Capitalismo nuestro que estás en los cielos…
En la reciente entrevista con La Nación+ el presidente Lacalle Pou dijo literalmente:
“Yo creo que la ideología es un capítulo aparte. Negar el capitalismo como algo normal e inherente al individuo algunos lo pueden hacer.”
El presidente marcó a fuego su pensamiento con esa frase que da por sentado que el sistema capitalista es lo normal, y que estaría en el ADN de las personas. ¿Es correcta la afirmación del presidente? ¿Qué perspectiva histórica contiene este pensamiento? ¿Qué pasó antes cuando imperaban otros sistemas en la antigüedad? ¿Cómo analizar la realidad de países o regiones que desarrollan otro tipo de sistema de producción? ¿Es inevitable el capitalismo? ¿Cuánto tiene de ideología este discurso? ¿Es la exacerbación del individualismo y el egoísmo lo que subyace y potencia al sistema capitalista? ¿Hay algún valor inherente al individuo? ¿Tiene futuro el capitalismo o su desarrollo y expansión hacen inviable la existencia de la humanidad?
Capitalismo e ideología por Gonzalo Abella
Una Ideología es un sistema organizado de ideas y creencias. Cada persona construye su ideología bebiendo en las fuentes teóricas a las que se le permite acceder y a las influencias y aprendizajes del entorno en el que vive. Por eso es altamente probable que la ideología de cada uno sea influenciada por el imaginario colectivo de la gente que lo rodea. Así, un presidente del Uruguay posiblemente sea cristiano o masón, o ambas cosas, y un presidente de Irak probablemente sea islámico. Y por su origen de clase, un pobre de Uruguay o de Irak será mucho más solidario con su pueblo que un aristócrata integrante de nuestra coalición multicolor o de a familia reinante en Arabia Saudita. También es la ideología (el sistema de ideas al que adhiere), lo que da al individuo una visión positiva o negativa, de eternidad o fragilidad, acerca del Modo de Producción dominante hoy en el Planeta: el Capitalismo en su fase imperialista. Este Modo de Producción impulsa hoy la expansión del capital trasnacional para la opresión de los pueblos y el saqueo de la Naturaleza.
Creer que el Capitalismo es eterno es suponer dos cosas: (a) que el Día del Juicio Final está cerca, y que (b) en el Reino de los Cielos la Santísima Trinidad extrae plusvalía a los santos y a los ángeles. No creo que el Reino funcione así, pero aquí en la Tierra sólo lograremos aplazar el Apocalipsis si derribamos al Capitalismo a escala mundial. No tenemos muchas décadas para ello, dada la velocidad con la que el Sistema va extinguiendo nuestra posibilidad misma de supervivencia.
Detrás de la conclusión de nuestro Presidente, está la premisa de que “el Socialismo fracasó”. Sin embargo, los laboratorios sociales que ensayaron una nueva Sociedad en el siglo XX dieron en su comienzo saltos espectaculares en la industrialización, la equidad social, la Educación y la Cultura. Por décadas funcionaron bien, hasta que el Capitalismo logró corromper a los sucesores de los héroes.
Tomemos un ejemplo actual: India y China tienen una población similar, y ambos sufrieron saqueos y una similar opresión hasta la mitad del siglo pasado; pero todos los indicadores (hasta el medallero olímpico) marca las enormes diferencias entre una sociedad con planificación central y otra donde impera el capitalismo salvaje.
Los ideólogos más lúcidos del Capitalismo se dan cuenta periódicamente de que el Sistema no funciona, que hay que imponerle correcciones al bárbaro juego del Mercado. Así lo advirtieron en el 30 Hitler, Churchill, Roosevelt y los demás burgueses; así lo volvieron a advertir los Obama y las Merkel cuando sintieron que la crisis ambiental que ellos desencadenaron nos mataría a todos, y buscaron mitigar impactos hasta que comprobaron que Las Trasnacionales ya mandaban más que ellos mismos. Así lo advirtió Joe Biden cuando solicitó abolir las patentes sobre vacunas siendo escupido por los laboratorios, así lo advierte con alarma la OMC cuando adhiere tímidamente a un improbable impuesto a las ganancias excesivas.
Claro, yo hablo desde mi ideología, que –pese a quien pese- influye directamente en mis conclusiones y mis posicionamientos. Si creyera que el Capitalismo puede mejorarse, hacerse más humano, votaría sin duda al Frente Amplio. Pero la ideología me sugiere (y la vida me confirma) que la revolución Socialista es indispensable para nuestra supervivencia y que ella pasa por una primera fase de recuperar la soberanía de los Estados bajo control popular, lo que sigue siendo en esencia la Liberación Nacional.
La revolución Socialista es imprescindible para sobrevivir como Humanidad en una nueva Sociedad Socialmente solidaria y ambientalmente sustentable; pero ¿cuáles son las vías? Mi ideología me sugiere algunas, pero los pueblos tienen la palabra y ya no se equivocarán. No pueden equivocarse.
Coherencia por Gustavo Melazzi
1) Afirmar que el capitalismo “es inherente al individuo” es un salto al vacío. En Europa, durante la organización social anterior a la capitalista: ¿Imagina el lector a un siervo feudal como capitalista? Su señor le exigía qué y cuánto producir y, en caseríos y burgos, había mínimos mercados de trueque y productos artesanales a pedido. ¿En sistemas esclavistas? ¿” Inherente” para chinos o zulúes?
Ningún historiador o economista habla de “capitalismo” en la Edad Media o el Esclavismo. Sus más entusiastas defensores apenas mencionan que hay mínimos mercados y monedas, e inicios del comercio de larga distancia.
2) Con mayor agudeza algunos defienden que estos procesos históricos son “esbozos”, que indican un devenir histórico que culmina en el capitalismo. Pensemos en algo así como que los dracmas y sestercios prefiguran la organización social actual.
Recordemos además a Francis Fukuyama: años atrás escribió un best seller mundial: El fin de la historia. Con base en la implosión de la URSS, afirmó tajantemente que sólo viviríamos en el capitalismo. Lo cierto es que años después tuvo que reescribir “la historia” en otro volumen (ya no un best seller).
Por nuestra parte, todos estos devaneos sólo demuestran que los sistemas sociales cambian a través de los tiempos. El propio capitalismo requirió de 300 o 350 años para consolidarse, y algún siglo más para ser dominante[i].
3) Las opiniones de que un sistema es el objetivo final; que es eterno, tienen una lógica explicación. Aquellos que se benefician de él y lo controlan siempre piensan que será eterno. El mejor y documentado ejemplo es el de los reyes en Francia: no podían concebir ni entender el inminente fin de su régimen.
Se confirma algo más profundo: las ideas; los pensamientos humanos están muy condicionados por las relaciones sociales en que se vive. De allí la “coherencia” del título; se defiende el statu quo.
4) Nada hay en los genes humanos que indique que el egoísmo y el individualismo sean “inherentes”. Por un lado, si se sobrevivió en el planeta a lo largo de milenios se debe a que se vivió en sociedad.
Por otro, en el capitalismo unos pocos deciden qué y cómo producir en función de la ganancia; no por un objetivo de “desarrollo humano”. El individualismo exacerbado y publicitado a todo nivel; la competencia a cualquier costo y contra otros humanos sólo se explican por la lógica de este inhumano sistema. El resultado está a la vista: de los siete mil millones de habitantes del planeta, 700.000 reciben el 51 % de los ingresos totales, y el impacto ambiental del sistema amenaza con destruir las formas de vida tal como las conocemos. Ignorarlo; “dejarlo aparte”, como se declaró, es ideología pura.
5) Sin embargo; la solidaridad; la ética; los afectos; los compromisos con el otro; éstos sí son eternos. Y nos impulsan a perseverar con los pueblos para superar este sistema.
