Home Opinión Todos somos vulnerables y dependientes. Miguel Pastorino
0

Todos somos vulnerables y dependientes. Miguel Pastorino

Todos somos vulnerables y dependientes.     Miguel Pastorino
0

Una ilusión de la modernidad fue creer que el ser humano es un ser que puede tener una libertad absoluta, imaginando un individuo que se realiza sin los demás o incluso contra ellos, como si el ser humano fuera naturalmente egoísta y autosuficiente. No pocos pensadores han argumentado desde este supuesto. Sin embargo, cada vez somos más conscientes de que lo constitutivo de la condición humana es su interdependencia y su vulnerabilidad. Vulnerables no son solo algunos seres humanos, sino todos.

La concepción cultural hegemónica en nuestros días es, sin importar la ideología política, una visión hiperindividualista y utilitarista. Incluso personas de tradiciones políticas opuestas, parecen coincidir cada vez más en un subjetivismo individualista que olvida a los demás, donde los otros desaparecen del horizonte. Es en esta visión donde se instala un supuesto extendido y naturalizado: desconocer que el ser humano es valioso más allá de sus condiciones vitales o capacidades. Incluso la dignidad humana, defendida por todos como inherente a la condición humana, hoy parece depender de lo que cada un considere subjetivamente, para decir si su vida vale algo o nada.  Desde esta visión se idealiza la autonomía, como si la dependencia y la vulnerabilidad nos humillara. Relativizada la dignidad humana a consideraciones de valoración por capacidades, destruye un presupuesto básico de una sociedad democrática: la igualdad.

Constitutivamente vulnerables y dependientes.

 Rosseau escribió en el Emilio que “Los hombres no son por naturaleza ni reyes, ni poderosos, ni cortesanos, ni ricos. Todos han nacido desnudos y pobres, sometidos todos a las miserias de la vida, a las penalidades, a los males, a las necesidades, a los dolores de toda clase; en fin, condenados todos a muerte”. El ser humano necesita de los otros y de los cuidados desde que nace. El filósofo A. MacIntyre en su obra Animales racionales y dependientes (2001) afirma que somos dependientes porque somos vulnerables, que lo “normal” humano no viene definido por estados autonómicos perfectos, por vidas independientes, sino por lo contrario, por diferentes estados de dependencia a lo largo de la vida. Somos animales racionales y por eso mismo vulnerables y dependientes, necesitados de la comunidad humana para desarrollarnos. Algo fácil de constatar, pero difícil de asumir es nuestra común fragilidad y necesidad de los otros.

El historiador holandés Rutger Bregman, ha publicado una investigación de mil doscientas páginas, que atraviesa doscientos mil años de historia, para descubrir que ha sido el altruismo y no la competitividad, el cuidado del otro y no el egoísmo, el motor evolutivo de la humanidad. En su trabajo propone repensar la historia a partir de la evidencia de que el ser humano tiende más a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar. Además de incontables acontecimientos históricos, repasa experimentos psicológicos y sociales sobre comportamiento humano.

El filósofo judío Martin Buber expresa con gran claridad cómo lo primero que descubrimos en la existencia no es nuestra racionalidad, sino nuestra indefensión que nos empuja al auxilio de la relación con los otros. El ser humano es desvalido biológicamente, comparado con otros animales y solo se hace viable por la inteligencia que es la facultad de prevenir, de transformar sus carencias adaptativas en oportunidades vitales (Zubiri, Sobre el hombre, 1986).

Recientes investigaciones en neurociencias, de la mano de autores materialistas como Patricia Churchland, dan cuenta de la evidencia de la estructura moral del cerebro humano y nuestra tendencia a proteger al débil, a sacrificarnos por aquellos con quienes estamos vinculados en un compromiso biológico de cuidado. Los seres humanos somos cooperativos y el apoyo mutuo es un mecanismo de supervivencia.  A su vez esta vulnerabilidad es ocasión para desarrollar aquello que nos constituye, y así se muestra el cuidado humano de los más necesitados. El cuidado humaniza al cuidado y al cuidador, no solo a nivel individual, sino también cuando se trata de progreso social y político. Así lo afirma el profesor Aniceto Masferrer en su obra Para una nueva cultura política (2019): “La manifestación de la debilidad humana en cualquiera de sus grados constituye una ocasión para probar la hondura y la calidad de nuestro respeto por las personas. En buena parte, la moralidad y el desarrollo cívico de una sociedad y del Estado se mide específicamente por la protección, el respeto y el cuidado que muestra hacia sus ciudadanos más débiles y vulnerables.

