El debate del pasado miércoles 13, lejos de despejar incógnitas, sembró preocupación.
A acusa a B de que su programa es un conjunto de generalidades, y, que, además, la coalición que se formó entre cuatro paredes, en la oscuridad, tiene como objetivo repartirse los cargos de la administración pública. Pero, a su vez, A confiesa que el programa de gobierno que debe aplicar está basado en sugerencias, no en directivas de cumplimiento obligatorio, por tanto, el ejercicio del gobierno queda en manos del potencial Presidente, por si y ante sí, y no como ejecutor del programa de una coalición.
El programa de B según el propio B, es el compromiso de quien integra una coalición, pero eso no quiere decir que cada uno de los integrantes no pueda actuar en defensa de lo que quedó fuera del acuerdo. Hoy acordamos esto, pero queda mucha cosa sin arreglar, es decir, potenciales desacuerdos entre sus integrantes en caso que la coalición B no tenga tropiezos importantes. ¿Y si la coalición B se encuentra con lo que la Vicepresidenta actual auguró, no terminará pesando demasiado lo no acordado cuando se encuentren ante cinco años de conflictos?
A también es una coalición, desde 1971. Nació como una fuerza “pacífica y pacificadora”, en tiempos donde la violencia en que vivía el país no era un eufemismo sino tiros en las calles, secuestros, cárceles bajo tierra, gente presa en el Penal de Punta Carretas y escuadrones de la muerte secuestrando y asesinando. A se constituyó como una coalición de partidos y sectores de partidos, que nunca abandonaron su organicidad, ni sus banderas. Si las coaliciones políticas se constituyen ante una situación emergente, una vez recuperada la democracia, y legalizada la guerrilla, desaparece el motivo que la hizo necesaria. Y ya dejando de lado las sutilezas, ¿persisten los motivos y las coincidencias en que dos fuerzas tan opuestas como el Partido Comunista y Asamblea Uruguay se mantengan políticamente unidas? ¿Tienen un proyecto común y una forma parecida de analizar la situación internacional y regional, por ejemplo?
Lo difícil de creer es que se le llame “partido” a un grupo de partidos, con sus propias estructuras, orígenes, y hasta rencores. En el FA hubo estrategias absolutamente contrarias para alcanzar el socialismo, y ahora, resulta, que ni siquiera se habla de socialismo, sino de “progresismo”. Alcanzado el progresismo… ¿Qué viene después? ¿El socialismo, con oligarcas o sin ellos? ¿Con oligarcas aliados por el socialismo, como Bill Gates y Soros, que decidieron donar buena parte de sus fortunas a las causas nobles? Todo esto se vuelve difícil de interpretar pero tampoco hay una propuesta corajuda, como fueron las que dieron origen a las izquierdas del siglo XX, y, en nuestro país, cuando Vivian Trías encabezaba la migración del Partido Socialista Uruguayo a la propuesta cubana al socialismo. No la hay. El Socialismo del Siglo XXI es una oferta de mercado, la marca de un producto ideológico basada en el humo. Los economistas liberales, o neoliberales tienen una respuesta a la teoría de la plusvalía, o al materialismo histórico, pero es una definición ante el cerno del pensamiento de Marx y Engels, en base a la visión del mundo que les tocó vivir. El Socialismo del Siglo XXI es nada. Nada se explica, salvo el uso de las Fuerzas Armadas, para poner a las oligarquías fuera de juego, pero cero propuesta para construir sociedades justas y prósperas.
Del debate podemos deducir que ya no quedan utopías, sólo una necesidad de cambio, justificado en cuestiones éticas y morales, o quedarnos quietos porque si bien hubieron algunos errores subsanables, lo que hay detrás del cambio es mucho peor. El debate del miércoles 13 fue la constatación de que unos y otros no se diferencian tanto, el respeto al status quo del sistema político uruguayo le impidió a la ciudadanía comprender cuáles eran las diferencias de sus respectivas propuestas.
¿Ganó A, perdió B, o viceversa? Demasiado espectáculo, demasía ironía contenida, apenas un susurro sobre estar hasta las manos, pero todo a media voz. Por eso el Pepe Mujica les gana con una mano atada a la espalda; el Tambero Zabalza, outsider empedernido, ha sido el más claro de toda la campaña, y Manini, en seis meses, por poco se come a uno de los partidos que se formó cuando se formaba la república.
El manual de Galeano nos ayudó a vivir la culpa en carne propia porque tener buenos indicadores sociales consiguió escarbar en nuestra alma de jóvenes idealistas. El Galeano crepuscular reconocía lo inmaduro de su relato, pero nosotros seguimos presos del culto a los estereotipos. No acabamos de ver que somos y siempre fuimos latinoamericanos, distintos, tan distintos como fue Artigas de Bolívar, y Onetti de Borges.
El Frente Amplio sostiene que en los últimos 15 años ha mejorado todos los indicadores económicos y sociales. Si es así, ese avance se produjo en un sistema muy distinto al que algunos de los partidos integrantes de la coalición han tomado como fuente de inspiración para construir su ideología. La democracia que las distintas generaciones han construido en nuestro país es más justa y sólida que cualquier otra de la región. Tenemos un legado que no hemos sabido cuidar, y tampoco asumir sin prejuicios. ¿Cómo es que este fatídico determinismo le impide a la izquierda ortodoxa, mayoritaria en el Frente Amplio, asumir la responsabilidad de ayudar a que la región encuentre en Uruguay su propia utopía?
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