[i]Si bien hay diferentes opiniones, prevalece la que establece que el capitalismo pasa a ser dominante cuando se generaliza el recurso a la plusvalía relativa.
Recuperar la fraternidad por Oscar Licandro
En una entrevista que el presidente uruguayo dio a LN+, el periodista Jonatan Viale le preguntó: “¿Por qué cree que fracasó el modelo ideológico cubano?” En el marco de su respuesta, nuestro presidente expresó las palabras que Voces seleccionó para invitarnos a reflexionar sobre el capitalismo, su eventual inevitabilidad y su impacto sobre el futuro de la humanidad. Lo primero a decir es que no comparto la idea de que el capitalismo sea “inherente al individuo”, como tampoco comparto la idea de que lo sean los modelos económicos colectivistas, como el socialismo y el comunismo. Ningún sistema económico lo es, porque todos son construcciones humanas que ocurren en un momento histórico, condicionadas por factores tecnológicos, culturales y de organización social del momento.
En cambio, estoy convencido de algunas verdades que la realidad demostró en forma contundente. Primero: a pesar de sus múltiples defectos, el capitalismo ha permitido a la humanidad construir niveles de prosperidad y calidad de vida nunca vistos anteriormente. Segundo: los modelos económicos estatistas de base marxista fracasaron estrepitosamente en el objetivo de generar sociedades equitativas y prósperas, fueron impuestos mediante dictaduras cuyo mayor logro es una larga lista de violaciones a los derechos humanos, y terminaron dejando a esas sociedades en la pobreza. Los únicos comunistas exitosos en construir prosperidad fueron los chinos, quienes, quizá debido a su milenaria sabiduría, abandonaron la prédica de Carlos Marx y adoptaron el capitalismo. Tercero: en los países donde se consolidó la democracia durante siglo XX, los gobiernos establecieron políticas que pusieron limitaciones legales a los excesos del capitalismo y establecieron sistemas impositivos mediante los cuales el estado recupera parte de la plusvalía apropiada por el capital y la redistribuye en la sociedad.
El problema actual radica en que el capitalismo no ha sido capaz de construir un desarrollo inclusivo (ni siquiera en los países más desarrollados) ni ambientalmente sostenible. Más aún, en las últimas décadas parece haber ocurrido una involución social, ya que la gran clase media de obreros y empleados de servicio que el capitalismo creó a mediados del siglo XX en los países desarrollados (y también en Uruguay), está siendo sustituida por un ejército de deliverys, cajeros de supermercado, guardias de seguridad y limpiadores, cuyos ingresos son claramente inferiores. Pero peor aún parecen ser las perspectivas de futuro. Las nuevas tecnologías disruptivas (en particular, la automatización y la inteligencia artificial) amenazan en convertir el mercado de trabajo en un club exclusivo. Si no hacemos algo, millones de personas quedarán excluidas de la economía y, tal como lo anuncia Noah Harari, se verán reducidos a la “irrelevancia”. Es quizá la intuición sobre este desenlace lo que llevó a Christian Felber a proponer la necesidad de crear una renta universal. De algo tendrán que vivir esas personas.
Influido por el positivismo de su época, Marx predijo que la humanidad camina inexorablemente hacia el paraíso comunista. Se equivocó. Por su parte, Adam Smith propuso la extravagante idea de que una mano invisible convertiría el egoísmo de unos pocos en la prosperidad de todos. Se equivocó. Ya en el siglo XX, los economistas keynesianos creyeron que el Estado podría equilibrar las cosas. José Mujica, quien al parecer se ha convertido al keynesianismo, resumió brillantemente la propuesta keynesiana: “que trabaje el capitalista, él va a hacer plata, y yo le tengo que cobrar impuestos para repartir”. Se equivocaron.
En cambio, Mujica no se equivoca cuando afirma: “el capitalismo no es evitable, hay que funcionar con él”. El capitalismo le ganó la batalla al estatismo marxista y hoy reina absolutamente sobre el planeta. Demostró ser mucho más eficiente para crear prosperidad, pero falló en hacerla accesible a todos. En consecuencia, el desafío al que nos enfrentamos como humanidad es el de reformar el capitalismo para convertirlo en una herramienta de desarrollo inclusivo y ambientalmente sostenible. La tarea no es fácil, pero podremos hacerlo si comenzamos por entender las razones por las que el estatismo marxista y el capitalismo han fracasado en la construcción de ese tipo de desarrollo.
Hace 200 años los revolucionarios franceses anunciaron una nueva sociedad sustentada en tres grandes principios morales: libertad, igualdad y fraternidad. El relato liberal capitalista priorizó la libertad (del empresario) por sobre la igualdad. El relato marxista decidió eliminar la libertad (de la mayoría) para alcanzar la igualdad. Y ambos se olvidaron de la fraternidad. El problema radica en que ésta es el pegamento que une a las otras dos. Fraternidad es empatía y solidaridad con el otro: sin fraternidad la libertad económica conduce a la desigualdad. Fraternidad es tolerancia y aceptación del punto de vista del otro: a falta de fraternidad se intentará imponer la igualdad a la fuerza, lo que conduce inexorablemente al autoritarismo. En consecuencia, si queremos construir una sociedad democrática, próspera e inclusiva necesitamos viajar 200 años atrás en el tiempo, y empezar de nuevo.
¿Es posible reorientar el capitalismo para que incorpore la fraternidad en la ecuación económica? Creo que sí. Ya existen algunas experiencias embrionarias que lo confirman: la Empresas B, los empresarios que adoptaron el enfoque de Economía del Bien Común propuesto por Felber y los empresarios católicos que organizan sus empresas bajo los principios de la Economía de Comunión. Todos ellos comparten un cambio en el chip del empresario capitalista: están convencidos que a largo plazo no es posible tener empresas exitosas en sociedades fracasadas y que el fin último de toda empresa es construir prosperidad y civilización. Por otra parte, la larga trayectoria de las empresas sociales, en particular las cooperativas, demuestra la viabilidad de una economía de mercado que combina rentabilidad y equidad. Se necesita una nueva revolución, pero en esta ocasión no se trata de una revolución política, ni tecnológica ni económica. La reformulación del capitalismo requiere una revolución cultural, esencialmente de tipo moral.
Oponerse al dogmatismo por Max Sapolinski
La primera reflexión que me vino a la mente en el tratamiento del tema que nos plantea hoy Voces ha sido la manida afirmación de que las ideologías murieron. Ante ella, no dudo en sostener que creo en las ideologías, no creo en los dogmatismos.
Expresado lo anterior y apartándome de cualquier tentación dogmática, no me afecta sostener que la experiencia ha establecido que el mundo se ha encaminado por la ruta del capitalismo y esto parece ya ser una verdad absoluta. Aquellos que no lo entendieron están sumidos en la pobreza, el subdesarrollo y el hambre.
Con su habitual franqueza a la que no era ajena cierta elegante brutalidad, sostenía Winston Churchill a mediados del siglo XX: “El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de la miseria”.
Asumamos que, hasta el mismísimo Lenin, referente ineludible del socialismo y constituido en el más acérrimo enemigo del capitalismo, sostenía: “El socialismo es simplemente un estado del capitalismo monopolista que está hecho para servir los intereses del bien común y que, hasta ese punto, ha cesado de ser monopolio capitalista”. De esta forma, no temía brindarle personería al capitalismo. Por supuesto que olvidaba que en la base de la búsqueda del bien común la sociedad no soportaría eternamente traicionar el anhelo individual de progresar e igualar hacia arriba y no mantener a la población sumida en la miseria carente de libertad.