Analizando la situación social durante la pandemia del Covid19 la filósofa española Adela Cortina escribió: “La interdependencia nos constituye, la solidaridad es irrenunciable” y se muestra convencida de que si los políticos generaran cohesión social desde proyectos dialogados y compartidos, para resolver los problemas más acuciantes, en lugar de enfrascarse en disputas oportunistas que cultivan la polarización y el conflicto, podrían responder con madurez y altura humana a los desafíos del presente, porque comprenden que “los valores con futuro son los que se tejen desde la compasión y dan razones para la esperanza”, porque nos importamos mutuamente.

Cuando gana el individualismo y pierde la solidaridad.

Desde una visión subjetivista e individualista de la libertad, los deseos individuales serían creadores de derechos, aunque paradójicamente atenten contra derechos humanos fundamentales. Colombia recientemente despenalizó el aborto hasta la semana 24 sin restricción de motivos, es decir, que un ser humano con seis meses de vida, que incluso puede vivir con cuidados fuera del cuerpo de su madre (entre un 40 y 50% sobreviven), puede ser eliminado porque otro entiende que es su derecho decidir que muera. Cuando los que no pueden defenderse ya no nos importan, perdemos humanidad. Pero frente a un hipertrofiado individualismo en los debates éticos actuales, solo cabe una respuesta de solidaridad y protección por quienes no pueden protegerse a sí mismos, una opción por el cuidado de los más vulnerables.

Cuando una sociedad tiene los recursos para aliviar a los que sufren y que tengan una muerte sin dolor, venderles que es su libertad la que los debe invitar a pedir que los maten por miedo a sufrir, es además de engañoso, profundamente injusto e inhumano. Y así, bajo la apariencia de promover la libertad individual se llega a una situación social que beneficia económicamente a unos pocos y convence a los más frágiles de que su vida es indigna y no merece la pena. La moda de la eutanasia ha derivado ya en los países que la legalizaron, no en una ola de compasión y respeto por la autonomía como se publicita, sino en el derrumbamiento de la solidaridad y de la cultura humanística que sostiene las relaciones de cuidado en la sociedad, en una herida de muerte en la relación entre médicos y pacientes. Así, contra las advertencias de la Asamblea Médica Mundial, de expertos en Cuidados Paliativos de todo el mundo, de Comités Nacionales de Bioética, se ha convencido a mucha gente que es su derecho lo que en realidad le quita todos sus derechos, especialmente cuando más necesita cuidado, alivio y protección.

 

De la estigmatización del suicidio a su idealización.

Algunas posturas ultraliberales parten de una idea de libertad muy idealista y atomista. La libertad humana está siempre condicionada, situada; en relaciones sociales de dependencia y más todavía la de una persona vulnerable que sufre, fuertemente condicionada por el sufrimiento y por la situación social en la que se encuentre. No es algo simple, porque bajo presiones afectivas, sociales y económicas, las personas no deciden con plena libertad cuando sufren mucho. El suicida generalmente quiere acabar con su sufrimiento o el de sus seres queridos, no con su vida, pero no ve otra salida. No pocas veces el ideal de libertad individual se absolutiza sin pensar en las consecuencias sociales. La eutanasia es una decisión que no afecta solo al que la pide. En la medida en que la eutanasia sea una alternativa al enfermo, lo será también para su entorno, especialmente para sus familiares, amigos, acompañantes y de los médicos que lo tratan. Todos tendrán presente que ese sufrimiento tiene una «solución rápida» que depende de la decisión del enfermo y sobre el caerá la obligación moral de no complicarle la vida a los demás durante más tiempo. Aunque nadie lo diga, todos sabrán que hay una puerta de salida para evitar problemas a otros. ¿No es acaso una carga demasiado pesada para el paciente? ¿No es un deber de quienes le rodean rescatarlo de su soledad y acompañarle con los debidos cuidados? Por algo la ética médica condena tanto prolongar la vida indebidamente como adelantar la muerte, porque el derecho a una muerte digna es a una muerte natural, en paz y sin dolor, no a que le maten.

