En la República Bolivariana, de acuerdo con el escrutinio de las elecciones para gobernadores anunciado por el Consejo Nacional Electoral (CNE), el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se impuso en 18 de los 23 estados. En consecuencia, la oposición obtuvo triunfos en cinco entidades, en tanto se sostiene que la concurrencia fue de 61.14% de los inscritos.
En un discurso al cierre de los comicios, conocidos los primeros resultados favorables a la actual gestión de gobierno, Nicolás Maduro proclamó: «Hoy ha ganado la verdad de Venezuela, hoy el chavismo arrasó, hoy tenemos 17 gobernaciones (en el recuento final resultaron 18), hoy tenemos 54 % de los votos, hoy tenemos 61 % de participación y hoy la patria se ha fortalecido con 75 % de las gobernaciones».
Ese día los grandes derrotados con el resultado fueron las corrientes de derecha y ultraderecha nacionales que contaron con el aliento estadunidense, el de gobiernos obsecuentes o débiles, la OEA y sus autoridades, las usinas internacionales de noticias y los medios venezolanos defensores de sus patrones.
A la algarabía en Caracas se plegaron otras voces de Latinoamérica, como la del pensador Atilio Borón que, entre otras cosas escribió: “Es obvio que el resultado registrado ayer domingo en Venezuela es un duro golpe para la derecha, no sólo de ese país sino de toda América Latina. Un revés para los planes golpistas y destituyentes obsesionados por derrocar a Nicolás Maduro y, de esa forma, apoderarse del petróleo venezolano que es lo único que le interesa a Washington”. De lo último, creemos que siendo el petróleo un producto de sumo interés, no es lo único que le atrae al imperio. Sin embargo, en Borón se permite hacer la oportuna advertencia de que “la derrota del oficialismo en la llamada ‘media luna’- Zulia, Táchira y Mérida, estados fronterizos con Colombia- es preocupante y no puede ser medida tan sólo en términos electorales. Allí anidan sectores animados por un fuerte espíritu secesionista que, si las condiciones internas llegaran a deteriorarse, podrían convertirse en una crucial cabeza de playa para facilitar alguna intervención foránea en Venezuela”.Si
Como bien se señala, lo anterior no lleva a desechar que sobrevengan acciones opositoras dentro de Venezuela articuladas con las del exterior. Para el caso debemos recordar la afirmación que hizo en su momento Marx acerca de que las democracias burguesas son simples ilusiones y que cuando los socialistas –u otro movimiento anticapitalista- obtienen mayorías parlamentarias hay que esperar que ellos dispongan de una reacción militar.
Si seguimos con Venezuela y las apetencias externas sumadas a la ultraderecha local, concluiremos que se trata de la “joya de la corona” a conquistar por la oligarquía latinoamericana, por lo que los pasos del gobierno de Maduro, siendo a veces imprudentes, devienen en ciertos momentos en la adopción de decisiones sin sentido que acaban incentivando a la derecha. Por ejemplo pongamos la supresión de billetes de 100 bolívares -algo totalmente improvisado- que originó colas, desabastecimiento y frustración entre la gente: a los tres días se anuló.
Al regresar al escenario de las elecciones esto nos expone que las derechas sufrieron una grave derrota, demostrando que carecen de liderazgos internos y acrecentando la dependencia de Estados Unidos y aliados, como la Unión Europea y la OEA. Desde nuestra óptica, para seguir un camino que profundice los cambios que se iniciaron con Hugo Chávez, para agrandar la herencia que dejó, ponderando correctamente las fuerzas que perviven entre los sectores de trabajadores y los más humildes -aquellos que las medidas que aplicó el comandante derivaron en que salieran de la miseria y la pobreza-, el camino pasa por radicalizar la democracia.
Debe considerarse que en materia de tiempos electorales no se cuenta con demasiado: las presidenciales serán en un año y las precederán las de alcaldes. De aquí a allá la contienda emprendida por la derecha se ubicará en el plano económico, en el que las fuerzas opositoras se empeñarán en el desgaste cotidiano de la población, empeorar la situación general y transformar los descontentos en apoyos electorales.
Es aquí por donde pasan las mayores desventuras del gobierno: reiteramos que en el postchavismo Maduro se ha visto incapaz para solucionar situaciones como falta de medicinas, servicios de salud, transporte, repuestos automotrices e industriales y educación, a los que se suman la mayor inseguridad y criminalidad y la emigración de profesionales. Lo repetimos: poner en manos de las autoridades el curso de la propuesta del chavismo puede conducir a un final poco venturoso al dejar al pueblo sin los cambios y los avances habidos y abatiendo las proclamas de un Socialismo del siglo XXI, algo un tanto borroso en esta etapa. En Venezuela hay una enconada guerra por la hegemonía, en la que movimiento popular y gobierno ha sido desgastados por la crisis económica y el desabasto.
Un aspecto sobresaltante es el que algunos sectores de la izquierda europea le dan a los hechos cuando reflexionan que “Venezuela es un país extraño, ha padecido históricamente un capitalismo parasitario y rentista, sostenido sobre un solo producto de exportación primario que impregnó todo el entramado social e institucional, conformando un Estado-petrolero proverbial, de esencia clientelar. Generó, en consecuencia, una población alienada en torno a la renta de aquel producto y sus actividades derivadas, (…)”. Si además de observar la historia venezolana lo hicieran con algunos otros países del continente encontrarían, igualmente, “un capitalismo parasitario y rentista”, monoproductor y una población alienada en torno al modelo.
En todo caso sería mejor que repararan en las acciones de Felipe González -del que se recuerda su amistad con Carlos Andrés Pérez (integrantes ambos de la socialdemocrcia internacional)- quien en declaraciones al canal español Antena 3, dijo que el ejército venezolano está legitimado para dar un golpe de Estado. Como se ve, Felipe González es un “emblemático referente democrático” para la derecha venezolana.
Según el valor que se les atribuye, los altos mandos militares de hoy se nos hacen distintos a los del 2002. Maduro les ha entregado grandes parcelas del poder y acceso a recursos. En cierta medida ha estado comprando apoyo y obediencia. No sabemos qué sientan y piensen los oficiales de rangos medios y bajos sobre la situación.
Nos inclinamos a repetir en esta ocasión -como en otras oportunidades- que existe cierto grado de esclerosis burocrática que ataca y priva al movimiento popular de parte de sus dirigentes. Nuestra visión acerca del cambio pasa por apoyar al pueblo a efectuar él mismo el aprendizaje de una nueva situación, de abajo hacia arriba, estimulando sus iniciativas y aspiraciones democráticas. Maduro y su entorno no transitan por esas vías y da la impresión que apuestan sólo a mantenerse en el gobierno sin trazar camino alguno: fundamentalmente a perdurar.
Como se sabe y debiéramos recordar siempre, los comicios son un momento dentro del proyecto de cambio; la revolución es mucho más que meter un papel en una urna: es la construcción de poder popular, territorial, económico, que se da una nueva institucionalidad.
A otras voces sumamos la nuestra y decimos que el socialismo no se construye desde la fe, sino desde el pensamiento y la acción crítica. La fe ciega en todo proceso político es la mejor arma para la oligarquía que pretende destruirlos, y al mismo tiempo también la peor ayuda para construir una izquierda socialista seria.
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