¿Censura en la Universidad?
Se supo que la Facultad de Humanidades de la UDELAR suspendió un curso sobre laicidad al cual estaba invitado como docente el uruguayo-israelí Alberto Spektorowski por la protesta de un sector del gremio estudiantil, acusándolo de sionista. La noticia generó un intenso debate. ¿Llego la política de cancelación al ámbito universitario uruguayo? ¿Es correcto descartar a docentes por sus opiniones políticas? ¿Tiene tanto peso un grupo minoritario en la Universidad? ¿Es una victoria del pensamiento dogmático? ¿Cómo debe reaccionar la sociedad frente a este tipo de situaciones? ¿Es esta la Universidad que queremos?
La ignorancia de los modernos inquisidores por Max Sapolinski
Los sucesos ocurridos en los últimos días en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República causaron un terremoto en la opinión pública.
No es para menos. La flagrante censura a la que fue expuesto el profesor Alberto Spectorowski, profesor universitario con reconocimiento mundial y protagonista de encuentros históricos en procura de la convivencia entre los pueblos, es mucho más grave que una anécdota más del siempre conmocionado mundo universitario.
Los hechos acaecidos mellan los cimientos de nuestra esencia al afectar directamente los valores más sensibles de nuestra mayor casa de estudios, forjadora de la identidad nacional y de un sinnúmero de protagonistas de la vida nacional.
Digamos las cosas por su nombre. Esto no es la defensa de ninguna causa ideológica ni nacional ni universal. La censura efectuada es un acto de racismo disfrazado de salvaguardia de alguna causa que para el grupo de instigadores a las medidas adoptadas merece ser justa, aunque demuestran una total ignorancia de los conceptos utilizados y de los hechos que pretenden que provoquen sus reacciones.
Estoy indignado como universitario que tuvo el privilegio histórico de luchar junto a jóvenes de todas las ideologías por la reinstauración del estado de derecho en la Universidad a principio de la década del 80 del siglo pasado. Aquellas banderas que levantamos de autonomía, convivencia, tolerancia, libertad de cátedra y por encima de todo, de libertad de pensamiento yacen hoy pisoteadas por la ignorancia y el dogmatismo de grupos que, aunque minoritarios imponen su visión ante el temor de la mayoría que no se atreve a oponérseles. ¿Acaso estamos en la patria de Artigas, responsable de las Instrucciones del Año XIII o en la Alemania de la década del 30 que sucumbió ante la patota racista?
Estoy indignado como uruguayo. Por siempre nos enorgullecimos de los valores que se constituyeron en cimientos de nuestra Sociedad. La convivencia y el respeto por las ideas ajenas fueron inspiradas por nuestros pensadores que con la plena libertad de pensamiento sentaron cátedra en la misma Universidad que hoy opta por la censura y el racismo.
Estoy indignado como judío y sionista. La ignorancia que demuestran los modernos inquisidores sobre los conceptos que manejan es pasmosa. Vienen buscando posicionar al sionismo como un concepto maléfico causante de todas las desgracias. Esto sólo puede interpretarse, en el mejor de los casos, como una supina ignorancia o de lo contrario, como la mayor mala intención de tergiversar conceptos culturales e históricos.
¿Acaso ser sionista es causal de censura, descalificación o delito? Me genera escalofríos pensar que en el Uruguay de hoy en día se pueda entenderlo así. Me imagino si el ser sionista podría, por ejemplo, haber sido un factor para que el Senado de la República me hubiera negado la unánime venia con que se me honró para ocupar el cargo que hoy me enorgullece. ¿Este es el camino por el que pretenden llevar a este país que ha sido vanguardia mundial de respeto y convivencia?
En la década del 30, académicos de renombre mundial como Albert Einstein, Max Born, Hannah Arendt, Erwin Schrodinger, Emmy Noether, Lisa Meitner y centenares más tuvieron que escapar de Alemania cuando comenzaron a ser censurados en sus universidades como hoy estamos censurando a Spectorowski en la Universidad de la República por su condición de judío. Los que no escaparon dejaron su vida en las cámaras de gas. Nuestra Sociedad, construida por un crisol de inmigrantes provenientes de diversos orígenes, religiones e ideologías está aún a tiempo de no cometer errores irreversibles.
