Según las consultas en algunos estados acerca de la escogencia de candidatos demócrata y republicano a la candidatura presidencial de EEUU, a la luz de los resultados habidos -en el llamado súper martes- no quedan dudas de quienes serán los competidores: Joseph Biden -que buscará ser reelecto- y Donad Trump -que intentará, tras un periodo intermedio, un segundo mandato en la Casa Blanca.
De no producirse cambios entre esta fecha y noviembre, estos gerontes plutócratas de alrededor de los ochenta años (uno con 81 y Trump con 78 para 79) encabezarán a sus partidos en la lid comicial de este año, ante lo que no sólo deberán sobreponerse a sus edades avanzadas, sino que serán -por lo menos en apariencia y para algunos temas- los guías del capitalismo central dominante en la actualidad.
Admito que me resulta sobresaltante coincidir en un punto con el sionista Andrés Oppenheimer que sostiene que Latinoamérica no entra en la consideración ni el foco de atención de ninguno de los candidatos y sus partidos; me tranquiliza que difiero de su ser reaccionario en muchas cosas.
El presidente actual de EEUU quiso, quizá, ampliar el espectro de quienes lo apoyan con su voto para noviembre cuando dio su discurso anual ante el Congreso: me resulta difícil a la distancia saber si logró hacerlo, aunque tengo la íntima convicción de que no fue así. Es más, creo que un análisis serio de sus resultados del denominado súper martes le auguran, como las encuestas conocidas hasta ahora, una segura derrota.
Cuanto más información me llega -en particular sobre acciones del Ejecutivo estadunidense en el terreno internacional- más me afianzo en la creencia de que resultará perdidoso en noviembre y aunque se trate de un sueño imposible, lamento que no pierdan ambos candidatos y sus partidos: los dos contendientes, con juicios adversos de los poderes judiciales, de congresistas, de amplios sectores de sus comunidades y del extranjero, han hecho y hacen méritos suficientes para ser castigados.
Netanyahu, uno de tantos tiranos apoyados por EEUU- ha puesto (al parecer) en entredicho la autoridad de Biden (en tiempo electoral) y también la de su canciller-halconcete Tony Blinken, Sin embargo, ha sido la administración Biden la que ha suministrado armas y municiones sin parar a Israel -una de las fuerzas armadas mejor preparadas del mundo- para el exterminio y desalojo de los palestinos de Gaza. Sus gestos para atenuar la catástrofe genocida en esa estrecha lengua de tierra se ha limitado a lanzarles comida con paracaídas desde bombarderos B-52 y en los últimos días ha propuesto hacer un puerto en dicha región -una cabeza de playa- para avituallar a los despojados; pero en la ONU su delegación ha vetado toda orden de cese el fuego y mantiene, entretanto los planes de ayuda.
Para cumplir con su socio Israel, Biden unificó en contra suya a la colectividad árabe y musulmana de EEUU, junto con vastos sectores del electorado nacional.
A pesar del apoyo que le dan algunas declaraciones de Trump, las mismas no forman parte de los principales temas del debate público estadunidense, que pudieran ser tenidas como desastrosas, la negativa del candidato y en general de los republicanos a tratar las consecuencias del cambio climático o de negar, incluso, la existencia de éste, no es algo que esté en un lugar privilegiado en la temática social. En cambio el zigzagueo presidencial sobre la migración, la frontera sur y los desacuerdos con el gobierno de Texas, son cuestiones que se le imputan negativamente al presidente.
Por otra parte, cuando Trump le da una interpretación antojadiza y fuera de la normatividad al artículo 5 del acuerdo sobre la OTAN, el ciudadano de a pie comparte su noción y piensa, en particular, que esa es una manera de dejar de sostener la solidaridad que significa hipotecar acciones propias con países que aportan poco, menos de lo debido, o que simplemente se cobijan debajo de un paraguas por el que no mueven un dedo.
Entonces, como hongos después de la lluvia, algunos medios hegemónicos de prensa comienzan a mostrar que entre unas y otras cosas, EEUU, la OTAN y la UE, le enviaron a Ucrania (país que no está entre los asociados a los acuerdos) la friolera de 233 mil millones de dólares (en pertrechos y dinero) desde que comenzó la invasión rusa hace poco más de dos años. Con seguridad, sé que se aplaude el trancazo republicano en el Congreso a la iniciativa de Biden de seguir con sus aportes (según el plan de debilitar a Putin y el Kremlin), si no se cambia la situación migrante.
Cuando se cumple lo de que en un conflicto o guerra lo primero que sufre es la información (sustituida totalmente por las publicidades de las partes) y que no sé si Rusia ha sido degradada militar y económicamente, pero si conozco que en la UE las cosas no andan bien (ver situación de Alemania y Francia, por ejemplo) y que se ha extendido en el último tiempo la idea entre las personas que siguen el conflicto de que Ucrania no está en condiciones de derrotar al invasor.
Lo último que se le ha ocurrido a Biden (y/o a sus asesores) es echar a andar una versión según la cual por interferencias a teléfonos rusos, en 2022 supieron que Putin había diseñado un ataque nuclear contra Ucrania. Con esa versión -poco creíble- intenta eludir que Boris Johnson viajó a Kiev para impedir que Zelensky firmara la paz; más tarde, sus fuerzas especiales volaban los gasoductos Nord Stream I y II, poniendo a Berlín de rodillas, dependiendo del encarecido gas de EEUU.
Hoy, cuando Macron y sus generales hablan de mandar tropas a Ucrania lo que están diciendo es que Europa Occidental necesita una fuerza propia y no depender de la Casa Blanca y la OTAN.
Por lo dicho y lo que no (imposibilidad ucrania de pagar a servidores públicos; pérdida de la plaza de Avdiivka; ataque de artillería desde Crimea y el mar Negro y por tierra contra Odessa, rodeándola; deben reclutarse otros 400 mil soldados), estimo que EEUU cambiará a Biden por Trump y hasta puede perder el Senado nacional.
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