¿Por qué es tan cara la vida en Uruguay?
Todos conocemos a alguien que vuelve del extranjero y lo primero que comentan es lo barato que salen las cosas en Europa o Estados Unidos. Algunos estudios recientes muestran que la vivienda en nuestro país es de las más caras a nivel continental.
Tenemos autos y nafta caros. ¿Qué explicación existe para este fenómeno? ¿Qué medidas económicas se pueden aplicar para modificar esta situación? ¿Podemos seguir teniendo precios de primer mundo y sueldos de tercer mundo?
Se llama atraso cambiario por Isaac Alfie
Uruguay está caro. Es algo usual de escuchar tanto por quienes vuelven de un viaje como por quienes, sin salir del país, día a día deben pagar, la luz, los combustibles, el alquiler, el supermercado. De no ser que Argentina se encareció locamente en los últimos 18 meses, la “sensación” sería aún peor.
Cualquier economista mirando un gráfico de tipo de cambio real no precisa ir a ningún lado para saber que el peso está demasiado fuerte – país caro -, y que ello obedece a la combinación de políticas económicas internas aplicadas, más otra serie de factores que se han vuelto estructurales.
Políticas económicas
El exceso de gasto público, en particular el abultado déficit de las cuentas públicas, combinado con su financiamiento desde el exterior, conducen inevitablemente al fortalecimiento relativo de la moneda local, ergo, el precio del dólar baja, o al menos no sube como el resto de los precios. Una sencilla explicación de este hecho la podemos brindar en base a dos vertientes. En primer lugar, el sector público consume básicamente bienes y servicios no transables con el resto del mundo; su gasto se concentra en servicios internos y transferencias. El precio de este tipo de bienes y servicios se forma en el mercado doméstico por la interacción de oferta y demanda. La demanda adicional presiona el mercado haciendo subir su precio relativamente frente a los transables, cuyo precio se determina en el mercado mundial y en moneda extranjera. En segundo término, si el gasto supera a los impuestos recaudados, salvo que se recurra al impuesto inflacionario para su financiación, con la consiguiente inestabilidad, el país debe endeudarse para cubrir el faltante. Si el crédito internacional es abundante, como lo es hoy día, a determinada tasa de interés el financiamiento fluirá sin restricciones, al menos hasta llegar a cierto nivel de deuda. Endeudarse con el exterior implica que el gobierno toma dólares “afuera” que los vuelca en la plaza – los vende o deja de comprarlos en el mercado para pagar sus cuentas en esta moneda, lo que es lo mismo en su efecto macro -. La mayor oferta de dólares hace bajar su precio, igual que la mayor oferta de papas reduce el precio de éstas.
Barreras institucionales y restricciones operativas
Por fuera de lo anterior, el país tiene otros problemas que se han agravado en los últimos años. Sin ser exhaustivo basta señalar, elevados impuestos sobre los bienes (aranceles, IVA, IMESI), alto componente impositivo en combustibles, además de un precio insólito para cubrir subsidios de empresas colaterales en ANCAP; precios muy desalineados – sin impuestos -, en servicios básicos como la energía eléctrica, exceso de regulaciones estatales que encarecen la cadena de producción y comercialización, exacerbada burocracia para crear y manejar empresas de pequeño porte, altísimos impuestos a las pequeñas empresas desde su nacimiento y una muy baja productividad de nuestros recursos humanos, que se suma a normas laborales de una inflexibilidad desconocida en el mundo, aunadas a métodos de administración y organización del trabajo de parte de las empresas que se corresponden con un mundo que ya no existe.
A todo lo anterior sumemos un muy bajo grado de apertura económica al resto del mundo que encarece el cambio tecnológico y el uso de insumos y equipos de punta, un mercado de capitales doméstico prácticamente inexistente con una institucionalidad obsoleta y exceso de regulación y un bajo nivel educativo promedio que atenta contra la productividad del trabajo.
El coctel es terrible. Por hora trabajada, prácticamente en cualquier lugar donde se puede medir, el trabajador uruguayo produce menos que en otro sitio. Algunos ejemplos son demoledores, como los costos por tonelada procesada en frigoríficos, plantas lácteas, metalúrgica, textiles y la construcción donde, pese a los avances mundiales, en Uruguay la productividad es menor en términos absolutos que años atrás. Es decir, no sólo hemos perdido terreno relativo, hemos retrocedido frente a nosotros mismos. El resultado, vivienda con costo inabordable para la mayoría de la población.
El salario que cobramos se corresponde con el valor de mercado de lo que se produce. Si para hacer un bien X, cuyo precio final es $ 100, en un país se utilizan 3 horas hombre y en otro sólo una, es muy posible que en el segundo, el salario sea el triple que en el primero y, de alguna manera los bienes y servicios se venden más caros en el mercado doméstico como forma de cubrir costos. Eso pasa hoy con nosotros. Así terminamos siendo más caros y nuestra gente ganando entre un 25% y un 40% de lo que su “par” gana en esos países que solemos visitar. Definitivamente allí, en promedio, viven mejor que aquí.