El silencio inconveniente por Jorge Nudelman
1: no es la Universidad, son algunos universitarios. Lejos de juzgarlos, al menos debemos separar una de otros.
2: los conflictos en la Universidad suceden porque es un espacio de libertad. Como dicen los “americanos”: un santuario. Si no hubiese libertad, no sería una universidad, sería un conjunto informe de escuelas.
3: cuando se impide la expresión de las opiniones, se traza un camino del que es difícil retornar. Debemos ser cuidadosos.
4: pero cuando se impide la actuación de alguien que no piensa como nosotros, se da, aún, un paso más hacia la oscuridad de la censura. La libertad de expresión debe ser para todos, no solo para el que piensa como yo.
5: la discusión en torno a la palabra “genocidio” puede volverse un caso de retórica vacía, dependiente de la raíz “gen”, que hace que no prestemos la debida atención a lo que realmente sucede.
6: eso que está sucediendo puede recibir otros nombres: “masacre”, “carnicería”, “abuso”, e incluso, claro, “terrorismo de estado”. Todas son claras, y debe haber más.
7: lo que realmente sucede parece la pretensión de darle fin a una historia que empezó mal en 1948. Y “darle fin” será establecer una nueva frontera, aunque esta abusiva masacre terrorista pueda convertirse en un genocidio.
8: el terror se impone otra vez como estrategia política. De ambos lados. Ya no sabemos si las palabras tienen significado, y si los sucesos tienen justificación. Los triunfos solo se miden por número de muertes.
9: que nuestros abuelos muertos en los campos de exterminio sean la coartada para este acto de barbarie es una ofensa aberrante.
10: probablemente el silencio no sea lo conveniente, pero las palabras se quedan trancadas en el gañote.
La cancelación de las ideas hiere a la democracia por Andrés Scavarelli
La cultura de la cancelación es tan vieja cómo la humanidad misma, fue practicada en todas las épocas y por todas o casi todas las culturas, con otros nombres y con otras formas, pero de una u otra manera ella siempre ha existido y, me temo qué, siempre existirá.
Es importante señalar que una cosa es la acción y otra cosa muy distinta es la opinión, porque lo qué los Estados democráticos en general han sabido condenar con razón, antes de perder la razón un poco más recientemente, ha sido la apología a actos despreciables o la difusióin de programas políticos qué se basaban en la violencia, la discriminación y el exterminio, entre otros males.
Pero la censura, la proscripción, qué antaño se manifestaba oficialmente con quemas de libros, el exilio de disidentes o directamente la ejecución de quienes opinaran contra las ideas imperantes hoy día es más sutil, más contradictoria cómo buenos hijos de la Revolución Francesa qué somos los republicanos modernos, ya no se condena por ir contra un rey o una divinidad sino por, en su momento, ir contra el “sano espíritu del pueblo alemán” u hoy día contra la sensibilidad social o las opiniones de ciertos grupos u organizaciones.
Ese espíritu revolucionario qué Evelyn Beatrice Hall bien describió al hablar del pensamiento de Voltaire con las palabras “no estoy de acuerdo con lo qué dices, pero defenderé con la vida tu derecho a decirlo”, luego, con el terror de la revolución francesa se convirtió en un “defenderé acabando con tu vida tu derecho a pensar cómo nosotros”.
La libertad de expresión del pensamiento, ese tronco central del qué derivan otras libertades cómo la de cátedra, de prensa y más, no está concebida para proteger a quienes piensan dentro de los márgenes del pensamiento central imperante en una sociedad dada sino qué van contra lo qué la mayoría, la religión oficial, la ideología estatal sostengan.
En la Opinión Consultiva número 5 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos se cita con acierto un mojón fundamental sobre este tema, “la libertad de expresión está para proteger aquellas opiniones con las qué no se está de acuerdo y más aún, con aquellas qué molestan”, porque una libertad de opinión qué sólo proteja lo qué es agradable, simpático e inofensivo no es libertad de expresión, en el mejor de los casos será un placebo y en el peor de los casos una venda qué esconde una realidad de autocensura.
