Las relaciones diplomáticas entre Uruguay e Israel fueron históricamente muy estrechas. Sin embargo, desde la asunción del Frente Amplio los vínculos bilaterales se han visto deteriorados. En este sentido, son ilustrativos los siguientes hitos: el reconocimiento de Uruguay al Estado palestino y el voto a favor de la admisión de Palestina como Estado miembro de las Naciones Unidas, las condenas desde la cancillería a la actuación del ejército israelí en la Franja de Gaza, el affaire del excanciller Luis Almagro cuando apareció en una foto con una bufanda palestina, el apoyo en la ONU a la declaración de ilegales a las colonias judías en el territorio que reclama la Autoridad Nacional Palestina, entre otros. Mientras tanto, la embajadora israelí Nina Ben-Ami se mostró muy activa en sus críticas a las posiciones de Uruguay pro-palestina. El año pasado señaló su “sorpresa y decepción” a raíz de las declaraciones del canciller Rodolfo Nin Novoa cuestionando la decisión de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como capital de Israel con el consiguiente traslado de su embajada a dicha ciudad. Este hecho se efectivizó el 14 de mayo de este año, día del aniversario de la creación del Estado de Israel, y se empañó de sangre. La cancillería uruguaya condenó la desproporcionalidad de la violenta respuesta de las fuerzas armadas israelíes a los manifestantes de Gaza. En resumen, el gobierno uruguayo sigue manteniendo su tradicional política de respaldo a la existencia de dos estados, uno judío y otro árabe, pero se ha visto un creciente apoyo por parte de los gobiernos de izquierda al aún no consolidado Estado palestino. En este contexto, a setenta años del nacimiento del Estado de Israel se hace necesario repasar el rol de histórico de Uruguay en su génesis y su influencia en la decisión tomada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 1947. La Resolución 181 dictaminó la creación de dos Estados, una árabe y otro judío, con la ciudad de Jerusalén bajo administración internacional. Los países latinoamericanos aportaron el 40% de los votos favorables para su aprobación. Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Honduras y México se abstuvieron, solo Cuba votó en contra. Finalmente, los judíos lograron su Estado, mientras que los palestinos no constituyeron un país en el territorio que les fue asignado, por considerar que la ONU había vulnerado sus derechos al no seguir el principio de autodeterminación de los pueblos. A fines de 1946, los británicos reconocieron que era insostenible su administración sobre Palestina, debido a que tanto los habitantes árabes como los judíos reclamaban la independencia y luchaban unos contra otros, al tiempo que ninguno aceptaba la autoridad de Reino Unido. En febrero de 1947, la potencia imperial recurrió a la ONU para que resolviesen el destino de Palestina. Dicha institución, prestigiosa en aquel tiempo, estaba compuesta por cincuenta y siete Estados miembro, de los cuales veinte eran latinoamericanos. En mayo, la Asamblea General designó una comisión de once países entre los que se encontraba Uruguay, se trataba del United Nations Special Committee on Palestine (UNSCOP por sus siglas en inglés) y su cometido era elaborar un informe que recomendaría una solución. La comunidad árabe presentaba distintas posiciones, desde quienes pretendían expulsar a todos los judíos llegados desde inicios del siglo XX a Palestina hasta los que propugnaban la convivencia pacífica bajo un único Estado árabe. Por su parte, dentro del sionismo también existían variadas posturas, algunos reclamaban un Estado en “la totalidad de la tierra histórica de Israel”, sin concesiones, pero, desde hacía un tiempo los principales dirigentes habían aceptado de forma pragmática reclamar solo una parte del territorio. En ambos bandos había una minoría que apoyaba la conformación de un Estado federal único. En junio de 1947, el UNSCOP arribó a Palestina para conocer en el terreno la situación. La Agencia Judía, antecesora de la administración israelí, y el Alto Comité Árabe, representante de la población árabe de Palestina, adoptaron estrategias diametralmente opuestas en lo que refiere a su trato con la Comisión de la ONU. La primera le dio una calurosa bienvenida, le ofreció asistencia y colaboración, los miembros de la Comisión fueron recibidos con entusiasmo en cada kibutz, fábrica o escuela judía. En contraste, el Alto Comité Árabe se negó a ser consultado y la recibió con una huelga general por considerarla ilegítima, rechazando que continuaran las deliberaciones sin que se reconociera el derecho a la autodeterminación de los habitantes autóctonos. Tampoco contribuyeron a formar una imagen positiva de la causa palestina el descubrimiento de niños trabajando en una planta árabe de cigarrillos y una amenaza de muerte contra el delegado subalterno de Guatemala. El UNSCOP solo pudo acceder al punto de vista de los árabes con entrevistas tardías a delegados de países de la Liga Árabe (creada en 1945), que la consideraron una oportunidad para trasmitir su posición respecto a tan delicada problemática.
Un episodio que no pasó desapercibido para el UNSCOP fue el arribo al puerto de Haifa del Exodus. Se trataba de una embarcación que transportaba a más de 4500 sobrevivientes del holocauto. Los británicos, que a pedido de los árabes habían impuesto un cupo al ingreso de judíos a Palestina, se interpusieron en la ruta del barco y tras insistentes advertencias procedieron al abordaje. La tripulación ofreció resistencia, a pesar de que se encontraba en un estado de salud deplorable. Las autoridades imperiales fueron agredidas con proyectiles improvisados y gases lacrimógenos, al tiempo que intentaban abrirse paso entre las barricadas montadas en la cubierta y los alambres de púas. Las fuerzas británicas mataron en la lucha a dos inmigrantes e hirieron a ciento cincuenta. Finalmente, los tripulantes pudieron ser trasladados a campos de refugiados en Chipre. Dos representantes de la Comisión presenciaron el transbordo y un miembro del Exodus dio su testimonio ante ella. Las organizaciones sionistas que transportaban supervivientes a Palestina buscaban darle a su gente la oportunidad de empezar una nueva vida, y a la vez crear un hecho que conmocionara a la opinión pública. De esta forma comprometieron la imagen del gobierno británico, influyeron en el UNSCOP y despertaron la solidaridad de la comunidad internacional.
