Con los comicios del pasado domingo para conformar el futuro Legislativo y candidatos al balotaje del 24 de noviembre, hubo un plebiscito -Vivir sin miedo-, para endurecer los castigos de ciertos delitos y reformar la Constitución. Su campaña -paralela a la partidaria- proponía incorporar dos mil militares a una guardia nacional a crear (grupos especiales con dirección castrense) y permitir allanamientos nocturnos (prohibidos por la Constitución). El proyecto fue impulsado por un senador del Partido Nacional, relegado por segunda ocasión de la posibilidad de ser candidato presidencial, que ya había fracasado en esa encomienda en el periodo anterior y en aquel momento dijo que no iba a subir más la escalinata de la sede de su partido (lo que sí hizo); que se postuló este año para ser candidato y perdió con el mismo contendiente y -para colmo de males- hace unos días expulsó a su segundo, acusado de pedirle favores sexuales a una mujer en situación de dependencia. El domingo, pese a haber perdido en el intento plebiscitario, como impulsor y cara visible del mismo se mostró alegre ante las cámaras de televisión privada que anticipadamente lo daban como ganador.
Por otra parte, esa campaña generó en la ciudadanía que promoviera entre organizaciones sociales el “No a la Reforma” desde donde señalaron que el tema de la inseguridad está instalado como una grave situación en el debate de la sociedad uruguaya, sin aceptar por ello que la solución principal pasase por plebiscitar y apoyar la mano dura y militarizada que se proponía.
El principio motriz conservador-represor que había naufragado en la elección de 2014, fue revivido y continuado por este senador Jorge Larrañaga que aseguró la noche del 27 de octubre que lo más votado -pese a no ser constitucionalmente válido- era el SI por la reforma: visión errada que sostiene que el casi 47% es mayor al 53% de los que no la apoyaron; el resultado registró cifras parecidas (insuficientes) con las del 2014 (46.81%). Sin embargo, Larrañaga, que se sabe derrotado y no consigue ser el líder del Partido Nacional, que va de traspié en traspié, será otra vez senador mientras su Vivir sin miedo, según se sostiene en el tablero de nuestro tradicional juego con baraja española -el truco- del (o los perdedores) se dice que “duerme(n) afuera”
De surgir el futuro presidente de la oposición, es probable que entre las propuestas de su proyecto de seguridad pública retome pasajes del proyecto plebiscitado y, mediante la mayoría simple en ambas cámaras, los convierta en ley con la creación de la guardia nacional (aunque existe una con otro nombre); cumplimiento efectivo de penas, para endurecer las condenas de delitos graves sin la posibilidad de reducirlas o condonarlas, quitando potestades al Judicial; y se agrega la sanción de cadena perpetua (en Uruguay se permite un máximo de 30 años y en casos excepcionales hasta 50% más de medidas de seguridad).
Desde una visión exterior, nuestras elecciones no atrajeron mayor atención internacional y las razones hay que ubicarlas en el subcontinente: en Chile, donde la respuesta popular sobrepasó largamente el aumento de un servicio público popular y saltó para enfrentar la política económica del gobierno conservador y neoliberal de Sebastián Piñera y su inicial reacción represiva; la política social del régimen, la pésima distribución de la riqueza y el innegable racismo que anima toda la ejecutoria gubernamental. Súmese a lo anterior, lo ocurrido en Ecuador, donde hasta el gobierno central anduvo unos días de aquí para allá; la espera desesperanzada de la caída de Macri en Argentina (más el retorno peronista y de Cristina) y hasta las reacciones antidemocráticas de la oposición, reunida en torno al ambicioso Carlos Mesa, en Bolivia. Si a ello le agregamos elementos de otras geografías (como brexit-parlamento británico y las repercusiones en la Unión Europea), la cuestión catalana y España electoral el día 10, la situación de Siria, la renuncia de Bibi Netanyahu o la guerra comercial (con elementos de guerra fría) de Estados Unidos y China, tenemos el cóctel que desplaza lo que ocurre en paz con la democracia liberal de quinquenios comiciales imperante en el Uruguay.
Tras un primer episodio en las urnas, quedaron definidas algunas cosas: no hay reforma -por ahora- del Código Penal ni del Procedimiento; se estableció que los siguientes cinco años el partido de gobierno no tendrá mayoría en el Parlamento, pero se mantendrá al Frente Amplio como el partido con más legisladores (primera minoría) y se escogieron a los contendientes para la segunda vuelta: por el oficialismo, la fórmula Martínez-Villar y por la oposición Lacalle-Argimón.
Quien resulte electa entre Villar y Argimón será vicepresidenta y, además, senadora.
Eso explica que la noche del 27 se anunciara -como gran triunfo- la unión opositora de cinco partidos con representación parlamentaria (76 legisladores de 130) para votar mancomunadamente a Luis Lacalle y sacar del gobierno al Frente Amplio, basando sus cálculos en lo obtenido electoralmente en primera ronda. Daniel Martínez, sostiene sus posibilidades en la desobediencia de los votantes de cúpulas coaligadas; entre los sufragantes en blanco en primera ronda; atraer a los que no concurrieron a las urnas; la llegada de más ciudadanos radicados en el extranjero (del Mercosur y Chile) y los que vuelvan a hacerlo por él.
Hoy, cuando voy a husmear lo que pueda de cómo deja Macri a Argentina tras su innegable fracaso, pienso junto a Edgardo Lander(*) si no estaremos asistiendo sólo “a un ciclo histórico de luchas anticapitalistas basado en la idea de que a través de la captura o el control del Estado sería posible llevar a cabo un proceso de transformación profunda de la sociedad en su conjunto”.
(*) Edgardo Lander es un economista venezolano, autor de “Crisis civilizatoria: experiencias de los gobiernos progresistas y debates en la izquierda latinoamericana”. Editorial de la Universidad de Guadalajara, 2019.
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