Se ha cerrado un ciclo electoral en nuestro país. Se ha abierto el período de análisis de los resultados; los hay de todo tipo. La Diaria incluyó en sus páginas (octubre 3) un estudio del resultado electoral basado en el testimonio de dos Intendentes –el de Rocha y el de Río Negro- que perdieron sus respectivas elecciones departamentales a manos del Partido Nacional.
Ambos intendentes muestran perplejidad: intuyen que hay una explicación profunda más allá de la cáscara, pero no atinan a interpretar qué es. Los dos manifiestan de modo coincidente que hicieron mucha obra en sus respectivos Departamentos. Creo que sea verdad y los índices de aprobación de sus gestiones lo dicen. ¿Entonces? Los dos, perplejos, dan idéntica explicación: no hicimos política. No se les ocurre pensar que la política que hicieron haya sido mala política. Lo que estos dos ex intendentes están transmitiendo es que consideran que los resultados electorales no han sido justos con ellos. Por ese camino tampoco se llega a las causas: la causa de la injusticia no es otra que la maldad o sevicia del rival cayendo sobre el inocente.
Paradójicamente otros intendentes que ganaron tampoco parecen saber por qué ganaron. Todos los intendentes blancos recién electos fueron recibidos en el Directorio del Partido Nacional y allí nos contaron que habían ganado porque dejaron el alma en la cancha, recorrieron todo el Departamento, se embarraron los zapatos, etc. Es decir, habían hecho exactamente lo mismo que en las ocasiones anteriores en las que habían perdido. Tampoco acá apareció una explicación que explique.
El programa periodístico “Séptimo Día” del canal 12 invitó el domingo 11 de octubre a los senadores Andrade y Bergara para que dieran su explicación del resultado electoral adverso para el Frente Amplio. El primero pulsó el “play” de su casette, habló de todo un poco casi sin respirar, pero ni abordó la pregunta. Bergara, por su lado, dijo que considera un error analizar los resultados de este ciclo electoral: lo que hay que analizar son los quince años de los tres gobiernos del Frente. Eso es más o menos como que los colorados, que están hoy en la lona, dijeran que hay que analizar la situación del Partido Colorado en el contexto de los noventa años que estuvieron en el gobierno.
Hay elecciones que son simplemente un cambio de elenco de gobierno. Otras elecciones son un cambio de partido de gobierno, lo cual es algo más, pero nada del otro mundo: la rotación de partidos en el gobierno es lo que caracteriza las democracias. Pero hay un tipo de elecciones que marcan una especie de cambio de época, registran y a la vez confirman un desplazamiento del estado de ánimo de un país. Yo creo que el proceso electoral que el Uruguay acaba de vivir fue de este tipo y solo por este camino, aceptando esa característica, es que se puede llegar a entender lo que pasó en nuestro país y por qué pasó lo que pasó.
Mi impresión –grosso modo, que es lo que me permite este espacio- es que el Uruguay tuvo un período de encuentro con el Frente Amplio (de aceptación recíproca) que fue perdiendo claridad hasta entrar en un terreno de desencuentro irritado. Esto sucedió en la relación del Frente Amplio con el Uruguay y también puertas adentro en el propio partido. Y ese desencuentro tuvo que ver con la libertad. No hay causas únicas para un resultado electoral, ya se sabe, pero en este caso la principal está relacionada con la libertad.
Este tipo de mudanza de estado de ánimo o de proceso de encuentro y desencuentro ha de ser mirado aprendiendo de las comparaciones. En Brasil el Partido de los Trabajadores (P.T.) tuvo un período de apogeo con una duración parecida al período frentista (15 años). Ese lapso comenzó con un gobierno que redujo la pobreza y el analfabetismo mediante políticas claras en ese sentido pero a poco de andar la popularidad recogida lo llevó a permitirse hacer cualquier cosa y ese partido se corrompió en acomodos, coimas y corrupción: primero (presidencia de Lula) con el llamado “mensalao” (compra con tarifa mensual de votos en el Parlamento) y luego (segunda presidencia de Lula y primera de Dilma) con el “lavajato” (remate de la obra pública). El resultado fue la prisión para jerarcas de gobierno y dirigentes del P.T. y enorme pérdida de prestigio para el partido. Como consecuencia o respuesta directa gran parte de los brasileros le dieron la espalda al P. T. y a sus dirigentes y se fueron; pero huyeron lo más lejos posible, se arrimaron a un desconocido legislador con un nombre elocuente: Jair Messias Bolsonaro.