Soluciones
Dado lo anterior, la única manera, salvo que el volumen de deuda o el desequilibrio fiscal genere tal grado de preocupación en los mercados que se instale la inestabilidad en la economía, la manera de revertir el fenómeno es primero reduciendo drásticamente el déficit fiscal y, concomitantemente ir reduciendo los sobreprecios de bienes y servicios públicos, reduciendo impuestos, firmando tratados para abrir la economía y removiendo las barreras y restricciones. Entre éstas últimas, la más difícil es mejorar la productividad de la mano de obra ya que para ello juegan factores culturales y de formación de recursos humanos, pero hay que encararlos. Tampoco es que deba llevar 20 años, los países escandinavos mostraron como en menos de una década (90 – 2000) un cambio de 180 grados en este sentido es posible.
¿País caro? p’os quién sabe…por Gustavo Melazzi
Porque “caro” en la comparación internacional… ¿en qué productos…; en servicios? Y para quiénes; sus posibilidades de compra y de viaje.
1) No comparemos con precios de liquidación en EE.UU. o en Europa, y/o productos tecnológicamente atrasados y/o que no cumplen controles ambientales o de calidad. Tampoco si subió o bajó la cotización de las divisas. Debemos situarnos en aspectos generales, y tendencias de largo plazo.
2) Muchos atribuyen la carestía al excesivo peso del Estado. En su conjunto, tiene una gran ineficiencia, y requiere racionalizarse; ahorrar recursos (gastos militares; burocracia); reasignarlos productivamente y abaratar servicios (energía, salud).
Su peso económico se cuantifica en la presión fiscal. Pero la de Uruguay es incluso algo menor a la de los países de la Unión Europea.
No parece correcto, por tanto, responsabilizar al Estado.
3) Para ubicar el país en las relaciones económicas internacionales la variable clave es su productividad. La del país en su conjunto.
Uruguay es un país rentista, que “se mueve” a partir de la carne bovina, la soja, eucaliptos y el turismo de sol y playa. Su inserción internacional no es dinámica; independiente; no requerirá ni muchos ni calificados empleos, los salarios serán bajos. Desciende la industria en relación al PIB y en las exportaciones, y también baja la productividad: de un índice en 85 en 1998 a 70 en 2016[i]. Baja productividad global y desigualdad social caracterizan el país.
4) Entonces: una economía abierta; con buena productividad en sectores primarios, y baja en el resto; deforme; no integrada; conduce a una búsqueda de ganancias de manera no “virtuosa” (invertir con productividad), sino recurriendo a otros factores. ¿Cuáles podemos señalar que permitan hablar de “carestía”?
Propongo primero los excesivos márgenes de la intermediación comercial.
No abundan datos publicados, pero una investigación[ii] señala una diferencia entre los precios declarados en Aduana de algunos productos importados y su venta al público con “un promedio de 400%, con mínimos de 159% y máximos de 939%. ¿Qué justifica que en el trayecto de Aduanas a los supermercados, los precios engorden cuatro, siete y hasta nueve veces?”. Se trata de 217 productos (sin contar variedades) de uso cotidiano, y de empresas transnacionales. Casi todos de Argentina, Brasil y México; países sin una productividad internacional elevada.
¿En cuántas otras áreas del comercio esto se repite, y no sólo con importados?
Conclusión: es el poder monopólico, aunado a la falta de regulación, de controles, y la ausencia de Entes Testigos de parte del gobierno. Es la lógica del sistema capitalista; de nada vale quejarse o proponer libertad de comercio.
Al ser importados, el ejemplo aporta un argumento demoledor frente a quienes siempre sugieren que una apertura del comercio exterior abarataría los precios.
El segundo factor que propongo es la vivienda. Las diferencias son increíbles. Si se relaciona el costo del m2 con el salario medio, tenemos la peor relación de Sudamérica y que Madrid, Berlín, NY y Miami. Una pareja tarda 35 años en comprar una vivienda; más que en esas ciudades, y el crédito hipotecario es mucho peor que en las ciudades europeas, y junto a Río y Asunción, el peor en Sudamérica[iii].
Para el pueblo, el costo de la vivienda es enorme; afecta y desestabiliza el ingreso disponible; todo se convierte en “caro”. En este aspecto, la responsabilidad del gobierno es absoluta.
4) Conclusión. ¿País caro?…p’os…sí.
Por sus rasgos. Pero anhelo un gobierno que estimule una economía integrada y tecnológicamente adecuada; independiente; que regule y controle el comercio; que no rechace visceralmente Entes Testigos; con una política de vivienda adecuada, y que involucre y beneficie al conjunto de la población.
[i] Cámara de Industrias del Uruguay: Enfoques Económicos. Mayo 2017 (datos núcleo industrial).
[ii] Brecha 21/08/15.
[iii] Véase: https://www.scribd.com/mobile/document/351396569/Informe-Metro-Cuadrado-Infocasas#from_embed
Una dirección difícilmente sostenible por Ignacio De Posadas
A pesar de no ser economista, (a lo sumo, autodidacta: dícese del que aprende oyendo la radio del auto), cumplo contestando para que no me rete.
Antes de bajar a las causas, algunas reflexiones coadyuvantes (y relevantes): no sólo es real que el Uruguay se ha convertido en un país carísimo para vivir, sino que, además, al tiempo de aumentar el costo de vida, ha ido disminuyendo la calidad de ésta. Costos suizos con servicios suizos, es una cosa. Costos suizos con servicios uruguayos, otra muy distinta.
