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Zapatos de mujer Por Hoenir Sarthou

Zapatos de mujer Por Hoenir Sarthou
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Cada vez que me planteo esto que quiero decir, no encuentro mejor ejemplo para ilustrarlo que los zapatos de mujer.
A mediados del Siglo XX, Max Horkheimer, filósofo de la Escuela de Frankfurt, denunció en “Crítica de la razón instrumental” que la sociedad industrial había subvertido la función de la razón humana, por la vía de convertirla en un mero instrumento, un medio, para la consecución de ciertos fines.
Dicho en forma telegráfica, Horkheimer sostiene que la razón dejó de usarse para analizar y determinar los fines de la vida y de la acción humana y se redujo a un instrumento para la más eficaz y eficiente forma de alcanzar fines que se dan por sentados y que están fuera de toda consideración.
En esa época, de pleno ascenso del capitalismo industrial y de consumo, el fin indiscutido era el crecimiento económico, por la vía del aumento de la producción y el crecimiento del mercado. Ese era el dogma que, según Horkheimer, la razón instrumental no cuestionaba, limitándose a crear y desarrollar formas cada vez más eficaces y eficientes de producir y vender más.
La idea central, entonces, es que la razón convertida en instrumento, y con ella los individuos, se volvían esclavos, sólo ocupados en inventar artefactos y mecanismos eficaces para un fin impuesto por el sistema económico, un fin que ellos, la razón humana y los individuos, no habían elegido ni se cuestionaban.
Tengo para mí que la relación entre fines y medios suele dar incluso un paso más, por el cual los medios, los instrumentos, terminan traicionando y negando a los fines. Y, reitero, no encuentro mejor ejemplo de lo que quiero decir que la historia de los zapatos de mujer.
Como todos sabemos, el calzado, toda clase de calzado, es un invento práctico de los seres humanos. Desde hace miles de años, hemos revestido nuestros pies con toda clase de materiales, con un fin muy racional y específico: caminar. Es decir, protegernos de las asperezas y agresiones del suelo y del clima para poder recorrer mayores distancias y a más velocidad, sin sufrir daño ni dolor.
Hasta allí, todo bien. La razón decidió caminar (los fines de cada caminata ya son otra historia) e inventó el instrumento adecuado para caminar eficazmente.
Pero pasaron los años, los siglos, y el calzado fue evolucionando. En algunos casos, adaptándose a necesidades prácticas; en otros, por motivaciones estéticas, que fueron agregando materiales, forma, teñidos, repujados, hebillas, cierres, etc.
Finalmente, en una época que no puedo determinar, se llegó a ciertos zapatos de mujer con tacos angostísimos y enormes, de entre 10 y 20 centímetros, hormas apretadas, o plataformas que obligan a la usuaria a moverse como si fuese lisiada. Y el asunto no se reduce a un uso ceremonial o festivo. Hay mujeres que se obligan o se sienten obligadas a ir a trabajar cada día con ese tipo de zapatos.
¿Cómo es posible que un instrumento inventado para caminar haya devenido en un artefacto que impide caminar?
No tengo noticias de Horkheimer se haya puesto a analizar los zapatos de mujer. Pero me atrevo a decir que es un ejemplo de algo que va bastante más allá de lo previsto por él.
Ya no se trata de que el instrumento se independice de los fines, sino de que el instrumento directamente se opone a los fines y los anula.
No, no estoy iniciando una carrera de crítico de moda. Estoy poniendo un ejemplo un poco jocoso de algo que es mucho más serio.
¿Qué ocurre cuando un instrumento creado para cierto fin (sea cual sea) termina haciendo imposible ese mismo fin?
He visto a profesores de gramática corregir expresiones poéticas de sus alumnos porque no se ajustaban a la forma en que al profesor se le enseñó que debían ser dichas o escritas las cosas. Sin embargo, el idioma nació para comunicarnos. Y la gramática tiene por fin ordenar el uso del lenguaje para mejor cumplir ese fin. De modo que, si se vuelve un obstáculo para la comunicación, si condena formas válidas de comunicación en lugar de sólo sugerir otras mejores, se vuelve la negación de la comunicación.
Hay al respecto una anécdota gloriosa contada por Gabriel García Marquez, cuyo sobrino fue reprendido por un profesor de idioma español por ignorar que, en cierto texto, García Márquez había querido significar tal y cual cosa. Al saber del rezongo, García Márquez se limitó a comentar que él también ignoraba que había querido decir todo eso en el texto.
Los casos de reglamentos, protocolos, códigos de disciplina y otros formalismos instrumentales que terminan impidiendo cumplir la tarea o trámite sustanciales para los que fueron creados son innumerables.
En algunos casos, ese apego a los instrumentos, con olvido y negación del fin para el que fueron creados, genera sólo incomodidades y contratiempos. En otros casos provoca daños sociales de incalculable gravedad.
¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando una teoría científica es rechazada y denostada por no ajustarse al conocimiento “científicamente comprobado”, es decir a la ciencia oficial, mediada por razones económicas y políticas, teniendo en cuenta que la función de la verdadera ciencia es, precisamente, poner en duda y desafiar todas las certezas, saberes y creencias?
¿Qué pasa cuando los medios de comunicación, que deberían informar sobre la realidad, por horrible que sea, se apegan al relato del status quo, buscando preservar la “respetabilidad” del medio, y ocultan, tergiversan, o directamente diseñan la realidad sobre la que pretenden informar?
Finalmente, ¿qué ocurre cuando un sistema político, creado en principio para expresar, proteger y materializar los intereses y la voluntad de la sociedad a la que pertenece -cosa que se supone debe ocurrir en los regímenes democráticos- termina convirtiéndose en ejecutor de políticas que sacrifican los intereses y los recursos más vitales de esa sociedad.
En materia del sistema político, el tema sería inagotable.
¿Cuánto hace que un gobernante uruguayo no propone una idea o una política que no esté previamente propuesta y financiada por el Banco Mundial, el BID, la OMS, el FMI, la ONU, la OEA, un inversor extranjero, o alguna “filantrópica” fundación controlada por millonarios de vuelo global? ¿Y cuál ha sido el efecto social de esa entrega de la capacidad de decisión?
Es exactamente como con los zapatos de mujer. El sistema político, creado para defender y desarrollar los intereses de la sociedad uruguaya, trabaja para otros patrones y por tanto tiene otros fines. Entre ellos, el de perpetuarse en cargos y posiciones cuyos cometidos no está dispuesto a cumplir.
En otras palabras, el instrumento creado para caminar como sociedad, nos condena a la parálisis.
Pero no nos engañemos: nosotros elegimos a nuestros zapatos y a nuestros gobernantes.

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