América Latina parece estar viviendo la era del neopopulismo. Candidatos que se proclaman como abanderados del pueblo oprimido, que asumen la épica misión de enfrentar a un sistema político corrupto y que se alejan cada vez más, al menos desde su relato, de las instituciones.
El último caso se dio el pasado domingo 3 de febrero, cuando Nayib Bukele terminó con tres décadas de bipartidismo del FMLN y Arena. El presidente electo aseguró en más de una ocasión no tener ideología, no ser de izquierda ni de derecha. Incluso cuando analizamos su pasado encontramos que fue militante del FMLN –expulsado del partido cuando era alcalde–, que para obtener la elección presidencial compitió con el partido GANA –de derecha–, aunque no tuvieron presencia activa en su campaña y que dentro de su equipo más cercano hay exintegrantes del FMLN, de Arena, así como también independientes.
La campaña salvadoreña no se centró en la izquierda del FMLN contra la derecha de Arena, como históricamente sucedía, sino que Bukele tuvo la habilidad de hacer llegar su mensaje político, constituyéndose en lo nuevo, en una opción diferente de lo que ofrece el habitual menú político que no logra satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía y fundamentalmente en la esperanza del pueblo.
Incluso, cuando un desprevenido mira una de las tantas fotografías que hay en la web de Bukele puede tender a pensar que es una estrella de rock, o quizás un personaje vinculado a la farándula, pero pocos considerarían que están ante el recientemente electo presidente de El Salvador.
Es que Bukele –como tantos otros mandatarios latinoamericanos– tampoco encaja en el estereotipo de jefe de Estado latinoamericano: tiene 35 años, se viste con pantalones jeans y campera de cuero negra. Su imagen está más cerca del galán de telenovelas que de la del político tradicional ataviado de terno y corbata.
Pero no es (solo) la imagen la que lo llevó a ganar la elección nacional, sino fundamentalmente su propuesta, su mensaje político, que es algo que los nuevos candidatos regionales deberían tener muy presente y prestar atención.
Aún son muy importantes las ideologías y también el enclave izquierda derecha, pero solo para un segmento de la población, por lo que no parece muy lógico centrarse exclusivamente en ese punto. Hoy la discusión está más centrada en el sistema contra el antisistema y es allí donde se posicionan muchos de los candidatos populistas para obtener rédito.
Resulta sorprendente escuchar a políticos –y gobiernos– que mucho se juegan este año electoral en países como Guatemala, Panamá, Bolivia, Argentina y Uruguay, con discursos y acciones que desconocen los factores del auge de los nuevos populismos regionales.
Ese desconocimiento, además, es el que acrecienta las posibilidades electorales de opciones reñidas con la democracia y los derechos ciudadanos, como fue el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, o el advenimiento de presuntos mesías del mundo empresarial que no entienden que no es igual ni tiene los mismos fines administrar un comercio que un país, como es la Argentina de Mauricio Macri.
La anunciada revolución de Bukele está en marcha, habrá que esperar para hacer un análisis de los resultados y comprobar si fehacientemente esta opción de cambio supone también un cambio para los salvadoreños.
En el horizonte aparecen elecciones presidenciales en cinco países de América Latina; será responsabilidad de los partidos, de los políticos en general y de los candidatos en particular el ser una opción de valor para la ciudadanía y colmar sus expectativas, así como también entender los nuevos escenarios de competencia y hacer la autocrítica necesaria de su accionar antes de condenar la aparición de los nóveles candidatos populistas.
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