Vayamos a las causas:
Básicamente, la vida está cara porque los costos uruguayos que se miden en pesos están caros. Estos costos son fundamentalmente de tres órdenes:
-mano de obra, por el doble efecto: 1º) del crecimiento del salario real, al que hay que sumar otro tanto por concepto de aportes a la seguridad social y, 2º) la baja productividad en un número muy importante de actividades. Otra vez: salarios suizos con productividad suiza, vaya y pase, pero con productividad uruguaya, es un fuego.
– tipo de cambio bajo (el famoso “atraso cambiario” que los legisladores del Frente me echaban en cara diariamente, allá por los comienzos de los 90).
Vuelve a haber un fenómeno de sobre liquidez a nivel mundial, unido a bajos rendimientos para las actividades financieras en los grandes mercados, que está provocando un retorno del flujo de capitales de corto plazo a los países llamados emergentes. Eso, unido a rendimientos mayores en pesos, empuja para abajo al valor del dólar, produciendo un doble efecto: encarecimiento de los costos en pesos y atracción por el consumo de bienes y servicios que se transan en dólares.
La economía uruguaya está apoyada mayoritariamente en el consumo interno y -en menor medida- en la exportación de bienes y servicios a los países de la región (o a sus habitantes cuando nos visitan), aprovechando que están pasando por una situación de encarecimiento igual o hasta peor, que la nuestra.
Completa el cuadro un fenómeno, mundial y también uruguayo que, confieso, me cuesta comprender: el persistente nivel bajo de inflación (que llega en algunos países desarrollados al peligro de deflación). Me cuesta entenderlo mundialmente, por los gigantescos volúmenes de expansión monetaria y crediticia en que incurrieron los EEUU y Europa para atajar la crisis financiera del 2009 y que no parecen estar incidiendo sobre los precios. Y a nivel del Uruguay, por la enorme expansión fiscal y de ingresos, implantadas por los tres gobiernos del Frente Amplio, que tampoco se manifiestan claramente en los precios locales.
La contracara de lo anterior, inevitablemente, es un crecimiento, también vigoroso, del endeudamiento, sobretodo público.
Un comentario sobre esto último: hay una peligrosa sensación de exitismo con relación a este tema de la deuda externa. No sólo aquí: hace algunas semanas vimos como en la Argentina se echaban las campanas al vuelo por haber podido endeudarse en moneda nacional, como si deber más fuera en sí un éxito. Algo de este tipo ocurre también en nuestro país: estamos fascinados con el manejo que el gobierno está haciendo en los términos del endeudamiento público (plazos, intereses…etc). Todo bien, pero al fin de cuentas estamos endeudándonos cada vez más.
Volviendo a los factores externos que influyen sobre nuestra economía, ya hablamos de la liquidez, del bajo nivel de las tasas de interés y de la baja inflación. A ello se suma un cierto repunte en algunos de los commodities que nos hacen roncha.
Entonces, una economía cara, muy volcada al consumo, apoyada sobre el ingreso de capitales y las bajas tasas de interés, ¿es algo real? Bueno, real es. Del momento en que está ocurriendo. La pregunta posta es si se trata de una realidad sostenible.
En economía -eso sí aprendí- es más fácil discernir para dónde va la cosa que la velocidad de la dirección. La economía uruguaya claramente va en una dirección difícilmente sostenible. Pero cuándo dejará de serlo? Cuando EEUU dé señales firmes de que empieza una política sostenida de aumento de las tasas de interés? Muy probablemente. Pero, y si los vecinos siguen aguantando esta ecuación parecida a la nuestra? Buen punto. Pero en el sentido de que, muy probablemente, las señales se van a ver primero en las economías de Argentina y de Brasil que en la nuestra. ¿Cuáles señales? Aumento de las tasas de interés, aumento del tipo de cambio, aumento del desempleo. Falta. Pero llegará.
Uruguay tiene un problema de productividad por Fanny Trylesinski
Siempre es bueno utilizar indicadores más objetivos que la opinión de los turistas.
El portal Numbeo realiza estimaciones de costo de vida y poder adquisitivo de los ingresos para un conjunto de 115 países entre los cuales se encuentra Uruguay.
En relación al costo de vida (índice que incluye precios al consumo excluido los costos de alquiler de vivienda), Uruguay se ubica en el puesto 27 siendo el país más caro entre los no desarrollados. En alquiler se ubica en el puesto 40 y en el de alimentación (excluido el rubro comidas fuera del hogar) en el lugar 39, mientras que en comidas fuera del hogar en el lugar 21.
Este último rubro, es particularmente sensible para los turistas uruguayos que encuentran esos servicios más “baratos” que en su país.
Se podría pensar que los precios altos se asocian a elevados salarios lo que, además, permitiría que las personas accedan fácilmente a los bienes y servicios ya que perciben ingresos para ello.
