El fin de semana pasado, un joven amigo me escribía: “Si en el siglo XX la lucha era entre derecha e izquierda, hoy es entre democracia y dictadura. Las dictaduras de izquierda se asemejan más a las de derecha, porque todas se sostienen en una base de populismo y poder militar”. Enseguida le contesté en qué basaba mis coincidencias. Creo que el suyo es un resumen muy acertado; hace una observación del panorama de la confrontación en todo el mundo que se resume en el ejercicio del poder total sobre la ciudadanía, tanto en la de Pinochet, en la de Ortega, Castro o Maduro. Tres de ellos tomaron el poder por la fuerza, y se apoltronaron en él. Maduro heredó la maquinaria que había armado Chávez, con ayuda de los cubanos, y de los hermanos Castro, que llevan 65 años en el poder; hasta da pereza argumentar cómo sucedió todo. Primero tomaron el poder, Chávez electoralmente, y comenzaron a desarrollar un relato vinculando la historia de guerra anticolonial de sus países con ciertos elementos sueltos de la ideología del marxismo leninismo. Pero lo que tienen en común es el gran despliegue publicitario de las “virtudes” del partido en el poder, el despliegue de masas humanas en la plaza pública y la “unión sagrada entre las fuerzas armadas y el pueblo”. Quien maneje a las fuerzas armadas tendrá el poder absoluto. Ese es el cogollo del reemplazo del sistema, y en esa fotografía los dos modelos se hermanan. En la democracia es posible acceder al poder por la vía electoral, en dictaduras solo por las armas.
En realidad, el verdadero poder lo ejerce un pequeño grupo, desde Lenin hasta acá, en el que las lealtades son cosa seria. Más o menos como las lealtades de la mafia. La revolución cubana ha conseguido un milagro insólito. Tiene un origen, más o menos definido, en las reuniones entre Fidel Castro y los intelectuales cubanos, en la biblioteca de La Habana, los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, que se cerró de esta manera: “Después de tres sesiones en que se ha estado discutiendo este “problema”… (las comillas son nuestras) Teníamos un gran interés en estas discusiones, creo que lo hemos demostrado con eso que se llama una gran paciencia… Nosotros, por ser hombres de gobierno, y ser agentes de esta revolución… El gobierno revolucionario había ido tomando algunas medidas, que expresaban nuestra preocupación por este “problema”… Puede decirse que la revolución en sí misma trajo ya algunos cambios en el ambiente cultural. Las condiciones de los artistas han variado. Yo creo que se ha insistido un poco en algunos problemas pesimistas… Es incuestionable que los artistas y escritores cubanos no se pueden sentir como en el pasado. Las condiciones del pasado eran verdaderamente deprimentes en nuestro país para los artistas y escritores. Si la revolución comenzó trayendo en sí misma un cambio profundo en el ambiente y en las condiciones ¿por qué recelar de que la revolución que nos trajo esas condiciones para trabajar pueda ahogar esas mismas condiciones? ¿Por qué recelar de que la revolución vaya a liquidar esas condiciones que ha traído consigo?” La larga intervención de Fidel Castro habla de un “problema” sobreentendido. No da nombres, no pone ejemplo. En las condiciones “deprimentes” en que trabajaban los intelectuales cubanos anteriores a la revolución se pueden destacar varios artistas plásticos, músicos o escritores que crearon la parte más importante de su obra en condiciones “deprimentes”, como en cualquier sociedad en que los intelectuales y artistas luchan por alumbrar la parte oscura de los “problemas”, bien de la sociedad o del alma humana. Plásticos, poetas, escritores han trabajado en esas condiciones a lo largo de los siglos. Lezama Lima, Carpentier, el propio Guillén, Wilfredo Lam, Celia Cruz, los músicos que redescubrió Ry Cooder para su “Buenavista Social Club”, Alicia Alonso, etcétera, etcétera. No se trata de comparar una época contra otra, lo que se trata es de destacar que Cuba tenía un excelente punto de partida para conseguir una excelencia cultural sin que hubiera sido necesario el suicidio de Reinaldo Arenas por lo que Fidel resume muy bien al final de su largo discurso a los intelectuales: “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.
Esos son los límites en que se desarrolla la vida dentro de las distintas dictaduras que se han apoderado de un lenguaje engañoso, en el que se resalta la dignidad de los trabajadores y se los empuja a vivir indecorosamente y sin derecho a ejercer una presión sobre el empleador porque el empleador es la revolución, bajo la forma de un estado burocrático.
Chávez y después Maduro, se apropiaron de un lenguaje reivindicativo que se parece al de los fundadores del marxismo pero que carece de toda verosimilitud. El chavismo sabe que al bautizar la suya como “la dictadura del siglo XXI” no iba a ninguna parte, pero esa es la realidad, lo que dice la calamitosa situación en que están Venezuela, Cuba y Nicaragua, siempre escudándose detrás del latiguillo del imperialismo y el bloqueo. Es tan poderoso el engaño que consigue tirar un tiempito más. Todavía la plata de PDVSA consigue algunas lealtades para el régimen de Chávez, sobre todo del Estado cubano, que a lo largo de la historia se ha caracterizado por ser una sanguijuela de sus compañeros de viaje. La URSS volcó 5 mil millones de dólares en la isla, año tras año, desde poco después de la crisis de los misiles hasta no hace mucho.
En la historia moderna solo con el ejercicio de la democracia, con división de poderes, la ciudadanía de menores recursos puede tener garantías y expectativos de mayor o menor posibilidad para sus hijos. Entretenida como está la población venezolana en buscar recursos inexistentes no les queda otra que bajar los brazos y abandonar el país, o resignarse a aceptar la indignidad de tolerar una dictadura porque ya ha demostrado que es fiel a la consigna de Castro: “Dentro del chavismo todo, contra el chavismo nada.”
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