En el último tiempo, el asesinato de un periodista saudí -Jamal Khashoggi, autoexiliado y redactor de The Washington Post- no sólo ha provocado la solidaridad de muchos de sus colegas y estupor en el público -por haber ocurrido en un consulado-, sino un amplio juego en el tablero mesoriental y afectaciones mayúsculas en la Unión Europea y Estados Unidos (EEUU) que sin querer pusieron a disposición de Turquía y su líder -Recep Tayyip Erdogan- inesperadas e insospechadas facultades.
Las distintas versiones sobre los hechos dadas por Riad y la casa real sobre lo acontecido con Khashoggi en su consulado en Estambul, confirman las más crueles hipótesis acerca de la suerte corrida por el periodista. Las peores y más escabrosas especulaciones y detalles de lo sucedido el 2 de octubre se dan desde que Erdogan señaló dos hechos: que contaba con las pruebas -11 minutos de grabación- que confirmaban el asesinato y que “sabemos que la orden de matar a Khashoggi vino de los niveles más altos del gobierno saudí”.
El furibundo mensaje turco tiene que ver con el futuro saudí, del cual algunos observadores opinan que «lo que está pasando no tiene precedentes: con anterioridad, el poder estaba repartido entre siete u ocho hermanos, pero ahora está concentrado en una sola persona, el príncipe heredero. Cualquier cosa puede pasar, la situación es muy volátil».
Un mes después del asesinato -admitido tarde por Riad- el procurador general saudí, Saúd ben Abdalah al Muajab, fue a Estambul y lo recibió el fiscal turco Irfan Fidan, quien le trasladó un simple y elemental pedido de su ministro de Justicia, Abdulhamit Gul: que indique dónde está el cadáver del asesinado y facilite el interrogatorio de los 45 empleados consulares por la policía local. Se sabe de que esto causó un fuerte impacto en el saudí que no dio ninguna respuesta a la exigencia.
Más allá de lo sobrecogedor y sobresaltante del hecho que conmocionó a la opinión pública -que demanda el esclarecimiento del hecho-, la situación se ha desarrollado con protagonismo turco -consciente de su dominio de la escena- y el manejo que le quiere dar Riad y la familia real para tratar de salvar al futuro rey, Mohamed bin Salman, heredero e hijo del monarca Salman bin Abdulasiz. Es así que Erdogan mantiene a cuentagotas sus afirmaciones sobre el caso, administrándole datos a la prensa para mantener vivo el interés del público y de los políticos, mientras Riad intenta que pase el tiempo y que todo se olvide.
Cuentan con que nadie se acuerda del caso -tenido como circunstancia casi prehistórica- de diciembre de 1977, cuando otro periodista fue asaltado y secuestrado en Beirut, llevado a la representación saudí y luego desaparecido. Era el opositor a la corona Nasir As Said. Hace un año, en otro “olvido”, el secuestrado en Riad fue el primer ministro libanés, Saad Hariri, a quien se obligó a renunciar al cargo, que recuperó al regresar a su país. Otro caso «olvidado» es el de hace tres meses, cuando un ataque aéreo saudí en Yemen causó la muerte de 40 escolares y 11 adultos que viajaban en un autobús, además de otros 56 niños heridos: la bomba era estadunidense y el fabricante Lockheed Martin. Robert Fisk (corresponsal de The Guardian) cree que a Khashoggi no lo mataron por lo que había escrito sino por lo que iba a informar con pruebas: que Arabia Saudita utilizó armas químicas en Yemen.
Es evidente que los episodios de desencuentros entre turcos y saudíes tienen historia, pasada y reciente. De esto último da cuenta el hecho de que la casa real le exigió en el pasado a los turcos alejarse de Irán -que suministra gran parte del petróleo que consume- y que dejaran de apoyar a Qatar (socio de Teherán) con el que Riad rompió relaciones y obligó a otros 6 estados árabes a hacerlo. Las acciones del futuro rey Mohamed bin Salman, conocido como MbS, llevaron a que con el apoyo de la familia real Saúd el país se involucrara en una guerra en Yemen, hostigara a Qatar y se distanciara de Turquía y Erdogan a quien ve como un no árabe que puede disputarle la primacía en el mundo sunnita.
Por otra parte, las enormes ganancias que la familia real amasa por la apropiación de los beneficios que ofrecen más de 10 millones de barriles diarios de crudo -es la tercera potencia extractora del mundo, después de EEUU y Rusia- llevan a que Washington y Bruselas actúen permisivamente en temas de derechos humanos, por ejemplo. Sin embargo, en la ocasión, al parecer los saudíes se pasaron de la raya para algunos, mientras otros esgrimieron razones absurdas para seguir comerciando, en particular, armas. Esto último hacen España y EEUU. En el caso español su jefe de gobierno declaró que la venta de armas a los saudíes genera miles de empleos y no se puede renunciar a ellos. EEUU, en voz de su presidente, sostuvo que no dejará de vender pertrechos militares a su principal cliente, que hizo un pedido reciente por 110 mil millones de dólares que incluye, entre otros fierros, un lote de aviones F-15S que la USAF viene desactivando y en 2025 no tendrá ninguno en operación.
Sobre la enorme liquidez monetaria de la familia real -con 86 años de serlo- debe saber que con ello sacia las arcas de los gobiernos y la banca occidentales, pero sus monarcas, quienes manejan los asuntos del Estado, son prescindibles y en esa condición está MbS. Alguien, con un dejo de simpatía, ironizó: “El asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi (…) ha obligado a una contorsión de la diplomacia internacional que amenaza con llenar las clínicas de los fisioterapeutas de embajadores con desviación de columna y fracturas cervicales”.
La conclusión nuestra pasa por confirmar que no hay enemigo pequeño y para muestra está el asesinato -que trajo una impensable y temible cola- del sobrino de un traficante de armas beneficiado con el Irangate y, sobre todo, le permitió a un execrable presidente hacer malabarismos en el concierto internacional (no sabemos si un cuarto de hora o algo más).
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