El problema es qué la cancelación no es una acción de protesta sino qué es una estrategia de silenciamiento de disidencias qué busca imponer la autocensura, la vergüenza por pensar distinto y el miedo a la persecución, a la “muerte social” y al escrache.
Otro problema que genera la cancelación además de atentar contra la libertad de expresión es qué al fomentar el secretismo por obligar a quienes piensan distinto a la mayoría lleva a qué aquellas personas qué sostienen ideas qué son contrarias a la dignidad humana a establecer redes de comunicación qué son difíciles detectar y difunden ideas con las que, por tanto, es imposible contrastar, disentir y aún atacar en debates e intercambios de opinión.
La democracia necesita qué las ideas estén sobre la mesa para poder, cómo decía el maestro Vaz Ferreira, hacerlas pasar por el fuego de la polémica, y esto sólo se logra con la visibilización qué la tolerancia permite.
Por eso entiendo qué la “Paradoja de la Tolerancia” de Karl Popper muchas veces no ha sido adecuadamente articulada en el debate sobre los límites de la democracia, ya que este autor habla de ser intolerante con la intolerancia, pero no contra la disidencia, pues cómo dije al principio, una cosa es la opinión y otra la acción, en mi opinión se debe ser tolerante en lo máximo que sea posible con las ideas, pero al mismo tiempo sumamente vigilante con las acciones que promuevan la violencia.
En definitiva, y sobre todo en ámbitos académicos dónde la tolerancia debe ser aún mayor que la que existe en la media de la sociedad, y cuanto más en estudios de postgrado dónde se supone qué se deben construir mentes críticas, la cancelación sólo logra dos efectos, el primero es qué hiere fuertemente a la democracia y a la libertad, pero la segunda es qué permite qué las ideas con las qué uno está en desacuerdo se mantengan y difundan al amparo del silencio al que conduce la inexistencia de un debate dónde puedan ser expuestas y derrotadas.
El Huevo de la Serpiente por Nicolás Martínez
Hace poco más de un año, en un curso de Filosofía de la Educación a cargo del excelentísimo profesor Juan Bernassa -a quién debo muchísimo- me cautivó la relación entre el séptimo arte, es decir, el cine, y el análisis filosófico. Una de las joyas cinematográficas que descubrí es “El huevo de la serpiente” (1977) dirigida por Ingmar Bergman. En una de sus escenas afirma el Dr. Vergerus, uno de los personajes de esa inolvidable película que: “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.
El recuerdo de esta escena volvió en medio del torbellino de la noticia que sacudió a la comunidad académica e intelectual en estos días, referente a la decisión tomada en el Consejo de la Facultad de Humanidades sobre la suspensión de la contratación del Profesor Alberto Spektorowski, tras ser catalogado como “sionista” por un reducido grupo de estudiantes con sesgos fascistas. La indignación que nos embarga es profunda y visceral. Nos encontramos ante un momento en el que la integridad de nuestra institución y sus principios se ven desafiados de manera alarmante. La Universidad de la República ha sido, históricamente, un faro de luz en la promoción de la diversidad de ideas y el respeto por la libertad académica, por lo que esto representa un revés para estos valores.
Regresando a la película, en ella somos trasladados al Berlín de los años 20, un período de convulsión cultural y política que precedió al ascenso de Adolf Hitler al poder. En esta obra, presenciamos cómo sus personajes principales, luchan por sobrevivir en un ambiente saturado de decadencia y desesperación. La película, en su esencia, nos presenta un retrato sombrío de la alienación y la deshumanización en un momento histórico particularmente crítico.
En este contexto, cobra interés un concepto acuñado por el filósofo aleman Theodor Adorno; el de “conciencia cosificada”. La conciencia cosificada se refiere a grandes rasgos, a una percepción en la que las personas desconectan sus acciones y elecciones del contexto histórico y cultural que las rodea. En términos simples, significa básicamente ver nuestras acciones y decisiones como si fueran cosas sin conexión con la historia o la cultura que nos rodea. Es como actuar sin pensar en cómo el pasado y la cultura influyen en lo que hacemos ahora. En la película, los personajes, inmersos en un entorno hostil y deprimente, a menudo parecen alienados de la historia que les envuelve. No son completamente conscientes de cómo sus acciones pueden estar influenciadas por la sociedad que se desmorona y la amenaza inminente del nazismo.
