Muchos de los estudios cinematográficos que hegemonizaron durante décadas el panorama mundial del Séptimo Arte fueron fundados en Hollywood, un barrio de la ciudad de Los Ángeles, convirtiendo su nombre en sinónimo de industria cinematográfica. Empero, en los últimos años, la falta de ideas innovadoras, y de productores y directores arriesgados, ha generado la resurrección en esta alicaída meca del cine, una y otra vez, de viejas franquicias, con desparejos resultados. El enésimo ejemplo de esta tendencia es “Beetlejuice, beetlejuice”, el aceptable regreso de Tim Burton.
Aunque seguramente sea por la excesiva oferta audiovisual, lo cierto es que la industria cinematográfica, en su formato más tradicional, se encuentra en franca decadencia. En ese contexto, cada tanto surgen superproducciones, los denominados “tanques”, provenientes en general de Estados Unidos, que saturan las taquillas y mantienen a flote las salas exhibidoras.
En ese marco, uno de los recursos más utilizados es la permanente recurrencia a sagas o filmes, principalmente de los años setenta a los noventa del siglo pasado, que apelan a la nostalgia de un espectador ya entrado en años y hastiado del cine actual.
Estas nuevas versiones, continuaciones, secuelas, precuelas, tamizadas en general por la actual corrección política y las “nuevas sensibilidades”, no logran siempre conectar con aquel cinéfilo ansioso de revivir su infancia o su juventud.
Los ejemplos abundan. Podríamos citar, entre otras, la reciente “ Alien: romulus”, del realizador uruguayo Fede Álvarez, que se ambienta luego de “ Aliens”, de James Cameron, o las continuaciones de la saga “Los cazafantasmas”, dejando de lado la olvidable versión femenina, la secuela de las películas de “Un detective suelto…”, y la serie basada en los filmes de Karate Kid.
En la gran mayoría de los casos, estas pretendidas prolongaciones de aquellas exitosas obras, se topan con un obstáculo difícil de salvar: la diferencia de épocas y, por ende, de públicos.
Esto es particularmente notorio en las dos últimas entregas de “Los cazafantasmas”, cuya temática se centra, por momentos, más en transmitir un mensaje positivo sobre la importancia de la familia que en el humor negro propio de la saga. Lógicamente, quedan descartados los chistes que pudieran parecer racistas, sexistas y una larga lista de “ istas”, reales o imaginarios, propios de nuestro tiempo.
En este complejo marco es que Tim Burton decidió volver con una continuación de “Beetlejuice”, más de tres décadas y media después. Para ello, cuenta con buena parte del elenco original, integrado por Winona Ryder, Catherine O’ Hara, y, lógicamente, Michael Keaton, encarnando al personaje que da título al filme.
Completa el reparto Jenna Ortega, joven actriz de moda por haber protagonizado la serie “Merlina”, con lo cual el realizador se asegura el interés de una generación que, en su mayoría, no vio el filme de 1988 y quizá ni siquiera sepa que existe.
Caso aparte es el de Jeffrey Jones, fundamental en el reparto original, pero que, al haber sido condenado hace años por posesión de pornografía infantil, no fue convocado en esta oportunidad, aunque su personaje sí aparece.
Apelando a animatronics, maquillaje, stop motion y efectos prácticos propios de otros tiempos, Burton se las ingenia para elaborar un producto entretenido, que huele a años ochenta pero no logra replicar del todo la distintiva imagen de aquella década, ni tampoco su irreverente e ilimitado humor. De todos modos, al cineasta parece sentirse más cómodo que en sus últimas realizaciones, y se evidencia su disfrute al retomar la estética y temáticas que otrora lo caracterizaron.
Keaton se manifiesta sólido en su personaje, como si no hubiera pasado media vida sin interpretarlo, aunque algunos primeros planos lo muestran demasiado mayor, recordándonos que el tiempo pasa para todos.
Quizá innecesaria, pero totalmente obligatoria para contentar al público actual, es la subtrama que aborda la conflictiva relación entre el personaje de Winona Ryder y su hija, una discreta Jenna Ortega, quien desarrolla, una vez más, su restringido pero taquillero registro actoral.
La inclusión de Monica Belucci, talentosa actriz italiana y esposa de Tim Burton, el disfrutable cameo de uno de los viejos amigos del director y hasta la participación del mítico Willen Dafoe en un papel menor, aportan renovado interés a esta secuela. También algunos chistes bien logrados y la profundización en aquel sarcástico universo de comedia gótica, sumado a la impronta nostalgia, completan un largometraje de correcta factura, pese a cierta incoherencia en la edición, la caótica abundancia de subtramas y el inevitable mensaje aleccionador, tan propio del cine de industria contemporáneo.
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