El ambiente político en Washington está, por lo menos, tenso. Y la preocupación es creciente pues en la capital de los Estados Unidos, la ciudad donde cada cuatro años se mudan miles, yéndose y llegando, según los resultados electorales, la estrategia del presidente Donald Trump ha quedado al desnudo, y disgusta a la inmensa mayoría.
Hace unas pocas semanas, y luego de una cadena de medias palabras, de enredos de que dijo y no quiso decir, que se había malentendido o mal expresado, algo que se ha hecho habitual en los años Trump, una estrategia peligrosa comenzó a desplegarse desde la propia presidencia de los Estados Unidos. Primero, y dada la respuesta recibida, se intentó plantar la idea de que la pandemia afectaba críticamente las condiciones para asegurar el normal desarrollo de unos comicios de alcance nacional.
En Washington hay una duda instalada y desde hace mucho: el dudoso talante democrático del presidente Donald Trump. Lo está desde la primera campaña electoral, la interna, y luego, la presidencial. Es que la aceptación de la victoria del oponente, o dicha del revés, la aceptación de la derrota, se escenifica en Estados Unidos en el “concession speech”, traducido literalmente conserva su significado real, el “discurso de concesión”. En la historia política estadounidense, uno de éstos discursos más reconocido y valiente, si se quiere, ha sido el del candidato demócrata Al Gore tras asumir su derrota en el año 2000 ante el republicano George W. Bush, dió estabilidad al sistema en medio de enormes dudas y cuestionamientos, al conteo y reconteo de votos en el devaluado estado de la Florida. Recordemos; en esa elección el resultado electoral estuvo pendiente durante 36 días del cuestionado recuento de papeletas en el estado de Florida, donde estaban en juego 25 votos electorales que inclinaban definitivamente la balanza. En los medios se dio por ganador a uno y a otro, pero finalmente el Tribunal Supremo de EE.UU. detuvo un proceso de revisión manual que amenazaba con eternizarse y otorgó la victoria a Bush en Florida por un estrecho margen. Bush ganó aquella elección con 271 votos electorales contra los 266 de Gore. La tensión se desató acerca de quién había ganado los 25 votos electorales de Florida, y con ello, la presidencia, el proceso de recuento en ese estado, y que el candidato perdedor había recibido 543.895 votos populares más que el ganador.
Al Gore, un hombre del establishment, hijo y nieto de senadores, es un conocedor del sistema, de sus códigos, de sus tiempos. Pocos como él comprendía el profundo sentido democrático de su concession speech, que tenía un significado muy particular en ese contexto: aceptar una derrota dudosa, hipotecando su gran posibilidad presidencial, para darle estabilidad al sistema. Al Gore aceptó la “irrevocabilidad” del resultado definitivo, con serenidad y firmeza: “Ahora el Tribunal Supremo de EE.UU. ha hablado. No deja duda. Aunque estoy en descuerdo profundo con la postura del Tribunal, la acepto”.
La conspiración
Aunque Trump no es un outsider en sentido estricto, pues como empresario aprendió muy bien a sacar partido de los corredores del Congreso, nunca ocultó un cierto desprecio por los políticos. Es esa una de las bases homogeneizantes de su discurso y factor atractivo para cierto electorado de neto corte antidemocrático.
La primera campaña electoral se desarrolló exacerbando los sentimientos más negativos: desde la oposición a la inmigración ilegal, el libre comercio y el intervencionismo militar. Todos planteos dirigidos a sectores de ingresos medios, de baja formación. La confrontación, el tono vehemente, las contradicciones, incluso falsedades marcaron la tónica de aquella, su campaña, donde evitó el contacto directo con entrevistadores, forzando su participación en programas a estilo de monólogos. Los temas más radicales y ampliamente informados de Trump fueron sobre la inmigración y la seguridad fronteriza, de la cual propuso la deportación de todos los inmigrantes ilegales, la construcción de un muro en la frontera entre Estados Unidos y México y la prohibición temporal de la entrada de musulmanes a Estados Unidos, relacionando los problemas que trae la inmigración en la frontera.
Cuatro años después, en una gestión marcada por la incertidumbre, la inestabilidad, los anuncios vacíos de significado real, las purgas asociadas a las campañas contra sus propios exfuncionarios, y el aislamiento internacional, una pésima estrategia antipandemia, muestran a un presidente que vuelve a retomar la senda ya recorrida en 2016, pero en medio de sus desastres no hay una sóla encuesta que le endulce la ilusión de un segundo mandato.
Dos ediciones atrás de Voces, dábamos cuenta de la advertencia lanzada por Lawrence Douglas, académico influyente, que ha puesto en evidencia de que Trump y su entorno más inmediato habían comenzado una campaña de incertidumbre y dudas, de desprestigio, del sistema electoral. Por ello, advierte, ha comenzado a hablar de un eventual fraude electoral, y a recordar su “histórica” falta de compromiso con la estabilidad institucional. Han puesto la mira en el voto por correo, una de las posibles formas de votar en los Estados Unidos.
Vale recordar que para la elección de presidente y vice, en los Estados Unidos el ciudadano vota un colegio electoral, que en 48 estados y en Washington DC el ganador se “lleva” todos los electores que corresponden a ese estado, salvo en Maine y Nebraska es proporcional. Para ganar, se necesitan los votos de por lo menos 270 electores.
Hace una semana, Trump propuso, casi como que dejó caer la idea, de retrasar las elecciones, argumentando que sería la elección “más inacurada y fraudulenta de la historia”, toda una verborragia grandilocuente e insustancial. No sólo que no encontró ni aliados ni silencios cómplices, sino rechazos. Hoy “es el propio Trump quien se ha convertido en la crisis de confianza de nuestro sistema político. Él es su propia profecía antocumplida”. Este recurso de “acusar” a la próxima elección de fraudulenta, Trump lo utilizó en 2012, 2016 y 2018. Desde el sitio web Factbase, se da cuenta que en declaraciones públicas y tweets de Trump, hay 713 referencias a “fraude electoral” desde 2012, la gran mayoría a medida que se acercaban las elecciones de 2016, 2018 y 2020. Sólo este año Factbase constató 91 casos, un número que seguramente aumentará.
La elección en Estados Unidos será una prueba para la institucionalidad democrática de un país que cada día siente que ha dejado de ser el centro del universo, que es una potencia, pero una potencia en declive, que no encuentra su lugar en el mundo, entre una Europa preocupada por su “política de cohesión”, una Rusia jugando su papel en solitario, y una China serena, jugando su partida táctica de más largo plazo.
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