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Una reflexión conjunta sobre la separación, el amor y la memoria

Una reflexión conjunta sobre la separación, el amor y la memoria
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El encuentro y desencuentro entre parejas es un tema que Cecilia Caballero viene abordando desde diferentes roles hace varios años. Por ejemplo actuaba en la película Amores pendientes (2023), con guión y dirección de Oscar Estévez. Pero la película se disparaba desde un ciclo teatral titulado Cuestión de amor, integrado por tres historias breves. Una de esas historias era Me gusta cuando Callas (2018), dirigida por Caballero y co-escrita junto a María Noel Gutiérrez. Podemos incluir en esa lista también a las direcciones de Dos días en Roma (de Lene Therese Teigen, estrenada en 2019) y La Desmesura (de Federico Roca, estrenada 2022), hasta llegar a Sería una pena que se marchitaran las plantas de Ivor Martinic estrenada en febrero de este año.
Consultada por esa recurrencia Caballero cuenta que no es algo que le suceda de forma demasiado consciente: “No salgo a buscar textos sobre esto, pero sí siento que me llegan de alguna forma y cuando los leo me veo ahí, en ese encuentro y desencuentro, intentando revivir algo, rescatar algo o reflexionar algo. Pienso que hay separaciones o desencuentros que duran toda la vida, así como hay encuentros y amores para toda la vida. Es una temática muy humana donde si ponemos el espejo todas las personas se pueden ver en él. Y la ruptura tiene tantas aristas. Es romper eso que una era con ese otro. Es dejar pedazos de una misma. Como dice uno de los personajes (de Sería una pena que se marchitaran las plantas): ‘Yo no solo me separé de vos, me separé de mí también'».
La historia particular que se narra aquí es la de una pareja que se separa, pero en la que uno de las personajes vuelve recurrentemente al apartamento que compartieron. En ese volver es que aparecen delineados algunos reproches que no siempre logran ponerse en palabras, pero sí hay uno que es clave: el olvido-recuerdo de una canción que sirvió de fondo a un primer encuentro fundante de la relación. Esa canción aparecerá como leitmotiv, junto a las plantas y al estado de las mismas, que recorrerá los encuentros y desencuentros que el espectador presenciará, ya consumada la separación.
La diferencia en la valoración de algunos recuerdos es una de las claves de la puesta de Caballero y su equipo. “Creo que los humanos nos olvidamos de todo, incluso de cosas muy importantes. Me resulta increíble cómo somos capaces de volver a cometer algunos errores, por ejemplo como sociedad, por olvidarnos. Y me maravilla cómo los recuerdos pueden ser tan fuertes a la vez. El recuerdo del olor de la casa de nuestra abuela, o el perfume de alguien. Y también lo distinto que puede ser el mismo recuerdo según las personas”. Este aspecto del espectáculo se vincula directamente con el diseño gráfico del programa y algunos elementos escenográficos. Si los cassettes remiten directamente al pasado de quienes pasamos las cuatro décadas de vida, también remiten a una forma de registrar sonidos, voces, memorias. Y a la fragilidad de ese soporte que, por ejemplo, transmitía las voces de familiares de Caballero cuando ella vivía en el exilio noruego.
Desde lo formal, el autor propone que el espectáculo sea abierto, que el elenco sume sus experiencias y que cada función sea distinta. Esta propuesta generó una dinámica de ensayos en que el compartir las historias entre integrantes del elenco fuera central.“Lo cual fue hermoso, y bastante duro por momentos”, agrega Caballero. Para potenciar este carácter abierto el elenco recibe al público media hora antes de entrar a la sala, comparte una copa, intercambia palabras. “Rompiendo un poco con todo lo que es ‘ese espacio sagrado’, y lo hace más un encuentro, una experiencia compartida”. De esa forma se borronean los límites entre ficción y realidad, lo que, agrega la directora: “Me parece bellísimo y es lo que busco en el teatro estos últimos años, generar un diálogo. Un encuentro. Una reflexión conjunta”
Pero además la obra se propone como un juego metateatral en el que el elenco cuenta las características del texto, lo que el autor pide del equipo, y en el que los personajes llevan los nombres de los actores y las actrices que los representan. Mediante este recurso también se hace presente el autor en la representación y se personifican las didascalias en cada escena. Ese juego abre la posibilidad de que la dirección proponga al espectáculo como un ensayo teatral. De esta forma las cuatro personas que integran el elenco alternan sus roles como “pareja” que protagoniza la historia y como autor o directora que interviene en la puesta. Esto, por su parte, habilita que se introduzca por un lado un ejercicio teatral, que es que el mismo diálogo se repita pero intercambiando roles, buscando que “aparezca el personaje” más allá de quien lo interprete. Pero también permite otra cosa. La misma historia es contada escena tras escena, primero protagonizada por una pareja heterosexual, y luego por una pareja de mujeres. Y no es necesario ningún subrayado, ninguna acotación, ninguna adaptación, la historia fluye y es la misma más allá de las orientaciones sexuales de los personajes. Esto era algo que interesaba en particular a Caballero al dirigir La Desmesura, que apareciera la pareja más allá de que fuera una historia de amor entre varones. Pero en este caso no pudimos dejar de recordar ¿Te pasa algo?, de Jimena Márquez, espectáculo en que dos actores y dos actrices se intercalaban para combinar parejas integradas de diversas formas sin que la historia que se contaba dejara de ser más o menos la misma.
Esta forma de hacer explícita la convención lejos de volver central el juego formal termina desplazándolo para que quede en primer plano el carácter universal de la historia. Más allá de la composición de la pareja, más allá de las diferentes posibilidades de “jugar” a representarla, la historia está allí, transparente, y afecta sensiblemente a cada espectador evocando sus propias historias. La versatilidad del elenco, la sutiliza con que abordan sus historias personales para luego entrar en sus personajes. La sutileza también de la gestualidad y la profundidad de las miradas que intentan volverse un espejo para que el público se vea en ellas. Esa suma de virtuosas sutilezas del elenco se convierten en la gran virtud de la puesta.
El registro sonoro del espectáculo suena en la tonalidad de Gabo Ferro, y es imposible no evocar también su música y su voz, también poderosa y frágil. Otra invitación a ver Sería una pena que se marchitaran las plantas.

Sería una pena que se marchitaran las plantas. Dramaturgia: Ivor Martinic. Dirección: Cecilia Caballero Jeske. Elenco: Andrea Rodríguez Mendoza, Camila Torres, María José Lage, Mario Guerra y Valentín Ferreira. Iluminación: Emiliano Castro Martínez. Vestuario y escenografía: Rosina Dematteis. Diseño Gráfico: Andrea Rodríguez Mendoza.

Funciones: sábados 21:00, domingos 19:00. Sala La Escena (Rivera 2477)

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.