Quien comprendió parte de la lección fue China. Las reformas de libre mercado que fue introduciendo lo lleva a ser una potencia mundial. Aún no ha logrado desembarazarse de las características totalitarias que rodean al socialismo imperante. Pero la libertad, factor esencial de la cultura capitalista, tarde o temprano llega en todos los casos.
La demostración cabal de la imposición del capitalismo es que quedan únicamente cinco países en el mundo que se autodefinen como socialistas.
Por supuesto que la contracara de los factores positivos del capitalismo es sabida y puesta constantemente en manifiesto por sus críticos: la desigualdad y la explotación del trabajo del hombre.
Es en este punto en que volvemos al inicio de estas líneas: la importancia de oponerse al dogmatismo.
Es misión de los gobernantes aplicar las recetas justas para evitar que el capitalismo puro socave la preocupación por procurar el mayor nivel de justicia social que pueda imponérsele a una sociedad.
No me canso de expresar que como ejemplo de lo dicho se levanta el ejemplo del proceso reformador en democracia más exitoso de la historia: el batllismo.
El batllismo logró crear en el marco de una sociedad capitalista un Estado de Bienestar atendiendo las necesidades de sus habitantes y procurando el desarrollo común e individual.
En el marco de la consabida oposición entre derechas e izquierdas (división que en lo personal cada vez rechazo con mayor vehemencia), sostenía Felipe González que mientras la derecha sólo se preocupa por generar riqueza, la izquierda sólo lo hace en procurar la mejor distribución de ella. La conclusión para ambas, es que es imposible distribuir lo que no se genera.
En ese punto estará basado el futuro de las sociedades exitosas: generar en el marco de economías capitalistas la capacidad de procurar cada vez más la igualdad de oportunidades y la justicia social en libertad y desarrollo.
¿La vida o el capitalismo? Un dilema que no admite otra salida por Oscar Mañán
El presidente uruguayo puede tener muchos atributos, no obstante, no es conocido por ser un potente pensador (o think tank en la lengua sajona). Su aseveración remite al supuesto filosófico de que los mercados son instituciones naturales, pre-existentes (eternas y perfectas), mientras que otras instituciones fueron creadas por el hombre (imperfectas). Este ha sido desde tiempos inmemoriales la base del pensamiento liberal, pero a partir de la década de los 40 con Hayek y Friedman, constituyó en EEUU el pensamiento neo-conservador. Tal pensamiento en la región se renombró de una manera comunicacional más atractiva como “neo-liberal”.
Fue Marx quien llevó adelante una crítica a este pensamiento pre-clásico en sus versiones primigenias, y particularmente al capitalismo. Demostró que este modo de producción es histórico, es decir no siempre existió y, por el solo hecho de haber nacido “merece morir” como lo apuntó Engels. La actualidad y dinámica de esta forma de organizar la vida social hace cada vez más atinada la afirmación del mismo Marx: “El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”.
En cuanto forma de organizar la producción, tiene sus puntos fuertes en su capacidad de revolucionar las fuerzas productivas materiales (Marx). Sin embargo, los costos ambientales y sociales son cada vez más alarmantes. El hombre planea los objetivos productivos, pero no puede adelantar la reacción de la naturaleza ante la agresión de su apropiación mercantil (Engels). La explotación de mujeres y hombres, la acumulación de riqueza y la expansión de pobreza, hieren la sensibilidad de las sociedades más apáticas.
En tiempos de pandemia, nunca más cierto lo que dice mi amigo Humberto Márquez: “La fuerza motriz del actual entramado civilizatorio entraña una dialéctica profunda entre la negación de la vida y la afirmación de la muerte”. Por lo tanto, superar el capitalismo se vuelve un acto de sobrevivencia planetaria.
Tales afirmaciones al igual que la del presidente son ideológicas; a pesar que el conservadurismo pretende “desideologizar” las políticas económicas u otras. Separar las acciones de los hombres de la actividad esencial de los mismos, la producción de ideas, conceptos, que buscan reproducir la realidad en la cabeza para posicionarse ante sí, no parece ser una posibilidad. Claro, como Marx sostenía, una cosa es la ideología en el sentido de “idea fuerza” que guía la acción, y muy otra, es la ideología como “falsa conciencia”. Los discursos actuales que sostienen el status quo están alejados de cualquier realidad, y más aún, de las grandes mayorías nacionales.
En resumen, tampoco es novedoso, las oligarquías a menudo se pavonean con sus logros y proponen cambios para que todo siga como está, es la conocida política del ‘Gatopardismo’.
Tiene razón Sr. Presidente por Esteban Pérez
Nuestro pituco presidente tiene razón al afirmar que el capitalismo “es lo normal e inherente al individuo”.
Tiene razón, pues nació en cuna de oro y dentro de la esfera de poder de la oligarquía.
Nadie puede negar que el capitalismo es el mejor sistema para los capitalistas, disfrutan sus mieles y no pueden concebir que haya quienes lo cuestionen: ¡si viven fenómeno! Por supuesto para ellos también es normal y natural que la mayoría del país laburemos para que se enriquezcan, es que ¡pobrecitos! tienen que mantener su nivel de vida, el orden establecido y Dios los colocó en ese sitio, a los demás el bolillero de la vida los ubicó para ser explotados, es cuestión del Destino.
Al capitalista se le erizan todos los pelos cuando oye hablar de cuestionar el sistema y mira temeroso, con asco y odio (“apariencia delictiva”) a las decenas de miles que viven en sus casas sin terminar con o sin papeles, a los miles de habitantes de los cantegriles, a los sindicalistas, a las organizaciones sociales que le mueven el piso a su orden establecido.
La altura trae consigo el temor a caerse en las condiciones en que viven sus explotados y por esa razón tienen siempre gatillado el aparato represivo.
Sin embargo, la antropología sostiene que la especie humana tiene como característica el ser, valga la redundancia, un ser social, comunitario, con capacidad de empatía y de compartir con sus semejantes.
El orden establecido, el sistema capitalista de producción, es por lo tanto, antinatural, violenta la naturaleza humana y fue impuesto a prepo por quienes se apoderaron de los medios de producción y establecen los límites, los estamentos estancos que dividen entre explotados y explotadores. Su ambición, a su vez, tiene a los recursos que nos brinda la naturaleza al borde del colapso.
Nuestra civilización, mejor dicho, la que fue impuesta por los poderosos, cruje por todos lados y pone en riesgo todas las formas de vida del planeta, no sólo la humana. Vamos camino de la mano irracional del capitalismo hacia una nueva y lenta extinción de las especies, esta vez no por un meteoro sino por culpa de los humanos. La contradicción capitalismo versus comunidad esperemos se resuelva pariendo una sociedad justa, equitativa, cuidadosa y sanadora de la mal herida naturaleza.
Contextualizando por Gonzalo Pérez del Castillo
Tal vez a esa cita literal le falte un poco de contexto. El siglo XX, fue testigo de las guerras contra el nazismo y el fascismo, de la fracasada experiencia de la Unión Soviética y sus países satélites y de las dictaduras que asolaron y siguen asolando a la América Latina. Todo ello nos ha dejado como lección que la mejor, o la menos peor, forma de gobierno es la democracia liberal: sufragio universal, elecciones libres y limpias, dirigentes políticos electos por el pueblo por períodos establecidos dentro de un marco institucional, gobierno de las mayorías que respete el derecho de las minorías etc. Es decir, un sistema de gobierno que no pretende imponer a los ciudadanos un modelo ideal que garantice su felicidad. Los gobiernos que pretendieron, con su dogma, garantizar la felicidad de todos terminaron garantizando la de sus compañeros de dogma únicamente.
