Luego de transcurridas tres semanas de las elecciones en Estados Unidos, las grandes cadenas y gobernantes de varios países dan por sentado que el demócrata Joseph Biden resultó electo, aunque sin haberse terminado el conteo de los sufragios y argumentando la existencia de fraudes diversos, el republicano presidente Donald Trump persiste en negar que hubiese sido derrotado y se declara ganador. Lo que sucedió, según los datos con los que contamos, es que como ocurrió en los comicios de 2016 los votos populares dieron la mayoría a los demócratas, con la diferencia en 2020 que los mismos sí incidieron en la selección de compromisarios del Colegio Electoral que, en definitiva, le toca afirmar cuál es la fórmula ganadora.
Desde los partidos y en los medios de comunicación se apuran las cosas para que de buena vez -en medio de la peor pandemia que se abate en décadas sobre la humanidad- se regrese a “la normalidad democrática”. Hay, incluso, quienes esperan que el mundo del futuro sea mejor. Volver a la normalidad en un territorio que en el futuro con pandemia está en camino de completar los terceros centenares de miles de fallecimientos, parece una tarea irrealizable; pero si acaso (de alguna manera) lograran controlarla, ¿quién es capaz de augurar un regreso a lo normal democrático?: ¿de qué democracia hablan cuando un presidente de ese país puede desgraciarse sobre la arquitectura constitucional que la sustenta? Si algo positivo podemos obtener de tantas desgracias (como consuelo) es ver cómo se desinfla, se viene abajo y se cuestiona la “democracia a la estadunidense” urbi et orbe.
De acuerdo con la historia y con los hechos actuales digo que tampoco es un tiempo para observar y quedarnos sólo con las formas, sino el de visualizar el grado común que mantienen entre sí los partidos Demócrata y Republicano. En todo caso, preguntarnos cuántos ejemplos negativos más (o desencantos, para otros) se deben soportar para que se abran definitivamente los ojos sobre el sistema. Debe entenderse que si nos alejamos de ese mal ejemplo en nuestras sociedades, cuanto más nos acerquemos a otros sistemas e institucionalidades, más nos alejaremos de la “normalidad” (pasada) que nos ofrecen las clases dominantes y sus poleas de transmisión, que únicamente han marcado hitos de retroceso para las grandes mayorías.
Por ejemplo, nos permitirá alejarnos de los Giuliani que acumulan fortunas por respaldar a alguien aunque sepan que defienden causas inexistentes. Así como él se derrite y escurre sudor junto con tintes capilares, así veo y entiendo una tal semejanza por la que se desliza la “democracia estadunidense”, esa que se nos ha intentado imponer como sistema, con sus variantes, en tantos momentos y de distintas formas, resultando en desgracias para los pueblos.
En la pasada nota, cuando repasamos las eventuales relaciones de una administración Biden señalamos que por la situación de algunos países las mismas requerían ser tratadas aparte. Si fuese presidente de EE.UU. el demócrata no introduciría variantes a lo que es tradicional de los mandatarios de ese país: prometer tratar a los estados latinoamericanos como “iguales” (digo: si las asimetrías y las pretensiones de sus empresarios se lo permitieran) atendiendo a las cosas más urgentes sin “ideologías” (¿qué habrá querido decir; cómo entenderá ese vocablo?). Los analistas más serios lo que sostienen es que a pesar de los múltiples viajes que realizó a la región como vice de Obama, Biden no sabe ni tiene nada para ella, sino considerarla parte de su área de influencia, por aquello de “América para los americanos (estadunidenses)” que se aludió despectivamente como “patio trasero”. Así puede entenderse el siguiente sentimiento que lo anima (a él y a otros): los intereses de EE.UU. avanzaron cuando apoyaron a Latinoamérica (…usted dirá…).
Si rebuscamos qué es lo que dice desear, afirma que aspira a una zona segura, próspera y de clase media: la vaguedad (además del acartonamiento y la reiteración de promesas) es lo suyo, desde el pedestal del tutelaje y la vigilancia. Sin desprenderse de algunas frases hechas ni hablar mucho de las relaciones exteriores, cuando él estaba al final de su campaña, Bolivia realizó elecciones que repusieron al MAS en el gobierno del país. Ahí, a lo sostenido para los demás, sumó que buscaría a los líderes democráticamente electos (los del 2019, ¿no lo fueron también?) para trabajar juntos (si lo ignoraba en ese momento, ya le darán la explicación que de lo que se trata es de asegurarse la producción de litio). El plan de tutelaje democrático (según dicen) al referirse a Venezuela se permitió unas palabras algo más sinceras: trataría de presionar al gobierno para que acepte ayuda humanitaria; en buen romance, si bien intenta alejarse de una injerencia política directa -que procuró Trump- va por el mismo camino de hacer retroceder la revolución que inició Hugo Chávez.
Acerca de Cuba, dijo que los cubanos americanos, son los mejores embajadores por la libertad y eliminará los límites sobre remesas y viajes de estos a su país de origen, mientras se apoyará al pueblo como protagonista de su propio futuro: ergo, más penetración, más CIA alentando a organizaciones-sello anticastristas de Miami, más espionaje y nada de levantar sanciones o entregar Guantánamo. Para el eventual caso de que Kamala Harris sustituyera a Biden, tampoco se debe nadie hacer grandes ilusiones: la ubicua política sabe que hay un ligero aire de izquierda que recorre por dentro y desde fuera a los demócratas, pero al igual que otros, estará presionada por las grandes fortunas del grupo conservador que apoya a su partido y que no quiere que la acción proselitista del gobierno los regrese a vínculos con los pobres y los trabajadores. Y para el Trump arisco acerca de los resultados obtenidos, le allego el pensamiento de José Artigas, propio de un bien nacido, que le sonará “comunista”: «El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes».
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