En el correr de este mes me he estado ocupando en mis notas de El País de la decisión anunciada por el Presidente Lacalle Pou de soltar al Uruguay de algunos impedimentos y lastres que encuentra en el Mercosur. Voy a desarrollar aquí un poco más ese análisis; no será tanto sobre el Mercosur sino sobre el Uruguay.
El eje conceptual de mi análisis versa sobre los asuntos o situaciones que, tanto ciudadanos como actores políticos perciben como necesitados de urgentes cambios, y sin embargo no se han podido encarar. Uno es el caso del Mercosur.
Hace años que los partidos políticos uruguayos coinciden en que el Mercosur, inicialmente aplaudido por todos, está actualmente en una meseta de rigidez que es perjudicial para nuestro país. Todos coinciden, pero nada se ha hecho. Hasta ahora. El Presidente Lacalle Pou ha anunciado su propósito de zafarse de la noria de los discursos y encarar pasos concretos. Se tendrá éxito o no: no se sabe; pero la actitud es nueva.
Debe tenerse presente que la política es, entre otras cosas, una competencia o confrontación de relatos. Ellos no son ocurrencias de un líder ni menos fórmulas creadas por asesores de comunicación bien pagos: son interpretaciones acertadas de realidades concretas de la sociedad que un dirigente o un partido político consiguen articular de forma tan clara que la sociedad –o una parte importante de ella- entiende, asimila y la convierte en sentido común. El imaginario colectivo se instala y se sustenta de ese modo.
Nuestro país ha tenido tres gobiernos del Frente Amplio al hilo, fruto del éxito de su relato, cultivado desde muchos años. En los tres gobiernos frenteamplistas se dio el caso de reconocerse situaciones inconvenientes para el país sin que se hubiera dado pasos concretos para remediarlas. El Mercosur es uno de esos casos, pero voy a agregar otros donde se manifiesta con mayor claridad lo que quiero mostrar.
En los tres gobiernos frenteamplistas se planteó la reforma del estado; sus principales dirigentes hablaron de esa reforma como la madre de todas las reformas. La necesidad de reformar el estado es reconocida por todos los partidos como una necesidad urgente. Pero, aun reconociendo esa necesidad, aun teniendo mayorías parlamentarias para encararlo, el Frente no movió un dedo en esa dirección. ¿Explicación?
Otro caso es la reforma de la enseñanza. Tanto Mujica como Vázquez reconocieron (y los datos están trágicamente a la vista) la necesidad urgente de reformar la educación. Pero no hicieron nada, o lo que intentaron hacer (cambiar el ADN de la educación) ya sabemos cómo y qué rápido terminó. ¿Explicación?
No quiero apartarme mucho del tema, pero en estos días se está viendo una situación parecida en las declaraciones sobre Cuba del Senador Andrade, del Diputado Nuñez o del Abdala y el PIT-CNT: el relato del Partido Comunista tiene más fuerza que la evidencia.
El relato que se construye en un sentido condiciona después hasta a los mismos creadores de ese relato. El relato del Frente Amplio, el que lo sustenta, el que le dio tres victorias electorales, favorece, impulsa, permite ciertas cosas y frena otras. Es una tontería infantil pensar en relatos que impulsen todo lo bueno y frenen todo lo malo: eso solo en el mundo de Blanca Nieves y los siete enanitos.
Ningún gobernante del Frente Amplio pudo, ni hubiera podido aun proponiéndoselo, tocar nada del Mercosur, ni del estado, ni de la educación, porque el relato sobre el cual construyeron su hegemonía cultural y consiguieron tres gobiernos sucesivos no les permitía tocar nada sustantivo en eso tres asuntos.
Pero el relato frenteamplista sustentador, elaborado durante largo tiempo, se debilitó en el correr de los quince años de gobierno. Las causas son varias y no quiero desviarme ahora hacia ese punto. El hecho es que hubo un largo cuarto menguante y perdió las elecciones. Lo que vino después (por ahora es eso) tiene una constelación de discursos todos ellos con una orientación o dirección general que es la siguiente: todo aquello que era obvio que había que tocar y que el Frente Amplio no pudo tocar, nosotros lo vamos a tocar.
La LUC es eso: es un compendio de todo lo que desde la campaña electoral el Partido Nacional propuso como “tocamiento” de lo hasta ahora intocable. Fue propuesta a los partidos que aspirasen a coaligarse para gobernar y se le propuso a la ciudadanía para que lo votase. Alguno puede no haberse dado cuenta, pero estaba escrito y divulgado en la campaña electoral.
Los relatos políticos que se implantan y llegan a echar raíces en una sociedad corresponden a gérmenes que andan por las profundidades del cuerpo social: no aparecen de la nada, nunca son invenciones de algún político habilidoso o de asesores de publicidad. El político avezado percibe eso que anda en lo profundo de la sociedad, lo olfatea y tiene la destreza de ponerlo en palabras: de hacerlo inteligible primero y deseable después. Deseable y votable.
Si no hubiera habido en la sociedad uruguaya nada parecido a ese querer tocar lo vedado o trancado por el relato frentista, nada habría sucedido. Me atrevo a decir que cinco años antes, en el otro periodo electoral, la propuesta de la LUC (es decir, la necesidad y urgencia de lo que he llamado tocar) no habría tenido respuesta, se habría tomado como la extravagancia de un candidato demasiado joven.
Pero de extravagancia pasó a ser un desafío y una pregunta válida: ¿por qué no se puede? ¿Por qué no tocar lo que todos ven como necesario tocar, pero está vedado? Y aquí entra el asunto de los tiempos, el momento oportuno. Los griegos antiguos tenían dos términos, dos palabras, para referirse al tiempo. Una era “cronos”; es el tiempo que transcurre, siempre igual: es el tic-tac. La otra palabra era “kairos”, quiere decir el momento oportuno, ese que no es igual ni al anterior ni al posterior: es único, si se te escapa perdiste la oportunidad: antes es prematuro, después ya se te fue.
Como quedó dicho más arriba ningún cambio prospera o se asienta en la sociedad si no existe en esa misma sociedad alguna correspondencia, alguna nota consonante; la sociedad no acepta dar todo vuelta patas para arriba. Menos que menos una sociedad como la uruguaya. La propuesta electoral que planteó el Partido Nacional y aceptó con entusiasmo buena parta de la ciudadanía no es un giro de 180 grados; no habría funcionado. Como expliqué más arriba son muchas de las cosas que el propio Frente Amplio reconoció como necesarias, pero no llevó adelante. Y otras más que provienen de otra visión del país pero que fueron reconocidas como posibles y necesarias por el electorado.
El Frente Amplio ha tomado su derrota como una catástrofe para el Uruguay: solo fue una catástrofe para el Frente. A partir de ese momento (y quizás por esa circunstancia) el Frente ha incorporado un lenguaje apocalíptico. Hay ejemplos de todos los días, pero voy a citar nada menos que un documento de la Comisión de Programa (presidida por Ehrlich). “El gobierno tiene una forma de hacer política que amenaza el sistema democrático”; eso es para expresar su oposición a la LUC. Y más adelante: “la alianza gobernante actúa como un ejército de ocupación en territorio enemigo”.
Cuánto más adecuado y justo es el análisis y el lenguaje empleado, por ejemplo, por el economista Oddone (El Observador 24/6/21): Hay una pausa en el proceso de construcción del estado de bienestar que cada tanto parece volverse muy pesado para el crecimiento del país”. Y más adelante: “El herrerismo ha llegado al gobierno cuando la ciudadanía percibe que hubo excesos del estado”. No estoy en todo de acuerdo pero con esto se puede discutir con provecho.
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