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Actos obscenos Por Hoenir Sarthou

Actos  obscenos Por Hoenir Sarthou
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No se trata de la connotación sexual que puedan tener algunas de las denuncias mediáticas y penales –casi siempre mediáticas antes que penales- que las figuras partidarias se lanzan por la cabeza con tanta prodigalidad.
Tampoco depende de la entidad de las denuncias, ni de la gravedad de los daños causados, que en algunos casos son muy serios y en otros no tanto. Imposible olvidar, por ejemplo, que hace unos años, en el caso de Raúl Sendic (hijo), tuvo más impacto la compra de un short y de un colchón que el agujero de casi mil millones de dólares dejado en ANCAP.
Tampoco me refiero al tratamiento desproporcionado que la prensa les asigna a esos casos, en los que una denuncia por cualquier acto personal resulta más grave e importante que endeudar al País durante décadas, regalar o contaminar sus recursos naturales y atarlo a contratos depredadores.
Lo que en realidad resulta obsceno es la práctica sistemática de las cúpulas partidarias de emitir declaraciones de apoyo político ante cualquier acusación a uno de sus miembros.
La situación es tal que, si acusan al diputado o al intendente Frenteamplez de robar gallinas, o de vaciar a un organismo del Estado, o de golpear a un transexual, de inmediato saldrá una declaración del Plenario del FA en que hará saber su “plena confianza en “el compañero” y su solidaridad ante los ataques políticos de que es objeto”.
Lo mismo ocurre si al senador Blanquez lo acusan de violar niños, o de tramitar y recibir coimas por pasaportes. Rápidamente el “Honorable Directorio” emitirá un voto de confianza hacia el acusado –faltaba más- y un voto de desconfianza hacia el acusador, que obviamente actúa “por motivos políticos”.
Y ni que hablar si al diputado Coloradín se le descubre una empresa de blanqueo de dinero o alguna otra trapisonda. El Directorio del Partido expresará discretamente su solidaridad y tratará de echar tierra al asunto.
¿Dónde se ha visto, y por qué, que los organismos partidarios deban expedir declaraciones políticas ante cualquier denuncia relativa a la conducta o a la vida privada de uno de sus miembros?
¿No sería más adecuado que guardaran silencio hasta que la situación se esclareciera en la vía judicial? ¿O que directamente declararan que esperarán a que el caso se investigue y dilucide en la vía correspondiente?
El hecho es que no es de esa forma como razona nuestro sistema partidario. Por el contrario, asume siempre que la acusación es política y que la defensa debe ser política. Una enfermedad que podría llamarse “politiquitis”, o “electoralitis”.
Los resultados están a la vista. ¿Cuántas declaraciones de confianza emitidas en los últimos años resultan grotescas a la luz de lo que se supo después sobre la conducta del denunciado?
Por supuesto que las denuncias tienen en el 99% de los casos intencionalidad política. ¿Y eso qué tiene que ver? Lo que importa son los hechos, no las intenciones de quien hace las denuncias.
Hay una constante llamativa en todo esto.
Ilicitos manifiestos, cometidos a vista y paciencia de todo el mundo, no merecen mayor indignación ni denuncia del sistema de partidos. Regalar el Río Negro y una vía de ferrocarril, entregar el puerto de Montevideo, comprometer gratis el agua de los acuíferos para hacer combustible, inyectar a la población sustancias tóxicas, darnos agua salada y endeudar al país por los próximos cien años parecen ser conductas políticamente aceptables para nuestro sistema de partidos.
Las denuncias más exitosas, las que realmente ocupan al sistema y a la prensa, suelen versar sobre temas menores y en lo posible de la vida particular.
Eso hace que la agenda política se llene de declaraciones sobre el nauseabundo ratón que apareció en la cocina, y que no se hable del elefante que está rompiendo los muebles en el living.
No hay inocentes en esto. Tanto quienes acusan enfáticamente como quienes defienden a sus correligionarios con uñas y dientes saben que discuten sobre pecados privados y sobre los cambios chicos, de esos que se pasan por debajo de la mesa.
El verdadero fraude, el que nos daña a todos, ocurre a ojos vistas. Y nadie del sistema de partidos parece querer verlo.
Eso es lo realmente obsceno.

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