En el Uruguay el descontento con el Frente Amplio no produjo una huida hacia la desilusión total (que se vayan todos); tampoco procuró un mesías como en Brasil, pero se encontró con un candidato, conocido de la elección anterior, pero muy mejorado: Luis Lacalle Pou. No voy a entrar en el empalagoso terreno del ditirambo, pero aún los adversarios políticos del actual Presidente reconocen sorprendidos su proceso de su maduración. O sea: al desencanto con el Frente Amplio y la irritación consiguiente (tanto entre frentistas como en los no frentistas) se le cruzó un candidato renovado y atractivo.
¿En qué atractivo? Dentro de un conjunto de condiciones, propias y circunstanciales, del candidato Lacalle Pou el atractivo más fuerte –difuso, pero claramente presente y “olfateable” para mucho uruguayo- está relacionado con la libertad. La comprobación “ex post facto” estuvo en que, cuando más adelante se desató la pandemia del Covid19 Lacalle Pou dijo, sin pensarlo dos veces: libertad responsable y los dirigentes frentistas -empezando por Tabaré Vázquez- dijeron, también sin pensarlo dos veces: cuarentena obligatoria. Diferencia elocuente.
El Frente Amplio, en el final de sus años de gobierno, fue asumiendo actitudes reveladoras de un desencuentro con el Uruguay, un operar sin consideración hacia valores que allá en el fondo histórico del alma nacional siguen estando.[1] Un ejemplo de ello es el fastidio que a los uruguayos nos producen los agrandados, la prepotencia, el comportamiento de mayoría absoluta (dentro y fuera del Parlamento) y en general el funcionamiento en base a la pesada.
Aquello de que “aquí naide es más que naide”, que a veces se toma como una anécdota vistosa, tiene un sedimento que sigue operativo. La historia solo se entiende en los trazos largos (la longue duree, como sostenía Ferdinand Braudel). Nuestro país no tuvo prácticamente ni período colonial, ni población indígena, ni mercado de esclavos. Es decir, no tiene por ningún lado una memoria histórica (genética) de una dominación secular, es decir, de varias generaciones nacidas en el sometimiento, hechas a la aceptación de vivir bajo la pata de alguien y transmisoras a su descendencia de esa vivencia de sumisión.
Los catedráticos podrán desarrollar mejor este asunto, pero yo he vivido años en distintos países de nuestro continente, he viajado por todos, en todos he hecho relaciones y vínculos…yo sé de qué estoy hablando. En el Uruguay la sumisión no cae bien y quien la permite y la abraza (para sí o para el colectivo) termina chocando con algo que está muy en el fondo de nuestra cultura.
Hay que tener finalmente en cuenta para el análisis de lo que fue el resultado del proceso electoral que ningún cambio sustantivo tiene lugar en una sociedad exclusivamente por influencia de agentes externos. Ningún artificio publicitario ni millones de pesos invertidos en prensa o propagada tienen efecto si no hay un terreno propicio donde sean sembrados. Más aún: no hay partido político por grande y poderoso que sea ni candidato brillante que consiga cambiar un pueblo que no esté internamente dispuesto a cambiar.
La diferencia la hace el candidato que intuye esa disposición a cambiar ya existente, la interpreta, la asume y la devuelve a ese pueblo convertida en un discurso más claro y articulado de lo que era la posición a cambiar que ya se había configurado.
Quiero finalizar citando el análisis contenido en la entrevista a Bottinelli en Brecha (oct. 16). Dice Bottinelli, entre otras cosas, que el Frente generó un nivel de controles que hizo que un conjunto de uruguayos “se sintiera en un país que lo asfixiaba” …” De esto el Frente Amplio no se dio cuenta y fue lo que Lacalle Pou llamó estar en libertad. Y ese fue un sentimiento que se recogió claramente en los últimos años de gobierno del Frente y que motivó mucha disconformidad”.
Los procesos sociales nunca tienen una única causa, pero perder de vista cuál haya sido la causa principal lleva el análisis de ese proceso al fracaso.
[1] Aprovecho para mencionar al respecto y recomendar calurosamente el interesante libro de Antonio Lezama “La Historia que nos Parió”, Ensayo sobre el origen de la idiosincracia rioplatense (Linardi y Risso, Mvdeo. 2008)
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