Ahora, la democracia liberal moderna como sistema político sólo ha resultado compatible con una economía de mercado, es decir, una economía capitalista. El capitalismo puede desarrollarse con formas mixtas de propiedad pública y privada de los medios de producción. Existe el capitalismo sueco, el francés, el uruguayo, el americano (el de Trump y el de Obama), el de Panamá y el de Singapur. Las repúblicas del área socialista que se llamaban democráticas y populares no fueron liberales, no prosperaron económica y socialmente y su “democracia” se derrumbó sola.
China sigue gobernada por un partido comunista, pero practica el capitalismo de Estado. Nadie sabe aún cómo se las arreglará para seguir manteniendo un control estricto sobre las vidas de las personas, máxime si persevera en el reconocimiento de los derechos de propiedad. Tal vez los chinos lo sepan. Lo cierto es que, si bien la democracia moderna necesita el capitalismo, el capitalismo no necesita de la democracia.
El capitalismo es sólo un modo de producción que genera bienes materiales y promueve el crecimiento. Es eficaz, eficiente, competitivo y la riqueza se acumula en manos de los ganadores. ¿Es la exacerbación del individualismo y el egoísmo lo que subyace y potencia al sistema capitalista? Es muy probable que eso sea cierto y, por ello mismo, allí donde funciona el Estado de derecho, el capitalismo se regula con mayor o menor provecho para la población.
Con respecto a la última pregunta. El modo de producción capitalista es ciertamente menos cruel que sus predecesores: el feudal y el esclavista. No es necesario ser un entusiasta del capitalismo. Lo que el siglo XX ha enseñado es que corresponde ser un apasionado de la democracia. Si las relaciones internacionales fueran genuinamente democráticas y se rigieran por el derecho, y no por la ley del más fuerte, el capitalismo podría ser compatible con la existencia de la humanidad y la preservación del planeta. Para ello sería necesario renunciar a ciertos aspectos de la soberanía nacional y admitir que poderes públicos supranacionales consensuados ordenen algunas cosas. Pero ese es otro tema, que abarca y asusta mucho.
Sapere Aude por Fernando Pioli
Uno de los recursos repetidos, cada vez que alguien quiere imponer al resto de las personas una perspectiva, un estilo de vida o una filosofía es sostener que es parte de la naturaleza. Esto implica, en definitiva, la convicción de que existe una especie de regla que está más allá de nuestro libre albedrío. Una regla que ha sido elaborada por alguna inteligencia superior contra la cual no podemos ir.
Este tipo de posturas no son más que una especie de facilismo, una señal de pereza intelectual. Por ejemplo, el Presidente Lacalle Pou ha sugerido que el capitalismo es inherente al individuo y que quienes pretenden negarlo lo hacen desde una postura que merece una mirada complaciente, la mirada propia de aquel que ve a un niño equivocarse, pero no tiene el coraje de señalar el error porque implica mostrarle lo que es obvio. Siempre hay algo de insultante en señalar lo que es obvio, y solemos tratar de evitar hacerlo.
Afirmar que el capitalismo es inherente al individuo implica reconocer que no es algo que elegimos, es decir no es consecuencia de nuestra libertad, más bien se parece a una especie de condena que no podemos evitar y debemos resignarnos a convivir con ella.
Este mecanismo intelectual detiene el impulso racional y produce un efecto tranquilizador en quien lo desarrolla, inhabilita el análisis. ¿Por qué luchar contra lo inexorable?
El problema con esta postura, extraordinariamente habitual en el discurso de los liberales económicos, es que curiosamente desconoce la naturaleza humana.
Es decir, la naturaleza humana no trae consigo una ideología política o una concepción económica. Lo que trae consigo es la posibilidad de construirlas, no son designios de los dioses (no deja de ser curioso y significativo ese maridaje habitual entre el liberalismo económico y el fanatismo religioso) sino que son construcciones humanas.
Pretender que existe un designio superior que nos obliga a ser capitalistas, que negarlo no es más que un capricho humano de quienes no aceptan la realidad de su naturaleza, no es más que una fórmula conveniente para evitar reconocer la posibilidad del propio error. Es una forma de evitar la angustia de confrontar el hecho de que no existe una verdad obvia y de ese modo acallar las dudas.
En definitiva, justificar la propia ideología sosteniendo que es la naturaleza humana quien la sostiene es un acto de fe. Como todo acto de fe, se resiste a la duda. En este contexto cobra vida el viejo texto de Horacio: «Quien comenzó, ya hizo la mitad: atrévete a razonar, empieza».
“el que no cambia todo no cambia nada” por Lucía Siola
Las palabras del presidente Lacalle Pou afirmando que el capitalismo es inherente al individuo evidencian en primer término una ausencia fenomenal de conocimiento básico y elemental sobre la historia de la humanidad, pues el régimen social capitalista constituye un breve período de tiempo en relación a ella. Pero más allá de la ignorancia manifiesta, sin lugar a dudas estas afirmaciones son parte de un ya clásico discurso legitimador de un orden que estalla por sus propias contradicciones. En los hechos, la historia del capitalismo del último siglo ha sido la de la era de las catástrofes, pautada por dos guerras mundiales con millones de muertos, el uso de la ciencia para el armamento y la destrucción masiva, el ascenso del fascismo y nazismo, así como una serie de crisis cada vez más profundas que han destruido y precarizado el trabajo llevando los niveles mundiales de pobreza a nuevos records. Los datos hablan por sí mismos, hacia principios del siglo XXI el 20% más rico concentra el 80% de la riqueza a nivel mundial, mientras que en nuestro país el 20% más rico concentra el 50% de la riqueza, por otro lado, el 20% más pobre concentra sólo el 5%. En este sentido, como refleja la producción cinematográfica de series y películas, estamos más cerca de pensar y proyectar un futuro capitalismo zombie, con cataclismos climáticos que una sociedad de bienestar e igualitaria.
El discurso enajenante del presidente herrerista se sustenta en la lógica de que si cada uno persigue su propio beneficio eso redunda en el beneficio de todos, es la clásica teoría de Adam Smith en los prolegómenos del desarrollo capitalista. Esta racionalidad es la que se encuentra sustentando la política gubernamental que beneficia y representa a los grandes empresarios, en detrimento de la población trabajadora, la que premia a los “malla oro” y realiza un ajuste fenomenal con recortes, tarifazos y destrucción de puestos de trabajo, en medio de una de las peores crisis sanitarias de los últimos tiempos.
De hecho, la pandemia de COVID 19 ha dejado de manifiesto como la producción capitalista es incompatible con la defensa de la vida. Lejos de la colaboración internacional para proteger a la población, desató una guerra comercial por insumos médicos elementales. La búsqueda de lucro de los grandes grupos de laboratorios y farmacéuticas en relación a la adjudicación de patentes de las vacunas no permiten su producción en masa, por el contrario son acaparadas por parte de las principales potencias.
El capitalismo no se encuentra en la naturaleza humana, eterna e inmutable. Es una organización social en su fase de senilidad y agonía. Naturalizarlo es, por supuesto, el recurso ideológico por excelencia de la clase dominante, pues implica naturalizar las desigualdades, la explotación y la brutalidad. Sin embargo, como dijo el poeta Bertol Brecht, no debemos aceptar lo habitual como cosa natural en estos tiempos de desorden, confusión organizada y humanidad deshumanizada “nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar”.
El Capitalismo Nuestro de cada día por Rodrigo da Oliveira
¿Seremos portadores de un gen Adeno-Capitalista? La idea fue esbozada como generadora de algún concepto vinculado a lo eventualmente inherente a la condición humana y su vinculación con un Ser Capital, indisoluble de la propia esencia. No parece ser tal, históricamente hablando.
