Para una generación, la evocación de Corea trae remembranzas de otro mundo, deguerra fría, de enfrentamiento Este-Oeste. La península coreana partida en dos por el paralelo 38 y enfrentada militarmente, no era otra cosa que una expresión más de ese mundo emergente de la Segunda Guerra Mundial configurado de acuerdo con las divisiones y los límites arbitrarios establecidos en Yalta por los vencedores de la contienda, en aquellos tiempos conocidos como los Aliados. El conflicto confrontó al norte procomunista -apoyado desde la Unión Soviética y China- y el sur, de la República de Seúl, luego Corea -con sus alianzas occidentales, en particular Estados Unidos-.
Tras la violación y traspaso del paralelo 38 por el norte -que avanzó hacia Seúl- la aviación estadunidense la bombardeó y se asegura que lanzó más proyectiles que los que había tirado contra las potencias del Eje, además de sustancias químicas: la quinta parte del total de la población norcoreana murió en el conflicto activo de 1950-53.
La instalación inicial de las armas nucleares fue adoptada por Estados Unidos: el presidente Dwight Eisenhower autorizó al ejército a trasladar a la península, en 1958, armamento nuclear, rompiendo los acuerdos que pusieron fin a las hostilidades mediante la suscrición en 1953 de un armisticio que puso fin a los combates. De acuerdo con algunos especialistas estadunidenses en cuestiones militares, a mediados de la década siguiente ya había en Surcorea proyectiles atómicos para los cañones sin retroceso Davy Crockett como parte del millar de ojivas de artillería, bombas tácticas, cohetes tierra-tierra, misiles antiaéreos y minas terrestres nucleares. Hay que recordar que en 1951 el presidente
Harry Truman destituyó del mando del área al general Douglas MacArthur que proponía detonar artefactos nucleares que hicieran las veces de cortina en la frontera sino-coreana.
En la actualidad, desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado han partido calificaciones de condena al gobierno de Pyongyang, junto con el intento de Donald Trump y su gobierno de hacer ver la futura reunión del mandatario con Kim Jong-un como el efecto sobre éste de la presión de China Popular y las sanciones estadunidenses. La réplica norcoreana no se hizo esperar y a manera de comentario a estas declaraciones las calificó como “peligroso intento de arruinar la incipiente distensión tras la histórica cumbre” del pasado 27 de abril entre el líder norcoreano, Kim Jong-un, y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, en que -según la Declaración de Panmunjom– firmaron el compromiso que “Corea del Sur y Corea del Norte confirman el objetivo común de obtener, a través de una desnuclearización total, una península coreana no nuclear”. En ese encuentro anunciaron que «no habrá más guerra en la península de Corea».
De paso, los voceros del norte aprovecharon para denunciar que persisten las acciones de Washington mediante «presión y amenazas militares” y sostuvieron que la situación no mejorará en tanto Pyongyang “mantenga completamente a su programa nuclear (militar)”.
En cuanto a China, hace unas semanas escribimos acerca del ascenso de Xi Jinping y alguno de los efectos que representa para su país. Por otra parte, se puede afirmar que en esta etapa, con cualquier mandatario, China es un competidor comercial mundial de Occidente y de Estados Unidos en particular. Un desafío directo a Xi por parte de Trump es el que figura en un documento de seguridad nacional de diciembre de 2017 en que se caracterizó a China como un «competidor estratégico» de Estados Unidos.
En los últimos tiempos la tensión entre ambas naciones en el capítulo comercial se ha acrecentado y son varios los especialistas que alertan sobre un posible choque de incalculables e impredecibles consecuencias en los mercados internacionales, pese a las misiones estadunidenses a Pekín para obtener algún arreglo diplomático. Además, desde Washington se acusa a Pekín por su presencia en las islas naturales y las que edifica en el Mar Meridional de China, acusándola de que las transforma en bastiones militares.
Un análisis actualizado de aquello que escribimos nos confirma en que más allá de todas las disputas, Pekín acometió acciones en el campo internacional que lo confronta con Washington al darle una recepción oficial y pública a Kim Jon-un. Según el mundillo de las agencias y la gran prensa, Xi le impuso al dinástico heredero norcoreano que aceptara reunirse con el presidente surcoreano -Moon Joe-in- y luego proponerle hacer lo propio -mediante una propuesta- a Trump. De esto -haya sido como haya sido- se colige que China se propuso y consiguió ser tenido como mediador y facilitador de la distensión en la península. En el caso, entonces, más allá de lo que obtuvieron los chinos -obligando, en la práctica, al debate entre los contendientes-, nuestra deducción concluye que Kim resultó ganador y Trump quedó contra las cuerdas.
“El acuerdo firmado entre Kim Jong-un y el presidente surcoreano Moon Jae-in que acabó con la Guerra de Corea tiene un significado invalorable. Quienes lo descartan como ridículo o cuestionan cínicamente los motivos de Pyongyang para firmarlo no comprenden el hecho. Representa entre otras cosas un esfuerzo conjunto de las dos Coreas por asegurarse que el desbocado presidente estadounidense que amenaza con aniquilar a Corea del Norte no tenga pretexto alguno para hacerlo”, escribió el catedrático de la bostoniana Universidad Tufts, Gary Leupp.
Acerca de Trump, eventual interlocutor de una anunciada reunión con el líder norcoreano, se ha escrito -más de lo debido, quizá- y debe tenérselo como un maniático peligroso que encarna el papel de emperador. Michael Wolff no lo trata bien y sostiene que el hombre del implante capilar de rubio ocasional no está calificado para ser presidente y que su Casa Blanca es una zona de alto riesgo poblada de colaboradores sin experiencia: la sorpresa es que no hayan ocurrido más calamidades, al menos por el momento.
Pese a sus continuos desaciertos, a los desequilibrios que genera en el gabinete de secretarios del que se rodea y cuyas ondas expansivas se extienden y, con cierta lógica, repercuten negativamente sobre el Partido Republicano -incluyendo malos resultados electorales y caídas en la consideración de sus conciudadanos-, aún habrá quien le aconseje al magnate-mandatario alguna temporal salida, aunque después deba regresar de ella sobre sus pasos. Se dice que como cualquier emperador (romano o no), monarca y toda clase de dictadores -más o menos crueles- que atraviesan tiempos de malestar interno, le queda el alzar alguna “cortina de humo”: algo así como idear, hacer creer, que existe una amenaza externa y lanzarse a acciones en “terreno enemigo”, con lo que podría aparecer como esforzado defensor del imperio (cosa que gusta a la mayoría de los estadunidenses dispuestos a meter la nariz donde no los llaman) recogiendo, así, simpatías, aunque no sean duraderas.
Recordemos que en paralelo con el desenfrenado ataque verbal de Trump contra Norcorea, Jack Keane sostenía que, en el caso, una “intervención militar es la única vía que queda para evitar el desarrollo nuclear y armamentista de Corea del Norte». Conste que este señor no es cualquier cosa: es general (retirado) y asesor presidencial.
Sus expresiones, por suerte, fueron sepultadas por la reunión intercoreana, que apaciguó un tanto las cosas, y la invitación de Kim. Por ahora, creámosle al mandatario que dice que está definida la fecha y dónde verá al norcoreano, mientras su Departamento de Estado sólo se anima a adelantar que los visitará el surcoreano Moon Jae-in el 22 de mayo, sin determinar si será antes o después de la reunión con Kim.
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