Los miembros de la Comisión debatieron si el holocausto y el problema de los refugiados judíos en Europa se vinculaba o no al problema palestino. El representante uruguayo ante el UNSCOP, Enrique Rodríguez Fabregat, consideró necesario ir a conocer los campos de refugiados, donde recabaron más de cien testimonios acerca de las condiciones penosas en las que vivían, las variadas enfermedades que los aquejaban y los legados traumáticos del genocidio judío.
En nuestro país existía un amplio apoyo a la creación de un Estado judío, el cual incluía a la mayoría del espectro político. El batllismo, desde el gobierno, hizo suya la causa sionista y Luis Batlle Berres la apoyó incluso antes de llegar a la presidencia. Importantes figuras del ámbito político y cultural estaban convencidas de que se trataba de la solución al llamado problema judío. El conocimiento gradual del Holocausto vino a reforzar esa visión, seis millones de muertos y la difusión de imágenes de las atrocidades que se habían cometido en los campos de concentración sensibilizaron a la opinión pública no solo en nuestro país, sino alrededor del mundo. La Agencia Judía, antecesora del gobierno israelí, venía trabajando desde antes de finalizar la guerra para generar un clima de opinión pública favorable a su causa. En América Latina fundaron Comités pro Palestina Hebrea, con el objetivo de cooptar a figuras de primer orden del ámbito político y cultural a través de oficiales de enlace. El Comité uruguayo fue fundado en 1944 y al año siguiente pidió de forma pública la creación de un Estado judío, contando con las firmas del entonces excanciller Alberto Guani y de un futuro canciller Eduardo Rodríguez Larreta. El respaldo uruguayo a la causa sionista tenía su antecedente en el apoyo a la ratificación de la Declaración Balfour – documento favorable a un “hogar nacional judío” en Palestina – por parte de la Sociedad de las Naciones en 1920. En 1945, en Montevideo se desarrolló el Primer Congreso Sionista Latinoamericano y ese mismo año el diputado Héctor Payssé Reyes condenó el exterminio judío con un emotivo discurso en la Conferencia de San Francisco. Entre otros antecedentes, el 18 de Julio de 1946 unas 20.000 personas, de distintos partidos políticos, se reunieron en un acto de repudio a las medidas represivas adoptadas por el gobierno británico en Palestina contra dirigentes judíos. En aquella ocasión disertó Luis Batlle Berres. En 1946, la Agencia Judía organizó el Departamento Latinoamericano. El argentino Moshé Tov acompañó a los miembros del UNSCOP pertenecientes a América Latina mientras debatían el problema palestino. La participación de Uruguay en el UNSCOP no fue meramente testimonial, dado que nuestro representante, el profesor Enrique Rodríguez Fabregat, desde un comienzo fue un convencido de la partición. Tov mantuvo una muy buena relación con él, quien junto a su colega de Guatemala era uno de los más pro-sionistas de la Comisión. Rodríguez Fabregat se conducía en el UNSCOP y en la Asamblea General con plena confianza, gozando de una muy buena relación y de acceso telefónico directo con el presidente del país. En agosto de 1947, el UNSCOP emitió dos informes. El “informe de la mayoría”acordado entre Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Países Bajos, Perú, Suecia y Uruguay -, fue con cambios menores la propuesta de Rodríguez Fabregat: una partición de Palestina en dos Estados unidos económicamente y Jerusalén como un corpus separatum administrado por la ONU. El “informe de la minoría” – India, Irán y Yugoslavia – proponía la implantación de un Estado federal gobernado por una comisión mixta. Por otra parte, Australia se abstuvo. El plan de la mayoría del UNSCOP se plasmó en la Resolución 181 aprobada en noviembre de 1947 por la Asamblea General de la ONU. La Unión Soviética y Estados Unidos votaron a favor de la partición. Sin embargo, el Pentágono y el Departamento de Estado ejercieron presiones para detener la conformación del Estado judío. En abril de 1948, a escasas semanas de la aplicación de la Resolución 181, Harry Truman presentó una propuesta de fideicomiso en la ONU. Varias razones pesaban sobre la agenda norteamericana, entre otras, no ganarse la enemistad de los países árabes. En esta instancia, nuestro delegado se opuso a la propuesta estadounidense y por primera vez la cancillería le exigió cautela, debido al cambio de posición norteamericano. El fideicomiso fue desaconsejado por los asesores de Truman en un año de campaña presidencial, en un país donde el lobby judío tenía un peso importante, y no prosperó. Al final, el 15 de mayo los Estados Unidos reconocieron de facto al nuevo Estado judío. Inmediatamente después se produjeron los reconocimientos de jure de la Unión Soviética, Guatemala y Uruguay. El 28 del mismo mes, el parlamento uruguayo votó una moción de respaldo a la creación del Estado israelí, con la única oposición del diputado nacionalista Steward Vargas. El gobierno israelí ha manifestado su agradecimiento al representante uruguayo con una calle que lleva su nombre en Ramat Gan, una ciudad próxima a Tel Aviv. Rodríguez Fabregat creyó que el establecimiento de un Estado judío significaba un triunfo sobre el racismo y una solución definitiva al problema judío. Su concepción incluía dos Estados que acercarían a los pueblos enfrentados, pero un arreglo que no contaba con el respaldo de una de las partes estaba condenado de antemano a un sangriento fracaso.
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