Esta desconexión entre la historia y la cultura puede entenderse como una forma de alienación que atrapa a los personajes en un ciclo autodestructivo y de desesperación. Su incapacidad para abordar de manera adecuada los desafíos éticos y morales se deriva de la falta de conciencia de cómo sus decisiones individuales se entrelazan con la historia y la cultura de su tiempo.
La comparación del futuro con un huevo de serpiente en la película sugiere que el destino o los eventos futuros están latentes, esperando desarrollarse, al igual que una serpiente que ya está formada dentro del huevo. La “fina membrana” puede interpretarse como la delgada barrera que separa el presente del futuro, una barrera que, cuando se percibe de manera más objetiva, puede llevar a una mayor conciencia de lo inevitable. Esta percepción podría llevar a una sensación de inevitabilidad y distancia emocional, contribuyendo así a la experiencia de conciencia cosificada.
La película nos muestra cómo la sociedad alemana de la época contribuyó, de manera consciente o inconsciente, a la gestación del totalitarismo nazi, quien utilizó la propaganda, la violencia estatal y la legislación discriminatoria para perseguir a los judíos y deshumanizarlos ante la sociedad alemana. En el contexto de la época, el deterioro institucional, la polarización política y el estancamiento económico crearon un caldo de cultivo para el surgimiento de un líder autoritario. La falta de conciencia de las consecuencias de sus acciones y elecciones llevó a muchos a ser cómplices involuntarios de un régimen brutal.
Al reflexionar sobre esta película en el contexto actual del antisemitismo, es importante recordar las lecciones del pasado. El antisemitismo no surge de la nada; se gesta en un ambiente de odio, intolerancia y deshumanización. La conciencia cosificada, al desconectar nuestras acciones del contexto histórico y cultural, nos deja vulnerables a repetir los errores del pasado.
Es fundamental que, como sociedad, estemos conscientes de cómo nuestras acciones individuales contribuyen al tejido social en el que vivimos. Debemos ser críticos de nuestras propias creencias y prejuicios, y estar dispuestos a cuestionarlos en aras de construir un mundo más justo y compasivo. La historia nos enseña que el odio y la intolerancia solo conducen a la destrucción y la tragedia. Debemos aprender de ella para evitar que el huevo de la serpiente vuelva a eclosionar.
“Son incapaces de hacer una revolución” -dice el Dr. Vergerus- “Están temerosos, derrotados, humillados. Pero dentro de diez años, sus hijos de quince años tendrán veinticinco. Entonces habrá una revolución y nuestro mundo se hundirá en sangre y fuego”. Vergerus predice que el intento de golpe de Hitler fracasará. “Pero solo en diez años será diferente”, le comenta al personaje principal. “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.
Derechos y límites por Cristina de Armas
La Universidad de la República es Autónoma, sus autoridades son elegidas por elecciones. Es también cogobernada por representación. En ese sentido no se puede discutir el derecho de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación como a la Facultad de Ciencias Sociales a invitar a una persona destacada a nivel internacional como lo es Alberto Spektorowski. Tampoco se puede discutir el derecho de algunos estudiantes, en este caso con representación en el organigrama universitario de manifestarse en contra de forma pacífica y ordenada como lo hicieron mediante un comunicado a la facultad. Allí manifestaron sus motivos, como en su momento la colectividad israelí en nuestro país lo hizo en ocasión de la llegada de Roger Waters al país. La colectividad utilizó prensa, comunicación a organismos de gobierno y mensajes a operadores de comercio privados como la hotelería para que no recibieran al cantante, siempre en forma pacífica pero insistente. Roger Waters también tenía derecho a cantar en nuestro país en tanto no infringía nuestras leyes ni costumbres. Por suerte, para quienes asistimos con derecho a escucharle de la misma forma que podríamos escuchar a Spektorowski. La diferencia es que en su autonomía las facultades decidieron postergar sus presentaciones. No podemos desprender está situación de la actual coyuntura de nuestro país en año de elecciones y dónde todo se enmarca en lo que apoya la izquierda y lo que apoya la derecha. En medio quedamos rehenes los que en nuestro derecho, solo queremos escuchar. Verá lector que no le hablo ni de sionismo ni de antisemitismo. Tampoco le hablo de lo que sucede en Gaza. Es intencional. Lo que sí le diré es que hace unos días nuestro país a votado en la ONU a favor de extender los derechos de Palestina como Estado Observador y que se revea la posibilidad de que Palestina ingrese como miembro pleno a la ONU, lo que fue votado en forma positiva en mayoría antes, pero USA ha vetado. Lo importante es que lo que suceda fuera de fronteras nos conmueva como población y nos lleve como Estado a hacer lo correcto en los organismos internacionales de que somos parte; sin interferir con nuestros intereses y sin alterar nuestro sistema democrático de convivencia. Porque hay Derechos y hay Límites.
