serían las raíces en las abrevaría aquella primera ola y la que veremos -adecuada en los tiempos y las urgencias- en acción dentro de poco. En este momento, quedarían al margen Paraguay y Ecuador, en dependencia de los acontecimientos en este país.
El periodo tenido como de primera ola contiene un innegable éxito: la derrota de los planes del imperio por imponerle a la región un estatuto comercial que la mantendría como seguro “patio trasero” dependiente, más allá de que en muchos casos contemplados los productos exportables de dichas naciones y aquellos que importan sean de EE.UU. y estén considerados por acuerdos obviamente asimétricos de libre comercio que alienan a los países a las determinaciones del contratante dominante. Citaré de nueva cuenta fuentes propias de la época acerca del documento fundacional de alternativa integracionista -conocido tras la reunión de Mar del Plata del 4 de noviembre de 2005- promovido por Lula, Néstor Kirchner y Hugo Chávez. En una conocida enumeración de consideraciones sobre los proyectos (ALCA vs. ALBA), el teniente coronel venezolano tendrá presentes en sus apuntes los siguientes términos: la crítica a la integración neoliberal que prioriza la liberalización del comercio y las inversiones, enfrentada con la de centrar la atención en la lucha contra la pobreza y la exclusión social, otorgando una importancia crucial a los derechos humanos, laborales y de la mujer, a la defensa del medio ambiente y a la integración física, o sea, a la transfronteriza.
Para comenzar a pensar en una eventual integración y complementación regional que supere el simple discurso teñido de alusiones unionistas que siempre cae bien entre el público, entiendo que hay que trabajar en torno a cuánto está cada país decidido a apostar por el tema, eludiendo siempre el falaz argumento de que lo necesario del paso “está fuera de discusión”. Aunque el resultado parezca obvio, deberá estudiarse por qué solo con gobiernos supuestamente orientados a los cambios y al tránsito superador pueden alcanzarse acuerdos realistas sobre integración.
Habrá, asimismo, que ver hacia qué mercados y qué compromisos tienen los productores y esto a la luz de las diferencias de desarrollos político-sociales de región a región de cada contratante y de ponderar adecuadamente las asimetrías de país a país y que las producciones puedan ser similares o diferentes entre unos y otros. Habrá que ver de qué forma es atractiva una latinidad americana con territorios insulares caribeños de diversos desarrollos económicos, políticos y con normativas institucionales más o menos independientes.
En las últimas décadas el público ha asistido al deterioro de algunas construcciones que tuvieron en su momento el barniz de cooperación sudamericana -en particular- en determinados rubros. Así, la toma argentina de las Malvinas -por más que fuese el recurso de una dictadura asesina, decadente y aislada- acabó con el TIAR, al tener participaciones opuestas de Chile y Perú y el marcado apoyo del imperio al Reino Unido. El hundimiento de la OEA -que ya no sirve ni como “ministerio de colonias” para Estados Unidos- precede el desbarranco que llegará (y anuncio) del BID.
Sin embargo, la cuestión de la integración regional y la complementación se mantiene más allá de la creencia inicial de que solo se trata de una cuestión transaccional de comercio. Aun para esa opción, no es lo mismo negociar en solitario como un país con Surcorea, Japón, la UE o China Popular, que hacerlo desde el Mercosur -por ejemplo- por muy deficiente que parezca y lo sea.
En el ánimo público, con diversas intenciones, persiste la sensación que compele a la regionalización y donde el fracaso de los proyectos individuales “están en cada esquina”: la falta de andamiento, el incremento de la dependencia como hijo de las asimetrías (de tamaño o económicas) o el discurso nimio, “pour la galerie”.
A nuestro entender, hay trances que no se salvan a los saltos, trasponiendo obstáculos, superando barreras. Por un lado hay que decir que los gobiernos-entendidos como los poderes ejecutivos- considerados propensos a los cambios, deberán superar el desgaste de las circunstancias internas a que los somete la oposición de derecha; negociar con los poderes legislativos allí donde no cuentan con mayorías propias y -por si fuese poco- rehacer lo heredado del pasaje conservador, superar sus propias limitaciones, reacios -al parecer, más allá de la tribuna- al cuestionamiento de la democracia burguesa, a la que han contribuido a que perdure.
Sí, creo que es llegado el tiempo de repasar las bases y alcances que tiene cada una de nuestras sociedades; cuánto es necesaria una nueva izquierda; pero lo que por el momento estoy viendo son las fronteras ideológicas de los gobiernos de “izquierda” que piensan únicamente en cumplir algunas prescripciones importadas para cumplir un gobierno que se adecue a ellas y que no acepte organizaciones con interés en un cambio de sistema conteniendo una democracia que no contribuya a solventar el poder burgués.
No es tiempo para uniones: vayan a hacer filas al BRICS.
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