Veamos qué sucede en Uruguay. El portal Numbeo calcula un Indice de poder de compra con el salario medio que se percibe en cada país para cada uno de los 115. Es aquí donde la ubicación de Uruguay es alarmante: puesto 94. O sea que hay 93 países de este conjunto en los cuales los habitantes tienen –en promedio- un poder adquisitivo de su salario mayor que en Uruguay. También entonces la percepción colectiva de que tenemos precios del primer mundo y salarios del tercero parecería bastante adecuada a la realidad.
De este conjunto de indicadores se desprende que los elevados precios no son consecuencia de los altos salarios sino que conviven precios altos con salarios bajos.
Qué es lo que explica este fenómeno y qué se puede hacer para revertirlo?
La explicación debe tomar en cuenta dos elementos, por un lado los precios elevados y por otro los salarios deprimidos. Debemos recordar que a efectos de comparar precios, los mismos se expresan en alguna moneda (usualmente el dólar) que permita dicha comparación. Por lo tanto un elemento fundamental tiene que ver con la relación de nuestro peso con el dólar. El dólar es “barato” relativamente en Uruguay y dado que el mercado es más o menos libre (es decir que no es el BCU el que lo fija como en otras épocas), un precio bajo se explica por un fenómeno de oferta y demanda. En nuestro caso hay una abundancia de oferta de dólares que tiene su origen un un fuerte ingreso de divisas. Hay factores externos e internos que explican este fenómeno. Pero por ejemplo, el gobierno debe financiar su abultado déficit fiscal -1500 – 1800 millones de dólares anuales mediante deuda. Eso provoca una gran entrada de dólares que deprime el precio del mismo, encareciendo los bienes y servicios que se transan en nuestro mercado en términos de moneda extranjera.
Hay otros factores que tienden a hacer que nuestros precios sean más elevados que los de otros países: tamaño de mercado, concentración, costos de transporte, etc. Sin dejar de ser ciertos, es difícil que esto explique todo el fenómeno y además no se puede operar mucho sobre ellos.
Y los salarios, por qué son tan “bajos”? Los salarios se determinan en última instancia por la productividad. El salario promedio de un alemán es más elevado que el de un uruguayo porque su productividad media es mayor. Uruguay tiene un problema de productividad, produce relativamente poco por persona ocupada en promedio. Y ello se explica porque muchas personas tienen empleos con baja productividad, lo cual hace disminuir el promedio. En aquellos sectores que compiten internacionalmente (denominados transables) la productividad no puede alejarse mucho de la del resto del mundo. El problema está en los sectores no transables.
La complejidad del problema hace difícil pensar en soluciones rápidas. Las devaluaciones corrigen parte del problema pero enmascaran los que los gobiernos solo encaran cuando es demasiado tarde (el abultado déficit de las cuentas públicas) y los que requieren consensos y políticas de largo plazo (productividad).
No somos caros, somos burocráticos y pequeños por Diego Vallarino
A la pregunta de si Uruguay es caro…la respuesta es bastante evidente, si. Esta es la conclusión del informe “Costo Mundial de Vida”, un estudio que realiza The Economist desde hace 30 años. El estudio se basa en cálculos sobre el precio de al menos 160 productos y servicios en los rubros de alimentación, vestuario, cuidados personales y artículos para el hogar.
En América Latina, según el informe de marzo de 2017, Montevideo es la más cara de la región. A nivel mundial, la capital uruguaya ocupa el lugar número 62, más abajo en el ranking está San Pablo en el puesto 78, Buenos Aires en el 82, mientras que Río de Janeiro avanzó al puesto 86, que comparte con Lima y Santiago de Chile.
Considerando esto, la pregunta correcta sería, ¿por qué es tan cara la vida en Uruguay? Y acá hay muchos factores. Por lo que en los próximos renglones trataré de aproximarme a un tema de charla habitual en asados con amigos, y en idas al supermercado los fines de semana.
En primer término es bueno definir qué es caro. Muchas veces el precio no define lo que es caro o barato per se. Lo caro o barato es relativo, es decir, es en función de otra cosa. Es por eso que los ranking son buenos para definir caro o barato pues se compara con otras ciudades o países. Pero también hay formas de definir lo caro y barato, y es cuando comparamos el precio con el valor. Cuando consideramos que algo tiene un mayor precio que el valor que percibimos, indudablemente concluiremos que el producto o servicio es caro para nosotros. Y viceversa. Por lo tanto, el precio está en función del valor que representa el bien o servicio para nosotros.
En tal sentido, cuando analizamos el por qué de lo caro del Uruguay, no podemos dejar de considerar que lo caro o barato depende de la estructura de costos, y del valor que se genera con esto. El primer determinante del costo de cualquier producto en Uruguay es el relacionado con el Estado. Pero no el Estado funcional, necesario para mejorar nuestra calidad de vida, o a nivel de la economía, poder complementar “las fuerzas del mercado”. El Estado innecesario. Es decir, la Burocracia.
Si analizamos el costo de la burocracia estatal, identificamos sin dudas que es alto en Uruguay. Y si le preguntamos a cualquier empresario si ese costo es determinante en su estructura de costos, en su totalidad (estadísticamente hablando) nos afirmarán que si lo es. Por lo tanto, no necesitamos investigar mucho para entender que mucho del precio que pagamos por los productos o servicios en Uruguay tienen un factor íntimamente relacionado con el costo de la burocracia local. Y que quede claro, no es pagar más o menos impuestos, es qué se hace con esos impuestos.
