Chernóbil, una de las mayores catástrofes nucleares de la historia: lo que decía el PCU por Antonio Ladra
La miniserie Chernóbil, que acaba de emitirse por la cadena HBO recrea el incidente en la central nuclear cuando aún existía la Unión Soviética. Aunque sabemos cómo acaba el accidente nuclear, ocurrido en la madrugada del sábado 26 de abril de 1986, cuando la central nuclear Vladímir I. Lenin en Prípiat vivió el mayor desastre medioambiental del siglo XX, los hechos narrados por la miniserie no dejan de ser escalofriantes a 33 años después de ocurridos. El accidente fue una pesadilla como lo fue también el constatar como la libertad era robada, como actuaba la policía del pensamiento, allá en la ex URSS y aquí también en Uruguay.
El primer capítulo de la miniserie es aterrador, pero a medida que avanza es cada vez peor porque se siente que la muerte merodea, acecha y porque se comprueba la bajeza moral de la nomenklatura soviética.
“El Estado dice que la situación no es peligrosa. Tengan fe, camaradas. El Estado dice que quiere evitar el pánico. Escuchen bien… el Estado debe ocuparse de las cosas del Estado. Acordonen la ciudad. Que nadie salga. Y corten el teléfono. Eviten la desinformación… Nos recompensarán por lo que hagamos esta noche. Este es nuestro momento de gloria”.
Así fue como se intentó matar la verdad de lo ocurrido. La frase anterior la expresó un integrante del comité local del Partido Comunista de la ciudad de Prípiat, donde vivían los operarios de la planta y sus familias, principalmente. ¿Cuál es el costo de las mentiras?, así se titula el último capítulo de la miniserie de cinco entregas.
Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano, hasta cuando íbamos de compras… Yo le decía: «Te quiero». Pero aún no sabía cómo le quería… No me lo imaginaba… Vivíamos en la residencia de la unidad de bomberos, donde él trabajaba. En el piso de arriba. Y otras tres familias jóvenes, con una sola cocina para todos. Y abajo, en el primero, estaban los coches. Unos camiones rojos de bomberos. […]
En medio de la noche oí un ruido. Miré por la ventana. Él me vio: «Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Vendré pronto».
No vi la explosión. Sólo las llamas. Todo parecía iluminado… El cielo entero… Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. Y él seguía sin regresar. […]
Se fueron sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a un incendio normal… […]
A veces me parece oír su voz… Oírle vivo… Ni siquiera las fotografías me producen tanto efecto como la voz. Pero no me llama nunca… Y en sueños… Soy yo quien lo llamo…
Las siete… A las siete me comunicaron que estaba en el hospital. Corrí allí pero el hospital ya estaba acordonado por la milicia; no dejaban pasar a nadie. Sólo entraban las ambulancias. Los milicianos gritaban: los coches están irradiados, no se acerquen. No sólo yo, todas las mujeres vinieron, todas cuyos maridos estuvieron aquella noche en la central.
Corrí en busca de una conocida que trabajaba en aquel hospital. La agarré de la bata cuando salía de un coche: «¡Hazme pasar!», «¡No puedo! Está mal. Todos están mal». Yo la tenía agarrada: «Sólo verlo». «Bueno —me dice— corre. Quince, veinte minutos».
Lo vi… Estaba hinchado, inflado todo… Casi no tenía ojos… «¡Leche!.. ¡Mucha leche! — me dijo mi conocida—. Que beba tres litros al menos». «Él no toma leche». «Pues ahora la beberá».
Muchos médicos, enfermeras y especialmente las auxiliares de este hospital, al cabo de un tiempo, se pondrían enfermas… Morirían… Pero entonces nadie lo sabía…
Lo anterior es un fragmento del libro Voces de Chernóbil, escrito por Svetlana Alexievich la primera periodista que mereció el Nobel de Literatura. El texto se arma con las voces de las personas que sobrevivieron a la catástrofe nuclear. Fue publicado en 1997, y prohibido en el país de la autora, Bielorrusia, uno de los más afectados por el accidente.
Morirían… Pero entonces nadie lo sabía… No lo sabía el comerciante uruguayo Rómulo Braga quien, con su señora, fueron quizás los únicos compatriotas que estuvieron en Kiev a 120 kilómetros de la planta el mismo día que se produjo el accidente.
Morirían… Pero entonces nadie lo sabía… “Allí nadie se alarmó por nada, no hubo evacuación de nadie; la tranquilidad era total, no vi nada parecido a pánico”
Morirían… Pero entonces nadie lo sabía… “La gente se comportaba allí como si no hubiera sucedido nada; se sabía que había habido un accidente, pero la gente estaba completamente serena. Nos dijeron que fue una simple pérdida y según se comentaba hubo dos muertos en el accidente; dos personas quemadas con agua hirviendo”
Morirían… Pero entonces nadie lo sabía… “Los comentarios de la gente en la calle era de que había habido un accidente de trabajo, como tantos y que los heridos ya habían sido trasladados a sus casas, dados de alta. Yo digo que si hubiera habido tanta radiación como dicen los telegramas (cables noticiosos) no los hubieran dejado ir a sus casas y regresar con sus familias”.
Morirían… Pero entonces nadie lo sabía… “Fíjense que cuando llegamos a Ezeiza nos vinieron a revisar para ver si teníamos radiación, se pensaban que veníamos de un hongo atómico y nos enteramos que decían que en Europa no tomaban leche a no sé cuántos kilómetros a la redonda. ¡Es ridículo!”