Lo que actualmente conocemos como sistema capitalista no tiene más allá de 250 años, previamente el sistema feudal y el posterior mercantilismo dominaron la escena económica del mundo occidental. Antes de ello, la economía agraria y a nivel artesanal eran las formas dominantes; la mejora de los sistemas de producción llevó a generar excedentes. El resto es historia conocida.
De lo que no caben dudas es de la preponderancia a nivel mundial de dicho sistema; aún aquellos países que en determinado momento siguieron la vía socialista terminaron decidiendo sus destinos económicos por él en mayor o menor medida aceptado.
Simples son las razones para ello: no solo potencia las individualidades universalizadas a partir del Renacimiento, sino que ha sido también la más eficaz de las vías encontradas para solucionar EL gran problema para el desarrollo de las sociedades actuales: el hambre.
Nunca antes en la historia tantos accedieron a tal cantidad de bienes y servicios. Ello permitió posteriormente el acceso generalizado a la salud, la educación y, fundamentalmente, a las nuevas tecnologías que hoy ocupan al planeta entero, trascendiendo fronteras y regímenes políticos. Dicho sea de paso, el acceso a ese gran cúmulo de información está hoy mismo poniendo en jaque a los pocos y vetustos sistemas dictatoriales aún en pie.
Mucho se ha dicho acerca del fin del capitalismo. Poco se ha confirmado, pues antes bien, goza de muy buena salud y aceptación. Hoy mismo, en plena pandemia, ha sido la manera que hemos encontrado para diezmar la condiciones frente a las cuales quedamos expuestos.
Un único error: el de admitir que fueran los gobiernos quienes manejaran el acceso a las vacunas. Fue la iniciativa privada, laboratorios y empresas mediante, la que alcanzó la meta buscada de desarrollar en tiempo récord las diversas opciones que hoy poseemos. De haber sido libre (realmente libre y no sesgada por proteccionismos) la producción y disponibilidad vacunal, posiblemente estaríamos en otra etapa y aún aquellos países más pobres hubieran logrado niveles mayores de inoculación. Muchos de los gobiernos de esos mismos países tercermundistas lucran electoralmente con el acceso de sus poblaciones a las vacunas de forma masiva. Argentina y gran parte de África están en esa situación, por no nombrar a Venezuela y Cuba. Varios de los países productores de vacunas juegan tácticamente lo suyo también, en otra cara de la geopolítica.
Seguiremos siendo rehenes de algunas situaciones dadas y en nombre del bien común, que no es común sino de unos pocos dirigentes.
Demás está decir que no es concebible el capitalismo sin el liberalismo, conceptos que sin ser iguales están indisolublemente ligados. No es posible sostener capitalismo sin libertad individual; de la misma forma que no es posible la libertad individual sin la cobertura económica del capitalismo. No resulta menor que los sistemas socialistas, comunistas y fascistas coincidan en un dirigismo no solo económico en el cual el individuo está subordinado al Estado, sino que dichos individuos resulten tan solo piezas de ajedrez en el juego de poder de la casta dirigente, sea esta el partido o el sindicato. El abandono sucesivo de estos sistemas han debido darse antes por la fuerza que por la razón y es que el ansia de libertad individual, colectiva y económica termina resultando más fuerte que los autoritarismo. No fueron dichas a la ligera las palabras del presidente Lacalle a La Nación la semana pasada: hoy la cuestión no es entre derechas e izquierdas, sino entre libertades y autoritarismo.
Y, en esta última página aún por escribirse, el capitalismo tiene aún mucho por decir, mal que pese a sus detractores históricos. La misma solidaridad es un hecho individual de alcance colectivo; el mismo liberalismo es un gran sistema que propender a no dejar a nadie atrás. Lo demás son subversiones bastardeadas del mejor y siempre perfectible sistema que hoy poseemos: el capitalismo, hasta acá el único que ha permitido alcanzar la plenitud de las personas en tanto individuos y de las sociedades mismas, en una continua búsqueda de superación propia y, por ende, colectiva.
[1]Si bien hay diferentes opiniones, prevalece la que establece que el capitalismo pasa a ser dominante cuando se generaliza el recurso a la plusvalía relativa.
Recuperar la fraternidad por Oscar Licandro
En una entrevista que el presidente uruguayo dio a LN+, el periodista Jonatan Viale le preguntó: “¿Por qué cree que fracasó el modelo ideológico cubano?” En el marco de su respuesta, nuestro presidente expresó las palabras que Voces seleccionó para invitarnos a reflexionar sobre el capitalismo, su eventual inevitabilidad y su impacto sobre el futuro de la humanidad. Lo primero a decir es que no comparto la idea de que el capitalismo sea “inherente al individuo”, como tampoco comparto la idea de que lo sean los modelos económicos colectivistas, como el socialismo y el comunismo. Ningún sistema económico lo es, porque todos son construcciones humanas que ocurren en un momento histórico, condicionadas por factores tecnológicos, culturales y de organización social del momento.
En cambio, estoy convencido de algunas verdades que la realidad demostró en forma contundente. Primero: a pesar de sus múltiples defectos, el capitalismo ha permitido a la humanidad construir niveles de prosperidad y calidad de vida nunca vistos anteriormente. Segundo: los modelos económicos estatistas de base marxista fracasaron estrepitosamente en el objetivo de generar sociedades equitativas y prósperas, fueron impuestos mediante dictaduras cuyo mayor logro es una larga lista de violaciones a los derechos humanos, y terminaron dejando a esas sociedades en la pobreza. Los únicos comunistas exitosos en construir prosperidad fueron los chinos, quienes, quizá debido a su milenaria sabiduría, abandonaron la prédica de Carlos Marx y adoptaron el capitalismo. Tercero: en los países donde se consolidó la democracia durante siglo XX, los gobiernos establecieron políticas que pusieron limitaciones legales a los excesos del capitalismo y establecieron sistemas impositivos mediante los cuales el estado recupera parte de la plusvalía apropiada por el capital y la redistribuye en la sociedad.
El problema actual radica en que el capitalismo no ha sido capaz de construir un desarrollo inclusivo (ni siquiera en los países más desarrollados) ni ambientalmente sostenible. Más aún, en las últimas décadas parece haber ocurrido una involución social, ya que la gran clase media de obreros y empleados de servicio que el capitalismo creó a mediados del siglo XX en los países desarrollados (y también en Uruguay), está siendo sustituida por un ejército de deliverys, cajeros de supermercado, guardias de seguridad y limpiadores, cuyos ingresos son claramente inferiores. Pero peor aún parecen ser las perspectivas de futuro. Las nuevas tecnologías disruptivas (en particular, la automatización y la inteligencia artificial) amenazan en convertir el mercado de trabajo en un club exclusivo. Si no hacemos algo, millones de personas quedarán excluidas de la economía y, tal como lo anuncia Noah Harari, se verán reducidos a la “irrelevancia”. Es quizá la intuición sobre este desenlace lo que llevó a Christian Felber a proponer la necesidad de crear una renta universal. De algo tendrán que vivir esas personas.
Influido por el positivismo de su época, Marx predijo que la humanidad camina inexorablemente hacia el paraíso comunista. Se equivocó. Por su parte, Adam Smith propuso la extravagante idea de que una mano invisible convertiría el egoísmo de unos pocos en la prosperidad de todos. Se equivocó. Ya en el siglo XX, los economistas keynesianos creyeron que el Estado podría equilibrar las cosas. José Mujica, quien al parecer se ha convertido al keynesianismo, resumió brillantemente la propuesta keynesiana: “que trabaje el capitalista, él va a hacer plata, y yo le tengo que cobrar impuestos para repartir”. Se equivocaron.
