Un golpe de estado incruento (se lo califica de pronunciamiento aunque se trató de un estado deliberativo militar) del 14 de noviembre en Harare, derivado del cual se puso fin al gobierno de Robert Mugabe -presidente por 37 años consecutivos- obligó a las cadenas noticiosas a destacar a la República de Zimbabue, país del sureste de África de mayoría negra (98,8%), sin salida al mar, encerrado entre Botsuana, Zambia, Sudáfrica y Mozambique, conocido en el pasado como el área colonial británica de Rhodesia del Sur.
A partir de 1980 este territorio se independizó y adoptó el nombre de República de Zimbabue y siempre sus comicios fueron ganados por la Zanu (Unión Nacional Africana de Zimbabue); a partir de diciembre de 1987 Robert Mugabe fue el primer presidente ejecutivo del país, reelecto repetidamente hasta la última votación de 2013. Las repetidas renovaciones fueron objetadas -acusadas de fraudulentas- a partir de 1996.
Harare –capital, asiento de los poderes y antigua ciudad colonial rhodesiana de Salisbury – consideró que las presiones que se ejercieron sobre el gobierno de Mugabe procedían de Occidente y resultaron ser consecuencia del relacionamiento privilegiado que mantiene el país con China y las tensiones que se generan en el campo internacional con Estados Unidos (EE.UU.). En el caso de esta nación se sostiene que el contencioso sino-occidental es por el acceso a las riquezas minerales del subsuelo.
Aunque desde 1991 la Zanu abandonó oficialmente las ideas socialistas, realizó una reforma agraria sobre la base de expropiar al uno por ciento de la población blanca poseedora del 70% de las tierras de cultivo, que el estado distribuyó y adjudicó, lo que generó polémica y amplias críticas internacionales e internas que objetaron la transparencia de los actos.
El golpe de estado repuso a quien había sido vicepresidente -destituido poco antes del 14 por Mugabe- como presidente interino. Emmerson Mnangagwa, que regresó de Sudáfrica -donde se refugió en su huida de unos días-, fue puesto al frente del gobierno por el movimiento castrense que él auspició, convalidando la acción al indicar que la «intervención se debió a que la Zanu estaba copada por contrarrevolucionarios que le estaban haciendo mal al pueblo”. En resumidas cuentas, Mugabe renunció primero como líder del oficialismo el 19 y el 21 como presidente. Mnangagwa, de 75 años, aliado y compañero de armas de Mugabe, nuevo líder del Zanu, ya ocupó varias carteras -Seguridad, Inteligencia y Justicia-, ha sido considerado el sucesor de Mugabe y se lo caracteriza por su extrema crueldad con los opositores, de ahí que lo apoden Cocodrilo.
El mundo político africano y en particular el zimbabuense, apuntan que Gucci Grace -como le dicen a la “ex primera dama” y esposa de Mugabe- hizo nacer el movimiento castrense, promoviendo la lealtad de éstos hacia Mnangagwa para cerrarle el paso a que ella se hiciera con el gobierno en sustitución del anciano mandatario, su marido. Mientras el más alto jefe militar del país, Constantino Chiwenga, declaraba que la tropa emprendería la labor de terminar con las purgas en el aparato gubernamental ordenadas por Mugabe y su esposa, se desconoce la suerte corrida por Gucci y los tres hijos que procreó con Mugabe, 41 años mayor que su consorte. Se dice que la señora posee, entre otros muchos negocios, una gran explotación agraria en las afueras de Harare.
En una nación -que como otras del continente- fue objeto del dominio colonial, el saqueo de sus riquezas y la población diezmada y sometida a esclavitud por los mercaderes de las potencias europeas; que recién obtuvo la independencia en la segunda postguerra del siglo XX, a pesar de ser el país más alfabetizado de África (91%), de sus poco más de 10 millones y cuarto de habitantes, unos 6,5 millones sólo han tenido un presidente: Mugabe. Ellos conocen -en el mejor de los casos- únicamente antiguas referencias acerca del hijo del carpintero ebanista, del docente, del preso de la época colonial -condenado en su tercera prisión a 10 años de reclusión, la que cumplió totalmente, tiempo en el cual obtuvo, por correspondencia, el título de abogado. Se consignó de su carta de dimisión que “renuncié para permitir una transferencia de poder tranquila”, que al ser leída en el Congreso la acogieron con aplausos.
“Mugabe ya es historia. Por desgracia, destruyó cualquier legado que hubiera podido dejar hace 20 años”, opinó el legislador opositor blanco Eddie Cross. “Ahora lo recordarán como el hombre que destruyó nuestra agricultura, llevó el hambre a la mayoría de los hogares y permitió que colapsara la economía más diversificada de África”.
Las exportaciones agrícolas, minerales y el turismo constituyen la principal vía de ingreso de divisas. Zimbabue es -por otra parte- el país con mayor dinámica comercial con Sudáfrica en el continente. La actual crisis de su economía nacional se atribuye, principalmente, a mala gestión y a corrupción gubernamental. La descripción precedente no olvida tampoco que en materia de derechos humanos tanto Mugabe como el actual presidente interino desconocieron, atropellaron y vulneraron cuanto pudieron, con cárcel y torturas, a los opositores al régimen.
Al gobierno de Zimbabue se le achaca que en los últimos años los ingresos de la mayoría de los trabajadores cayeron 66%; la producción agrícola se redujo en idéntico porcentaje: la industria disminuyó 80% y sólo uno de cada diez entre la población económicamente activa tiene empleo formal. Lo anterior no contabiliza que de acuerdo con algunas fuentes millones de operarios calificados emigraron buscando mejores horizontes.
David Coltart, también de la minoría blanca, formado en Sudáfrica, perteneciente a la derecha y opositor al gobierno, agradeció a las fuerzas armadas por el golpe y tras la eliminación del presidente y su pareja, les dijo: “Nuestro mensaje a los militares debería ser `gracias por arreglar el desastre que crearon, pero ahora deben regresar a los cuarteles lo antes posible y no involucrarse nunca más en un proceso electora´`”. Y añade: “Nosotros y la comunidad internacional, debemos dejarle bien claro al ejército de que no tienen que cumplir ningún papel en las elecciones, más que asistir a la policía en el mantenimiento de la paz”.
Sin embargo, aunque más no sea como apunte inicial, no hay que olvidar a un actor emergente pero poderoso que modifica la correlación de fuerzas en África y al que ya mencionamos: China. La cuestión del “nuevo colonialismo” -de que se habla- si lo es, se tiene de él una percepción distinta al del pasado practicado por las potencias europeas, que se dedicaron a explotar el continente africano y masacrar a la población. La forma en que emprende el intercambio comercial China se fundamenta en que siendo el país más poderoso del mundo comercialmente, pudiendo efectuar negocios a su gusto, en cambio prové y financia infraestructuras e invierte en países subdesarrollados.
La disputa sino-estadunidense por África se puede sintetizar de la siguiente forma: en 2008, EE.UU. invirtió en el mencionado continente 104 mil millones de dólares y bajó a 94 mil 300 en 2011; China en 2000 realizó intercambios por 9 mil millones y en 2011 por 127 mil millones de dólares.
Como se señala, el matrimonio de China con África da pie para la admiración y, asimismo, para la crítica, por partes iguales, habiendo muchos desconfiados acerca de esas uniones. Está claro que los tiempos cambian y ciertas formas también; no debe extrañar que los dirigidos por Xi Jinping tengan en África comportamientos diferentes a los habidos antes, pero lo invariable es que la resultante tiene principios similares.
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