Su primera visita a Uruguay pasó casi desapercibida, a no ser por dos hechos puntuales: La negativa del general Seregni a recibir a un militar golpista, y la promoción de Chávez por parte de Eleuterio Fernández Huidobro, quien siempre anduvo a la pesca de un militar con quien compartir el poder.
Desde la cúspide de una montaña de dinero ajeno, organizaba la estructura de su Socialismo del Siglo XXI, cuando ya el socialismo del marxismo leninismo había caído en todo el mundo como fulminado por un rayo. Un militar venezolano, que se había dado a conocer por intentar dar un golpe de Estado a un presidente socialdemócrata, de pronto, se echaba al hombro la titánica tarea de redefinir la teoría del camino al socialismo, y el socialismo en sí mismo. Tanto el Qué hacer de Lenin como el Libro Rojo de Mao se habían apolillado cuando el teniente coronel Chávez creyó tener la fórmula en aquellos 800 y tantos miles de millones de dólares que desaparecieron de Venezuela en coimas, robos, regalos, compras de voluntades que podían inclinar la balanza en cualquier organismo internacional. Buena parte de esa fortuna fue a dar a un socio que lo proveyó de su know-how revolucionario: la Cuba de Fidel Castro.
Hasta la desaparición de la Unión Soviética, el gobierno cubano recibió de la misma una cifra estimada en los 5000 millones de dólares por año por utilizar la isla como un tremendo portaaviones estacionado a pocos kilómetros de la costa de su principal enemigo. A partir de los 90, Castro y los cubanos empezaron a pasar muy mal. La solución no aparecía por ningún lado, hasta que llegó a Cuba ese militar algo rudimentario, que se contoneaba frente al despacho de Castro, loco de la vida de ser considerado un compañero. A Castro, Chávez no le caía bien, no era de su paladar, pero sí su petróleo. Venía de un país al que siempre había tenido en la mira, y apoyado con tropas a sus guerrillas.
Chávez, en su desmesura, le propuso a Fidel Castro hacer de los dos un único país. El hombre fuerte de la isla pescó la idea al vuelo pero nada de publicidad. En los hechos, sucedió como Chávez se lo había propuesto, pero al modo de Fidel Castro, bajo la forma de ayuda médica a un país amigo. El gobierno cubano designó al histórico general Sergio del Valle la tarea de meter 20 mil militares cubanos en Venezuela y ejercer el mando de ese nuevo país no oficial, himnos, banderas y representaciones diplomáticas distintas, pero con un solo mando militar. Recién después que el actual presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, y sus diputados, tomaran el control sobre la resistencia se empezó a hablar públicamente de la intervención cubana.
¿Existe una explicación moral para otorgarle a un gobierno extranjero el beneficio de espiar, intervenir, influir en la política y los partidos políticos, aduciendo un fin “bueno”? ¿Cuál es ese “fin bueno”? ¿Acaso el socialismo que conocimos es ese sueño a perseguir, o parte de una pesadilla que no termina de permitirnos despertar?
Seguramente, la inmensa mayoría de los uruguayos compartimos el rechazo a que un país extranjero, como los Estados Unidos, sea Trump u Obama el presidente, nos determine el rumbo y la forma en que queremos ejercer el legítimo derecho a elegir a nuestros gobernantes, pero también es cierto que la izquierda uruguaya rumia furiosa porque se quedó sin fórmulas de copiar y pegar. Todavía la sigue conmoviendo el olor de la pólvora, porque, una vez exterminados todos los chupasangre, el mundo sería el paraíso de toda la humanidad, como cantábamos con el puño en alto, y eso no termina de pasar.
A Maduro lo puso Chávez en su momento de agonía. Tuvo que elegir entre Maduro y Cabello. No dudó en que aquel conductor del metro de Caracas resultaría ser un buen presidente obrero; Cabello, en cambio, nunca había tenido un trato de amistad con los cubanos. Maduro es fruto de la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de Cuba, y el actual ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, pertenece a la primera graduación de oficiales superiores venezolanos en la Escuela de Estado Mayor del Ejército de Cuba. A Cabello lo dejan jugar con el narcotráfico, una bomba política siempre a medio estallar.
La amenaza de invasión por parte de Estados Unidos tal vez sea como el cuento del Cuco, en los hechos es el mismo peligro que dejar a Cuba metida ahí dentro, eternizando la crisis, con la secuela de hambre, miseria y muerte, porque “necesita” exprimir hasta la última gota de las riquezas venezolanas para financiar el fracaso de su modelo de socialismo.
Juan Guaidó y los diputados de la Asamblea Nacional golpean y se repliegan antes de volverlo a intentar, tanto en Venezuela como en el exterior. Es la lucha de David contra Goliath.
Mientras tanto, el Grupo de Lima, integrado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú, reunido el pasado viernes 3, ha tomado la iniciativa de pedirle al gobierno cubano que sea parte de la solución en el conflicto venezolano. Al fin alguien da en el clavo. Mientras los improvisados estrategas cuestionan el avance de la oposición, el Grupo de Lima, tras la liberación de Leopoldo López, por voluntad soberana del presidente del Parlamento venezolano, adoptó tres medidas de apoyo a la Asamblea Nacional: 1) Investigación del lavado de dinero por parte de testaferros, familiares e integrantes del gobierno de Maduro en sus respectivos países, 2) actuación del grupo frente a los países que sostienen al régimen (Rusia, China, Turquía y Cuba) para convencerlos que apoyar a Maduro no es la mejor opción, y 3) apoyar la agenda del Parlamento venezolano: cese de la usurpación, gobierno de transición, y elecciones libres.
Nada de esto era posible unos pocos meses atrás. El coraje y los aciertos de los diputados de la Asamblea Nacional se han abierto paso, aunque algunos sólo contabilicen los errores.
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