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Un disco maldito (1) Jorge Alastra

Un disco maldito (1)    Jorge Alastra
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GÉNESIS
Después de editar Mateo y Trasante en 1976, la vida de Eduardo Mateo cambia drásticamente. Habiendo perdido el único trabajo fijo, su sobrevivencia empieza a tambalear y es cuando sale a buscar el apoyo de los amigos. En este período consigue manos solidarias pero pronto pasará a ser un habitante más de las tantas pensiones montevideanas. Ante un cuadro tan dramático, cuesta imaginar de dónde sacó la fuerza interior para continuar creando. En 1981, a instancias de Enrique «Quique» Abal, inicia la preparación de un nuevo álbum -habían pasado cinco años desde la última vez que pusiera un pie en un estudio de grabación. Y aquí cabe hacer un paréntesis. Hubo un par de nombres claves (no músicos) en la vida artística de Mateo. Uno fue Carlos Píriz. El otro fue «Quique” Abal, directivo del sello discográfico Sondor. A pesar de la negativa de su padre “Quique” peleó para que Mateo tuviera sus horas de estudio, aun sabiendo que el disco no daría ganancias. Luego es un dato curioso saber que de las ventas de discos internacionales comerciales (CBS), salió el dinero para dar vida a una de las mayores obras de la música uruguaya. En 1984, finalmente, se editó Cuerpo y Alma, un álbum hasta hoy insuperable. Estamos frente a una música original y a la misma vez universal. Pareciera ser un contrasentido, pero es que a través de un compositor tan personal, con una óptica tan peculiar, de cualquier modo accedemos a un mapa de ruta de varias influencias. En estas canciones suena la época y lo nuevo en una misma dimensión: Beatles, la MPB, la música culta europea, África u Oriente medio; todo en un mismo universo. Por otro lado, asombra cómo se pudo construir un disco de este calibre en un momento tan embromado de la sociedad. Es indudable que la cabeza de Mateo funcionaba en una frecuencia alternativa, donde la realidad concreta era una zona provisional. Su música (y su psiquis) no empardaron nunca con la realidad cotidiana y es la única explicación posible para llegar a la concreción de un trabajo como Cuerpo y Alma.
LAS CANCIONES
Abre el disco una ráfaga de aire fresco convertida en canción. En el himno religioso que es «Cuerpo y Alma» hay algo más que texto, ritmo y melodía. Aquí pasan otras cosas que sobrepasan a una canción rutinaria de cantautor. Cuesta escribir «sagrado». Pero es que la canción transmite una serenidad y una comunión difícil de expresar si no es tocando lo espiritual. El texto -cargado de aliteraciones- juega con la letra A del vocablo alma, la primera del alfabeto. El Alfa (“Alma al aras alas que pasan/ Del ave que en vuelo anda/ Ama el alma en mantra»). En un pulso de 3 entra el 2 (una especie de toco en cámara lenta). Y todo pareciera flotar, como si estuviera acompasada a los movimientos de la naturaleza (Es buen ejercicio escucharla en un lugar donde podamos estar en contacto con ella).
Hay una nueva síntesis del candombe en «Nombre de bienes», que escapa a la etiqueta del candombe-beat. Esta es una zona inexplorada desde el manejo de lo rítmico, lo melódico y el canto. Candombe ultra rápido -con una notable intervención de Walter «Nego» Haedo desde las congas- pero lo que sucede arriba y en medio de esa base rítmica es absolutamente alucinante. Y el adjetivo no está puesto porque sí. «Alucinante» porque invoca a una materia ancestral indefinible. Estamos escuchando algo negro y pesado, pero curiosamente, dentro de un esquema de canción pop, y que pese a su brevedad igualmente nos alcanza para sumergirnos en el trance. La atonalidad de la melodía en el canto remite a algo indiano, pero también se nota un dejo del Lennon de «Tomorrow never knows». Las guitarras tocadas por Mateo son un buen ejemplo de su dominio rítmico, dando la sensación de que lo que está sonando es una cuerda de tambores. El texto surreal, fuera de todo figuratismo, le agrega misterio («Guarda con el nombre de los bienes/ Lleva arco y flecha el querubín/ Y pasiones con mirar inerte/ Merodeando al alba por ahí// Al nombre azul/ De un bien que viene/ Casi que un blue/ Muy suave y tenue). En este enigmático poema, Mateo juega con las palabras “bien” y “blue” (azul). Primero: el bien común, la búsqueda de la armonía y de la perfección, y por otro lado, el bien material. En esas dos opciones navega el autor, y lo hace mezclando lo coloquial con un dejo de poesía simbolista. No tengo información de esto, pero supongo que el “nombre”, en su primer intento pudo llegar a ser “hombre”, y que fue sustituido por una sonoridad musical particular o para que tuviese más interpretaciones, más misterio. En cuanto a blue, la palabra también es polisémica en este texto. Es azul, pero también puede remitirse a blues. Es, como casi todo el disco, un viaje ambiguo y lleno de códigos y de hallazgos permanentes. En la parte B es donde llegamos al clímax y donde sabemos que ese “nombre” es un caballero (“Mírenlo volar por el sendero/ Como un señor del tiempo/ Bien vestido y bien de nuevo/ Salúdenlo”). Esta estrofa de extraña belleza deja el enigma abierto. Ese señor -que remite a un dandy- parece ser el alter ego de Mateo. El vuelo por el sendero no sería otro que el de su búsqueda obsesiva de la belleza en el arte. “Bien vestido y bien de nuevo”: aquí deja la tercera acepción del vocablo “bien”. Andar “bien de nuevo” sería como una alegoría de la resurrección; es alguien que ha vuelto de la muerte, que la ha vencido. Y merece ser recibido: salúdenlo.»

Ilustración: (Sobre arte original de tapa, de Óscar Larroca)

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