Para quienes habitamos esta parte de las tierras “descubiertas” (así decían los textos que leí) por el expedicionario genovés Cristoffa Corombo y llamamos Sudamérica, es inevitable el seguimiento de ese creciente país conocido como Brasil, que de poco más de 2 millones de quilómetros ha pasado a 8 y medio millones y tiene fronteras con otros 12. Las decisiones de sus últimos presidentes (Bolsonaro y Lula) repercutieron en varios de ellos.
Sin ir más lejos, en este 2023 Lula inauguró su tercer mandato y a modo de ejemplo citaré dos cuestiones. En primer lugar, la cuenca del Amazonas ha dejado de ser degradada por la acción de las súper empresas agrícolas y se procura restaurar la floresta. Esto permitió al gobierno convocar a las naciones que comparten la cuenca y el propio río para ejecutar una política común.
En este punto conviene recordar que concurren al tema las acciones emprendidas por Colombia (cese de la confrontación entre fuerzas gubernamentales y extraparlamentarias) que amenazaban con desplazamientos hacia el nordeste inexplorado de Brasil (Serra do Cão), territorio surcado por cauces acuíferos sin nombre que forman parte de la Cuenca Amazónica. Asimismo, desde la cuenca ecuatoriana, hubo un plebiscito que prohíbe la explotación petrolera que venía haciendo la mayor empresa colombiana: Ecopetrol. Si juntamos las dos acciones (una gubernamental y otra asociada a comunidades conservacionistas), tenemos la aplicación de unos primeros efectos benéficos para comunidades indígenas que habitan desde hace milenios esta región.
Sin embargo, en estos meses de gobierno de Lula, el elemento que sirve de ejemplo más evidente desde el punto de vista internacional es la política exterior. El retorno de Brasil a ese ámbito es, señaladamente, el foco más atractivo de su actual gobierno.
A los pocos días de estar al frente del Ejecutivo, durante una de sus salidas al exterior, se conjuró un intento de golpe de Estado promovido por agentes de su predecesor (o quizá este mismo), apoyado por sectores militares de Brasilia. Hay quienes afirman que la acción combinada del propio Lula (vía telefónica) y las fuerzas armadas impidieron las amenazas desestabilizadoras.
Para una más ordenada exposición y, en buena medida, para normar mi criterio al respecto, me auxiliaré de dos ópticas sobre la reinstalación de Brasil en el concierto internacional y las pretensiones de su postura. En primer lugar, no quiero saltearme el análisis de Gilberto Rodrigues (investigador en Brasil del Consejo de Desarrollo Científico y Tecnológico) y de Celso Amorim, en mi consideración, el más grande de los diplomáticos brasileños y uno de los mejores del mundo, nombrado en 2023 asesor especial del presidente para la agenda internacional.
Digo que Lula inició su tercer gobierno enarbolando el lema “Unión y Reconstrucción”. Se encontró, con el desolador panorama de un país con sus conexiones rotas o maltrechas con el exterior y un panorama universal alterado, en gran medida, por la guerra en Europa que se libra en Ucrania tras la invasión del país por Rusia. No quedaban dudas que si la situación política estaba, por decir lo menos, “intoxicada”, la económica le seguía en paralelo. Su lema alcanzó un primer éxito en la reunión del Mercosur, aunque los uruguayos lamentamos la discordancia de nuestro gobierno.
A pesar de la autonomía de objetivos -incluido el pragmatismo- Lula luchó respaldado en esos dos principios diplomáticos elementales, extraviados por el régimen de Bolsonaro, de automáticos consensos acríticos con el imperio.
Fue en ese escenario que la denominada “autonomía pragmática” se erigió como el camino a seguir en relaciones exteriores e intentando, en todos los casos, aparecer como una nación equilibrada.
En una inicial evaluación hay que decir que el acento de Lula está dirigido a preservar Sudamérica como una instancia que en materia internacional practique, mayoritariamente, políticas coincidentes de neutralidad activa ante ciertos hechos; equilibrio y ecuanimidad, criterios que le son propios, y pragmatismo superador de inclinaciones ideológicas.
Las aspiraciones de Lula e Itamaraty por integrar Sudamérica (o al menos empezar a hacerlo en el Mercosur) con los BRICS, tuvo un primer éxito con la deuda de Argentina al FMI y el auxilio chino “in extremis”, así como el ingreso futuro de este país al bloque transatlántico junto a otros cinco: esta acción puede repercutir en los siguientes comicios platenses.
El plan de Lula se demora ante la dubitativa actitud del gobierno chileno y la usurpación de poderes ocurrida en Perú (Dina Boluarte podría seguir los pasos de la boliviana Jeanine Áñez e ingresar al basurero de la historia).
El mayor contraste (calculado) del brasileño ocurrió antes de la cumbre de los BRICS en Sudáfrica y fue en la UE, donde sus pasos fueron alentadores con Alemania y Portugal pero se estrellaron contra las acciones emprendidas en Bruselas por Macron y su tropa de burócratas franceses. Otros mandatarios intentaron cambiar la actitud del francés sin suerte.
Al final, como una primera evaluación de la vuelta brasileña, digo que la repercusión mayor de su reposición es la emergente de Johannesburgo y está referida no sólo al eventual ingreso de seis países a los BRICS, ni a los 20 o más que desean ingresar y quedaron en lista de espera para ser considerados, sino en la iniciativa, impulsada sobre todo por Brasil y China, de comerciar (sin adoptar una moneda común) en sus propios signos monetarios, no pasando por el dólar (obligación de la segunda postguerra, Bretton Woods, 1944).
Aunque los efectos de esta medida no serán inmediatos, como moneda de referencia internacional no usar el dólar estadunidense conspira contra su prestigio -afectando al conjunto de la economía de EE.UU.- y lo inutiliza, en la práctica, como moneda de ahorro.
Ante este panorama halagüeño para Lula falta saber quién le pondrá el “cascabel al gato” y si las aspiraciones de hoy no llevarán a Pekín a ser un nuevo imperio capitalista.
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