Si continuamos con el análisis y tratamos de estimar el valor de la burocracia, es muy probable que concluyamos, sin equivocarnos, que tiende a cero. Es decir, algo que no aporta mucho a nuestras vidas. En conclusión, si algo tiene un precio (costo) alto y tiene un valor bajo, es sin dudas algo que es caro. Por lo tanto, podemos identificar el principal determinante, y a mi entender, el más destacado para que Uruguay sea caro, al costo de la burocracia “criolla”.
El segundo factor que determina que el Uruguay sea caro radica en el tamaño del Uruguay. Alguien dijo por ahí que ser chicos es costoso, y en este caso significa que ser pequeños es caro. Además, esto se agrava por estar lejos de los centros mundiales de comercio. De hecho, esta hipótesis es algo que varios académicos destacados internacionalmente lo han identificado como determinante del subdesarrollo. Por lo tanto, la ubicación geográfica también sería factor clave (por las dudas que colegas estén leyendo estas líneas, esta hipótesis geográfica ha tenido muchos cuestionamientos académicos que no viene al caso detallar ahora)
Si bien hay ejemplos varios, quiero detenerme en dos causas para considerar lo pequeño y lejano como determinante de lo caro del Uruguay. La primera es que Uruguay tiene una escala pequeña, por lo tanto, el volumen es chico, y esto hace que los costos marginales (por cada unidad producida) sean altos si los comparamos con ciudades con mercados internos más grandes. Lo que impacta después en altos precios.
La segunda causa se relaciona con la estructura de la canasta de consumo, la cual tiene un alto porcentaje de productos importados. En estos, los costos de flete (Uruguay tiene de los costos más altos de la región de logística) sumado a los costos de impuestos (relacionados con el punto anterior sobre la burocracia) hace que los precios sean más altos que en el resto de los países de la región.
En resumen, somos caros, y no solo con relación a otras ciudades del continente, sino también porque los precios son más altos que el valor que generan, básicamente por el costo de la burocracia y por ser un país pequeño y lejano. Lo de pequeño y lejano es un dato, lo otro se podría mejorar. Así complementamos el aumento del salario real que viene dando año tras año, en su potencialidad de poder de compra.
Atraso cambiario: la pasta base de las naciones por Carlos Luppi
Sí, Uruguay es un país muy caro en términos internacionales.
Eso significa lo que todo viajero (que salga del país o se mueva dentro de él) sabe por su bolsillo: que cuesta lo mismo en términos de dólares (y a veces menos), almorzar en los restaurantes de París o Nueva York que en los de Punta del Este, Atlántida o Salto, con lo cual no se minimiza el encanto de estos lugares, sino que se realiza una simple constatación.
La misma, llevada a escala macroeconómica, nos explica porqué disminuyen nuestras exportaciones de bienes y servicios, como informa el Instituto Uruguay XXI (las exportaciones de bienes cayeron casi 20% si acumulamos las bajas de 2015 y 2016); y porqué aumentan los viajes y el consecuente gasto de los uruguayos en el exterior, que implica compra de bienes y servicios en el resto del mundo, en desmedro de nuestra producción nacional, con todas las consecuencias negativas correspondientes en materia de caída de consumo nacional, cierre de empresas nacionales, y aumento del desempleo.
Las explicaciones para este fenómeno (el Uruguay «caro») son básicamente dos: la sobrevaluación de nuestra moneda nacional (conocida popularmente con el nombre de «atraso cambiario», expresión que ahora han empezado a usar todos los economistas de todas las escuelas, empezando por el presidente del Banco Central, Dr. Mario Bergara); y «el alto costo del Estado», leit motiv eterno de los economistas neoliberales o dirigistas de derecha, partidarios del darwinismo social y funcionales al interés de los dueños de los grandes medios de producción y los importadores.
Sobre la primera, en mi libro «2002 – 2012 – La historia NO OFICIAL de la Crisis», se explica la Crisis de 2002 (las mayor catástrofe de la economía uruguaya en lo que va del siglo XXI), por el resultado de malas decisiones tomadas por los gobiernos que se sucedieron entre 1985 y 2005 (particularmente en ocasión de la devaluación brasileña de enero de 1999), como la sobrevaluación de la moneda nacional (o atraso cambiario, que estalló como en 1982); la forma de la apertura comercial al resto del mundo, y el privilegio al sistema financiero y a la inversión extranjera por sobre el sector productivo.
Se trata de causas endógenas, lo que contradice la «historia oficial» que responsabiliza de nuestras desdichas a «accidentes ocurridos en lejanos mercados internacionales» o crisis bancarias extranjeras.
La prueba es que las crisis de Argentina en 2001 y Uruguay en 2002, debidas a la «Convertibilidad» y la «paridad deslizante» respectivamente, solamente afectaron a estos dos países y no al resto de América Latina. No hubo crisis internacional que las explique, como se ha pretendido siempre.
El actual Equipo Económico (que dirige nuestra economía desde 2005), ha mantenido la sobrevaluación de la moneda nacional, lo que hace que nuestro país siga «estando caro».
