Estamos en mayo de 1978 en Normandía, Francia, y Jaime Roos está iniciando las grabaciones de “Para espantar el sueño”. El material incluido deriva de sus experiencias vitales, a pura mochila, por toda Sudamérica. En esa búsqueda –inédita en un músico uruguayo con un proyecto personal- está también la de un lenguaje propio, que tenga que ver con su mapa cultural, más allá de los evidentes intercambios –saludables o no- con las músicas externas. Para componer su obra Jaime organiza un periplo -físico y sicológico- que se convertirá en las músicas y textos de sus nuevas canciones. Después del promisorio (por lo menos para el ambiente musical montevideano) “Candombe del 31”, se esperaba con curiosidad un nuevo capítulo. Para el nuevo material, la carretera es la protagonista, como una metáfora y como una entidad concreta. Jaime vuelca lo aprendido en “Mateo y Trasante”, que en este trabajo es el pulmón estético. Y vuelca su escucha de lo que está sonando en el mundo; del folk norteamericano y del rock británico. Jaime llega a una síntesis que podría catalogarse como de candombe folk. La materia murguista (y aquí Mateo tiene poco que ver) vendrá de la mano del carnaval de Montevideo, pero también de la inquietud de varios músicos de su generación como Jorge Lazaroff, Carlos Canzani o Walter Venencio. La murga que apareció mezclada con chamarra en “Cometa de la farola”, es ahora otra que dista bastante de la visión infantil de aquella. “Retirada” está en otra dimensión; es dramática y a la vez es una panorámica del Uruguay político de entonces. La música (en tonalidad menor) es novedosa en cuanto a ciertas armonías alejadas de lo tradicional, y más si hablamos del carnaval uruguayo. El texto es críptico (“Recordaron sus labios/ La diferencia/ Del gusto del café/ “El mundo es uno solo/ Y las nostalgias/ Espejismo nomás”/ Se clavó su mirada/ En la leyenda/ Que ordenaba en francés/“Mis pies sobre la ruta/ Mi pensamiento/ Vuela universal”/ El viento lo entonaba/ Y se acordaba/ De un saludo cordial”). Hay varias puntas en esta estrofa que es casi un diario íntimo. El sabor del café (distinto al de su ciudad natal), la leyenda “en francés” de los cafés parisinos, su mirada universal concreta, y la recordación de la retirada de Asaltantes, seguro basamento para su propia composición. Pero la murga de Jaime es distinta, fusionada y trasladada a un lugar de extrañeza. En el final se vuelve más “folclórica”, se viste de tablado con la percusión impecable de Jorge Trasante y los coros cargados de nostalgia: ““… Se va se va la murga/ Aunque ya nunca/ Pueda decir adiós…”. “Para espantar el sueño”/ Y señaló la flauta/ “Son quince horas de viaje a Paranaguá”, abre la canción homónima del disco. Es una verdadera road movie donde el autor habla de los camioneros de las extensas rutas brasileras o peruanas. En esos trayectos los trabajadores deben recurrir a todos los artilugios posibles para no quedarse dormidos frente al volante. Y más allá del drama laboral (que puede costar la vida) hay algo muy fuerte y poético que Jaime logró extraer. El candombe es hipnótico y va aumentando, poco a poco, en intensidad. La voz está sumergida en la mezcla, confundida entre los demás timbres, como si lo importante fuera la textura y no tanto la voz solista. “Para espantar el sueño/ La siesta inevitable/ Salimos a la ruta vidalita/ Sin mayor esperanza/ Para espantar el sueño/ Trajimos nuestras flautas/ Y Manuel trajo el volante de su camión/ Y el camión con su carga/ “Para espantar el sueño/ Se toman las pastillas”/ “Para llegar en fecha a Paranaguá”. El diario de viaje va dando pistas a medida que –paradójicamente- aletarga y adormila en un trance eterno. En “Duérmase la mamá” estamos quizá frente a la canción más climática de todas las que registró, posado en “Mateo solo bien se lame” o en lo más evidente “Un canto para mamá”. Jaime invierte el tema de la nana y la que ocupa el lugar del bebé es la madre. Es una escena pictórica (¿Vermeer?) lograda con escasos elementos, donde hay una sensualidad difícil de explicar y donde la métrica va cambiando como la propia luz del cuadro. Lo poético roza la belleza: “Duérmase la mamá/ Ya vino/ El coro de sapos/ Duérmase duermasé/ Mi niña/ Los brazos son ramas/ Duérmase la mujer/ La luna de Oriente (…)”. El candombe “beat” o “pop” estalla en “Todo un país detrás”. La poderosa batería de Trasante va armando el todo. Están los tambores del barrio fundidos con el rock. Las congas juegan un papel tímbrico (aunque sospechamos que la batería alcanzaba para darle forma al arreglo global). Candombe de ruta, hermano del homónimo, solo que más enérgico y menos introspectivo. El texto sigue en la sintonía “diario de viaje”: “Quiero sacarle chispas al asfalto/ Otra vez/ Con mis pies/ Descubrir Lima por la madrugada/ Desde el cielo/ Un café/ Sentir soplar en la camiseta/ Gallinazo planeando/ Al viento del mar/ Correr la sombra de mi pelo/ Adelante”. Jaime se reafirma como continuador de la línea genealógica del candombe “beat”, y entonces suena El Kinto, pero más Totem, en todo su esplendor, además de la savia nueva aportada por él y otros compañeros de ruta. “Para espantar el sueño” es un álbum breve e intenso y que esconde una cantidad de anécdotas que pueden rastrearse en varios libros biográficos. Lo más resaltable es que fue el trabajo de un joven y lúcido compositor, que si bien residía en el extranjero, tenía los pies (y el alma) en su tierra. Jaime es un productor fantástico, tanto, que produjo su propio destino. Y en aquel lejano 1978 ya sabía que había que hacer y cómo. El resto es historia.
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