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Emociones diluídas por Martín Imer

Emociones diluídas por Martín Imer
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Drive my car (Japón, 2021) Director: Ryûsuke Hamaguchi. Guion: Ryûsuke Hamaguchi, Takamasa Oe. Música: Eiko Ishibashi. Fotografía: Hidetoshi Shinomiya. Con Hidetoshi Nishijima, Toko Miura. Calificación: Regular.

No puedo considerarme un conocedor del cine de Ryûsuke Hamaguchi, director que logró con su Drive my car la hazaña de tener la primera cinta japonesa de la historia en ser nominada a la categoría principal de los Oscars, Mejor película, entre otras. Lo único que vi de Hamaguchi fue, a medias, Asako 1 & 2, película que no llamó particularmente mi atención. Y conozco la reputación de otras cintas como Happy hour, la cual cuenta con la particularidad de durar cinco horas. En este caso el realizador se contuvo: dura tres horas, nada más. La película tuvo su primera exhibición local en el último Festival de José Ignacio, y llegará en streaming el próximo 1ro de Abril, en MUBI.

En esta ocasión, Hamaguchi adapta un cuento de mismo nombre escrito por Haruki Murakami en el libro Hombres sin mujeres. Se cuenta la historia de un actor, Yusuke, que por distintas circunstancias necesita un chofer que lo maneje por la ciudad mientras organiza una obra de teatro. La elegida es Misaki, una chica retraída que agrada al hombre por ser callada y, además, una excelente conductora. La relación entre ambos comienza a evolucionar cuando descubren que tienen más en común de lo que creen: ambos están marcados por pérdidas difíciles en sus vidas, lo que ha condicionado irremediablemente sus respectivos presentes.

También co-libretista, Hamaguchi, junto con Takamasa Oe, amplían el imaginario del cuento (que tiene poco más de 40 hojas en total) y cambian bastante el orden de las situaciones. La viudez del protagonista, punto central de la historia, aquí es explorada aumentando la presencia de la esposa, quien protagoniza junto al hombre los primeros 40 minutos de la cinta. También se presenta en este nuevo segmento la infidelidad de la mujer, lo que en el original ocurría sobre el final y resignificaba la obra en su totalidad, ya que la soledad del hombre se percibía finalmente como una tortura autoimpuesta, un castigo personal con el que había aprendido a vivir. Y la verdad es que este añadido es francamente excelente, ya que se hace un particular interés en la dinámica de una pareja y los pactos tácitos (e involuntarios) que cada uno hace con el otro para mantener el vínculo, sea para bien o para mal. Los seres humanos, por tener alguien al lado que nos acompañe y entienda en el dolor, somos capaces de soportar hasta las traiciones más dolorosas; los escritores comprenden esto, y lo expresan en una escena de absoluta contundencia al mostrar la traición de la esposa, el silencio del marido que llega y no interrumpe la escena y su actuación posterior, fingiendo que todo es normal hasta el planteo de una charla que nunca llega, y que el espectador nunca sabrá si era sobre ese tema o – seguramente – no. Un arranque desgarrador, lleno de intimidad y tristeza.

¿Qué le sigue? Un disparate. Los guionistas, que con mucho acierto crearon un excelente primer acto, van avanzando por el resto de su argumento con una serie de situaciones repetitivas, estiradas, y sobre todo, subrayadas hasta el hartazgo, presentando una seguidilla de ideas con intención de profundad que terminan siendo tan explicadas que debilitan cualquier hallazgo. El primer caso parte del cuento: el protagonista es un actor que está involucrado con una representación de El tío Vania, obra clásica de Anton Chejov; allí como actor, aquí como director. En la historia de Murakami apenas se menciona, aunque se entiende que existe una relación entre la miserable vida de Vania y el calvario personal de Yusuke. Aquí la similitud es la misma, pero, en la intención de explicar y seguir explicando no solo asistimos a los eternos ensayos del elenco sino también al final de la obra, que Hamaguchi vincula con el cierre temático de la cinta. Y por si esto fuera poco, también inventa toda una excusa vinculada a un show multilinguístico, que acentúa aún más la idea principal de las conexiones humanas independientemente de las palabras — y estira la duración, por supuesto.

Esa idea no está mal, pero otras escenas durante el desarrollo de la trama ya la dejan mucho más clara, como por ejemplo las distintas conversaciones que el protagonista tiene tanto con los actores (incluyendo al amante de su esposa) como con la conductora del auto. También ahí radica otro subrayado, aún más molesto: mientras que en el cuento la historia de la chica, que era una suerte de espejismo de la del autor pero sin el componente de la culpa, era un detalle al pasar, aquí se expande y tiene ahora mucho más en común. Y la idea del duelo y la aceptación – en el original mucho más discreto – ahora se expone de igual forma desde los ángulos, quitando la riqueza de las dos posturas distintas ante la muerte y decantándose por una resolución que, en contra de la sobriedad de las casi 3 horas previas, abraza de lleno el sentimentalismo.

Es muy destacable el trabajo de los actores, muy convincentes, y una música que inmediatamente pone al espectador dentro de la atmósfera emocional que el director busca, pero estamos ante una cinta que todo el tiempo se repite en pos no solo de explicarse a sí misma sino de felicitarse, de alabar sus propias ideas. El público internacional se ha rendido ante la misma, y es muy seguro que gane el Oscar a Película Internacional, como mínimo. Pero en mi caso me quedo el libro. Cada uno con lo que le haga feliz, ¿no?

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