¿Qué ganan los gobiernos con dicha modalidad? Aumentar el indicador del Producto Interno Bruto y todos aquellos que se obtengan dividiendo pesos entre dólares más baratos; disminuir el servicio de la deuda, e incrementar el consumo de bienes importados como automotores, electrodomésticos y otros, aumentando la sensación de bienestar social. Por eso se ha comparado acertadamente al atraso cambiario con la pasta base, ya que provoca euforia al principio, para terminar en un estallido y una profunda depresión con daños acaso irreversibles.
Esos estallidos se dieron en nuestro país al fin de la «tablita» en 1982 y del sistema de «paridad deslizante en 2002.
La otra explicación se funda en el llamado «costo país», lo que equivale a responsabilizar al tamaño del Estado, o a instituciones como las Empresas y los bancos públicos.
Es el argumento favorito de los grandes terratenientes que toman su financiación del Banco República (y entran en mora, y obtienen quitas), de ex ministros de Economía que pagaron sus estudios en Carrasco con exoneraciones fiscales, y de todos los economistas neoliberales o dirigistas de derecha a los que el Banco Central o el BROU pagaron sus doctorados en el exterior. La lista está disponible.
Ellos lo solucionarían echando a la calle entre 100.000 y 200.000 empleados públicos (así lo han manifestado muchas veces), aunque nunca dicen si éstos serían militares, agentes de seguridad, docentes o integrantes de los servicios de salud (que constituyen la inmensa mayoría del funcionariado), si la expulsión alcanzaría a sus familiares y amigos colocados en tiempos de clientelismo, ni cómo soportaría nuestra economía una caída del consumo provocada por el cataclismo de la salida de todas esas familias, sin entrar a considerar las consecuencias en los costos de salud y seguridad.
Pero es interesante citar la teoría del «costo país» como culpable de la carestía de nuestros bienes y servicios, porque nos lleva a analizar la financiación de las erogaciones del Estado.
¿Quiénes soportan la mayor parte del costo del Estado y, en particular, han sido los afectados por los últimos ajustes fiscales?
Viendo las cifras de incremento de recaudación del IRPF (en enero – julio creció 25% en relación a los siete primeros meses del año anterior) y del IASS (21,9%, ídem anterior), en tanto que el IRAE creció 3,9%, se observa con claridad que los ajustes fiscales han sido soportados en su mayor parte por los trabajadores y los jubilados.
Eso sin tener en cuenta que el IRAE registra una evasión del orden del 44,7% según un estudio de la DGI.
Son muchos ciudadanos los que opinan que el modelo económico actual está precisamente sustentado en los impuestos que pagan el trabajo presente y pasado, mientras que los sectores privilegiados han aumentado considerablemente su riqueza sin mejorar su contribución al bienestar común.
Una discusión sobre el sistema fiscal, que incluyese un estudio a fondo de los sectores beneficiados por las exoneraciones fiscales (que representan 7% del PIB, cuando tanto nos escandaliza un déficit fiscal de 3,6%), sería acaso la mejor contribución que podríamos hacer para mejorar las políticas económicas en estos tiempos de turbulencia.
Necesitamos ser competitivos por María Dolores Benavente
La tentación inmediata para responder esta pregunta es: “Porque el dólar está en un precio inferior a su nivel de equilibrio”. Según las autoridades, este desfasaje es de solo 4% y según otros analistas, podría llegar a 20%. Pero ¿será sólo por esto que Uruguay es un país caro?
Si así fuera, en los períodos en que el dólar estuvo a un precio mayor, Uruguay habría sido un país altamente competitivo… y ello no sucedió. La competitividad es un concepto mucho más complejo y sistémico: no es sólo cómo está el tipo de cambio en relación a los socios comerciales
El Foro Económico Mundial releva un Índice de Competitividad Global.
Como si fuera nuestro carnet de calificaciones, podríamos mirar no sólo nuestra nota, sino también compararla contra países a los que les va mejor y tratar de mejorar en aquellas asignaturas en que se nos dice “puede y debe rendir más”.
Uruguay ocupa el lugar número 73 en la lista de 138 países que analiza por el Foro Económico Mundial. Y su desempeño en cada uno de los ítems relevados (notas de 1 a 7) es el siguiente:
Nos queda claro que nuestras peores asignaturas son Innovación, Tamaño de Mercado (interno y de exportación) y Eficiencia en el Mercado de Trabajo.
Comparemos nuestra situación con la de un país de similar PBI per cápita y ratios de desigualdad:
Costa Rica ocupa el lugar número 54 en la lista de 138 países estudiados: 19 escalones por encima de Uruguay. Se aprecia que tiene notas más parejas y que solamente en Innovación se encuentra por debajo de 4.
Analizando en profundidad los indicadores en donde tendríamos que acercarnos a Costa Rica para mejorar nuestra competitividad, encontramos:
- Eficiencia en el mercado de trabajo, diferencia de 0,7. Dentro de este indicador, estamos prácticamente últimos en el ranking mundial en el sub- rubro Cooperación entre trabajadores y empleadores y en Flexibilidad para la determinación de los salarios (lugar 136 en ambos indicadores).
- Sofisticación en los negocios, diferencia de 0,6. Este indicador se relaciona con la cantidad y calidad de las empresas locales, en un país como Uruguay donde las empresas de mayor porte son estatales y actúan en monopolio.
