Reitero mi opinión: la Federación Rusa no es la Unión Soviética, sino una nación capitalista, con un fuerte capitalismo de Estado y grupos empresariales como en cualquier otro país capitalista. El socialismo -en tanto- tiene que seguir esperando. Con esto por delante, afirmo que las guerras intercapitalistas sacrifican a los pueblos y son el resultado más evidente de la continuación de la política por otros medios.
Al recordar que Carcasona es sólo una leyenda, el seguir las evoluciones militares rusas me indica que se inclinaron por la táctica de cercar ciudades. Pienso que asediar, acorralar una ciudad, debe llevarse a cabo como último recurso: las bajas civiles no son deseables; la rapidez es la esencia donde debe primar la estrategia, mientras las tácticas sin ella son el estruendo antes de la derrota. Asimismo, se debe entender en una invasión -por regla general- que cuanto más penetra el invasor (con mecanizados bien surtidos) más fuerte se hace, al punto que el invadido no puede expulsarlo.
Si en estas operaciones alguien entiende la participación rusa como la reproducción de lo hecho en la II Guerra Mundial, parece la comparación de un improvisado; en primer lugar, la estrategia de guerra no es igual en instancias diferentes: Stalingrado y Kursk están lejos de esta guerra pausada, en desarrollo. Si se escribiera una nueva Ilíada, no comenzaría, por lógica, con el conocido “Canta, oh musa, la cólera del Pélida Aquileo…”, sino que el contemporáneo Homero -al que se le atribuiría la obra- iniciaría diciendo: “Canta, oh musa, de la transformación de Ucrania, que de ‘colchón’ paso a ser ‘queso’… etc.” de un mal masticado sándwich-contencioso entre EEUU/OTAN -a la distancia, pero presente- y su vecina Rusia.
En verdad, cuando Ucrania -más allá de sus avatares políticos y golpes de Estado- recibió la sugerencia de ingresar a la OTAN y, posteriormente, tras esa zancada, instalar misiles tácticos apuntando transfronterizamente- a Moscú, inquietó al Kremlin, que comenzó a preparar su defensa. El pretexto fue reconocer el secesionismo pro-ruso del Donetsk y Luhansk, con el apoyo del PC en la Duma. Mikhail Matveev, de ese PC, declaró: “Aparentemente, el partido de la guerra decidió que no era necesario intentar construir relaciones entre el gobierno de Ucrania y estas repúblicas, garantizando desde la frontera -con la presencia de su ejército- que no hubiese ataques al Donbáss”. Por eso, pienso que las invasiones ilegales imperialistas no justifican esta otra invasión ilegal. Un ex-embajador yanqui en Moscú, Jack F. Matlock, recordó que en 1997 -en reunión del Comité de Relaciones Exteriores del Senado- calificó la expansión de la OTAN hacia el Este como “el más profundo error estratégico cometido desde el final de la Guerra Fría”.
En esta postguerra sacuden al conjunto territorial europeo -tras la adjudicación de zonas de influencia– los pactos militares de la OTAN y Varsovia; las invasiones de la URSS a Hungría y Checoslovaquia; los movimientos sectoriales y populares del 68; la destrucción y fragmentación de Yugoslavia, la ocupación turca de la mayor parte de Chipre y los aumentos del pacto militar de la OTAN, su presupuesto y la evidencia que se trata de una extensión político-militar dirigida por EEUU.
Por otra parte, algunas sanciones actuales contra Rusia no afectan igual a quienes las imponen que a la UE ya que no dependen por igual del crudo y del gas de Moscú. Para EEUU el petróleo equivale al 10% de sus importaciones; Gran Bretaña importa el 8% y Europa compra cinco veces más: 4.5 millones de barriles diarios. En cuanto al gas, 40% de las necesidades de la UE se cubren por Moscú: Alemania un 50%, Austria al 65, República Checa y Letonia el 100 y Hungría y Eslovaquia 90%.
Sin rebajar la responsabilidad correspondiente a los grupos y cadenas de informantes hegemónicos que obedecen a Washington, entendiendo que la verdad es la primera que sufre los efectos de la guerra (azotada por mentiras y deformaciones de las partes en pugna) en el mediano plazo son los civiles -con gente obligada o no a servir en las fuerzas enfrentadas- quienes más padecen, desde el exilio hasta la muerte.
En este caso, donde las cargas contra el invasor van de la mano con el atropello a la libertad de expresión, se producen actos tan insólitos como la sanción contra artistas (a vía de ejemplo, contra Tugan Sokhiev, director de orquesta del Teatro Bolshoi y de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse, o de la soprano Anna Netrebko en el Met de New York) y deportistas; la prohibición de importar vodka y, aún peor, castigar a animales, como es el caso de los gatos siberianos. Se trata, sencillamente, de censuras occidentales que hacen nulo el derecho de expresión en temas esenciales para la humanidad, sometidos a “la opinión pública y cultura” co-engendradas por los medios dominantes.
Hoy, cuando los aspectos más dramáticos de Ucrania se exponen centenares de veces para profundizar las heridas de las contrariadas sensibilidades por lo que le pasa a la gente, recuerdo los 80 con Revolución Sandinista y la persistencia de una agresión que también atacaba civiles, alimentada con fondos públicos del imperio que no trepidaba en convivir con el narcotráfico y con entrenadores de la excrecencia de golpistas argentinos.
Propio veo el pronóstico en 1904 del inglés Halford Mackinder: “Cualquier intención de conquistar un nuevo territorio provocaría un conflicto bélico entre las potencias”. Con una queja conocida, desde la Universitat de València, Jordi Bañó i Aracil (Profesor-Doctor Asociado de Derecho Mercantil) me escribe: “En cuanto a la crisis ucraniana, no son de recibo la falta de neutralidad de la prensa europea y española, sólo recogen las tesis estadunidenses, no hay una reflexión sobre la supervivencia de la OTAN una vez desaparecida la URSS, ni sobre su existencia como Estado moderno o sobre la población ucraniana, con un alto porcentaje ruso-parlante”.
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