Reprobado por Gonzalo Pérez del Castillo
La cancelación o postergación del seminario con la participación del prof. Spectorowski en la Facultad de Humanidades de la UDELAR es una decisión que desmerece a ese centro de enseñanza.
Realicé mis estudios universitarios en el extranjero (Australia). Soy consciente de la devoción y la alta estima que la mayor parte de los egresados de la UDELAR tiene por su alma mater. Por respeto, evito opinar sobre esta institución. También evito el riesgo de ser malinterpretado o que se me atribuyan motivaciones que no tengo. Sólo diré que las preguntas que nos formula VOCES son todas pertinentes y merecen una reflexión.
Dicho esto, discriminar a un compatriota judío, con doble nacionalidad como tantos otros, por el hecho de ser “sionista” refleja, sea la institución académica que sea, un nivel de oscurantismo e intolerancia indescriptible.
El sionismo reclama el derecho del pueblo judío a tener un territorio propio en el cual no pueda ser perseguido o expulsado por su condición de tal. Como movimiento político nace a fines del siglo XIX motivado por la persecución de los judíos en el Sur de Rusia. La historia de discriminación contra ellos es, lamentablemente, muy larga y muy anterior. Por si fuera poco, lo peor estaba aún por suceder.
Sión significa Jerusalén. Que los Estados miembros de las Naciones Unidas en 1948 lo hayan tenido en cuenta para asignar un territorio al pueblo hebreo con esos fines y propósitos parece una decisión sensata. Es cierto que allí ya existía una población residente. Tal región fue denominada “La Palestina” por los romanos dos mil años antes y fue sometida por el imperio Otomano durante siglos. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones encomendó su administración al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Los idiomas oficiales del territorio bajo mandato eran el inglés, el árabe y el hebreo; las religiones eran el islam, el judaísmo y el cristianismo.
El proceso de realizar una partición creando un Estado israelí y uno palestino que convivieran en paz, no resultó fácil. La guerra entre los árabes (no solo los palestinos) y los israelís estalló desde el primer día. Israel logró consolidarse como Estado. Palestina nunca lo consiguió. La culpa por la que no se ha llegado a una solución satisfactoria hasta el día de hoy no es solo del gobierno palestino y mucho menos de su pueblo.
La solución de que palestinos y judíos coexistan en ese territorio en paz y buena vecindad, fanatismos mediante, nunca se consiguió. Ciertamente a tal objetivo no ayudan ni las incursiones en territorio israelí como la del 7 de octubre 2023 ni la contraofensiva liderada por Netanyahu y sus generales. No voy a calificar ninguna de las dos porque son incalificables. Prohibir a un distinguido compatriota judío, muy competente en el tema, participar en un seminario de la UDELAR porque admitió ser sionista es, por cierto, calificable. Y ya lo he hecho.
El silencio no es una opción laica por Juan Pedro Mir
La serie de dos suspensiones de actividades donde, entre variados académicos, participaría el profesor Alberto Spektorowski es una muy mala noticia para el país. Esencialmente es la muestra de la profundización de un clima de desquebrajamiento de la libertad de expresión y por ende, del afianzamiento de procesos que limitan el debate y la convivencia democrática.