En cambio, Mujica no se equivoca cuando afirma: “el capitalismo no es evitable, hay que funcionar con él”. El capitalismo le ganó la batalla al estatismo marxista y hoy reina absolutamente sobre el planeta. Demostró ser mucho más eficiente para crear prosperidad, pero falló en hacerla accesible a todos. En consecuencia, el desafío al que nos enfrentamos como humanidad es el de reformar el capitalismo para convertirlo en una herramienta de desarrollo inclusivo y ambientalmente sostenible. La tarea no es fácil, pero podremos hacerlo si comenzamos por entender las razones por las que el estatismo marxista y el capitalismo han fracasado en la construcción de ese tipo de desarrollo.
Hace 200 años los revolucionarios franceses anunciaron una nueva sociedad sustentada en tres grandes principios morales: libertad, igualdad y fraternidad. El relato liberal capitalista priorizó la libertad (del empresario) por sobre la igualdad. El relato marxista decidió eliminar la libertad (de la mayoría) para alcanzar la igualdad. Y ambos se olvidaron de la fraternidad. El problema radica en que ésta es el pegamento que une a las otras dos. Fraternidad es empatía y solidaridad con el otro: sin fraternidad la libertad económica conduce a la desigualdad. Fraternidad es tolerancia y aceptación del punto de vista del otro: a falta de fraternidad se intentará imponer la igualdad a la fuerza, lo que conduce inexorablemente al autoritarismo. En consecuencia, si queremos construir una sociedad democrática, próspera e inclusiva necesitamos viajar 200 años atrás en el tiempo, y empezar de nuevo.
¿Es posible reorientar el capitalismo para que incorpore la fraternidad en la ecuación económica? Creo que sí. Ya existen algunas experiencias embrionarias que lo confirman: la Empresas B, los empresarios que adoptaron el enfoque de Economía del Bien Común propuesto por Felber y los empresarios católicos que organizan sus empresas bajo los principios de la Economía de Comunión. Todos ellos comparten un cambio en el chip del empresario capitalista: están convencidos que a largo plazo no es posible tener empresas exitosas en sociedades fracasadas y que el fin último de toda empresa es construir prosperidad y civilización. Por otra parte, la larga trayectoria de las empresas sociales, en particular las cooperativas, demuestra la viabilidad de una economía de mercado que combina rentabilidad y equidad. Se necesita una nueva revolución, pero en esta ocasión no se trata de una revolución política, ni tecnológica ni económica. La reformulación del capitalismo requiere una revolución cultural, esencialmente de tipo moral.
Oponerse al dogmatismo por Max Sapolinski
La primera reflexión que me vino a la mente en el tratamiento del tema que nos plantea hoy Voces ha sido la manida afirmación de que las ideologías murieron. Ante ella, no dudo en sostener que creo en las ideologías, no creo en los dogmatismos.
Expresado lo anterior y apartándome de cualquier tentación dogmática, no me afecta sostener que la experiencia ha establecido que el mundo se ha encaminado por la ruta del capitalismo y esto parece ya ser una verdad absoluta. Aquellos que no lo entendieron están sumidos en la pobreza, el subdesarrollo y el hambre.
Con su habitual franqueza a la que no era ajena cierta elegante brutalidad, sostenía Winston Churchill a mediados del siglo XX: “El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de la miseria”.
Asumamos que, hasta el mismísimo Lenin, referente ineludible del socialismo y constituido en el más acérrimo enemigo del capitalismo, sostenía: “El socialismo es simplemente un estado del capitalismo monopolista que está hecho para servir los intereses del bien común y que, hasta ese punto, ha cesado de ser monopolio capitalista”. De esta forma, no temía brindarle personería al capitalismo. Por supuesto que olvidaba que en la base de la búsqueda del bien común la sociedad no soportaría eternamente traicionar el anhelo individual de progresar e igualar hacia arriba y no mantener a la población sumida en la miseria carente de libertad.
Quien comprendió parte de la lección fue China. Las reformas de libre mercado que fue introduciendo lo lleva a ser una potencia mundial. Aún no ha logrado desembarazarse de las características totalitarias que rodean al socialismo imperante. Pero la libertad, factor esencial de la cultura capitalista, tarde o temprano llega en todos los casos.
La demostración cabal de la imposición del capitalismo es que quedan únicamente cinco países en el mundo que se autodefinen como socialistas.
Por supuesto que la contracara de los factores positivos del capitalismo es sabida y puesta constantemente en manifiesto por sus críticos: la desigualdad y la explotación del trabajo del hombre.
Es en este punto en que volvemos al inicio de estas líneas: la importancia de oponerse al dogmatismo.
Es misión de los gobernantes aplicar las recetas justas para evitar que el capitalismo puro socave la preocupación por procurar el mayor nivel de justicia social que pueda imponérsele a una sociedad.
No me canso de expresar que como ejemplo de lo dicho se levanta el ejemplo del proceso reformador en democracia más exitoso de la historia: el batllismo.
El batllismo logró crear en el marco de una sociedad capitalista un Estado de Bienestar atendiendo las necesidades de sus habitantes y procurando el desarrollo común e individual.
En el marco de la consabida oposición entre derechas e izquierdas (división que en lo personal cada vez rechazo con mayor vehemencia), sostenía Felipe González que mientras la derecha sólo se preocupa por generar riqueza, la izquierda sólo lo hace en procurar la mejor distribución de ella. La conclusión para ambas, es que es imposible distribuir lo que no se genera.
En ese punto estará basado el futuro de las sociedades exitosas: generar en el marco de economías capitalistas la capacidad de procurar cada vez más la igualdad de oportunidades y la justicia social en libertad y desarrollo.
¿La vida o el capitalismo? Un dilema que no admite otra salida por Oscar Mañán
El presidente uruguayo puede tener muchos atributos, no obstante, no es conocido por ser un potente pensador (o think tank en la lengua sajona). Su aseveración remite al supuesto filosófico de que los mercados son instituciones naturales, pre-existentes (eternas y perfectas), mientras que otras instituciones fueron creadas por el hombre (imperfectas). Este ha sido desde tiempos inmemoriales la base del pensamiento liberal, pero a partir de la década de los 40 con Hayek y Friedman, constituyó en EEUU el pensamiento neo-conservador. Tal pensamiento en la región se renombró de una manera comunicacional más atractiva como “neo-liberal”.
Fue Marx quien llevó adelante una crítica a este pensamiento pre-clásico en sus versiones primigenias, y particularmente al capitalismo. Demostró que este modo de producción es histórico, es decir no siempre existió y, por el solo hecho de haber nacido “merece morir” como lo apuntó Engels. La actualidad y dinámica de esta forma de organizar la vida social hace cada vez más atinada la afirmación del mismo Marx: “El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”.
En cuanto forma de organizar la producción, tiene sus puntos fuertes en su capacidad de revolucionar las fuerzas productivas materiales (Marx). Sin embargo, los costos ambientales y sociales son cada vez más alarmantes. El hombre planea los objetivos productivos, pero no puede adelantar la reacción de la naturaleza ante la agresión de su apropiación mercantil (Engels). La explotación de mujeres y hombres, la acumulación de riqueza y la expansión de pobreza, hieren la sensibilidad de las sociedades más apáticas.
En tiempos de pandemia, nunca más cierto lo que dice mi amigo Humberto Márquez: “La fuerza motriz del actual entramado civilizatorio entraña una dialéctica profunda entre la negación de la vida y la afirmación de la muerte”. Por lo tanto, superar el capitalismo se vuelve un acto de sobrevivencia planetaria.
