Eduardo Vica Font tiene mi misma edad. Nuestros padres eran amigos. Mi padre era del Treinta y Tres Fútbol Club, creo recordar que el padre de Eduardo era hincha de Huracán. Era otro país y otros nosotros. Su madre, una maestra rural. Algunos domingos, después del almuerzo, íbamos hasta la escuela, que se entraba por un camino a la derecha de la “carretera” que llevaba a La Charqueada, y pasábamos la tarde, entre algún picado y como ayudantes en las cacerías de perdices. No mañereábamos para correr a traer las presas.
Nos fuimos de Treinta y Tres y no volví a ver a Eduardo hasta una tarde en que abrieron la puerta de mi celda para llevarme a algún lugar de la Jefatura de Policía de Montevideo, en octubre de 1971. Desde la ejecución del Inspector Héctor Morán Charquero por parte del MLN el pasaje obligado por Jefatura, después de cada detención era sólo un trámite. Se habían acabado las torturas, y, salvo las comidas, que seguramente traerían todo tipo de escupidas, el trato era correcto. El paseo de aquella tarde terminó en una escalera. De pronto apareció un joven oficial de Policía, prolijamente uniformado. Lo reconocí enseguida. Sabía que Eduardo había ido a estudiar a la Escuela de Policía, en Montevideo. Eduardo me entregó algo, no recuerdo bien si una carta de mi madre o un dibujo de mi hija, que acababa de cumplir un año. Fue una charla breve, Él estaba desconcertado, quería entender qué hacía yo en ese lugar. ¿Dónde estaban aquellos niños que habíamos crecido en el mismo pueblo, junto a dos familias amigas? Yo tampoco tenía mucho para explicar, nuestras vidas eran como se veían en ese momento. Le pasó a muchos, en algunos casos fueron buenas sorpresas, en otros terminaron en venganzas despiadadas.
Pero todavía habría otro encuentro con Eduardo, el que por estos días está en el centro de la polémica por lo de las tupabandas.
Ahora, que tengo que unir todos los pedazos, me doy cuenta que habían pasado veintitrés años entre el encuentro en Jefatura y la noche en que filmaba mi primer largometraje frente a la plaza Irureta Goyena, en Pereira y Ellauri. Con la gente del equipo especulábamos de dónde era más conveniente bajar luz para los reflectores. Un coche blanco se detuvo en medio de Ellauri, el conductor me observaba hasta que me di cuenta de esa situación. El hombre no me decía nada, su sonrisa parecía recriminarme no haberlo reconocido. Ese fue el segundo encuentro con Eduardo Vica Font, el hombre de este momento. Me acerco a él y se da a conocer. Baja del auto, y en ese momento toda la acidez de aquel encuentro en la escalera de Jefatura había desaparecido. En realidad él sabía que yo estaba filmando allí, porque hubo que presentar una solicitud en la Seccional 10ª. de la que era Comisario. Había salido a dar una vuelta a ver si me encontraba para presentarme a su hijo, porque quería que conociera a un tupa de verdad, no de fotografía. Fue otro encuentro breve pero cordial, los dos estábamos trabajando. Se puso a las órdenes por si necesitábamos cualquier cosa de la seccional.
La vida da zancadas, pasa de un capítulo a otro con infinidad de instantes que se borran a cada cuadra del recorrido. El nombre de mi amigo de la infancia volvió esta semana a ocupar un lugar en mi vida. Leí casi todo el libro de María Urruzola, al principio como empujado por el viento, pero no sé por qué llegué a un punto en que el interés por el libro se me volvió obligación de terminarlo, como todo libro que empiezo, y ese fue el principio del abandono. No sé si es mi propia necesidad de dejar todo esa historia atrás.
Creyendo conocer a varios de los protagonistas y de las circunstancias en que se pueden haber formado las presuntas tupabandas, me asalta una duda. No me extraña que algunos grupos de tupas hubiesen tomado las armas que nunca repudiaron para hacer finanzas con el oficio adquirido, aquí y en el exterior. No me extrañaría que lo hubieran hecho de forma orgánica, un poco para vivir de esa manera, otro poco para ayudar a la organización guerrillera a la que pertenecían. Si esos grupos operaban haciendo finanzas para la Orga no había forma que Pepe y el Ñato no lo supieran. Imposible no estar al tanto en una organización vertical y clandestina.
Pero dije que tenía una duda. Incluso siendo consciente que todos esos asaltos que se le atribuyen a bandas vinculadas al MLN configuran delitos graves, muertes incluidas, que supuso el desconocimiento absoluto de la ley, que implicó deslealtad hacia muchas personas que los apoyaron en el convencimiento de que tenían la firme decisión de incorporarse a la vida democrática sin cartas en la manga, incluso con todo eso en contra, mi duda es ¿hasta cuándo sigue esto? ¿No habrá llegado el día en que se pase raya de una buena vez al pasado? Para quienes sometieron a este país a una cruel dictadura siempre habrá algún motivo que les impida pedirle perdón a la República. Se creyeron tan necesarios como los propios guerrilleros. Tampoco las cooperativas electorales tanto de derecha como de izquierda, tienen algún tipo de excusa para evitar la responsabilidad en el encadenamiento de hechos, que hicieron de la democracia una formalidad.
Mujica había anunciado que no se sabría la verdadera historia de los tupas hasta que todos estuviésemos muertos. ¿Qué parte había quedado fuera del minucioso relato del Ñato? ¿Faltaba esto de las tupabandas? Si esto era lo que faltaba, todo cobra sentido. Mujica no podía dejarle este fardo a su gente, tenía que poner un muro de contención, a cualquier precio, después de muerto también morirían la rabia y los testigos. Pero parece que María Urruzola prendió el ventilador antes de tiempo.
Dicho todo esto, nadie podrá negar, ni al Ñato ni al Pepe, la hazaña de haber conducido con éxito el tránsito de una organización guerrillera que protagonizó el terremoto político más profundo del siglo XX al MPP, movimiento mayoritario del Frente Amplio. De una derrota fulminante a gobernar el país. Uno fue el artífice del relato épico, el otro lo tradujo a nivel de los carritos, que antes votaban a Pacheco. Ese ha sido su camino político, aunque llegaran con los zapatos sucios.
Pero se acabó la transición. ¿Por qué ahora y no antes? Porque hoy la ciudadanía empieza a pensar que son todos iguales de ladrones y rosqueros, y eso ya horada la credibilidad de todo el sistema político, incluyendo a la izquierda.
En días pasados dio comienzo el 10° Congreso del MPP. Los nuevos dirigentes no estarán rodeados de los misterios y fantasías que les pudo haber dejado la clandestinidad. Son todos conocidos del barrio, así que quienes dirijan la fuerza política de Pepe empiezan desde Cero, y, no pesará sobre ellos otra cosa que no sea su conducta en un país que debe ser cada vez más transparente, o se hunde en la peor de las noches.
Si hay que olvidar, en el sentido de dejar atrás los reclamos, que empiece ahora, y los que merezcan la intervención judicial que sea ya, acabemos con eso de embarrar la cancha para eludir la responsabilidad.
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