Wyler nació el 1º de julio de 1902 en Mulhouse, Alsacia-Lorena. Llamado por su tío Carl Laemmle, jerarca de la Universal, viajó a Estados Unidos en 1920. Primero fue publicista, luego asistente de dirección, y a partir de 1926 dirigió 31 mediometrajes que le sirvieron para practicar el oficio. Su verdadero debut en 1929 dio inicio a una obra muy discutida.
Las opiniones acerca de Wyler no son unánimes, y se le ha acusado de cosas que deben rebatirse ya. La primera: haber sido un servicial empleado de los estudios. Lo fue, pero sus films son diferentes a la media de Hollywood, ya que en ellos logró gran dramaticidad debido a una minuciosa elaboración de ambientes, personajes y situaciones. También lo descalificaron como realizador sin estilo, sin percatarse que lo suyo era un estilo sin estilo, porque estaba supeditado a la mejor comprensión de la historia que contaba.
Otro error es creer que Wyler era sólo un notable director de actores. Fue más que eso, ya que desarrolló un lenguaje eficaz en el que reveló predilección por los simbolismos entre imagen y sonido. Su recurso favorito fue la profundidad de campo, por la cual enfocaba al mismo tiempo los objetos más cercanos a la lente y también los más lejanos. La técnica, perfeccionada por el excelente fotógrafo Gregg Toland, permitió al cineasta un inusual poder de concentración, ya que registraba en la imagen la acción principal y el efecto que tenía en los demás personajes. El ejemplo más recordado sigue siendo un primer plano de Bette Davis en La loba, donde hay otro rasgo de estilo (el uso de escaleras), que permitía distribuir personajes en relaciones de subordinación. Al respecto hay inolvidables escenas en Jezabel la tempestuosa, Cumbres borrascosas, La carta, La loba, Rosa de abolengo, La heredera, Horizontes de grandeza, Ben Hur y El coleccionista.
Una cuarta acusación es la de haber ilustrado ideas ajenas porque carecía de personalidad. Error gravísimo: en una época en que el cine abusaba de la división entre buenos y malos y apelaba a la casualidad como base del libreto, Wyler exhibió inusual rigor psicológico para estudiar personajes complejos a los que intentó entender a toda costa. El rechazo de la simplificación dramática explica la minuciosidad que Horizontes de grandeza y Lo mejor de nuestra vida expongan durante tres horas todos los detalles de su anecdotario.
Por último, se dijo que Wyler fue prescindente respecto a los temas que enfocó. Después de ver Infamia, Callejón sin salida, Lo mejor de nuestra vida, Antesala del infierno, La gran tentación o La mentira infame cuesta tomar en serio esa acusación. En 1947 se proclamó liberal y aunque marcó el paso del maccarthysmo lo hizo sin apearse de sus convicciones, lanzando mensajes liberales y pacifistas apoyado en historias de época (La heredera, La gran tentación), policiales (Antesala del infierno, Horas desesperadas), dramas (Destino de dos vidas) e incluso un romance (La princesa que quería vivir). De todos los films mencionados, hay cinco verdaderas culminaciones.
Cumbres borrascosas fue una revolución en el empleo de la profundidad de campo. Allí dos travelling hacia una ventana en la mansión Linton servían para acentuar la separación de los protagonistas Laurence Olivier y Merle Oberon. Más tarde, la amenaza de Olivier contra los Linton en el baile estaba enfocada en un plano dividido a la mitad, con la familia ocupando una parte, llenándola, y Olivier solo del otro lado, lanzando su anatema.
La loba es Wyler puro. El enfoque social planea por encima del melodrama, porque esa historia de pasión y ambición se inscribe en el marco de una sociedad patriarcal avasallada por el capitalismo industrial. El gusto por el detalle revelador que dignifica el conjunto logra una apoteosis en la secuencia en que un padre y un hijo traman una estafa mientras se afeitan, espalda contra espalda. La profundidad de campo logró inusual intensidad en el primer plano de Bette Davis dando la espalda a su marido moribundo en una escalera.
Lo mejor de nuestra vida tuvo un tema candente, las dificultades experimentadas por los veteranos de guerra para reinsertarse en la vida civil, a nivel familiar (Fredric March), laboral (Dana Andrews) o sentimental (Harold Russell). La acción tomaba derroteros de franco pesimismo, aunque el mismo quedaba sabiamente contrastado por los esfuerzos individuales de superación de los agonistas. El film lograba momentos de gran clímax: la escena del lisiado y su novia en el dormitorio, el episodio en el cementerio de aviones y la secuencia culminante de la boda. Esa atmósfera generalizada de fúnebre realismo muy crítico elevó el film a la categoría de obra maestra.
La heredera fue otra obra maestra: basada en novela de Henry James, contó con grandes labores de Olivia de Havilland, Montgomery Clift y Ralph Richardson, pero también con un inteligente estudio del arribismo en un medio social competitivo y feroz. El estilo de Wyler quedó en evidencia en dos escenas en que la actriz sube la escalera con estados de ánimo diferentes: ambas están enfocadas desde un mismo ángulo, estableciendo con ello una significativa interrelación dramática.
Horizontes de grandeza (1958) enfrentó a dos rancheros por la posesión del único río de la zona. La riqueza de conceptos introduce en el conflicto a Gregory Peck buscando paz, en una consustanciación del hombre y sus necias ambiciones frente a un gigantesco espacio natural de inabarcables planicies, con la naturaleza arrollando con su poderío las pasiones humanas. También es valioso el estudio de la valentía callada en un medio cerril que la confunde con cobardía. Hay muchos trozos de sabiduría, pero ninguno como el del viejo cacique lanzado en solitario hacia el rancho de su rival, escena de gran vigor épico.
Wyler murió en Beverly Hills el 28 de julio de 1981, después de haber brindado al público una veintena de títulos de gran nivel. No es poco, para un artista que se movió toda la vida dentro de la férrea maquinaria comercial de Hollywood.
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