Tales afirmaciones al igual que la del presidente son ideológicas; a pesar que el conservadurismo pretende “desideologizar” las políticas económicas u otras. Separar las acciones de los hombres de la actividad esencial de los mismos, la producción de ideas, conceptos, que buscan reproducir la realidad en la cabeza para posicionarse ante sí, no parece ser una posibilidad. Claro, como Marx sostenía, una cosa es la ideología en el sentido de “idea fuerza” que guía la acción, y muy otra, es la ideología como “falsa conciencia”. Los discursos actuales que sostienen el status quo están alejados de cualquier realidad, y más aún, de las grandes mayorías nacionales.
En resumen, tampoco es novedoso, las oligarquías a menudo se pavonean con sus logros y proponen cambios para que todo siga como está, es la conocida política del ‘Gatopardismo’.
Tiene razón Sr. Presidente por Esteban Pérez
Nuestro pituco presidente tiene razón al afirmar que el capitalismo “es lo normal e inherente al individuo”.
Tiene razón, pues nació en cuna de oro y dentro de la esfera de poder de la oligarquía.
Nadie puede negar que el capitalismo es el mejor sistema para los capitalistas, disfrutan sus mieles y no pueden concebir que haya quienes lo cuestionen: ¡si viven fenómeno! Por supuesto para ellos también es normal y natural que la mayoría del país laburemos para que se enriquezcan, es que ¡pobrecitos! tienen que mantener su nivel de vida, el orden establecido y Dios los colocó en ese sitio, a los demás el bolillero de la vida los ubicó para ser explotados, es cuestión del Destino.
Al capitalista se le erizan todos los pelos cuando oye hablar de cuestionar el sistema y mira temeroso, con asco y odio (“apariencia delictiva”) a las decenas de miles que viven en sus casas sin terminar con o sin papeles, a los miles de habitantes de los cantegriles, a los sindicalistas, a las organizaciones sociales que le mueven el piso a su orden establecido.
La altura trae consigo el temor a caerse en las condiciones en que viven sus explotados y por esa razón tienen siempre gatillado el aparato represivo.
Sin embargo, la antropología sostiene que la especie humana tiene como característica el ser, valga la redundancia, un ser social, comunitario, con capacidad de empatía y de compartir con sus semejantes.
El orden establecido, el sistema capitalista de producción, es por lo tanto, antinatural, violenta la naturaleza humana y fue impuesto a prepo por quienes se apoderaron de los medios de producción y establecen los límites, los estamentos estancos que dividen entre explotados y explotadores. Su ambición, a su vez, tiene a los recursos que nos brinda la naturaleza al borde del colapso.
Nuestra civilización, mejor dicho, la que fue impuesta por los poderosos, cruje por todos lados y pone en riesgo todas las formas de vida del planeta, no sólo la humana. Vamos camino de la mano irracional del capitalismo hacia una nueva y lenta extinción de las especies, esta vez no por un meteoro sino por culpa de los humanos. La contradicción capitalismo versus comunidad esperemos se resuelva pariendo una sociedad justa, equitativa, cuidadosa y sanadora de la mal herida naturaleza.
Contextualizando por Gonzalo Pérez del Castillo
Tal vez a esa cita literal le falte un poco de contexto. El siglo XX, fue testigo de las guerras contra el nazismo y el fascismo, de la fracasada experiencia de la Unión Soviética y sus países satélites y de las dictaduras que asolaron y siguen asolando a la América Latina. Todo ello nos ha dejado como lección que la mejor, o la menos peor, forma de gobierno es la democracia liberal: sufragio universal, elecciones libres y limpias, dirigentes políticos electos por el pueblo por períodos establecidos dentro de un marco institucional, gobierno de las mayorías que respete el derecho de las minorías etc. Es decir, un sistema de gobierno que no pretende imponer a los ciudadanos un modelo ideal que garantice su felicidad. Los gobiernos que pretendieron, con su dogma, garantizar la felicidad de todos terminaron garantizando la de sus compañeros de dogma únicamente.
Ahora, la democracia liberal moderna como sistema político sólo ha resultado compatible con una economía de mercado, es decir, una economía capitalista. El capitalismo puede desarrollarse con formas mixtas de propiedad pública y privada de los medios de producción. Existe el capitalismo sueco, el francés, el uruguayo, el americano (el de Trump y el de Obama), el de Panamá y el de Singapur. Las repúblicas del área socialista que se llamaban democráticas y populares no fueron liberales, no prosperaron económica y socialmente y su “democracia” se derrumbó sola.
China sigue gobernada por un partido comunista, pero practica el capitalismo de Estado. Nadie sabe aún cómo se las arreglará para seguir manteniendo un control estricto sobre las vidas de las personas, máxime si persevera en el reconocimiento de los derechos de propiedad. Tal vez los chinos lo sepan. Lo cierto es que, si bien la democracia moderna necesita el capitalismo, el capitalismo no necesita de la democracia.
El capitalismo es sólo un modo de producción que genera bienes materiales y promueve el crecimiento. Es eficaz, eficiente, competitivo y la riqueza se acumula en manos de los ganadores. ¿Es la exacerbación del individualismo y el egoísmo lo que subyace y potencia al sistema capitalista? Es muy probable que eso sea cierto y, por ello mismo, allí donde funciona el Estado de derecho, el capitalismo se regula con mayor o menor provecho para la población.
Con respecto a la última pregunta. El modo de producción capitalista es ciertamente menos cruel que sus predecesores: el feudal y el esclavista. No es necesario ser un entusiasta del capitalismo. Lo que el siglo XX ha enseñado es que corresponde ser un apasionado de la democracia. Si las relaciones internacionales fueran genuinamente democráticas y se rigieran por el derecho, y no por la ley del más fuerte, el capitalismo podría ser compatible con la existencia de la humanidad y la preservación del planeta. Para ello sería necesario renunciar a ciertos aspectos de la soberanía nacional y admitir que poderes públicos supranacionales consensuados ordenen algunas cosas. Pero ese es otro tema, que abarca y asusta mucho.
Sapere Aude por Fernando Pioli
Uno de los recursos repetidos, cada vez que alguien quiere imponer al resto de las personas una perspectiva, un estilo de vida o una filosofía es sostener que es parte de la naturaleza. Esto implica, en definitiva, la convicción de que existe una especie de regla que está más allá de nuestro libre albedrío. Una regla que ha sido elaborada por alguna inteligencia superior contra la cual no podemos ir.
Este tipo de posturas no son más que una especie de facilismo, una señal de pereza intelectual. Por ejemplo, el Presidente Lacalle Pou ha sugerido que el capitalismo es inherente al individuo y que quienes pretenden negarlo lo hacen desde una postura que merece una mirada complaciente, la mirada propia de aquel que ve a un niño equivocarse, pero no tiene el coraje de señalar el error porque implica mostrarle lo que es obvio. Siempre hay algo de insultante en señalar lo que es obvio, y solemos tratar de evitar hacerlo.
Afirmar que el capitalismo es inherente al individuo implica reconocer que no es algo que elegimos, es decir no es consecuencia de nuestra libertad, más bien se parece a una especie de condena que no podemos evitar y debemos resignarnos a convivir con ella.
Este mecanismo intelectual detiene el impulso racional y produce un efecto tranquilizador en quien lo desarrolla, inhabilita el análisis. ¿Por qué luchar contra lo inexorable?
El problema con esta postura, extraordinariamente habitual en el discurso de los liberales económicos, es que curiosamente desconoce la naturaleza humana.
Es decir, la naturaleza humana no trae consigo una ideología política o una concepción económica. Lo que trae consigo es la posibilidad de construirlas, no son designios de los dioses (no deja de ser curioso y significativo ese maridaje habitual entre el liberalismo económico y el fanatismo religioso) sino que son construcciones humanas.
