Algo que nos quedó por contarles por Cristina Morán
La muerte física de Carlos Gardel fue el resultado de un choque de dos aviones en el aeropuerto de Medellín (Colombia). Ni el ni quienes lo acompañaban pudieron salir del “pájaro incendiado”, como llamó, poéticamente Cátulo Castillo, al avión en que viajaba el mago.
Como suele suceder, el 24 de junio fecha de su muerte, hubo recuerdos para el zorzal caído.
Tacuarembó y la semana gardeliana marcaron presencia una vez más, y aquí, en la capital entre otras cosas, se abrió al público Villa Yeruá en la Rambla y Rimac donde Gardel acostumbraba a descansar y celebrar su cumpleaños. La villa recuperada funcionará como Museo de Don Carlos y Museo del Turf.
Este aniversario me da la oportunidad de salir al rescate de un hombre que se llamó Ignacio Domínguez Riera, periodista, publicista, conocedor de la noche montevideana de su época y de los personajes que la poblaban en aquel viejo Tupí de Plaza Independencia: actores, directores, críticos teatrales, escritores y políticos tuvieron allí su punto de encuentro. En ese desaparecido Tupí a Domínguez Riera le fue presentado Carlos Gardel, por quien, a juicio de nuestro rescatado, fue uno de nuestros grandes críticos teatrales: “Bebón” Blixen.
Escribió Domínguez Riera, refiriéndose a ese encuentro: “Y ahí obtuve una de las pistas más seguras para explicarme la extraordinaria popularidad de este hombre. Con independencia de su calidad de intérprete (en realidad, inventó como cantar el tango) y de su pinta entradora, había cierta cosa importante en el Gardel-hombre. Esa había sido una presentación casual, sin prólogos aclaratorios o elogiosos y sin embargo, empezó a hablarme como si fuéramos conocidos y a preguntarme cosas de mi vida; nada profundo, todo sencillito y sin embargo, aquel morocho bien peinado se interesaba realmente en lo que yo decía, escuchaba con avidez, mirando de frente y haciendo comentarios que tendían a aclarar mis conceptos. Observen que no hablaba de el: quería que yo le hablara de mí, mientras Bebón escuchaba. Cuando me levanté de esa mesa, quizá media hora después, me sentía amigo de Gardel, una calificación que se usó mucho con el correr de los años. No me extraña: si a todos los trató como a mi, ¿cómo no iban a sentirse amigos?”.
El autor del libro del cual hemos extraído esta anécdota gardeliana, tuvo otros dos encuentros con el zorzal criollo, el morocho del Abasto o mejor, el tacuaremboense inmortal. Fue coincidente con la última presentación del cantor en Montevideo que pienso fue aquella de 1933 de la que mamá nos hablaba, porque, por otra parte es bueno aclarar que,”todo lo que se consigna en este librito (dice el autor) ocurrió en el lapso que va de 1928 a 1933, y las poquísimas excepciones están debidamente puntualizadas”. Sin duda en otra oportunidad iremos en busca de otra anécdota que nos mostrará un aspecto oculto o ignorado del Gardel-hombre.
* El autor- El libro: Ignacio Domínguez Riera nació en Paysandú en el año 1910 y falleció en Montevideo en l989. Periodista, publicista, escritor. Fue director del Sodre y comentarista de El Espectador, director artístico de Radio Carve y Radio Belgrano de Argentina, Director de radio Carrera de Santiago de Chile. Trabajó en la redacción de El Plata, La Mañana y El Diario y El Día. Se dedicó a la cinematografía en Hollywood como director publicitario de los estudios Gluksman. Fue jefe de producción de los estudios Santa Elena de Santiago de Chile y director de la revista Cine Argentino. Dirigió dos largo metrajes y fue director de la agencia de publicidad Massa y Cía. Ltda. de Montevideo. Publicó “Calibre 38 Largo” (Crónicas de las viejas comisarías) y “No apto para menores de 50” al cual recurrimos para la columna de hoy. Hasta la próxima. Que seas feliz.
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