La estimación del valor de la propia vida es siempre una reacción a la estima que la persona experimenta por parte de los demás. Quien no se siente valorado ni amado, sentirá que su vida no vale nada y que da lo mismo vivir que morir. La autonomía predicada para enfermos terminales es equiparada a una forma de autarquía, con la autosuficiencia del hombre fuerte, autoconsciente, no necesitado de ayuda alguna: una imagen muy lejana de la situación de enfermedades graves donde la dependencia de los demás se incrementa. No existen seres aislados con libertades absolutas para determinarlo todo, menos aun cuando se trata de los más vulnerables.

¿Puede el médico o el legislador asegurar, sin margen de dudas, que el enfermo desea morir y no -por ejemplo- dejar de ser una carga para su familia? Habilitando la opción de la eutanasia, ¿no estaríamos favoreciendo más abusos de conciencia hacia la población más vulnerable? Y de la mano de esto, ¿no se carga aquí al médico con un peso moral impensable y contrario a su vocación?

La invocación del principio de autonomía para la eutanasia es abstracta y ajena a la realidad de quienes padecen enfermedades que limitan o ponen en peligro su vida. Nuestro deber con el que sufre no puede reducirse a una disposición formal de respetar su voluntad y que eso sea la pauta del obrar, cuando el reconocimiento moral de la persona vulnerable mueve a no abandonarlo, a aliviarlo, a permanecer a su lado hasta el final, ayudándole a prepararse para la llegada de la muerte.

La ficción de la eutanasia como “derecho”.

La idea de una decisión libre, reflexionada y racional sobre la propia vida, acerca del valor de la propia existencia, liberada de toda influencia del entorno social, es una construcción ficticia de quien no está en esa situación y solo proyecta el miedo al sufrimiento desconocido o por haber conocido situaciones dramáticas de malos cuidados al final de la vida o de obstinación terapéutica. Es en esos momentos donde apelar a la libertad de quien está tan necesitado de alivio y apoyo, para darle muerte, puede ser una forma hipócrita de abandonarlo con la excusa de que era él quien lo deseaba. Pero la experiencia de una vida con sentido, aún en situaciones difíciles de afrontar, solo puede lograrse si está sostenida por la solidaridad y cercanía de los otros, por cuidados de calidad, por vínculos humanos que reconocen y respetan nuestra dignidad inseparable de nuestra vulnerabilidad.

POR MÁS PERIODISMO, APOYÁ VOCES

Nunca negamos nuestra línea editorial, pero tenemos un dogma: la absoluta amplitud para publicar a todos los que piensan diferente. Mantuvimos la independencia de partidos o gobiernos y nunca respondimos a intereses corporativos de ningún tipo de ideología. Hablemos claro, como siempre: necesitamos ayuda para sobrevivir.

Todas las semanas imprimimos 2500 ejemplares y vamos colgando en nuestra web todas las notas que son de libre acceso sin límite. Decenas de miles, nos leen en forma digital cada semana. No vamos a hacer suscripciones ni restringir nuestros contenidos.

Pensamos que el periodismo igual que la libertad, debe ser libre. Y es por eso que lanzamos una campaña de apoyo financiero y esperamos tu aporte solidario.
Si alguna vez te hicimos pensar con una nota, apoyá a VOCES.
Si muchas veces te enojaste con una opinión, apoyá a VOCES.
Si en alguna ocasión te encantó una entrevista, apoyá a VOCES.
Si encontraste algo novedoso en nuestras páginas, apoyá a VOCES
Si creés que la información confiable y el debate de ideas son fundamentales para tener una democracia plena, contá con VOCES.

Sin ti, no es posible el periodismo independiente; contamos contigo. Conozca aquí las opciones de apoyo.

//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js
temas:
Semanario Voces Simplemente Voces. Nos interesa el debate de ideas. Ser capaces de generar nuevas líneas de pensamiento para perfeccionar la democracia uruguaya. Somos intransigentes defensores de la libertad de expresión y opinión. No tememos la lucha ideológica, por el contrario nos motiva a aprender más, a estudiar más y a no considerarnos dueños de la verdad.