Lo que está en juego no son solo las 435 bancas de la Cámara de Representantes, las 35 del Senado, 36 gobernaciones y 34 alcaldes de las cien ciudades más grandes del país, además de otras elecciones locales y estatales que determinarán el mapa político de Estados Unidos, sin olvidarnos de que en cinco estados hay referéndums sobre la ley del aborto.
No es poca cosa. Pero lo que en lo previo estaba en juego es si la democracia prevalece; si los valores democráticos fortalecen la calidad institucional y ésta sale fortalecida y hace honor a la memoria de los padres fundadores. De aquellos que escribieron “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, con el fin de formar una Unión más perfecta, establecer la justicia, garantizar la tranquilidad nacional, atender a la defensa común, fomentar el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros mismos y para nuestra posteridad, por la presente promulgamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América”.
La convicción para buena parte del país y del mundo, es que lo que está en juego es una opción binaria entre democracia y autoritarismo, y una de esas opciones está severamente cuestionada toda vez que la comisión bicameral del congreso que investiga el intento desestabilizador del 6 de enero, promovido por Donald Trump, ha entrado en su etapa final.
Obviamente que la pesadilla no empezó ahora, sino que viene de bastante atrás. Por lo menos, desde la victoria interna dentro del Partido Republicano por parte de Trump, y seguidamente la victoria en la elección nacional, mostraron una sociedad enfrentada, por momentos, con niveles de violencia verbal e incluso agresión física.
Si bien Donald Trump logró centrar la atención estas últimas dos semanas, y tensar el clima electoral con su estilo, no logró su objetivo central que no era otro que a partir del supuesto descalabro de los demócratas quedar posicionado como para “naturalmente” transformarse anticipadamente en el candidato republicano para las elecciones presidenciales, y bloquear desde el mismo momento en que lance su candidatura, el próximo 15 de noviembre. Aún con circuitos pendientes de verificación, está claro el avance electoral republicano, pero no se ha verificado una debacle demócrata tal como lo anunciaba Trump.
Es que varias de los vaticinios electorales de Trump no se cumplieron, quedaron muy lejos de la meta. El traspié electoral de éstos parece obedecer a un denominador común: todos ellos adhirieron a la teoría falsa del fraude masivo de las elecciones presidenciales del 2020.
Una de las novedades de estos resultados, está en la consolidación de la fuerza electoral del gobernador Ron DeSantis, que hizo su campaña bien lejos de Trump, marcando distancia. Tanto, que en el cierre de campaña Trump, en actos simultáneos y ajenos entre sí, el expresidente admitió públicamente que no había apoyado al gobernador porque éste no se lo había solicitado. El punto es que DeSantis ganó, y ganó con solvencia. Ahora está preparándose para avanzar en su crecimiento electoral, y su entorno habla de la carrera presidencial. Es un desafío, un corredor pronto para la carrera de fondo que no tiene lastres y que ideológicamente es similar, pero algo más pulido en su perfil.
Sin el prestigio de Brasil
Al contrario de la experiencia brasileña que cuenta con un sistema electoral confiable y seguro, el estadounidense tiene antecedentes negativos. El recuerdo del caso Bush vs Gore aún pesa en la conciencia ciudadana. Lo cierto es que desde el 2000 el fantasma de la desconfianza y las malas prácticas han opacado la democracia estadounidense. Nuevamente, el sistema destaca por su lentitud.
Hace ya unos días que funcionarios republicanos intentaron descalificar boletas enviadas por correo antes del martes. Aplicando criterios restrictivos, se habrían descartado boletas electorales arguyendo cuestiones formales menores (ej, fechas incompletas en los sobres).
Este lunes, el diario The Washington Post informó que en Pensilvania, Wisconsin y Michigan, los republicanos formalizaron reclamos de ese tipo en estados donde la pelea es dura y el resultado será ajustado.
Ejemplo de ello es Pensilvania, donde la Corte Suprema se mostró sensible a esos criterios del Comité Nacional Republicano y anunció que las boletas sin fecha en el sobre exterior serían descartadas. Lo mismo en Wisconsin.
Avanza, pero debilitado
Sin embargo, y pese a esos temores, en Pensilvania precisamente los resultados que esperaban los republicanos y buena parte de las encuestas de opinión se frustraron. Y con ello se desinflan muchos planes. Es que los demócratas logran allí una esperanza que parece, aún es algo temprano para afirmarlo de manera categórica, posicionarles firmes en el Senado.
Aún con información parcial, lo que parece un nuevo dato de la realidad es que los demócratas resistieron muchas de las amenazas, especialmente las de Winconsin, New York y Michigan, al mismo tiempo que los republicanos hicieron lo propio en Florida y Texas.
Destaca especialmente la victoria de Kathy Hochul, siendo ya la primera mujer elegida gobernadora de Nueva York, tras derrotar al republicano Lee Zeldin, en una votación dura.
Replanteo de escenarios
Estos resultados aún en proceso cambian las cosas. La primera, es que el tornado Trump bajó de categoría, no logra de los republicanos la misma sumisión que en su carrera presidencial anterior. Si bien ratificó su plan, hay por lo menos un candidato hoy mejor posicionado y más amigable, menos tiránico: DeSantis. Fiel a su estilo, DT ya anunció una campaña de desprestigio si es que éste lanza su candidatura: “Si se postula, contaré cosas sobre él que no serán muy halagadoras. Sé más sobre él que nadie más aparte de, quizás, su esposa. Es ella la que dirige su campaña”. La segunda e inmediata conclusión, es que el país sigue dividido en dos grandes mitades, opuestas y enfrentadas.
Y la tercera conclusión: la mayor señal es que una y otra mitad esperan un cambio de liderazgo. No solo es un reclamo generacional (Biden 81 años, Trump 76), es también una necesidad de renovar la mirada y alinear las expectativas con las generaciones que dirigen el mundo empresarial y académico.
Inesperadamente, este pronunciamiento del soberano descomprime las tensiones en donde estaba en juego la institucionalidad democrática y concluya en un reclamo de renovación generacional de la política. La próxima elección ya no sería ni con Trump ni con Biden, sino con otros candidatos representando a dos mitades enfrentadas, con proyectos antagónicos, al igual que en buena parte del mundo.
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