Nuevamente se debate sobre el uso de la imagen de José Batlle y Ordóñez. Sería apenas pintoresco si no fuera que termina por aludir a la trágica trayectoria de una tradición política sin la cual (tradición y su desventura), la historia de nuestro país no se entendería.
La decisión de la Corte Electoral era previsible. Existe base legal. Que tenga orígenes espurios no parece tener para los “propietarios” mayor importancia[1]. Tal vez deberían, alguna vez si acaso, detenerse en lo fundamental: la normativa sobre la utilización de palabras y símbolos partidarios no impidió que se pusiera en cuestión quién representaba al batllismo.
Las normas referentes a los lemas —denominación de los partidos políticos a los efectos electorales— antes que nada procura salvaguardar la integridad de los partidos precisamente en lo electoral. Utilizar con independencia la denominación del lema a la hora de los comicios podría significar que distintas agrupaciones de un mismo partido no acumularan votos. En el coloradismo supo suceder[2]. Era (es) la manera de disuadir a las disidencias. Por lo tanto, el bien que se procura proteger es más el usufructo cuantitativo de la propiedad que a lo estrictamente simbólico. La ley también habla de ”uso indebido” en forma más general, alcanzando a todo aquello que “evidentemente induzca a confusión de los electores”. Aunque por extensión (y algo de abuso) podría entenderse que en toda convocatoria a la adhesión ciudadana están presentes el mismo tipo de resortes —en sustancia el fundamento de la Corte Electoral—, es claro que en el uso de la imagen de Batlle por los promotores de la derogación de un conjunto de artículos de la LUC, no encontramos los intereses propiamente dichos de una elección, pese a lo que sostenga el máximo órgano electoral. Y a esta altura de la historia y de la evolución de nuestra cultura política, los demandantes se colocan al borde del ridículo si verdaderamente imaginan que un dibujo de Batlle y Ordóñez por sí solo va a hacerle entender al ciudadano que el Partido Colorado, como organización y formalmente, apoya una determinada postura, cuando no es así. ¿Dónde estaría la supuesta “confusión”?
El asunto es otro. Lo que está en juego es el conjunto de significados y referencias que pretenden promoverse al evocar por intermedio de palabras o imágenes, para el caso, la identidad batllista. El tema es la atribución o auto atribución de la calidad de batllistas. Y lo que no se dice es que hablar de confusión al respecto, la primera y fundamental, y si se quiere germen de cualquiera posterior, es en la que incurrieron los propios colorados al considerar batllista a casi cualquier cosa, siempre y cuando se hayan mantenido dentro del partido. Empezando, para mencionar cuestiones todavía actuales, por la portación de apellido de un Batlle cuyo liberalismo económico, reformismo tecnocrático, sesgo empresista y perdida de toda nota popular y redistributista, lo alejo del batllismo pero que es reivindicado en nuestros días como LA expresión batllista ya sin duda, como la supo haber hasta no hace mucho. O con los golpistas colaboradores de dictaduras. Hace pocas semanas ante el fallecimiento del dirigente colorado Wilson Craviotto, consejero de estado durante la dictadura, desde los mismos órganos partidarios se lo homenajeo como un “defensor de las ideas de José Batlle y Ordóñez”. En este caso los “propietarios” no se agraviaron por el manoseo.
Conviviendo con algunos de los mayores creadores de esas confusiones y con los que las han aceptado no sin algo de mortificación, empieza a hacerse notoria una nueva generación de jóvenes colorados libres aparentemente de cualquier síndrome esquizoide. Sienten al “batllismo” jorgista como suyo, repiten burocráticamente el relato colorado sobre el pasado reciente, las alianzas con el herrerismo son un “mandato histórico”, algunos son cooptados por el diario caganchero. Hay, además, un ambiente propicio: después de bastante tiempo pertenecer al coloradismo no se agota en los incentivos por identidad sino que se traduce en beneficios particulares. Los colorados confusionistas creerán, no sin motivos, que están cerca del éxito, pero el recelo persiste. Saben que lo que sucedió es una mutación de la identidad del batllismo de Batlle y Ordóñez de tal envergadura que siempre los interpelará, con o sin el permiso de utilizar caricaturas.
Para entender los temores por una controversia que persistirá, es ilustrativo leer a un joven Julio María Sanguinetti que, ante la derrota colorada en 1958 y la acusación por un cierto “tinte rojo” que habría adquirido el quincismo de Luis Batlle, sostuvo: “La mayor culpa la tienen esos colorados, que prácticamente renunciaron a la trayectoria del Partido, para transformarse en fuerzas amorfas y sin definición que, en la defensa de intereses u orientaciones netamente conservadoras, se ha identificado con la lucha del nacionalismo (…) siento que si el precio que hubiera de pagarse para unir al coloradismo, fuera el de abdicar de esas ideas, preferiría que no se hiciese esa unidad, porque no me sentiría a gusto dentro de un Batllismo que, sin esa línea renovadora, no sería tal” [3]. Después de todo es cierto, la gente puede confundirse.
1Los golpistas de 1933 pretendían quitarle al Batllismo el uso de su simbología, para lo cual aprobaron un complejo conjunto de normas.
2 En la elección para el Consejo Nacional de Administración en 1925 (Constitución de 1917), el Vierismo (por su líder Feliciano Viera) bajo el lema propio Partido Colorado Radical, no acumuló votos con el Partido Colorado, lo que permitió el triunfo del Partido Nacional. Los blancos registran más historia al respecto.
[3] “El drama del coloradismo”, Semanario “Marcha”, 15 de mayo de 1959, p. 6 y 14.
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