EL EPISODIO. Nos despertamos, miramos la TV y parecía increíble. Éramos testigos de un momento histórico. El mundo había cambiado en 148 minutos, desde las 8 AM neoyorquina, en que el vuelo 11 de American Airlines despegó de Boston, hasta las 10.28, en que cayó la Torre Norte del World Trade Center. En el medio despegaron los otros tres vuelos del terror, se registraron los impactos contra las torres y el Pentágono, el desplome de la Torre Sur y la caída del vuelo 93 de United Airlines rumbo a Washington. Cambió el futuro y las consecuencias no se hicieron esperar: economía devastada, una severa recesión, invasión de Afganistán, dura lucha contra el terrorismo, y la estafa de Irak, elaborada mediante una serie de “nobles” mentiras que encubrían motivos políticos y económicos siniestros.
Los muertos de la catástrofe fueron 3.016 (incluyendo a los 19 terroristas), y de ellos 139 eran latinos, casi el 5% del total y no la mayoría, como se ha dicho sin fundamento. Pero el atentado involucró a más gente, porque se calcula que unas 16.000 personas se hallaban en las zonas de impacto esa mañana, casi todos sobrevivientes gracias a la rápida evacuación previa al derrumbe de las torres. Fue el ataque terrorista más importante contra USA, tanto por su impacto a nivel visual (utilización de Boeings 757 como si fueran kamikazes y registro fílmico de lo ocurrido, incluyendo la caída de dos colosales moles de acero, hormigón y cristal, de 415 mts. de altura y 64 mts. de ancho) como por el costado ideológico: fue un certero ataque al corazón de un sistema y de una mentalidad que, para bien o para mal, regían y aún rigen al mundo.
Después se dijo de todo: la versión oficial acusó a Al Qaeda y, de paso, al islamismo entero, y fundamentalistas de todo calibre dijeron que esto probaba que el hombre no debería aspirar a las alturas, señalando paralelismos con la Torre de Babel. También surgieron teorías conspirativas: que es imposible que un Boeing embista el Pentágono sin accionar sus defensas antiaéreas, y sin ser registrado por las cien cámaras apostadas en el edificio y la arboleda cercana; que las torres colapsaron debido a cargas explosivas teledirigidas; que resulta increíble que el pasaporte intacto de un terrorista se hallara dentro de los restos humeantes del WTC; que en el vuelo 93 no hubo lucha entre pasajeros y terroristas; que la administración Bush planeó y ejecutó los atentados para invadir Afganistán e Irak con la anuencia de la ciudadanía. Entre tanta controversia se registra un hecho cierto: hay 115 fallos lógicos graves en la versión oficial del desastre.
EL CINE. Se hizo eco de la tragedia de inmediato, primero mediante la censura de películas en etapa de posproducción, que utilizaban como escenario principal o como referencia tangencial el lugar del magnicidio. Las Torres Gemelas simbólicamente aún sobresalían del agua oceánica que inundaba Nueva York en Inteligencia artificial de Steven Spielberg, y se veían al final de Pandillas de Nueva York de Martin Scorsese, porque había que decirle al público que el espíritu estadounidense seguía en pie pese a todo. Menos suerte tuvo El hombre araña de Sam Raimi, cuyo personaje debió desplegar sus malabarismos por otros lados: en su momento, ni siquiera se salvó de la censura el póster original del film, rápidamente reciclado. Paralelamente se demoró casi un año el lanzamiento de Daño colateral, historia de bombero Arnold Schwarzenegger que busca venganza viajando a Colombia y enfrentando, mediante un acto de terrorismo individual, a los asesinos de su familia. El tema resultaba bastante incómodo en ese candente 2001.
En 2002 llegó 11.09.01, un talentoso film de producción francesa, en 11 episodios de once minutos nueve segundos cada uno, dirigidos por once cineastas representantes de una gran diversidad cultural. Se dieron la mano la iraní Samira Makhmalbaf, el francés Claude Lelouch, el egipcio Yussef Chahine, el bosnio Danis Tanovic, el burkinafasense Idrissa Ouedraogo, el inglés Ken Loach, el mexicano Alejandro González Iñárritu, el israelí Amos Gitai, la hindú Mira Nair, el estadounidense Sean Penn y el japonés Shohei Imamura, que tuvieron total libertad artística para lanzar un mensaje de paz y tolerancia al mundo. Después Michael Moore presentó Fahrenheit 9/11 (2004) y acusó a Bush de todo lo imaginable, incluidos sus vínculos con el nazismo y Bin Laden. Pese al auto bombo, Moore elaboró un certero análisis de las verdaderas causas de la invasión a Afganistán e Irak, en momentos en que casi no se hablaba de ello. Con Vuelo 93 (2006) irrumpió el cine de ficción propiamente dicho. Allí Paul Greengrass impactó al público rodando cámara en mano con sonido directo, en un nervioso montaje en tiempo real, por medio del cual hizo partícipe activo de la tragedia a los espectadores. En cambio, Oliver Stone en Las Torres Gemelas (2006), después de un inicio neorrealista, naufragó en una trama sensiblera y poco profunda.
Mientras tanto, otros films muy controversiales permanecen ignorados por las pantallas de cine: The Falling Man (Henry Singer, 2006), Loose Change (Dylan Avery, 2007), Zeitgeist (Peter Joseph, 2007), Misterios del 11 de setiembre, que contó con el aval del reputado físico Steven Jones y la ficción Clear Blue Tuesday (Elizabeth Lucas, 2010), musical rockero que no mostró el ataque, pero lo reflejó mediante el sonido, la imagen de papeles volando y los rostros sorprendidos de sus protagonistas. Y ahora, al cumplirse veinte años del hecho, Netflix integra a su grilla una ficción y un documental. La primera es ¿Cuánto vale la vida? (Sara Colangelo, 2020), con Michael Keaton y Stanley Tucci, sobre las indemnizaciones que se debieron pagar a 7.000 familiares de fallecidos el 11 de setiembre. El documental es una serie de cinco capítulos de una hora cada uno, y no se centra en el día 11, sino que lo explica remontándose a la invasión soviética de Afganistán en 1979, y llegando hasta la entrada de los talibanes en Kabul, hace unas semanas. De ellos hablaremos en próximas notas.
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