Alguien escribió “creo que el planeado diseño del futuro de la humanidad lo hemos podido ver con la pandemia, la indiferencia ante el destino de millones de seres humanos, la falta de solidaridad ante la tragedia de otros, la negligencia intencional -o bastante parecida-, el exclusivo negocio con las ‘salvadoras vacunas’ y el brutal pagas o te mueres”. Hay quienes observan el presente así.
Mientras se entretiene a la mayoría con la pandemia de Covid hay en curso otras: una Nueva Guerra Fría, que sirve para tapar lo que William Anderson -de la Universidad de California en Santa Bárbara- sostiene que se trata de la crisis del capitalismo global. Es una pantalla que exhibe innúmeras escenas de lo que se quiere hacer ver mientras se esconden otras realidades.
La pandemia de coronavirus conlleva males de la pobreza, el desempleo, la pérdida de trabajos, la destrucción de pequeñas empresas, la baja en la producción, la retracción del comercio interior y exterior, el peso de los costos sobre los asalariados, cuando no la pérdida económica indirecta del poder adquisitivo por las depreciaciones monetarias o la directa por el impacto sobre percepciones de activos y pasivos (pese a la tardía reflexión de que quizá habría que gravar más a grandes empresas y a dueños del capital). Más allá del gran negocio para algunos laboratorios, hay un porcentaje ínfimo de la población mundial que creció cifras impensables en la previa proyección prepandémica.
Sin embargo, no es la única pandemia y la colombiana Brigitte Baptiste asegura: «La ciencia aún no goza de suficiente credibilidad (…) porque tiene que dedicarse” al Covid. Diversos centros de biología molecular se concentraron en la secuenciación del virus y en desarrollar diagnósticos. Sostiene que hay «evidencia de que deforestación, contaminación y otros factores ambientales inciden muchísimo en la aparición y la propagación de las plagas».
Asimismo, como un ejemplo de lo que se solapa, un despacho de la ítalo-argentina Elisabetta Piqué relata que 130 migrantes africanos encontraron la muerte al hundirse la lancha (gomón) en que viajaban, tras dos días de tormentas con olas de seis metros y pese a haber pedido auxilio. La guardia costera de la UE es acusada (con la marina libia) de omisión de atención: “Sabían de la situación de emergencia, pero negaron el socorro”. Tres mercantes y el Ocean Viking, de la Ong SOS Mediterranée, llegaron al lugar: “Si se hubiera caído un avión de línea habrían participado las marinas de media Europa”, fue el comentario indignado. Naufragaron y murieron como otros migrantes en el cementerio Mediterráneo vigilado por la UE y la OTAN.
La pandemia del coronavirus nos hace sospechar -mirando el futuro- acerca de dónde quedarán cuestiones relativas al trabajo y los trabajadores, la gente del pueblo, y nos lleva a reflexionar con el inglés David Harvey que la crisis presente no nos quita el dominio capitalista ni elude su tránsito presente por el neoliberalismo y la globalización. Comparto con él que “el neoliberalismo es, ante todo, una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, fuertes “mercados libres y libertad de comercio”. El estado deberá disponer las funciones y estructuras militares, defensivas, policiales y legales necesarias para asegurar los derechos de propiedad privada y garantizar, mediante el uso de la fuerza -en caso necesario- el debido funcionamiento de los mercados.
Sin embargo, el uruguayo Jorge Majfud hace que pensemos en otra pandemia de siglos: “El poder conservador, clasista, racista, sexista y capitalista detestan ser minoría en cualquier área. Por eso, detestan la cultura, las artes y las ciencias. Esas “cosas horribles” están llenas de gente opuesta a sus intereses y a su necesidad bíblica de ser adorados como dioses. Casi no hay fascistas y conservadores en el “degenerado arte”, en la “maldita literatura”, en la “imperfecta ciencia”, por lo que hay que desfinanciarlas como sea”. Recomienda preguntarse “por qué los intelectuales, los artistas, los filósofos y los científicos, desde hace siglos ya, siempre están contra ellos. No basta con repetir que todos han sido “engañados por el marxismo (…)”.
Pero Biden y otros se olvidarán de esta pandemia y de otras, haciendo “gárgaras políticas” con el fortalecimiento de los Acuerdos de París (aunque no cumplen obligaciones ni con pandemia), el cese de EEUU de críticas a la OTAN y las buenas relaciones con la UE y el Reino Unido; Latinoamérica, el Caribe y África subsahariana (salvo migración y algún sobresalto) quedarán para después.
El presidente de EEUU, exigiendo apoyos, dispondrá de 750 mil millones de dólares para gastar en fuerzas armadas -sin contar el presupuesto de las agencias de inteligencia- que encubren el mal paso del sistema. Quienes lo siguen en la UE, Israel, Japón y Surcorea colaborarán con sus instrumentos de guerra, en tanto buscarán en la periferia algún general de establo -según el economista de una antigua dictadura sudamericana- o algún civil -que de niño jugó con soldaditos de plomo- de aquello que, caso contrario, chatarrizarían por vetusto.
Este es el mundo donde el capital es hegemónico y en que la Casa Blanca les informa que ya cambió de enemigo: cesó la lucha contra el terrorismo y ahora reinicia un tiempo de guerra fría contra Rusia (reminiscencias, al parecer) y China (con el primer lugar en producción volcada al mercado mundial y creciente industria militar).
En tanto, en nuestro continente quedarán de herencias -de sur a norte- avances y retrocesos de derecha -creciente conservadurismo- que hijo de ella suma su cara fascista -rasgo expuesto por las autoritarias agrupaciones- y con la izquierda (sumados progres y socialdemócratas) en retroceso o emergiendo de tanto en tanto.
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