El regreso de Daniel Ortega en 2006 a la presidencia de Nicaragua condujo al advenimiento de un tiempo en el que recrudeció el descrédito político de los partidos en liza dando cabida explícita al pragmatismo que sólo produjo penurias a los más y beneficios para los menos. Los aportes en inversiones y petróleo de Venezuela, con Hugo Chávez, camuflaron -en parte- de forma temporal los desaciertos de una administración que fue apartándose de las aspiraciones democráticas y mejoras materiales a que se obligaba el proceso de cambio inaugurado tras el derrocamiento de Somoza en 1979 y que, sin embargo, las promesas se siguen repitiendo en los discursos del actual gobierno.
En las grupas del realismo derechizante que inculcó Humberto (que lo llamaba centrismo), éste dio resultados a quienes detentaban el poder económico y la conducción del estado: sobrevinieron los pactos con el empresariado nacional (al que le adjudicaron negocios en condiciones de privilegio) y con la reaccionaria jerarquía de la Iglesia -orientada por el cardenal Obando, tras la “reconciliación” de Ortega con el salesiano en 2003-, recibiendo como contrapartida la adhesión y fidelidad de los concertantes. Hay que decir que el cardenal era el cura del pueblo de los seis hermanos Ortega y a Camilo (caído en combate en febrero de 1978), Humberto y Daniel los conocía por ser él y ellos del mismo sitio de Chontales: La Libertad.
De la valentía de los hombres que desde el frente sur sirvieron de llamador para atraer durante la insurrección al grueso del ejército somocista y descongestionaron -quitando presión bélica- al centro y al norte; del arribo decisivo de los internacionalistas, incorporando gente como guerrilleros empuñando un arma -comprometiendo existencias propias- hace rato que no hay vestigios de ese desprendido compromiso. Del sandinismo que abrió la esperanza de cambio, de la mejoría sustancial y permanente de las condiciones de vida del pueblo, del que iba a hacer la revolución, no queda nada. Nada sobrevive del coraje que en una época animó a Ramón, Francisco, Santiago,Armando, Julia, Susana y Ana, entre otros, de la Operación Reptil en Asunción del Paraguay -encargado por Tomás Borge y que a punto de concretarse, a deshora, Daniel, Humberto y algunos más quisieron detener-. El ingreso de Reagan a la Casa Blanca le dio nuevo cariz a la situación. Cuando al final las fuerzas del imperialismo cayeron en la cuenta de que a pesar del apoyo mal encubierto de las fuerzas de la reacción -de prominentes empresarios y de la jerarquía eclesiástica- a los “contras”, éstos no conseguían tumbar a la conducción insurgente, agregaron la concertación política -con elementos dentro de Contadora, sus agentes locales y la aquiescencia de sectores socialdemócratas- le impusieron, al final, condiciones a Managua a través de Esquipulas, sin equivalencia de cumplirlas por los demás firmantes.
Una primera conclusión acerca de lo que está aconteciendo en los últimos meses, entre las cosas que dejaron de ser, que se perdieron, está la ética, ese valor imprescindible que debe tener la izquierda y todo revolucionario. Se nos hace imposible pensar, siquiera sospechar, que aquellas armas que derribaron a la dictadura, las que se repartieron entre el pueblo para defenderse de los “contras” y el imperialismo que los subvencionaba, después de un tiempo invirtieran la dirección y se pusieran al servicio de la represión de expresiones críticas.
Tras reconocer el significado inicial de 1979, Boaventura de Sousa Santos reflexiona: “Es sabido que el neoliberalismo, al agravar las desigualdades sociales y generar privilegios injustos, solo se puede mantener por la vía autoritaria y represiva. Fue eso lo que hizo Ortega. Por todos los medios, incluyendo cooptación, supresión de la oposición interna y externa, monopolización de los medios masivos, reformas constitucionales que garantizan la reelección indefinida, instrumentalización del sistema judicial y creación de fuerzas represivas paramilitares. Las elecciones de 2016 fueron el claro retrato de todo esto y la victoria del eslogan ‘una Nicaragua cristiana, socialista y solidaria’ encubría mal las profundas fracturas en la sociedad.” Más adelante, rubrica con una pregunta retórica: “¿La tentación autoritaria y la corrupción son una desviación o son constitutivas de los gobiernos de matriz económica neoliberal? Y lamenta: “¿Por qué buena parte de la izquierda latinoamericana y mundial mantuvo (y continúa haciéndolo) el mismo silencio cómplice?”. Quizá porque todavía no se admiten disidencias críticas, sólo verticalidad al mando y pensamiento único de quien manda y es o cree ser el más fuerte.
De aquellos sandinistas de la insurrección y los primeros años después del triunfo, de alguien que fue en un tiempo una leyenda, mi estimado Henry Ruiz, el comandante Modesto, aparece en Adiós muchachos “Como ningún otro, él es símbolo de la revolución que no fue”.
La desigualdad material de quienes protestan -donde se cuentan algunos pocos armados y otros con pequeñas armas de fuego caseras- y los policías con indumentarias tipo robocop y parapolicías, es tal que fácilmente se puede concluir que de lo que se trata no es de una simple intención de dispersar a revoltosos sino de una premeditada intención de acometer acciones extralegales.
Daniel Ortega y Rosario Murillo -esa especie de Lady Macbeth tropical– están lejos de aceptar su retiro o por lo menos poner en práctica el liberalismo democratizante al que son afectos y adelantar los comicios generales como condición primera para la paz en Nicaragua: la pareja continuará con un discurso anticapitalista impostado que le es ajeno, propiciando y facilitando acciones de la derecha y el imperialismo, adjudicándoselas a designios satánicos mediante quién sabe qué conjuros esotéricos.
Como escribía Benedetti: “De dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo: de la derecha cuando es diestra, de la izquierda cuando es siniestra”.
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