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“THE QUIET GIRL” Serena reflexión sobre el abandono infantil por Martín Imer

“THE QUIET GIRL” Serena reflexión sobre el abandono infantil por Martín Imer
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THE QUIET GIRL (An Cailín Ciúin, 2022, Irlanda) Guion y dirección: Colm Bairéad. Música: Stephen Rennicks. Fotografía: Kate McCollough. Con Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Kate Nic Chonaonaigh, Michael Patric, Joan Sheehy. CALIFICACIÓN: MUY BUENA.

En el complejo panorama de premios, cada vez resulta más difícil que una película pequeña, independiente y sin un productor de peso atrás logre destacarse por sobre propuestas que ya llevan firma de autor o estén validadas por premios importantes, por lo que la importante hazaña de The quiet girl, película irlandesa que logró estar nominada al Oscar a Mejor película Internacional, ya debe ser considerada una victoria, incluso si no logró alzarse con el premio (iría a la versión alemana de Sin novedad en el frente, competente aunque convencional dentro del estándar del cine de guerra). Y es que hablamos de un debut detrás de cámaras, dentro de una cinematografía que no ha enviado muchas cintas a la competencia: únicamente 9, aunque en este caso no se trata de un país que no tenga industria, sino que se trata de una industria que crea contenidos mayormente en inglés, haciendo imposible que entren en la categoría.
El primer hallazgo de la cinta, para el espectador local, tiene que ver con el enfoque: en el cine solemos tener dos versiones de Irlanda, la primera que aborda los conflictos sociales que este país ha sufrido durante años, la segunda una visión romantizada y bastante irreal, ambas con John Ford como exponente (El delator y El hombre tranquilo respectivamente). Por supuesto que hay excepciones, como las comedias de John Michael McDonagh o el fenómeno musical Once, pero es innegable que estamos más acostumbrados a esas dos imágenes del país, por lo que encontrarnos ante una historia intimista ajena a esos mundos resulta, en primer lugar, altamente refrescante, aunque el tema esté lejos de lo reconfortante.
The quiet girl – que se puede traducir como La niña tranquila/callada – nos sitúa en los años ’80 y cuenta la historia de Cáit, una niña que, a pesar de vivir dentro de una familia muy numerosa (o precisamente por eso) se siente absolutamente excluida, viviendo en un mundo interno en donde el silencio y la soledad son moneda corriente. Apartada de todos en la escuela y en su casa, la introvertida niña sufre frente a los ojos de sus familiares, quienes por falta de comprensión o desinterés no hacen nada para acercarse a ella. Las cosas cambian cuando, debido a la llegada de un nuevo bebé a la casa, Cáit es temporalmente trasladada a la casa de unos primos lejanos que sus padres conocen muy superficialmente. Lo que al principio es una nueva incertidumbre se transforma, poco a poco, en una salvación, gracias a un hogar mucho más comprensivo y un entorno abierto a escuchar y sacar a la niña de su aislamiento. Con el paso de los días Cáit comienza a adaptarse a un mundo que, a pesar de resultar tan bello, en el fondo sabe que es efímero, y a medida que también conoce la realidad de sus cuidadores temporales, entiende que en el fondo la necesitan tanto como ella para también sanar de las heridas del pasado.
El realizador Colm Bairéad debuta en el largometraje con una cinta que, con un ritmo pausado y gran seguridad narrativa, va construyendo un delicado rompecabezas emocional cuyas piezas se unen para entregar una resolución conmocionante. Tomando como punto de partida la novela corta Tres luces, de Claire Keegan, el director toma el punto de vista de la niña para presentar, primeramente y de forma sutil, las diferencias sociales entre ambas familias, resaltando su sorpresa ante un mundo desconocido en donde abundan ciertos lujos que le eran ajenos. Lo que en la lectura puede ser frívolo es en realidad utilizado para conocer más a fondo la situación personal de la protagonista, lo que nos permite adentrarnos en su mundo interno y las constantes represiones a las que se ha visto forzada. Se plantea ahí una inquietante verdad: el descuido de los niños (que es, en definitiva, un abandono) es también una forma de violencia, igual de cruel y difícil de revertir como la física.
Al igual que en la belga Close – que compitió con esta película en los Oscar este año – de Luckas Dhont, el universo infanto-adolescente es abordado con empatía y sin subestimar sus emociones y angustias, lo que se traduce también en interpretaciones sinceras como la que entrega aquí la joven Catherine Clinch. En su rostro se advierte una profunda tristeza que reflejan sus miradas perdidas, y a lo largo de la cinta, tanto sus expresiones como sus movimientos y su forma de hablar muestran una evolución que fortaleza el mensaje general de la película, el cual insta a los adultos a cuidar no solo la integridad de los hijos (las necesidades básicas) sino también su ambiente de crianza, ya que a partir del mismo se definen las herramientas que ellos tendrán en el futuro y su apertura al mundo. La bellísima fotografía y el delicado trabajo sonoro y musical complementan una emotiva y poderosa experiencia cinematográfica.

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