- Innovación, diferencia de 0,4. Las mayores diferencias se dan en Disponibilidad de ingenieros y científicos (Uruguay lugar 109 y Costa Rica lugar 24 en el ranking de 138 países).
- Salud y educación primaria, diferencia de 0,3. La Calidad de la educación primaria es la asignatura a corregir en este rubro (Uruguay ocupa el lugar número 91 en el ranking).
- Educación superior y capacitación, diferencia de 0,3. El peor desempeño es el de Calidad en matemática y ciencia (lugar 119) y en Calidad del sistema educativo (lugar 111).
- Desarrollo del mercado financiero, diferencia de 0,2. Se apunta al poco desarrollo del mercado de capitales, en un país donde las empresas de gran porte son estatales y no cotizan en Bolsa.
- Entorno macroeconómico, diferencia de 0,1. Se debe básicamente a la inflación uruguaya, tema que se estaría corrigiendo en los últimos meses.
Un sencillo ejercicio permite apreciar que si Uruguay se acercara en esos indicadores a los de Costa Rica, manteniendo su ventaja en los otros, se ubicaría en los lugares en el entorno de 35-40 en el ranking internacional.
Este incremento de competitividad no tiene nada que ver con el precio del dólar sino con una mayor desregulación en el mercado laboral, permitiendo que los salarios reflejen la realidad de las empresas en lugar de estar atados a un agregado que los distancia de la productividad del trabajo; con empresas estatales que abran su capital en Bolsa de manera de mejorar su transparencia y gobernanza al tiempo de dinamizar el mercado de capitales; con una reforma integral de la educación que dote de mayor autonomía a los directores y de remuneraciones diferenciales a los docentes, según evaluación y contexto en el que trabajan y con una promoción del estudio de carreras científicas y técnicas.
Y a su vez, reformas clave en el sector público reduciendo su gasto y atándolo a una regla fiscal, reducirían el endeudamiento y la presión sobre los precios de los bienes no transables, mejorando también el tipo de cambio real.
Necesitamos ser competitivos, esto ya no es una elección. Y decidir ser más competitivos debe ser un compromiso de todos, sin carga política, sin importar ideologías. Los países compradores de nuestros productos, no lo hacen base a tal o cual ideología, buscan el mejor trato para su mercado. Vietnam hoy tiene un tratado de libre comercio con EE.UU.
Un país pequeño como Uruguay tiene que apostar a ser altamente competitivo, de lo contrario, estaremos a merced del maná del cielo, bajo la forma de la instalación de alguna nueva planta de celulosa.
País carísimo para consumidores y barato para los negocios por Oscar Mañán
Cuando se viaja, casi sin excepciones, se constata que la vida cotidiana resulta más barata en otros lares. Claro que cabrían algunas precisiones, pero esto es relativamente cierto. No obstante, no es lo mismo verlo desde la piel de los consumidores o de los inversores.
La percepción de carestía está mediada por la compra de productos en las monedas locales (casi siempre comida, ropa, hoteles, transporte, souvenirs, etc.) que inmediatamente se traducen instintivamente a dólares y a su precio equivalente en pesos uruguayos. Tal percepción deja de lado el valor relativo del dólar respecto a los pesos y a la moneda que se está comparando, y también, las diferencias entre los patrones de precios respectivos. La metodología de medir el valor de las monedas a “paridad de poder de compra” (PPP por su sigla en inglés Purchasing Parity Power) corrige la distorsión del tipo de cambio entre las monedas de ambos países o la relación entre los niveles de precios. Esto llevaría a una comparación más apropiada, previniendo situaciones donde el dólar estuviera retrasado o adelantado o diferencias sensibles entre niveles de precios, que el turista común no toma en cuenta.
El estrecho mercado interno y la escasez relativa de algunos productos que normalmente se comparan, explican la relativa carestía percibida. Por ejemplo, un hotel de 4 o incluso 5 estrellas rondan los U$S 100 en la mayoría de los países del circuito turístico del uruguayo medio, y un hotel de 2 o 3 estrellas en Florida o Colonia puede tener un precio del estilo. Con las conocidas agravantes en la calidad de los servicios, en especial de desayuno (menos variado y abundante que los ofrecidos en destinos extranjeros). La percepción pone de manifiesto el atraso relativo respecto incluso a la región en la calidad de los servicios hoteleros y colaterales (i.e. el transporte, alimentación, etc.). Asimismo, el pequeño mercado interno no es atractivo para economías de escala que pudieran abatir algunos costos productivos y de distribución, haciendo que gastos de intermediación comercial, financiera u otros mantengan un peso excesivo.
La carga tributaria, a diferencia de lo que se escucha con insistencia, no es de las mayores a nivel mundial y es bastante menor que la regional aunque mayor que la de otros países de ingresos similares (Banco Mundial, Doing Business 2017). No obstante, más de la mitad de la recaudación tributaria (56,4% a julio; DGI, 2017) descansa en los impuestos al consumo, y los precios de bienes públicos de consumo masivo son definitivamente caros. El IVA y el IMESI son impuestos leoninos en Uruguay, que sumado a la estrechez del mercado interno, explican en gran medida que sea cara la energía, los combustibles, los automóviles y ciertos productos importados (i.e. ropa, alimentos, frutas y verduras que no se cosechan en el país). No hay que perder de vista que varios de estos impuestos constituyen la forma por excelencia de recaudar para lidiar con inversiones de infraestructura, gastos sociales y de funcionamiento del Estado.