Queremos señalar tres aspectos vinculados a esta premisa
1. La suspensión del curso de maestría sobre laicidad que llevaría adelante en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, afecta no sólo a dicha institución, sino que también es una mala señal para la Universidad de la República y para el conjunto de la educación. Las instituciones educativas en general y especialmente las universitarias, son un espacio privilegiado para la investigación y la enseñanza donde la autonomía es un principio cardinal. Dicha autonomía no sólo corresponde a la separación con respecto a los poderes políticos y económicos de turno, sino también al conjunto de presiones sociales, culturales e ideológicas que suelen hacerse presentes en la vida social. Siempre hay conflictos, siempre hay presiones… sin embargo, una institución educativa terciaria robusta es aquella que, bajo el cobijo de la seriedad profesional y académica, es capaz de sostener un proyecto de trabajo intelectual que a la vez que serio y reconocido por los actores universitarios, sea capaz de trabajar en libertad e independencia. Nunca fue fácil. Nunca será fácil. En este sentido, que el Consejo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, el máximo órgano de conducción de dicha casa de estudios, ante presiones de un grupo fanático, avale la postergación de un curso, tiene una consecuencia institucional: se menoscaba el proyecto profesional de desarrollo intelectual del cuerpo universitario. Si hoy, ante la acción de un grupo sectario que no tiene pudor para avanzar en objetivos propios de su lucha política, se detiene un proceso de formación en el nivel de maestría ¿qué nos asegura que en un futuro habrá actitudes de fortaleza ante próximas presiones?
Esta decisión no fue liviana ni neutra. Fue un error que afectó institucionalmente a la educación universitaria en nuestro país.
2. El combate laico.
La laicidad nunca se ha llevado bien con la censura. Al contrario, siempre ha sido una de las herramientas para enfrentarla. Para ello, la institución educativa debe asegurar que se facilite la emergencia de las diferentes voces. La laicidad no es sólo un resultado del proceso educativo, es un principio que esencialmente tiene un modo de procesar las contraposiciones. En este sentido, el debate laico se construye como un tiempo, un espacio, un proceso y la presencia de actores que no temen a la diversidad, sino que de ella hacen una bandera. Siempre habrá sectores fanáticos que se opongan a la existencia de los debates. Tomando prestado el título del entrañable libro de Jaime Monestier, “El Combate Laico”, la laicidad deberá estar preparada para defender sus posiciones. Ello implica sostener irrenunciablemente el derecho a la libertad de pensamiento, promover en los docentes la exposición clara y fundamentada de las ideas, evitar la censura como mecanismo de cercenamiento del pensamiento y abrirse al debate de todas las posiciones. El caso que nos convoca pone a prueba cuan dispuesto a defender la laicidad es un proyecto académico que trata, curiosamente, de laicidad. En esta decisión adoptada, se cedió ante la presión de un grupo violento que acciona de manera sectaria e irracional.
3. Antisemitismo
Finalmente quisiera señalar que este debate se da en un contexto de crecimiento furibundo del viejo antisemistismo, práctica que acompaña a nuestras sociedades occidentales desde hace siglos.
Hoy, en nuestro país, el señalado es un docente. Ayer fue una estudiante de la misma casa de estudios que está en centro de la discusión. Pasado serán todos los judíos y luego nos tocará a quienes sentimos que el pueblo judío tiene derecho a existir en un Estado propio. En la década del 70 otro grupo de fanáticos marcaba personas y reprimía a golpes y cadenazos a estudiantes y docentes que veía como enemigos. Se llamaba JUP. Era reaccionario, violento y antisemita. Demasiadas coincidencias con estos nuevos actores que todavía sin cadenas ni armas de fuego, pero con la misma violencia radical, condenan a los judíos de hoy y promueven la violencia de siempre. La Universidad y la Educación Pública en su conjunto, supo aislar y confrontar con aquellos fanáticos. Hoy nos toca a nosotros dar nuevamente un “combate laico”. Una cosa sí sabemos: quedar callados y dejarle el espacio a los antisemitas del presente no es una opción posible.
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