Las elecciones en Venezuela domingo se efectuaron bajo circunstancias especiales, considerando que las autoridades arrastran una crisis económico-financiera que repercute socialmente y tal situación favorece la concertación, que viene de tiempo atrás, del imperialismo, la derecha internacional y la nacional.
Las autoridades que anticiparon los comicios fueron asediadas por las oposiciones externas e internas que consideraron inválida la convocatoria. La derecha vernácula intentó desacreditar el proceso, mientras que la externa llegó desde Lima, unificada en la pomposamente denominada Cumbre de las Américas, que habiendo convocado a 34 presidentes sólo reunió a 14. Aunque debatiría centralmente la corrupción, Pedro Pablo Kuczynski -presidente peruano- debió renunciar por corrupto, y en declaración particular sobre Venezuela, un conjunto de países declaró que la convocatoria electoral y su resultado serían desconocidos por ellos. El Grupo de Lima lo integraron Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú; se sumaronGuyana y Santa Lucía, obtuvieron beneplácitos de la OEA y la Unión Europea, el visto bueno de Estados Unidos, agregándose Barbados, Granada y Jamaica. Demás está decir que los nombrados, que nada señalaron acerca del fraude en las presidenciales de Honduras -al que avalaron de hecho- recibieron las congratulaciones de la derecha abstencionista venezolana.
Para los instrumentos comunicacionales del imperio -que acompañan a su Comando Sur- basta con leer en el Miami Herald, escuchar CNN o las reproducciones en periódicos y televisoras de estirpe semejante los deseos amenazantes del sionista -por decir lo menos- argentino Andrés Oppenheimer que vaticina que las autoridades venezolanas serán depuestas por una de tres acciones: exterior (debe referirse a una militar, tipo Dominicana de 1965); interior de la oposición, por sus fuerzas armadas o una combinación entre ellas.
Como se ve, la derecha más beligerante del continente -con Estados Unidos a la cabeza y Donald Trump buscando la acción militar exitosa que haga subir su alicaída aceptación mundial- se combinan para restituir todo el poder a los conservadores venezolanos, eliminar lo que resta de chavismo y alinear en automático al país con los diktatwashingtonianos: así se aceptan “democracias” originarias de fraudes, elecciones que resultan en gobiernos depredadores -como en Argentina- o regímenes tan delincuenciales como el de Brasil.
Cuando nos preguntamos sobre el valor de las elecciones, pensamos que en los casos en que se reduce el voto ciudadano a ser el alfa y omega de la democracia, se puede creer que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, frase que se utiliza -en general- para justificar toda clase de atropellos y desaguisados de los gobernantes. En casos en los que a este instrumento -introducido por el liberalismo filosófico- lo acompañan otras formas en que la sociedad organizada vigila, promueve y discute las medidas de los poderes establecidos; atiende, satisface y ampara las aspiraciones de las mayorías, tenemos una democracia más elaborada. No son iguales los procesos electorales viciados de Honduras o Paraguay, el “descarrilamiento” del candidato con mayores preferencias populares, en el caso de Lula, que la compulsa del 1º de julio próximo en México, capaz de dar autoridad a una corriente distinta a las actuantes hasta ahora, si se respeta el veredicto de las urnas. Las elecciones no deben considerarse un hecho aislado, aceptable o despreciado de antemano, sino inscripto en el contexto de una nación, inmerso en una región y un clima internacional.
En todo caso, el imperialismo y el conservadurismo radical de países del continente actuando en consonancia con sus pares locales, cumplen con sus papeles de dominación y expresiones de clase, tal cual se debe presuponer que lo hagan siempre. La pregunta subsidiaria es qué se hace desde el campo popular para que aquello que dio inicio al cambio no sólo siga andando, no retroceda, sino que avance y se profundice.
En Venezuela, que sigue en clara dependencia del petróleo, que para nada buscó diversificar esa matriz exportadora, las autoridades levantaron la consigna de que “cambiarían la economía”, mientras algunos electores en la calle sostenían lo que recoge la prensa: “No hay una oposición seria, que tenga un proyecto para el país en el que podamos creer”. Mientras el mexicano Gerardo Villagrán afirma que el objetivo de Trump y Mike Pence es terminar con los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, el panameño Olmedo Beluche, con otra óptica, más aguda, apunta: “Aquí es donde se evidencia la verdadera cara del llamado ‘progresismo’ latinoamericano. Gobiernos que alardean de revolucionarios y chacharean de ‘socialismo’, pero que en la práctica no pasan los límites del sistema capitalista. La crisis del progresismo en todo el continente es la crisis del reformismo burgués, incapaz de verdaderas medidas socialistas en un momento de crisis sistémica y caída de precios de las materias primas.”
De nuestra parte, hace 14 meses, en este mismo espacio, escribíamos: “Se acusa al postchavismo de Nicolás Maduro de ser incapaz de dar solución a circunstancias cotidianas como faltas de medicinas, servicios de salud, transporte, repuestos automotrices e industriales y educación, agregados a mayor inseguridad y criminalidad, más la emigración de profesionales”: lo reiteramos.
Tenemos coincidencias en que el progresismo trató de superar la crisis de la primera década del siglo con los réditos del boom de exportaciones de materias primas y buenos precios del mercado internacional, lo que atrajo capitales. Propuso y concretó políticas con mejores salarios y se extendió socialmente mejorando la situación de los más pobres. Pero al finalizar ese tiempo, el progresismo sucumbió -en general- al mundo del capital de aplicaciones neoliberales, vencedor de trabajadores y sindicatos. Los progresismos quedaron ayunos de ideas acerca de cómo continuar y sin ninguna integración de la producción y el trabajo regionales.
Lo dijimos antes y está vigente ahora: cuando criticamos a Maduro y al grupo de dirección, consideramos que existen en ellos ansias de salvaguardar intereses propios. Le atribuimos una principal cuota de responsabilidad por lo que ocurre en la disociación entre conducción y militancia, consustanciales al populismo progresista: lo ratificamos. Escribimos que se puede identificar en esta situación -como en otras- la existencia cierto grado de esclerosis burocrática que ataca y priva al movimiento popular de parte de sus dirigentes. Nuestra percepción sobre un cambio verdadero y perdurable pasa por apoyar al pueblo a efectuar él mismo el aprendizaje de una nueva situación, de abajo hacia arriba, estimulando sus iniciativas y aspiraciones democráticas. Sin dejar de ponderar que las fuerzas imperialistas y los reaccionarios locales los adversan, Maduro no transita por estas vías, sólo apunta a mantenerse en el gobierno y no traza camino alguno: sencillamente aspira a perdurar.
Cuando leemos que se festina que el presidente ganó con el 67 por ciento de los votos emitidos y que nadie antes había alcanzado tal porcentaje (lectura errónea, enderezada a Hugo Chávez), se olvida que habían 20 millones 759 mil 809 mayores de 18 años habilitados; concurrieron a las urnas 8 millones 603 mil 956 y fue reelecto con 5 millones 823 mil 728 mil boletas válidas. En resumen sinóptico, concurrió solamente el 46,01 de los empadronados y el mandatario tuvo 1 millón 681 mil 610 sufragios menos.
Explíquese como se desenrolla este trompo en la uña.
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