El suicidio es un tema tabú en sociedades como la nuestra, en donde tenemos una de las tasas de suicidio más altas de América Latina. Pensando en un abordaje de la temática desde la creación artística lo primero que se nos aparece en la memoria son los versos de Darnauchans: “No maldigas del alma que se ausenta/ Dejando la memoria del suicida/ Quién sabe qué oleajes, qué tormentas/ Lo alejaron de las playas de la vida”. Ni siquiera las flores, la canción del Darno dedicada a la “memoria del suicida”, subraya la soledad de quien así decide quitarse la vida: “Enfrentando el camino/ Solo irás/ Por el callejón/ Nadie te esperará/ Nadie te mirará/ Nadie te esperará/ Nadie te mirará…”
Pero el suicidio está ahí, aunque no hablemos de él, y en situaciones de crisis su sombra crece y se proyecta tenebrosamente sobre el todo social. En nuestro país, cuando la brutal crisis económica y social del 2002 eran frecuentes las noticias sobre suicidios que eran una manera de escapar a la forma concreta en que la quiebra económica se cristalizaba en familias y personas particulares. Es en esos años que Néstor Rivera Cortazzo escribió Me quiero matar, me quiero morir, una obra teatral que pone en primer plano a un “suicida”, pero que también es una crítica a la dinámica burocrática que intenta atrapar en su red todo gesto individual.
El autor, como tantos y tantas por aquellos años, terminó emigrando a Europa, donde siguió dedicado fundamentalmente a la narrativa. Publicó Todos quietos… soy Ma Baker en 2021 y Los secretos que cayeron del cielo en 2022, pero antes su obra teatral fue representada en la Escuela de Actuación Integral, en una muestra en la que participaba su hija, Luisina. En aquellas funciones estaba como espectadora Micaela Larriera, quien cuenta a Voces que disfrutó de la obra, y que cuando el Teatro de la Candela le propuso dirigir un texto ya escrito enseguida pensó en ella: “La manera en que el texto trata esa temática tan sensible me parece que es una buena manera de digerirlo. Capaz que alguien se va pensando en qué se puede hacer para prevenir ese tipo de situaciones que después son tan dolorosas. Y también obviamente es una crítica a la burocracia que lejos de ayudar a la persona la termina de destruir en este caso.”
Larriera es actriz egresada de la EMAD y Psicóloga por la UDELAR. Los primeros espectáculos que dirigió (Gente Normal, estrenada en 2014, y Bueno Regular, en 2015) partían de textos escritos por ella. Recién en 2017 con Grooming, de Paco Bezerra, dirigió un espectáculo que no había escrito ella misma junto con el elenco. Pero si pensamos en antecedentes Me quiero morir tiene un tratamiento más bien cercano a la lógica escénica que recordamos en Bueno Regular, en donde las situaciones absurdas se adueñaban del espacio institucional educativo donde transcurrían las escenas.
El punto de partida de Me quiero morir ya anuncia por donde irá la historia. La reseña de prensa indica: “Un hombre intenta tirarse de un puente con intenciones de quitarse la vida cuando es detenido por un inspector municipal, quien lo dirige hacia la oficina de atención al suicida”. Más allá del derrotero que espera a nuestro “suicida” en el universo burocrático que lo captura, es el tratamiento estético que imprimen dirección y elenco el que convierte Me quiero morir en un espectáculo sumamente divertido. Y es que la obra abreva en lo mejor de la tradición del grotesco rioplatense, estética que Larriera rozaba en pasajes de Bueno Regular, pero en la que se vio inmersa directamente en la versión de Esperando la carroza que dirigiera Carlos Muñoz hace dos temporadas. Es ese grotesco radicalizado por el under que llegara a la televisión argentina de la mano de artistas como Antonio Gasalla el que brinda las principales coordenadas estéticas del espectáculo.
Además de la impronta estética, el texto tuvo modificaciones, según comenta la directora, que en algunos casos comprimieron situaciones o en otros casos mutaron algunos personajes. Pero el eje, repetimos, son justamente los personajes grotescos y las situaciones absurdas que se generan alrededor de nuestro “suicida”. Los formularios y cuestionarios psicológicos que apabullan al protagonista podrán ser absurdos, pero no dejan de ser un señalamiento crítico a la forma en que las instituciones burocráticas tratan a las personas cuando la racionalidad administrativa se impone por sobre la función a cumplir. Décadas pasaron desde la crisis que de alguna forma da a luz el texto, pero las situaciones en que los individuos quedan atrapados por las redes burocráticas siguen vigentes. Pensemos, por ejemplo, en como una Ley obliga a las mujeres que deciden practicarse un aborto a tomarse cinco días para que “reflexionen” sobre su decisión.
Repetimos que el humor absurdo es el protagonista en un espectáculo en donde los personajes tiene acentos grotescos. Pero el humor no oculta los ejes, reflexionar sobre algunas de las razones que pueden llevar a una persona a quitarse la vida por un lado. Y una divertidísima crítica a la red administrativa que captura al individuo hasta en las situaciones más insólitas por otro.
Me quiero morir. Autor: Néstor Rivera. Dirección: Micaela Larriera. Elenco: Diego González Savoia, Fernando Gallego, Ana Pouso, Christian Almendras y Luisina Rivera. Fotografías: Alejandro Persichetti.
Funciones: sábados 21:00. Teatro de La Candela (José Ellauri 308)
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