Pretender que existe un designio superior que nos obliga a ser capitalistas, que negarlo no es más que un capricho humano de quienes no aceptan la realidad de su naturaleza, no es más que una fórmula conveniente para evitar reconocer la posibilidad del propio error. Es una forma de evitar la angustia de confrontar el hecho de que no existe una verdad obvia y de ese modo acallar las dudas.
En definitiva, justificar la propia ideología sosteniendo que es la naturaleza humana quien la sostiene es un acto de fe. Como todo acto de fe, se resiste a la duda. En este contexto cobra vida el viejo texto de Horacio: «Quien comenzó, ya hizo la mitad: atrévete a razonar, empieza».
“el que no cambia todo no cambia nada” por Lucía Siola
Las palabras del presidente Lacalle Pou afirmando que el capitalismo es inherente al individuo evidencian en primer término una ausencia fenomenal de conocimiento básico y elemental sobre la historia de la humanidad, pues el régimen social capitalista constituye un breve período de tiempo en relación a ella. Pero más allá de la ignorancia manifiesta, sin lugar a dudas estas afirmaciones son parte de un ya clásico discurso legitimador de un orden que estalla por sus propias contradicciones. En los hechos, la historia del capitalismo del último siglo ha sido la de la era de las catástrofes, pautada por dos guerras mundiales con millones de muertos, el uso de la ciencia para el armamento y la destrucción masiva, el ascenso del fascismo y nazismo, así como una serie de crisis cada vez más profundas que han destruido y precarizado el trabajo llevando los niveles mundiales de pobreza a nuevos records. Los datos hablan por sí mismos, hacia principios del siglo XXI el 20% más rico concentra el 80% de la riqueza a nivel mundial, mientras que en nuestro país el 20% más rico concentra el 50% de la riqueza, por otro lado, el 20% más pobre concentra sólo el 5%. En este sentido, como refleja la producción cinematográfica de series y películas, estamos más cerca de pensar y proyectar un futuro capitalismo zombie, con cataclismos climáticos que una sociedad de bienestar e igualitaria.
El discurso enajenante del presidente herrerista se sustenta en la lógica de que si cada uno persigue su propio beneficio eso redunda en el beneficio de todos, es la clásica teoría de Adam Smith en los prolegómenos del desarrollo capitalista. Esta racionalidad es la que se encuentra sustentando la política gubernamental que beneficia y representa a los grandes empresarios, en detrimento de la población trabajadora, la que premia a los “malla oro” y realiza un ajuste fenomenal con recortes, tarifazos y destrucción de puestos de trabajo, en medio de una de las peores crisis sanitarias de los últimos tiempos.
De hecho, la pandemia de COVID 19 ha dejado de manifiesto como la producción capitalista es incompatible con la defensa de la vida. Lejos de la colaboración internacional para proteger a la población, desató una guerra comercial por insumos médicos elementales. La búsqueda de lucro de los grandes grupos de laboratorios y farmacéuticas en relación a la adjudicación de patentes de las vacunas no permiten su producción en masa, por el contrario son acaparadas por parte de las principales potencias.
El capitalismo no se encuentra en la naturaleza humana, eterna e inmutable. Es una organización social en su fase de senilidad y agonía. Naturalizarlo es, por supuesto, el recurso ideológico por excelencia de la clase dominante, pues implica naturalizar las desigualdades, la explotación y la brutalidad. Sin embargo, como dijo el poeta Bertol Brecht, no debemos aceptar lo habitual como cosa natural en estos tiempos de desorden, confusión organizada y humanidad deshumanizada “nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar”.
El Capitalismo Nuestro de cada día por Rodrigo da Oliveira
¿Seremos portadores de un gen Adeno-Capitalista? La idea fue esbozada como generadora de algún concepto vinculado a lo eventualmente inherente a la condición humana y su vinculación con un Ser Capital, indisoluble de la propia esencia. No parece ser tal, históricamente hablando.
Lo que actualmente conocemos como sistema capitalista no tiene más allá de 250 años, previamente el sistema feudal y el posterior mercantilismo dominaron la escena económica del mundo occidental. Antes de ello, la economía agraria y a nivel artesanal eran las formas dominantes; la mejora de los sistemas de producción llevó a generar excedentes. El resto es historia conocida.
De lo que no caben dudas es de la preponderancia a nivel mundial de dicho sistema; aún aquellos países que en determinado momento siguieron la vía socialista terminaron decidiendo sus destinos económicos por él en mayor o menor medida aceptado.
Simples son las razones para ello: no solo potencia las individualidades universalizadas a partir del Renacimiento, sino que ha sido también la más eficaz de las vías encontradas para solucionar EL gran problema para el desarrollo de las sociedades actuales: el hambre.
Nunca antes en la historia tantos accedieron a tal cantidad de bienes y servicios. Ello permitió posteriormente el acceso generalizado a la salud, la educación y, fundamentalmente, a las nuevas tecnologías que hoy ocupan al planeta entero, trascendiendo fronteras y regímenes políticos. Dicho sea de paso, el acceso a ese gran cúmulo de información está hoy mismo poniendo en jaque a los pocos y vetustos sistemas dictatoriales aún en pie.
Mucho se ha dicho acerca del fin del capitalismo. Poco se ha confirmado, pues antes bien, goza de muy buena salud y aceptación. Hoy mismo, en plena pandemia, ha sido la manera que hemos encontrado para diezmar la condiciones frente a las cuales quedamos expuestos.
Un único error: el de admitir que fueran los gobiernos quienes manejaran el acceso a las vacunas. Fue la iniciativa privada, laboratorios y empresas mediante, la que alcanzó la meta buscada de desarrollar en tiempo récord las diversas opciones que hoy poseemos. De haber sido libre (realmente libre y no sesgada por proteccionismos) la producción y disponibilidad vacunal, posiblemente estaríamos en otra etapa y aún aquellos países más pobres hubieran logrado niveles mayores de inoculación. Muchos de los gobiernos de esos mismos países tercermundistas lucran electoralmente con el acceso de sus poblaciones a las vacunas de forma masiva. Argentina y gran parte de África están en esa situación, por no nombrar a Venezuela y Cuba. Varios de los países productores de vacunas juegan tácticamente lo suyo también, en otra cara de la geopolítica.
Seguiremos siendo rehenes de algunas situaciones dadas y en nombre del bien común, que no es común sino de unos pocos dirigentes.
Demás está decir que no es concebible el capitalismo sin el liberalismo, conceptos que sin ser iguales están indisolublemente ligados. No es posible sostener capitalismo sin libertad individual; de la misma forma que no es posible la libertad individual sin la cobertura económica del capitalismo. No resulta menor que los sistemas socialistas, comunistas y fascistas coincidan en un dirigismo no solo económico en el cual el individuo está subordinado al Estado, sino que dichos individuos resulten tan solo piezas de ajedrez en el juego de poder de la casta dirigente, sea esta el partido o el sindicato. El abandono sucesivo de estos sistemas han debido darse antes por la fuerza que por la razón y es que el ansia de libertad individual, colectiva y económica termina resultando más fuerte que los autoritarismo. No fueron dichas a la ligera las palabras del presidente Lacalle a La Nación la semana pasada: hoy la cuestión no es entre derechas e izquierdas, sino entre libertades y autoritarismo.
Y, en esta última página aún por escribirse, el capitalismo tiene aún mucho por decir, mal que pese a sus detractores históricos. La misma solidaridad es un hecho individual de alcance colectivo; el mismo liberalismo es un gran sistema que propender a no dejar a nadie atrás. Lo demás son subversiones bastardeadas del mejor y siempre perfectible sistema que hoy poseemos: el capitalismo, hasta acá el único que ha permitido alcanzar la plenitud de las personas en tanto individuos y de las sociedades mismas, en una continua búsqueda de superación propia y, por ende, colectiva.
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