Censura en redes sociales Por Hoenir Sarthou
Dicen que es bueno hablar de las cosas de las que uno tiene experiencia y pruebas contundentes, ¿no?
Bueno, el hecho es que tengo experiencia directa y pruebas contundentes de la forma en que se está ejerciendo censura en las redes sociales. No es la primera vez que me pasa y estoy muy lejos de ser la única víctima de esa clase de censura. De hecho, las empresas que administran las redes sociales (prácticamente todas ellas) se arrogan el derecho a decidir qué puede decirse en ellas y, por tanto, qué información puede recibir o no debe recibir todo el universo de sus usuarios.
Tres casos recientes. El primero, fue la eliminación de un video, sobre el frustrado tratado de pandemias de la OMS, en el perfil de You tube del Movimiento Uruguay Soberano y el bloqueo de ese perfil para subir materiales durante una semana. El segundo fue una curiosa leyenda de desmentido que apareció bajo un video del programa “Bajo la Lupa”, en el que se hablaba sobre la geoingeniería y la manipulación climática. Y el tercero fue la eliminación en Facebook de un artículo titulado “Principio de realidad”, en el que, entre otras cosas, se analizaba la dudosa cordura de la creencia de que es posible cambiar de sexo, ya sea por actos médicos o por disposición legal.
Elegí los tres casos, de entre muchos otros que afectan a otras personas y organizaciones, porque son reveladores. Por ejemplo, revelan cuáles son tres de los temas que se censuran en estos momentos: políticas sanitarias, políticas de género, y cambio climático. No es casualidad.
Las redes sociales son un fenómeno relativamente nuevo que ha cambiado por completo la lógica de la comunicación en el mundo.
Hasta hace poco más de quince años, el monopolio de la comunicación estaba en manos de empresas periodísticas y agencias de noticias que tenían el poder de decidir qué hechos y opiniones se difundían y cuáles no.
Las redes sociales significaron una revolución de cuyos alcances todavía no tenemos plena consciencia. Basta decir que la inmensa mayoría de la población -lo sepa o no, los use o no- lleva en su bolsillo o en su cartera un canal de televisión, una radio, un diario y una agencia de correos. Ya nada depende exclusivamente de los medios formales de comunicación. Los accidentes, las catástrofes, las crisis políticas, las noticias deportivas, las muertes, se hacen públicos casi que en el momento en que ocurren. Siempre hay alguien con un celular dispuesto a documentar, difundir y comentar lo ocurrido, mucho antes de que el periodismo profesional se entere. Lo mismo ocurre con los chismes, los hechos íntimos, las fiestas y cumpleaños, las aficiones y hasta las desgracias personales. Todo se sabe antes por las redes.
El poder del fenómeno es incalculable. Por un lado, porque toda esa información entra en los registros de las empresas que administran las redes sociales. Por otro, porque también resulta imparable un flujo de información descentralizada e incontrolable, del que cada uno de nosotros es a la vez emisor y receptor.
¿Por qué se aplica censura en las redes sociales?
Las redes sociales son muchas cosas a la vez. Son un negocio, una fuente de información, un medio de control, una cantera de datos personales comercializables, un mecanismo de manipulación social, y también, paradójicamente, un ámbito imprevisible de difusión de ideas y de nacimiento de vínculos interpersonales. He sabido de parejas que se han disuelto porque una foto en redes sociales, de la que el fotografiado/a no tenía idea, mostró que estaba donde o con quien no debía estar. También he sabido de gente que ha establecido vínculos profesionales, afectivos o ideológicos, en su propio país o en China o en Tailandia, vínculos que jamás habría establecido de no ser por las redes.
Todo indica que las redes son un arma de doble filo. No sólo para sus usuarios sino también para quienes las han creado y las administran. Eso explica la censura.
Porque, si bien permiten a sus administradores captar información y manipular a los usuarios, también permiten a los usuarios enterarse, vincularse e intercambiar información e ideas que jamás habrían intercambiado sin las redes.
La censura es, entonces, un mecanismo que los administradores aplican para tratar de limitar ese otro filo: la comunicación directa entre los usuarios.
Dije “tratar de revertir” y no “revertir”. Y, al menos por ahora, dije bien. Porque las redes llevan implícita una contradicción innata. Para que sean negocio, tienen que ser multitudinarias y polémicas. Y, para que sean multitudinarias y polémicas, tienen que tolerar materiales contrarios a los objetivos e intereses de los administradores. Una red que sólo diera lugar a las publicaciones acordes a los objetivos de los administradores, se volvería aburrida, se quedaría sin usuarios y dejaría de ser negocio y de existir. Es muy posible que estemos ante una de las contradicciones más significativas del sistema.
La pregunta que me hago es hasta dónde estamos obligados a soportar ese filtro aplicado por la censura.
Hay dos argumentos usuales para justificar resignarse a que empresas poderosas puedan decidir qué podemos y qué no podemos decir y de qué podemos o no podemos enterarnos.
El primero es que las empresas dueñas de redes son privadas y que estamos atados a ellas por un contrato que les da derecho a censurar. El otro argumento es que esas empresas son verdaderos monstruos contra los que nada se puede hacer.
Uno y otro argumento son relativamente falsos.
Por un lado, todas las actividades de cierta importancia social están reguladas, a medicina, el transporte público, la venta de alimentos, la enseñanza, la construcción y hasta los medios formales de comunicación. ¿Por qué creer que un medio por el que circula el mayor flujo de información pública y privada no debería estar regulado por leyes?
El otro argumento, que parece irrefutable, tampoco es como lo presentan. Las redes operan por líneas de teléfono públicas y por cables que cruzan los mares territoriales ingresan al territorio de los países. ¿De dónde surge que los Estados no podrían poner condiciones para el uso de medios materiales públicos o que se instalan en sus territorios?
El poder económico y la influencia política de los capitales que controlan a las redes sociales es enorme. Pero hay argumentos más que fundados para sostener que es necesario y posible regular legalmente el funcionamiento de esas usinas vitales de información.
El cómo hacerlo es otro asunto. Que seguramente merece análisis y debates profundos.
Lo que no es posible asumir es la pasividad y la resignación absolutas ante prácticas que limitan y condicionan nuestra privacidad y nuestra libertad.
Un tema sobre el que con seguridad volveremos en poco tiempo.
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