El 19 de julio de 1979, en plena oscuridad política-social, bajo el frio montevideano, más frio que de costumbre por la falta de libertades, la mítica sirena del diario El Día se abrió paso en medio de las sonoridades de la calle.
Desde 18 de Julio y Yaguarón la sirena avanzó entre los paseantes apurados, se deslizó entre los vendedores ambulantes hasta llegar a la plaza Libertad donde se dejó de oír en este pedazo de tierra del sur de América latina. Simultáneamente, los ya desaparecidos canillitas comenzaron a vocear una edición especial del diario fundado por José Batlle y Ordóñez que ganó la calle y en pocos minutos se agotó.
No fue un día cualquiera. Ese día se había puesto fin a la etapa dictatorial somocista que gobernó Nicaragua por largos años a sangre y fuego. El dictador y su familia entregó el gobierno y se fugó. En medio de la esperanza continental asumió las responsabilidades de gobierno la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional integrada por cinco miembros. El coordinador y presidente fue Daniel Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional, al que acompañaban Sergio Ramírez y Moisés Hassan, ambos también sandinistas y el empresario Alfonso Robelo y Violeta Barrios de Chamorro, viuda de Pedro Joaquín Chamorro, como independientes.
El triunfo de la revolución sandinista fue un anticipo de lo que luego se alcanzaría en Uruguay por las urnas: el plebiscito de 1980, las elecciones internas de 1982 y finalmente la salida de la dictadura, con todas sus imperfecciones, en el año 1984.
La revolución sandinista, la revolución de los poetas como se la conocía, había triunfado en la empobrecida Nicaragua, incluso con la participación de muchos uruguayos quienes de diversas maneras apoyaron ese proceso que aportó una bocanada de aire fresco y fue un ejemplo para la izquierda continental.
Pero casi cuatro décadas después, habiendo Nicaragua recorrido un tortuoso ciclo de revolución y contrarrevolución, guerra civil y agresión externa, transición democrática y regresión autoritaria, la historia se repite como farsa.
Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo y no el sandinismo, se han perpetuado en el poder y lo han hecho a toda costa, abrazándose con serpientes, tragándose sapos y ahora con represión desembozada.
Desde el 18 de abril Nicaragua vive horas dramáticas con manifestaciones de protesta y represión que ya lleva cientos de muertos: hombres, mujeres y jóvenes de barrios pobres y estudiantes.
Para una parte de la izquierda continental se trata de un intento de golpe de estado del que participan fuerzas opositoras respaldadas por Estados Unidos, eso dice por ejemplo, y con mucha fuerza el gobierno de Maduro en Venezuela, aliado de Ortega.
Pero el dedo acusador sobre Estados Unidos no puede ser algo recurrente que explique todo, siempre. Es un recurso, débil, que solo sirve para ocultar responsabilidades.
En el caso de Nicaragua los males del matrimonio Ortega y Murillo tienen su origen en sus propias políticas y en sus propios comportamientos como gobernantes.
Con Ortega en la presidencia, en Nicaragua se ha instaurado un sistema político de carácter personalista en extremo y sin ninguna posibilidad de rendir cuentas ni explicaciones. La residencia familiar de Ortega y Murillo es, a la vez, la oficina central del Frente Sandinista de Liberación Nacional y la Casa Presidencial. A ello se le suma la presencia de sus hijos en los círculos clave del poder: es un régimen patrimonial represor. Con la familia Ortega, Nicaragua ha regresado al somocismo y el sandinismo está muy lejos de aquel movimiento revolucionario democrático, aquel, el de los poetas.
En nuestro país a la izquierda le está costando ubicarse en el escenario que se plantea ahora en Nicaragua.
Por un lado el pasado miércoles 18 toda la bancada del Frente Amplio en el Senado impulsó una declaración, aprobada por unanimidad, que responsabiliza al gobierno de Ortega por la represión y violencia desatada contra su propio pueblo.
Ese mismo día y con el apoyo del Partido Comunista, la lista 711 de Raúl Sendic y el Partido por la Victoria del Pueblo dieron su apoyo a una declaración del Foro de San Pablo que sesionó en La Habana y que responsabilizó de la situación en Nicaragua a “la acción de la derecha terrorista y golpista que aplica el plan de intervención de Estados Unidos a nivel continental”.
Dentro del Frente Amplio, los sectores más críticos con Ortega son el Frente Líber Seregni, el Partido Socialista, y Casa Grande.
Ernesto Cardenal, el poeta cura, Sergio Ramírez, el escritor ex vicepresidente, la poetisa Gioconda Belli, integrantes y militantes de la revolución, quizás los más notorios, hoy ya no están en el sandinismo; lo abandonaron asqueados por la corrupción y por los manejos del orteguismo. Asqueados también por las denuncias que involucraron a Ortega: la hija de Murillo lo acusó de haberla violado durante años. Tantos más, como el cantautor Carlos Mejía Godoy, el que cantaba Nicaragüa Nicaragüita, una suerte de himno del sandinismo o la comandante Dora Telliz que incluso fue madrina de la boda Ortega-Murillo no se pueden equivocar.
Nicaragua demuestra que hay una izquierda vernácula miope y totalitaria y, que lejos de hacer una autocrítica, prefiere culpar a otros.
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