Cabildo procede del vocablo latino capitulum: “reunión de monjes y canónigos”. En su origen se refería al capítulo que se leía durante el oficio. En las colonias españolas se comenzó a llamar “Cabildo” a la institución que la metrópolis, por medio de sus Adelantados, formó a modo de administración local, normalmente precedida por un alcalde, e integrada por ciudadanos que representaban al poder colonial. En general, los cabildos tenían su ámbito de funcionamiento de forma cerrada. En algunas circunstancias, los cabildos podían funcionar en público, de forma abierta, incluyendo a los vecinos más notorios, destacados por su patrimonio.
La construcción de la república comenzó con la descolonización del continente, pero los caudillismos asumieron el rol de guiar a las flamantes ciudadanías, a darle contenido a las instituciones vacías. El caudillo, en la mayoría de los casos, vino a sustituir al poder, y hoy a casi 200 años de independencia colonial, sigue ocupando los espacios en que las democracias modernas basan su ensamblaje jurídico. La falacia de las repúblicas populares, llámese Cuba, llámese Venezuela, y esta moda de la re-reelección permanente, poco tienen que ver con instituciones estables, que garanticen, al menos, la alternancia en el gobierno. Bien como un atavismo remanente del concepto “dictadura del proletariado”, bien por simple ansia de poder de minorías que usan la cáscara de la democracia liberal y no el alma de la misma, de una larguísima tradición histórica, las democracias latinoamericanas no llegan a constituirse.
La tentación populista es demasiado fuerte, demasiado tentadora, para esas minorías que no entienden la intrincada red social que implica el pacto democrático. Ese pacto es frágil, y a veces las grietas mal disimuladas son aprovechadas para ofrecer mano dura o soluciones al estilo de los sesenta, inspiradas en algo que hubiese horrorizado al propio Carlos Marx. Lenin ensambló las ideas fundamentales de Marx en una sociedad imperial, convencido que el capitalismo desaparecería por la voluntad política de una minoría decidida a todo. Montado en esa ola nos llegó, traducida al castellano, una versión de la dictadura del proletariado. El proletariado jamás tuvo la mínima posibilidad de construir ni una sola pared del nuevo templo socialista. El Che explicó muy claro las diferencias entre revolucionarios y clase obrera organizada. La práctica de la revolución fue más clara, todavía, aunque siempre la minoría revolucionaria ha esgrimido una excusa para tapar su excluyente adoración al jefe.
El populismo apela, sistemáticamente, a los reflejos emocionales de la población, que por una u otra causa, se siente desconforme y no tiene a la mano más que una urna para depositar su cansancio cada 5 años. Lo racional, el respecto al pacto democrático, a la vigencia de las leyes, a las garantías populares, con instituciones sólidas que las respalden, se pierde entre tanta arenga barata. En sociedades de mayor desarrollo democrático, la mínima distracción en el uso de una tarjeta de crédito le cuesta el cargo a un Primer Ministro, aquí fue un escándalo a medias, que le costó la renuncia al Vicepresidente y no pasó nada, todavía saca pecho, y queda habilitado para seguir su carrera política. Eso es extremadamente perjudicial para la credibilidad en las instituciones de la democracia. No se puede concebir una democracia sana que incurra en ese tipo de complicidades.
Sin embargo, no quiere decir que no exista una prudencial esperanza en que el país retome el destino que lo había hecho grande hasta la mitad del siglo XX. Por primera vez, tendremos un completo recambio generacional, quizás como respuesta a la lentitud con que los viejos caudillos prepararon sus retiradas.
En este río revuelto es fácil imaginar soluciones que apenas contemplan problemas sectoriales. Los taxistas ven las complicaciones del mundo desde el volante de su taxi y la crispación de los otros conductores en el tránsito, lo militares ven los suyos desde un pasado que les dejaron en los cuarteles de ahora, como peludo de regalo. ¿Cuál sería el plan para el país de un partido basado en la problemática de la salud, un partido encabezado exclusivamente por médicos y personal de esa rama de los servicios?
Los indicadores en cuanto a inseguridad y reincidencia de ex reclusos no se los inventa la gente ni el periodismo. El gobierno tiene las cifras reales y no reacciona. Es un problema que tienen los uruguayos como consecuencia de una pésima gestión de un ministerio que se sostiene únicamente por la cuota política que le corresponde a cada sector de la actual administración. Bonomi se hundirá cuando se hunda completamente el mástil del Titanic, y todos los que vayan a bordo, sean del gobierno o sean simples víctimas de malas decisiones políticas. Sin embargo, esta pesadilla no debe llamarnos a actuar únicamente por tener que solucionar este grave problem
Si alguien debería quedar afuera de toda especulación política es José Gervasio Artigas. Su liderazgo pasó por muchas peripecias, y su ideario quedó sepultado durante demasiado tiempo. El MLN (Tupamaros) creyó ser la reencarnación de aquellas ideas, y, seguramente, los Tenientes de Artigas también. En los hechos, su trayectoria ha sido aceptada por los uruguayos como el mejor, el más claro y más firme. Pero es una figura simbólica no puede ser arrancada del contexto que le tocó vivir. Pudo haber vuelto y no volvió, lo aceptamos así, no fue por cobardía, seguramente tendría poderosas razones para no hacerlo. Hemos crecido a la sombra de su figura y algo en nuestro interior se desacomoda cuando alguien se apropia de sus ideas para interpretarlas a su manera, como hizo Lenin con Marx.
Ya vemos al Bolívar que rescató el régimen chavista. O el Martí que Castro se apropió para un proyecto del que Martí, seguramente, se deslindaría. Es más fácil apropiarse de símbolos populares para consolidar garantías políticas ante una ciudadanía abrumada por un mal gobierno. Los partidos políticos están en deuda, eso sí, tienen la mira puesta en la meta cada 5 años, y no en la formación permanente de nuevos liderazgos, y mejor relacionamiento con sus representados. Transitar la experiencia peronista, o la que dejó Chávez, o Velasco Alvarado, no parece ser el camino para que el pueblo uruguayo se reencuentre con la democracia que había construido hasta que unos y otros la desarmaran en pedazos.
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