Los impuestos a los negocios en cambio, son en extremo bajos en Uruguay y concomitantemente la productividad tributaria también lo es. Hemos objetado la posibilidad manifiesta del gobierno de caminar hacia un país más justo basado en burguesías subsidiadas. La renuncia fiscal (6,34% del PBI según el INE, último dato disponible) es más del doble que los vecinos, lo que perfila un ambiente más que beneficioso para los negocios, en especial la IED enmarcada en los acuerdos de protección de inversiones y zonas francas.
Un pequeño país con años de desindustrialización ininterrumpida y gran apertura externa, manifiesta cierta carestía relativa. Por último, y no por ello menos importante, es el grado de monopolio o alto nivel de concentración en que opera la economía, lo que hace que muchos de los precios sean administrados por pocas empresas que tienden a pasar sus costos al consumidor.
Ciertamente, bajos impuestos para los negocios y relativamente altos a las rentas del trabajo y al consumo es congruente con un modelo de plataforma exportadora, con pleno empleo pero del tipo chatarra, tal vez cabría flexibilizar más las relaciones laborales y abaratar salarios, escatimar inversiones para la salud o educación o incluso bajar impuestos como pide el empresariado y sectores políticos conservadores. Si por el contrario, se busca mejorar los niveles de bienestar social, aumentar las oportunidades de crecimiento con mayor control nacional y diversificación de la estructura productiva desarrollando los mercados internos, para ello cabría mayor protección económica. Organismos internacionales, a los que no les cabe el estereotipo de radicales o críticos, sostienen que deben mejorarse la productividad impositiva (recaudar mejor y simplificar las declaraciones) y aumentar la tasa impositiva a las ganancias empresariales.
Alcanzar mayor niveles de eficiencia por Ana Laura Fernández
Partiendo de la pregunta ¿Por qué es tan cara la vida en Uruguay?, inmediatamente surge la siguiente pregunta: ¿En comparación con quién somos caros? ¿En relación con el mundo, con otros países?
- Para poder contestar estas interrogantes es necesario enfocarse en el concepto de competitividad y a partir de su definición poder establecer cuáles son los factores que definen dicha competitividad. Esto no es más que analizar por qué Uruguay es caro o barato en relación a sus principales socios comerciales y el mundo en general.
- Según las diferentes definiciones de competitividad que se pueden encontrar en la literatura, algunas de ellas establecen lo siguiente: economía competitiva será aquella que logre participar de los mercados, ya sea por precio o calidad, obteniendo las mejores ganancias para sus empresas y con ello mayores ingresos para el país que se traduzcan en mayores niveles de vida para la población en su conjunto, es decir lograr que cada una de las personas tenga las oportunidades para alcanzar su máximo potencial.
- Asimismo, avanzar hacia mayores niveles de competitividad dependerá de la capacidad de las empresas privadas para lograr altos niveles de productividad, es decir lo esencial no es la dotación de recursos con los que un país cuenta sino cómo se utilizan y los resultados que se obtienen a partir de ellos. En definitiva, lo que importa es la “receta” para alcanzar mayor niveles de eficiencia en los procesos de producción, tanto de bienes como de servicios.
- Ahora para que esto suceda, deben darse en el país las oportunidades para que el sector privado pueda crear, desarrollar y mantener en el tiempo su ventaja competitiva. Sin embargo, Empresas Públicas ineficientes que trasladan su mala gestión a mayores tarifas, existencia de monopolios estatales, una alta presión tributaria, nuevas regulaciones que distorsionan el funcionamiento de las relaciones comerciales y laborales en y entre las empresas privadas, inestabilidad en los equilibrios macroeconómicos básicos, excesivo gasto público asociado a servicios públicos de mala calidad, inadecuadas condiciones de infraestructura, política salarial desvinculada a la productividad del trabajo, son todos factores que afectan negativamente las condiciones de competitividad de las empresas y por lo tanto del país.
- Al mismo tiempo, para el caso de Uruguay, una economía pequeña con un mercado reducido, cuanto mayor sea su nivel de apertura mejores condiciones tendrá para avanzar en competitividad. En este sentido, resulta esencial lograr mayores cuotas de mercado, ampliar los canales de comercialización, a través de la definición de una verdadera política de apertura comercial que le permita al país comerciar sus bienes y servicios bajo mejores condiciones. Una mayor apertura al mundo, más allá de la región, no sólo le permite al país vender más, sino también ser atractivo para la localización nuevas inversiones y adquirir insumos para la producción sin distorsiones en sus precios.
- Por último, el fortalecimiento del entramado empresarial y social también es un objetivo de primer orden al momento de avanzar hacia mayores niveles de competitividad. La educación, la formación y la capacitación en el lugar de trabajo es vital para poder lograr parámetros de calidad en la producción y comercialización de bienes y servicios, que les permita competir exitosamente en el mundo.
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