Uruguayos, les habla un coterráneo, que, aunque nacido en estas hermosas tierras, tiene una parte de su corazón a trece mil kilómetros de aquí, en la bella y legendaria Republica de Armenia. Estas fechas son especiales para nosotros, el recuerdo de los millones de seres humanos que por el simple hecho de ser armenios fueron asesinados, mutilados, torturados, separados de sus familias, de su hogar. Seres humanos como nosotros, a los que se les arrebato la libertad, la vida, por la más vil tiranía imperialista, xenófoba y racista. No quiero dedicarme a hablar de historia, no es mi función, soy un joven militante político que lamentablemente día a día pierde la fe en la humanidad, pero me gustaría aclarar que todos los hechos antes mencionados jamás cesaron, la intención de borrarnos del mapa sigue latente en los altos mandos turcos, y si, digo borrarnos porque yo comparto sangre de aquellas víctimas, y la sangre tira. Los mismos altos mandos, que increíblemente, hoy recorren nuestras calles, en las vísperas del día de recordación de los mártires armenios.
Día declarado oficialmente por la ley nacional 13326 de 1965. ¡Como ha cambiado todo! Nuestra nación (Uruguay), que a través de esta ley fue el primer estado a nivel mundial en reconocer que lo sucedido en la segunda década del Siglo XX no fue una deportación, ni una ocupación ilícita, sino que simple y llanamente un genocidio, es la misma que hoy en día trae al Uruguay al Canciller turco y que desea tener como aliado comercial a Turquía. Además, se habilito que se expongan gigantografías en nuestras calles, de un dictador terrible como lo fue Mustafá Kemal Atatürk, quien consumó lo empezado años atrás por el triunvirato de los jóvenes turcos (los “hacedores” del genocidio), expulsando y asesinando a los armenios que quedaban en Anatolia (zona del Imperio Otomano donde vivían muchos armenios) , y por otro lado de Recep Tayyip Erdoğan, el presidente actual de Turquía, un autoritario imperialista, negador del genocidio (lo considera una “deportación adecuada a su época”) y que no esconde las ganas de barrer Armenia, terminar el trabajo y volver a ser nuevamente un imperio, imperio que abarcaría las tierras de Turquía, Azerbaiyán, Turkmenistán y lógicamente, las de la actual Armenia: “La Panturquia”.
Uruguayos, de corazón me dirijo a todos ustedes, a la comunidad espiritual, no como un grito de ayuda, sino de apoyo. Les pido desde lo más profundo, que hoy más que nunca muestren su apoyo al pueblo armenio, pata fundamental en el desarrollo histórico de nuestra patria. Que la ineficacia de nuestros líderes políticos no deje una mancha histórica en esta nación, el pueblo por encima de cualquier líder de turno. Los negocios son negocios, sí, pero tienen el límite, y el límite está en el hecho de ir en contra de nuestros principios nacionales. Siendo un pueblo pequeño, la defensa a los pueblos pequeños del mundo sobre las grandes potencias imperialistas ha sido habitual en nuestra historia diplomática. Con el show que armo el Canciller turco Mevlüt Çavuşoğlu, el gobierno nacional debería frenar todo tipo de relación con Turquía hasta que haya un pedido expreso de disculpas de la embajada turca hacia el pueblo armenio. Que los intereses económicos nunca hagan que se vaya en contra de la tendencia histórica, de Uruguay como bastión mundial en la defensa de causas justas y nacionales. Quiero seguir sintiéndome orgulloso de ese país que fue el que dio el puntapié inicial a nivel mundial en el reconocimiento del genocidio, país al que los armenios en todo el mundo valoran y agradecen. Empecé la nota diciendo que cada día pierdo aún más la fe en la humanidad, pero nunca voy a perder la fe en el pueblo uruguayo.
Cierro esta carta volviendo a citar, como en muchas oportunidades ya lo hice, a mi correligionario Héctor Gutiérrez Ruiz, palabras vigentes a pesar del tiempo transcurrido, y como era costumbre en él, acertadas:
“Nosotros, ustedes, todos los pueblos pequeños del mundo tenemos tantas cosas que reclamar de los poderosos del mundo, que muy a menudo sólo hablan del derecho a la fuerza sin tener en cuenta la fuerza del derecho”. HGR 1965.
Vartan Tchekmedyian
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