Morirían… Pero entonces nadie lo sabía… “La gente en Kiev no tiene ni idea de lo que se dice por ahí. Si efectivamente hubo tanta radiación tendrían que haber evacuado toda la ciudad. Lo que pasó fue que evacuaron algunos animales que estaban cerca de la central. Toda esta distracción es para hacernos olvidar lo que nos está pasando. Cuando llegué a Ezeiza vi el escándalo por lo de la central, pero en un diario, más chico había una noticia que daba cuenta de trece criaturas muertas de hambre en Mendoza. Por eso le pregunte al que nos controló la radiación si había podido medir porque se habían muerto esos chicos en Mendoza”.
Lo anterior fue lo que publicó el diario La Hora. Yo trabajaba en la sección cultura y nuestro despacho estaba en el mismo piso de donde se armaba el diario por lo que pude leer la nota antes de que se imprimiera. Se trata de una entrevista a Braga que dice que hizo el periodista Niko Schvarz. Se armó casi que en secreto. Es que las mentiras tienen eso, se deben hacer en secreto.
La prensa comunista uruguaya acusaba a los demás medios de manipular la información sobre Chernóbil. Las notas sobre la tragedia, pocas, para la magnitud del desastre, estaban bien en línea con lo que decía Moscú en aquel momento y aquí replicaba, punto por punto, el Partido Comunista.
Solo basta acudir al archivo y leer lo que se decía, por ejemplo, en la página editorial celosamente custodiada por los funcionarios del Partido Comunista como lo era Schvarz. Bajo el título “A golpe de titulares” se publicó un suelto editorial a través de la cual se cuestionaba la decisión del consulado británico de evacuar a sus compatriotas que se encontraban en la zona del desastre y se hablaba de una conspiración.
“Hay que lamentar la muerte de dos personas y que 18 estén graves como consecuencia, probablemente, de un error humano publicaba por esos días La Hora, donde se ensalzaba el trabajo de los científicos soviéticos que habían logrado reducir al mínimo los daños ulteriores”
Y agregaba: “se quiere aviesamente inflar a golpe de titulares las consecuencias del accidente”, y en ese tren se subían los comunistas vernáculos para criticar a “cierta prensa uruguaya con el objetivo de sacar del centro la persistente lucha de la URSS por la paz mundial”.
Pero quizás la nota más increíble fue la escrita por Ricardo Sauxlund, corresponsal de La Hora en Moscú, cuando el 4 de mayo ya decía que la situación en Chernóbil “es prácticamente normal”.
Según Sauxlund todo “el escándalo” sobre el accidente en la planta tenía “la obvia intención de crear el caldo de cultivo para rechazar las propuestas de desarme soviético y la censura a las pruebas nucleares”. Sauxlund también cuestionó a los gobiernos occidentales que, por precaución, obligaron a sus conciudadanos, estudiantes, técnicos, etc., a abandonar suelo soviético. Esta decisión fue interpretada por la cúpula soviética y también por la prensa comunista uruguaya como parte de las mentiras puestas a rodar para desprestigiar a la URSS y en particular a sus científicos.
Pero la mentira tiene patas cortas y todo se sabe a su tiempo, aunque nunca hubo una autocrítica y un pedido de disculpas de Schvarz y Sauxlund ni obviamente del Partido Comunista uruguayo.
Es que la realidad de lo que pasó en Chernóbil estuvo muy alejada de la verdad oficial, la del gobierno soviético que encabezaba Mijaíl Gorbachov y que se estaba ya cayendo, y la de la dirigencia comunista uruguaya.
Esta es la realidad de Chernóbil que se quiso ocultar: Los devastadores efectos del accidente no sólo tuvieron lugar en Europa del Este. La nube cargada de radiación se expandió por toda Europa y parte de Asia provocando niveles leves de radiación. Pero, aunque resulte sorprendente, aún hoy viven millones de personas en estas regiones, a pesar de que aún hay 200 toneladas de material radiactivo dentro del reactor.
A causa del accidente de Chernóbil se estima que murieron entre 25.000 a 70.000 personas y que, además, en el entorno de las 70.000 a las 250.000 personas sufrieron enfermedades relacionadas al accidente. Debido a la opacidad del régimen soviético no hay datos concretos y son solo estimaciones. Aun hoy el gobierno ucraniano solo reconoce 31 muertos
Un dato espeluznante es que el 20% de las muertes fueron suicidios ya que el accidente no sólo provocó enfermedades y todo tipo de problemas de salud, sino que tuvo también una dimensión psicológica y social.
Hubo miles de abortos ya que los médicos recomendaron a las mujeres embarazadas de la zona que no tuvieran hijos. No estaba claro cuáles podían ser los efectos en el feto al estar expuesto a tales niveles de radiación. Por lo tanto, los médicos, ante posibles malformaciones o mutaciones genéticas, recomendaban a las mujeres que, de ser posible, practicaran un aborto.
En la serie Chernóbil se muestra el desconocimiento de los trabajadores y jefes de la central, que no supieron ni quisieron medir la magnitud del accidente, pero lo peor y aún más grave, fue el comportamiento de las autoridades de la antigua URSS que se negaban a la evidencia, como lo hicieron de manera cómplice aquí, en La Hora, Schvarz y Sauxlund.
El gobierno de la URSS quiso ocultar la dimensión del desastre y le mintieron al mundo. Si se hubiera extendido el material radioactivo tras el incendio de la central, y no hubiera sido controlado en menos de 72 horas, por la heroicidad de muchos que dieron su vida a sabiendas que iban a morir, los daños habrían sido inimaginables.
Es como dice en el transcurso de la serie el personaje de Valery Legasov, el científico que luchó contra la verdad oficial: “Cuando la verdad ofende, mentimos hasta que no recordamos la verdad. Pero sigue ahí. Cada mentira que contamos es una deuda con la verdad. Más tarde o más temprano hay que pagarla”.
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