Aquellos paisanos de Aparicio por Cristina Morán
Desde la aparición en escena de los autoconvocados y su lema un solo Uruguay, su presencia en las marchas con maquinaria de campo, camionetas, autos, grandes banderas y pancartas con consignas referidas a su movimiento no he dejado de pensar, en los hombres de Aparicio, los que hicieron la guerra de 1904 los pobres y humildes paisanos que siguieron al líder en una guerra resultado de los desencuentros y mala o distorsionada información entre el entonces Presidente de la República, Don José Batlle y Ordóñez y el caudillo blanco Aparicio Saravia.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde aquel primero de setiembre de 1904 cuando “Saravia, con su habitual temeridad, que sus lugartenientes nunca pudieron privarle, recorría la línea del frente con poncho y sombrero blancos y seguido por la bandera desplegada que llevaba Germán Ponce de León, fue herido gravemente”.
Diez días después, Aparicio pasaba a la historia.
José Batlle y Ordóñez y Aparicio Saravia. No se conocieron. Nunca se vieron. Nunca dialogaron.
Tal vez, si esa situación hubiera ocurrido en este tiempo de tecnología el año 1904 hubiera sido un año más, y punto.
Hay diferencias entre aquella guerra con armas, (comandada desde la ciudad por el presidente, y desde el campo por el caudillo blanco) y este movimiento de hoy con otras armas: las del diálogo, las de verse las caras, las de escucharse para la aprobación o el disenso.
Para la evocación de la guerra de 1904 recurrí a “El Juicio de los Mauser” de Carlos Manini Ríos.
Tanto la guerra de 1904 como el movimiento de los autoconvocados, a más de las razones políticas, juega un rol principal la “Pacha Mama”,la tierra. Para traer desde el ayer otra marcha no necesito recurrir a ninguna documentación dado que soy responsable de mi memoria y de mi condición de testigo “autoconvocado”.
El día que mi hija cumplió ocho años decidí hacerle un regalo distinto: salimos a pasear en un “buggy”. Un vehículo bajo, sin techo, divertido de color rojo. En ese momento lo estaban promocionando.
Salimos por la mañana, fuimos a visitar familiares, anduvimos por lugares de la ciudad que ella no conocía, nos detuvimos en el Palacio Legislativo y emprendimos el regreso a casa.
Aquel primero de mayo del año 1971 fue un día de frío y el “buggy” no era recomendable para continuar el paseo. En una ciudad desierta di unas últimas vueltas, salí a la calle Isidoro de María y cuando avancé unos cuantos metros, casi llegando a Avenida San Martín detuve la marcha: estaba pasando aquella histórica marcha de los cañeros de Bella Unión, con carteles hechos por ellos y haciendo escuchar lo que en los mismos habían escrito: “por la tierra y con Sendic.”
Sí, mi hija de ocho años y yo fuimos testigos de esa marcha, vimos a sus integrantes humildes, muy humildes, hombres y mujeres caminando seiscientos kilómetros o más para decirle a la capital y a sus autoridades lo que estaban viviendo: el trabajo terrible de juntar las cañas, en ese plantío que antes es prendido fuego, siempre con la espalda doblada, siempre mirando la tierra, nunca al cielo recogiendo más y más porque de eso dependía su magro salario. Los “peludos” eran esos. Los que estaban en la marcha. Sin máquinas de ningún tipo, (las máquinas eran humanas, eran ellos mismos), sin vehículos de ningún tipo, solo sus pies, su cuerpo todo, su voluntad, su búsqueda de justicia, su necesidad de hacerse oir.
Por esas cosas de la vida y/o de mi trabajo un año o dos más tarde estuve en Bella Unión para hacer un informe, precisamente, sobre la quema de la caña de azúcar y el trabajo de los peludos, de los cañeros.
Todo lo que ví, quedó registrado en imágenes y también lo que se habló. No todo. Lo más fuerte o pesado se dijo “off de record”. Eran años complicados, difíciles y los pobres de Bella Unión se habían quedado sin líder.
En líneas anteriores, me refiero a aquella marcha como histórica, porque lo fue. Porque fue la respuesta a la explotación, al hambre.
Sin armas. Sin nada fuera de ellos. Histórica porque no siempre se caminan seiscientos kilómetros soportando el frío, la sed, el hambre, sin vigilias, con una sola meta: la capital y hacer conocer sus pedidos, no exigencias. De 1904 pasamos al 2018 y regresamos al ayer de 1971. Todo es historia.
Hasta la próxima.
Que seas feliz.
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